Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

banreservas.com.do
from banreservas.com.do More from this publisher
23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES “Ponerlo en tus manos es cosa nuestra”, habían dicho esos hombres de Ziff a Saúl. Estaban, pues dispuestos a luchar contra seiscientos seguidores de David que no eran precisamente mancos. ¿Por qué? ¿Por odio a David? ¿Por amor a Saúl? Sin duda por lo primero. Y como no es del caso odiar porque sí a un jefe de banda que imponía su ley, debemos admitir que la ley de David, por los días en que era un fugitivo, no resultaba agradable para alguna gente de Ziff. El tributo al rico Nabal, que pagó su mujer Abigaíl, dice a las claras quién era esa “alguna gente” de Ziff que tenían odio al hijo de Isaí. No le odiaban los pobres, que nada tenían que dar ni que perder, y que además carecían de fuerzas para ponerle en manos de Saúl. Le odiaban los poderosos porque David les cobraba tributos para mantener a sus seiscientos partidarios. Capítulo IX De esos días hay dos versiones de lo que debe haber sido un hecho sin mayor importancia. Los actores principales en ese episodio –en los dos, si se prefiere– son David y Saúl, según los textos. Pero la prudencia aconseja atribuir lo que en verdad sucedió, que debe ser mucho menos de lo que se cuenta, a David y a alguna otra persona, tal vez a uno de los jefes de armas de Saúl. Los partidarios de David se empeñaron en adornar a su héroe con los atributos de la leyenda, y para ello deformaron con toda tranquilidad la historia. Por ejemplo, dos veces ponen a David perdonando la vida de Saúl, y lo cierto es que una lectura serena de los textos sagrados indica que sólo una vez estuvo Saúl encabezando personalmente la persecución contra su yerno, y esa vez tuvo que abandonar el territorio donde se hallaba David sin haber dado con éste. Saúl debió verse ocupado en sus guerras mientras el hijo de Isaí se refugiaba en el desierto de Judá. No hay que olvidar que cuando Saúl “reinó sobre Israel, hizo la guerra a todos los enemigos de entorno”, y que “la guerra contra los filisteos fue encarnizada, durante toda la vida de Saúl”. En I Samuel (23:25 al 28) se refiere que “Saúl salió con su gente en busca de David al desierto de Maón. Marchaba él por un lado de la montaña, y David y sus gentes, por el opuesto lado. Mientras se apresuraba David para escapar de Saúl, y éste y sus gentes perseguían a David y a los suyos para apoderarse de ellos, vino un mensajero a decir a Saúl: “Apresúrate, pues los filisteos han invadido la tierra”, y Saúl hubo de desistir de perseguir a David para salir al encuentro de los filisteos. Por eso se llama todavía hoy aquel lugar Roca de la Separación”. Ese parece ser el único momento en que Saúl estuvo persiguiendo en persona a su odiado yerno, hasta el detalle de que David y su gente “se apresuraban para escapar de Saúl” conviene con la verdad, pues el colérico rey debió mover grandes fuerzas para enfrentarlas a las del fugitivo, que sólo tenía consigo seiscientos hombres, y David era demasiado astuto para oponer tal número a las huestes del rey. Los dos episodios a que se alude al comenzar este capítulo son el de las cuevas de Engadí y el de la colina de Jaquila. En ambos, David tiene la vida de Saúl al alcance de su mano; en ambos perdona a Saúl y éste lo reconoce así y le llama “hijo mío”; en ambos marcha a la cabeza de tres mil hombres y tras haber sido perdonado por David habla con lengua de patriarca conmovido y se vuelve a sus reales suspendiendo la persecución. Ciertos detalles y las líneas generales de ambos episodios resultan demasiado parecidos para no suscitar sospechas. Es posible que haya algo de verdad en el fondo, por ejemplo que durante la persecución que debió ser interrumpida por la invasión filistea, Saúl anduviera a la cabeza 736

JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY de tres mil hombres y pasara tan cerca de la gente de David que ello diera origen a la leyenda que va a verse luego, expresada en dos formas diferentes, aunque muy parecidas. O, lo que también puede ser probable, que en dos ocasiones David tuviera en sus manos a enviados de Saúl o a personajes notables de su séquito y les perdonara la vida; en la voz de los seguidores de David esos dos personajes pudieron convertirse, con el tiempo, en el rey Saúl. La primera versión refiere que David estaba escondido en las cuevas de Engadí y que Saúl, que le perseguía por el roquedal de Jealim, se vio en el caso de entrar en “una caverna que allí habría, para hacer una necesidad”. Estaba haciéndola cuando llegó David, sin dejarse sentir, y cortó un pedazo del manto de Saúl. Dicen los textos que cuando el rey dejaba la caverna David le llamó, “echó rostro a tierra, prosternándose; y dijo luego a Saúl: ¿Por qué escuchas lo que te dicen algunos de que yo pretendo tu mal? Hoy ven tus ojos como Yavé te ha puesto en mis manos en la caverna; pero yo te he preservado, diciéndome: “No pondré yo mis manos sobre mi señor, que es el ungido de Yavé. ¡Mira, padre mío, mira! En mi mano tengo la orla de tu manto. Yo lo he cortado con mi mano; y cuando no te he matado, reconoce y comprende que no hay en mí maldad ni rebeldía y que no he pecado contra ti” (I Sam., 24: 9 al 13). En el episodio de Jaquila, Saúl, que también ha salido con tres mil hombres, como en el caso anterior, acampó para dormir, y estaba durmiendo cuando llegó David con algunos amigos. Uno de ellos quiso aprovechar la oportunidad y dar muerte a Saúl con la lanza del rey, que estaba clavada a su lado, en tierra, pero David no le dejó, diciendo que él jamás pondría las manos en el ungido de Yavé. Se alejaron de allí David y sus compañeros, pero se llevaron la lanza del rey y su jarro –como se había llevado David, en las cavernas de Engadí, un pedazo del manto real–, y desde la cumbre de una colina púsose David a gritar llamando a Abner, el jefe de las tropas de Saúl, para decirle que no sabía cuidar al rey. Saúl oyó las voces y reconoció a David, con quien tuvo un cambio de palabras similar al de las cuevas de Engadí. El yerno le gritó: “Aquí tienes tu lanza, rey. Que venga un mozo a buscarla; Yavé dará a cada uno según su justicia y su fidelidad. Hoy te ha puesto en mis manos, y yo no he querido alzar mi mano contra el ungido de Yavé”. Así habló David (I Sam., 26: 23), y ese “aquí tienes tu lanza” nos recuerda mucho el “en mi mano tengo la orla de tu manto” de la otra versión. El parecido no está sólo en las palabras de David. He aquí cómo contesta Saúl a su yerno en el episodio de Engadí: “¿Eres tú, hijo mío, David?” (I Sam., 24: 17). Y en el de Jaquila: “¿Eres tú, hijo mío, David?” (I Sam., 26: 17). En Engadí Saúl pide la bendición de Yavé para David y le anuncia que reinará en Israel; en Jaquila, le bendice y le asegura que será afortunado en todas sus empresas. Allí, Saúl se volvió a su casa y David y sus hombres subieron a un lugar fuerte; aquí, “David prosiguió su camino y Saúl se volvió a su casa”. Todo esto suena a falso, pero los autores de esas falsedades se atenían al carácter de David, pues de haber sucedido los hechos como están relatados, David habría podido actuar como se dice en esas páginas. Un instinto casi infalible le decía cuándo debía huir, cuándo atacar, cuándo aliarse con los enemigos y cuándo romper esas alianzas. Hasta en sus días últimos, ya anciano, encara la rebelión de su hijo Absalón con ese sentido de la oportunidad, y certeramente huye a tiempo de Jerusalén para organizar la resistencia y reconquistar el trono. Todo indica que si Saúl hubiera estado a su alcance en los días en que capitaneaba su banda por el desierto de Judá, David no le habría matado. Pues el hijo de Isaí sabía que su tiempo no había llegado aún. El tenía el arte de esperar y esperaba conscientemente. Ahora bien, no caigamos en apreciaciones erróneas. En este caso, como en muchos otros, se trataba de esperar, no de otra cosa. Pues si Saúl caía en las manos de David y éste no le 737

JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY<br />

<strong>de</strong> tres mil hombres y pasara tan cerca <strong>de</strong> la gente <strong>de</strong> David que ello diera origen a la leyenda<br />

que va a verse luego, expresada en dos formas diferentes, aunque muy parecidas. O, lo que<br />

también pue<strong>de</strong> ser probable, que en dos ocasiones David tuviera en sus manos a enviados <strong>de</strong><br />

Saúl o a personajes notables <strong>de</strong> su séquito y les perdonara la vida; en la voz <strong>de</strong> los seguidores<br />

<strong>de</strong> David esos dos personajes pudieron convertirse, con el tiempo, en el rey Saúl.<br />

