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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

sus acompañantes en otro sitio. Inmediatamente, y alegando que <strong>de</strong>bía cumplir esa or<strong>de</strong>n<br />

real, reclamó ayuda en comida. No había allí qué comer, excepto los panes <strong>de</strong> la proposición.<br />

David los pidió con una osadía que sólo se explica si aceptamos que Ajimelec era un<br />

servidor <strong>de</strong>l rey. Creyéndole, Ajimelec le entregó los panes sagrados. Mil años más tar<strong>de</strong><br />

Jesús se referiría a este episodio justificando a David.<br />

No se conformó David con llevarse los panes <strong>de</strong> la proposición, sino que pidió a Ajimelec<br />

que consultara a Yavé para saber qué le esperaba, lo cual era en cierto sentido invocar<br />

la bendición <strong>de</strong> Yavé para el yerno <strong>de</strong> Saúl; y a<strong>de</strong>más pidió armas. Ajimelec le dijo que la<br />

única arma que había en el templo era la espada <strong>de</strong> Goliat; “allí la tienes, envuelta en un<br />

paño, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l efod; si ésa quieres, cógela, pues otra no hay”. “Ninguna mejor; dámela”,<br />

respondió David. Y partió inmediatamente hacia el sudoeste, en dirección <strong>de</strong> Gath. No podía<br />

per<strong>de</strong>r tiempo pues le iba en ello la vida.<br />

Según pensamos este hecho se da hacia el 1015 o hacia el 1014 A. <strong>de</strong> C. David <strong>de</strong>bía<br />

andar por los veintiséis años y Saúl por los sesentiséis. David <strong>de</strong>bía ser todavía “blondo, <strong>de</strong><br />

bella presencia”; pero el rey, ¿cómo era a esa edad? ¿Había canas en su pelo y en su barba?<br />

Su majestad natural, ¿había aumentado con el ejercicio <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r o había <strong>de</strong>saparecido a<br />

impulsos <strong>de</strong> los feroces celos que <strong>de</strong>formaban su alma?<br />

Cuando el edomita Doeg le llevó la noticia <strong>de</strong> que David había pasado por Nob, había<br />

estado en el templo, había recibido <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> Ajimelec los panes <strong>de</strong> la proposición y la<br />

espada <strong>de</strong> Goliat, y a<strong>de</strong>más que el sacerdote había consultado a Yavé para saber cómo le iría<br />

a David, el rey perdió la cabeza. Se hallaba “en Gueba, en el alto, bajo el tamarindo, con la<br />

lanza en la mano y ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> todos sus servidores”. Usando <strong>de</strong> su conocimiento <strong>de</strong>l corazón<br />

humano, Saúl hablaba así a los suyos: “Escuchad, benjaminitas: ¿Va a daros también a<br />

vosotros el hijo <strong>de</strong> Isaí campos y viñas y va a haceros a todos jefes <strong>de</strong> mil y jefes <strong>de</strong> ciento,<br />

para que así todos os hayáis conjurado contra mí y no haya nadie que me informe <strong>de</strong> que<br />

mi hijo se ha ligado con el hijo <strong>de</strong> Isaí, y nadie <strong>de</strong> vosotros se duela <strong>de</strong> mí y me advierta que<br />

mi hijo ha sublevado contra mí a un servidor mío, para que me tienda asechanzas, como<br />

está haciendo?” (I Samuel, 22:6 al 8).<br />

El rey, pues, acababa <strong>de</strong> saber que David había huido amparado por Jonatán, y su cólera<br />

aumentaba a medida que David se alejaba <strong>de</strong> él. Era lógico, pues Saúl era enérgico, pero<br />

intrínsecamente débil puesto que no tenía dominio sobre su alma, y en ese tipo <strong>de</strong> débiles la<br />

cólera penetra por los resquicios que <strong>de</strong>jan las quiebras <strong>de</strong>l carácter y se crece en espumarajos,<br />

como el agua <strong>de</strong>l mar entre los arrecifes. Con su <strong>de</strong>lirio <strong>de</strong> persecución excitado, incriminaba<br />

a todos los que le oían porque no le ayudaban a exterminar a David. En ese momento acertó<br />

a llegar Doeg y contó lo que había visto en Nob. El alma <strong>de</strong> Saúl se hallaba <strong>de</strong>sbordada, lista<br />

para el crimen. La llegada <strong>de</strong> Doeg fue, pues, fatalmente oportuna.<br />

Saúl or<strong>de</strong>nó buscar al sacerdote Ajimelec, y a todos los sacerdotes <strong>de</strong> Nob con él y a<br />

“toda la casa <strong>de</strong> su padre”. El rey preparaba un castigo ejemplar. En la locura que le aquejaba<br />

no comprendía que él mismo, con sus propias manos, estaba labrando la estatua <strong>de</strong><br />

David como futuro rey. En su obstinada persecución estaba haciendo <strong>de</strong> David el caudillo<br />

<strong>de</strong> todos aquellos que habían sido humillados, heridos o preteridos por él, pues el más<br />

violentamente odiado por el po<strong>de</strong>roso, ése acabará siendo la esperanza <strong>de</strong> sus perseguidos<br />

y <strong>de</strong> sus enemigos. Su odio era <strong>de</strong>masiado impetuoso y no le permitía darse cuenta <strong>de</strong> que<br />

todo rey tiene adversarios; la ley misma <strong>de</strong> la vida lo impone, ya que ninguna fuerza pue<strong>de</strong><br />

mantenerse si no va creando otras que se le opongan.<br />

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