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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES que el belemita dependió del hijo de Saúl. De parte de Jonatán tuvo que haber una admiración sincera y prolongada para el bisnieto de Ruth la moabita, puesto que no dede quererle ni cuando más encarnizada y peligrosa era la persecución de Saúl contra David. Parece que de parte de David hubo también amor por Jonatán, puesto que a su muerte compuso cánticos y después favoreció a un hijo suyo. Pero no podemos asegurarlo. En los hechos de David tiene gran papel la conveniencia política, y políticamente convenía al perseguido de Saúl mostrar cariño por el recuerdo de Jonatán, el desdichado heredero del reinado que murió en Gélboe junto a su padre, el malogrado héroe de Gueba de Benjamín a quien el rey quiso dar muerte un día contra la voluntad del pueblo. Jonatán fue muy querido de todo Israel, y rendía provecho honrar su memoria y favorecer a su hijo. La figura de David comenzó a crecer, no sabemos si por haberse revelado de golpe, mediante algún sobresaliente hecho de armas, o porque poco a poco fue adquiriendo destreza guerrera hasta alcanzar la popularidad y el cariño de Israel. Las repetidas, pero cortas y confusas referencias a su progresiva popularidad, dan idea de que su estrella ascendía sin cesar. Es probable que nunca lleguemos a saber cuánto tardó en sobresalir; de ahí que sólo podamos suponer que un tiempo después de haber entrado al servicio de Saúl –al año, a los dos años, a los tres–, David ben Isaí se distinguía entre los seguidores del rey como un astro con luz propia. Ahora bien, esa distinción tenía un precio: había que sufrir la suspicacia de Saúl. El hijo de Quis, primer rey en un país sin tradición monárquica, temía perder su corona a manos de otro caudillo. El hijo de Quis padecía manía persecutoria. David, pues, debía despertar necesariamente los celos de Saúl. Es posible que la ambición política de David haya tomado cuerpo muy temprano, y no sería dudoso que, siendo todavía joven y por tanto sin experiencia, la dejara manifestarse alguna que otra vez. Sin ambición política nunca habría él podido resistir una situación tan difícil y tan falsa como la que se le presenta a un joven capitán afortunado cuando advierte que a su jefe no le agradan sus victorias. Lo que más estimula al subordinado que hace la guerra es la aprobación de su superior, y ésa es la razón de que se hayan establecido las citaciones y se concedan medallas. Si lo que busca el soldado es vencer al enemigo en el campo de batalla, y lo vence una y otra vez sin que su superior le muestre aprecio, su moral debe resentirse. Para que resista debe haber otro estímulo. Saúl sospechaba de David; las victorias del belemita causaban dolor al rey. Si a pesar de eso David siguió ganando batallas, ¿no sería porque desde temprano se dio cuenta de que él tenía condiciones para ser rey a su tiempo? Uno de sus hermanos conocía “el orgullo y la malicia de su corazón”. ¿Qué quería decir eso? ¿Mostró David desde sus primeros años ambiciones de mando y capacidad para conquistarlo? No hay dudas de que Saúl era un enfermo del alma, más he aquí que el objeto de sus sospechas fue David, y no otro de sus capitanes. Abner, el jefe de sus fuerzas, si bien era su familiar, no despertó sus celos. ¿Dio David pie para las suspicacias de Saúl? La lucha del rey contra su capitán se manifestó de manera gradual; su odio hacia David fue creciendo en forma incontenible hasta llevarle a la decisión de darle muerte. Pero al principio trató de deshacerse de él por medios indirectos. Dado que David volvía de los combates siempre victorioso y cada vez más querido de sus hombres, Saúl resolvió hacerle jefe de millar. Era una manera aparente de reconocer sus servicios y de estimular su arrojo y capacidad, pero sólo aparente, puesto que al elevarle de posición le comprometía a guerrear más y a exponerse, por tanto, más. 722

JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY Hecho jefe de millar, las obligaciones militares de David le ocupaban más tiempo y le mantenían fuera del círculo real. Al parecer, Saúl temía que David le socavara el trono entre sus hombres de confianza, y quería tenerle distante de sí. “Alejóle de sí, haciéndole jefe de millar, y David entraba y salía a la vista de todo el pueblo; en todas sus empresas se mostró acertado, porque Yavé estaba con él. Vio, pues, Saúl que era muy precavido, y le temía. Todo Israel y todo Judá amaba a David” (I Sam., 18:12 al 16). La suspicacia de Saúl, aún no estando enfermo del ánimo, no podía amenguarse. Pues hizo al sospecho jefe de millar para alejarle y comprometerle, y sucedía que el nuevo cargo aumentaba su prestigio sin ponerle en peligro. La estrella de David seguía ascendiendo y creciendo en esplendor. La manera menos comprometida de quitarse de delante la odiada imagen era lanzándole a morir en un combate. Eso explica por qué Saúl se decía: “No quiero poner mis manos sobre él: que le maten las de los filisteos” (I Sam., 18:17). Ahora bien, David no moría a manos de los filisteos. Ni siquiera volvía herido o derrotado. La manía persecutoria de Saúl fue tomando cuerpo. Aquel hombre violento, que había pasado inesperadamente de labriego a rey, sabía que él no había recibido la dignidad real en herencia, y por tanto debía temer que se la arrebataran tan súbitamente como la había recibido. Si para entonces se había dado su ruptura con Samuel, ¿no viviría con miedo de que el anciano hallara un pretexto para despojarle de la corona, predicando contra él en todo Israel? Ya el pueblo se había acostumbrado a la monarquía y aún vivía el profeta de Yavé que ungió al primer rey. Para Saúl debía ser motivo de gran alarma que en Israel apareciera alguien con categoría suficiente para sustituirle. Poco a poco, David fue convirtiéndose en la encarnación de los temores de Saúl. Es de imaginarse que día tras día el celoso rey debía oír elogios de David; que a menudo sorprendería conversaciones de sus guerreros encomiando el valor y la prudencia de su capitán. Su propio hijo Jonatán le mostraba singular aprecio. David era atractivo, de rostro bien formado, de ojos hermosos, de bella presencia. No tenía la estatura majestuosa de Saúl, pero algo habría en él capaz de impresionar tanto como el tamaño del rey. Sabía combatir y hacerse querer de sus hombres. Manejaba la espada y además tañía el arpa; improvisaba cánticos y era joven, mucho más joven que Saúl. Al principio, éste debió sentir sólo celos, pero al cabo del tiempo, a medida que iba creciendo la popularidad de David, ¡cómo no padecería el corazón del rey observando que los elogios de los guerreros, primero, y los de las multitudes después, se desviaban de él hacia David! Pues sucedió que cierta vez, probablemente volviendo de la guerra juntos Saúl y su capitán, las mujeres no aclamaron a Saúl sino a David; es más, ridiculizaron a Saúl para destacar a David. Este episodio está relatado en I Samuel (18:6 al 9) situándolo a seguidas del combate librado por David contra Goliat. Pero debe haberse producido en época tan tardía como después del matrimonio de David con Micol, la hija de Saúl. Pues David llegó a ser yerno de Saúl. Quizá en su empeño de no mostrarse a los ojos del pueblo como celoso de David, o temeroso de declararlo su enemigo, Saúl se vio en el caso de ir confiriendo poder a David; y así como lo hizo jefe de millar, sin duda que con el plan de causarle perjuicios por manos de los filisteos, así decidió dar un paso más allá y le ofreció a su hija mayor como esposa. No es posible imaginar, siquiera, si al proponerla que se casara con una de sus hijas, el rey quiso probar a David o comprometerle ante el círculo real presentándole como un ambicioso. Si perseguía los dos fines, o uno solo, falló, pues David eludió la trampa. Saúl 723

JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY<br />

Hecho jefe <strong>de</strong> millar, las obligaciones militares <strong>de</strong> David le ocupaban más tiempo y le<br />

mantenían fuera <strong>de</strong>l círculo real. Al parecer, Saúl temía que David le socavara el trono entre<br />

sus hombres <strong>de</strong> confianza, y quería tenerle distante <strong>de</strong> sí. “Alejóle <strong>de</strong> sí, haciéndole jefe <strong>de</strong><br />

millar, y David entraba y salía a la vista <strong>de</strong> todo el pueblo; en todas sus empresas se mostró<br />

acertado, porque Yavé estaba con él. Vio, pues, Saúl que era muy precavido, y le temía. Todo<br />