La primera versión refiere que David estaba escondido en las cuevas <strong>de</strong> Engadí y que Saúl,<br />

que le perseguía por el roquedal <strong>de</strong> Jealim, se vio en el caso <strong>de</strong> entrar en “una caverna que allí<br />

habría, para hacer una necesidad”. Estaba haciéndola cuando llegó David, sin <strong>de</strong>jarse sentir, y<br />

cortó un pedazo <strong>de</strong>l manto <strong>de</strong> Saúl. Dicen los textos que cuando el rey <strong>de</strong>jaba la caverna David<br />

le llamó, “echó rostro a tierra, prosternándose; y dijo luego a Saúl: ¿Por qué escuchas lo que<br />

te dicen algunos <strong>de</strong> que yo pretendo tu mal? Hoy ven tus ojos como Yavé te ha puesto en mis<br />

manos en la caverna; pero yo te he preservado, diciéndome: “No pondré yo mis manos sobre<br />

mi señor, que es el ungido <strong>de</strong> Yavé. ¡Mira, padre mío, mira! En mi mano tengo la orla <strong>de</strong> tu<br />

manto. Yo lo he cortado con mi mano; y cuando no te he matado, reconoce y compren<strong>de</strong> que<br />

no hay en mí maldad ni rebeldía y que no he pecado contra ti” (I Sam., 24: 9 al 13).<br />

En el episodio <strong>de</strong> Jaquila, Saúl, que también ha salido con tres mil hombres, como en el caso<br />

anterior, acampó para dormir, y estaba durmiendo cuando llegó David con algunos amigos.<br />

Uno <strong>de</strong> ellos quiso aprovechar la oportunidad y dar muerte a Saúl con la lanza <strong>de</strong>l rey, que<br />

estaba clavada a su lado, en tierra, pero David no le <strong>de</strong>jó, diciendo que él jamás pondría las<br />

manos en el ungido <strong>de</strong> Yavé. Se alejaron <strong>de</strong> allí David y sus compañeros, pero se llevaron la<br />

lanza <strong>de</strong>l rey y su jarro –como se había llevado David, en las cavernas <strong>de</strong> Engadí, un pedazo<br />

<strong>de</strong>l manto real–, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cumbre <strong>de</strong> una colina púsose David a gritar llamando a Abner, el<br />

jefe <strong>de</strong> las tropas <strong>de</strong> Saúl, para <strong>de</strong>cirle que no sabía cuidar al rey. Saúl oyó las voces y reconoció<br />

a David, con quien tuvo un cambio <strong>de</strong> palabras similar al <strong>de</strong> las cuevas <strong>de</strong> Engadí. El yerno le<br />

gritó: “Aquí tienes tu lanza, rey. Que venga un mozo a buscarla; Yavé dará a cada uno según<br />

su justicia y su fi<strong>de</strong>lidad. Hoy te ha puesto en mis manos, y yo no he querido alzar mi mano<br />

contra el ungido <strong>de</strong> Yavé”. Así habló David (I Sam., 26: 23), y ese “aquí tienes tu lanza” nos<br />

recuerda mucho el “en mi mano tengo la orla <strong>de</strong> tu manto” <strong>de</strong> la otra versión.<br />

El parecido no está sólo en las palabras <strong>de</strong> David. He aquí cómo contesta Saúl a su yerno<br />

en el episodio <strong>de</strong> Engadí: “¿Eres tú, hijo mío, David?” (I Sam., 24: 17). Y en el <strong>de</strong> Jaquila: “¿Eres<br />

tú, hijo mío, David?” (I Sam., 26: 17). En Engadí Saúl pi<strong>de</strong> la bendición <strong>de</strong> Yavé para David<br />

y le anuncia que reinará en Israel; en Jaquila, le bendice y le asegura que será afortunado<br />

en todas sus empresas. Allí, Saúl se volvió a su casa y David y sus hombres subieron a un<br />

lugar fuerte; aquí, “David prosiguió su camino y Saúl se volvió a su casa”.<br />

Todo esto suena a falso, pero los autores <strong>de</strong> esas falseda<strong>de</strong>s se atenían al carácter <strong>de</strong> David,<br />

pues <strong>de</strong> haber sucedido los hechos como están relatados, David habría podido actuar<br />

como se dice en esas páginas. Un instinto casi infalible le <strong>de</strong>cía cuándo <strong>de</strong>bía huir, cuándo<br />

atacar, cuándo aliarse con los enemigos y cuándo romper esas alianzas. Hasta en sus días<br />

últimos, ya anciano, encara la rebelión <strong>de</strong> su hijo Absalón con ese sentido <strong>de</strong> la oportunidad,<br />

y certeramente huye a tiempo <strong>de</strong> Jerusalén para organizar la resistencia y reconquistar el<br />

trono. Todo indica que si Saúl hubiera estado a su alcance en los días en que capitaneaba su<br />

banda por el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> Judá, David no le habría matado. Pues el hijo <strong>de</strong> Isaí sabía que su<br />

tiempo no había llegado aún. El tenía el arte <strong>de</strong> esperar y esperaba conscientemente.<br />

Ahora bien, no caigamos en apreciaciones erróneas. En este caso, como en muchos otros,<br />

se trataba <strong>de</strong> esperar, no <strong>de</strong> otra cosa. Pues si Saúl caía en las manos <strong>de</strong> David y éste no le<br />

737

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!