Israel y todo Judá amaba a David” (I Sam., 18:12 al 16).<br />

La suspicacia <strong>de</strong> Saúl, aún no estando enfermo <strong>de</strong>l ánimo, no podía amenguarse. Pues<br />

hizo al sospecho jefe <strong>de</strong> millar para alejarle y comprometerle, y sucedía que el nuevo cargo<br />

aumentaba su prestigio sin ponerle en peligro. La estrella <strong>de</strong> David seguía ascendiendo y<br />

creciendo en esplendor. La manera menos comprometida <strong>de</strong> quitarse <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante la odiada<br />

imagen era lanzándole a morir en un combate. Eso explica por qué Saúl se <strong>de</strong>cía: “No quiero<br />

poner mis manos sobre él: que le maten las <strong>de</strong> los filisteos” (I Sam., 18:17). Ahora bien, David<br />

no moría a manos <strong>de</strong> los filisteos. Ni siquiera volvía herido o <strong>de</strong>rrotado.<br />

La manía persecutoria <strong>de</strong> Saúl fue tomando cuerpo. Aquel hombre violento, que había<br />

pasado inesperadamente <strong>de</strong> labriego a rey, sabía que él no había recibido la dignidad real<br />

en herencia, y por tanto <strong>de</strong>bía temer que se la arrebataran tan súbitamente como la había<br />

recibido. Si para entonces se había dado su ruptura con Samuel, ¿no viviría con miedo <strong>de</strong><br />

que el anciano hallara un pretexto para <strong>de</strong>spojarle <strong>de</strong> la corona, predicando contra él en todo<br />

Israel? Ya el pueblo se había acostumbrado a la monarquía y aún vivía el profeta <strong>de</strong> Yavé<br />

que ungió al primer rey. Para Saúl <strong>de</strong>bía ser motivo <strong>de</strong> gran alarma que en Israel apareciera<br />

alguien con categoría suficiente para sustituirle.<br />

Poco a poco, David fue convirtiéndose en la encarnación <strong>de</strong> los temores <strong>de</strong> Saúl. Es <strong>de</strong><br />

imaginarse que día tras día el celoso rey <strong>de</strong>bía oír elogios <strong>de</strong> David; que a menudo sorpren<strong>de</strong>ría<br />

conversaciones <strong>de</strong> sus guerreros encomiando el valor y la pru<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> su capitán. Su<br />

propio hijo Jonatán le mostraba singular aprecio. David era atractivo, <strong>de</strong> rostro bien formado,<br />

<strong>de</strong> ojos hermosos, <strong>de</strong> bella presencia. No tenía la estatura majestuosa <strong>de</strong> Saúl, pero algo habría<br />

en él capaz <strong>de</strong> impresionar tanto como el tamaño <strong>de</strong>l rey. Sabía combatir y hacerse querer <strong>de</strong><br />

sus hombres. Manejaba la espada y a<strong>de</strong>más tañía el arpa; improvisaba cánticos y era joven,<br />

mucho más joven que Saúl. Al principio, éste <strong>de</strong>bió sentir sólo celos, pero al cabo <strong>de</strong>l tiempo,<br />

a medida que iba creciendo la popularidad <strong>de</strong> David, ¡cómo no pa<strong>de</strong>cería el corazón <strong>de</strong>l<br />

rey observando que los elogios <strong>de</strong> los guerreros, primero, y los <strong>de</strong> las multitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong>spués,<br />

se <strong>de</strong>sviaban <strong>de</strong> él hacia David! Pues sucedió que cierta vez, probablemente volviendo <strong>de</strong><br />

la guerra juntos Saúl y su capitán, las mujeres no aclamaron a Saúl sino a David; es más,<br />

ridiculizaron a Saúl para <strong>de</strong>stacar a David.<br />

Este episodio está relatado en I Samuel (18:6 al 9) situándolo a seguidas <strong>de</strong>l combate<br />

librado por David contra Goliat. Pero <strong>de</strong>be haberse producido en época tan tardía como<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l matrimonio <strong>de</strong> David con Micol, la hija <strong>de</strong> Saúl.<br />

Pues David llegó a ser yerno <strong>de</strong> Saúl. Quizá en su empeño <strong>de</strong> no mostrarse a los ojos<br />

<strong>de</strong>l pueblo como celoso <strong>de</strong> David, o temeroso <strong>de</strong> <strong>de</strong>clararlo su enemigo, Saúl se vio en el<br />

caso <strong>de</strong> ir confiriendo po<strong>de</strong>r a David; y así como lo hizo jefe <strong>de</strong> millar, sin duda que con el<br />

plan <strong>de</strong> causarle perjuicios por manos <strong>de</strong> los filisteos, así <strong>de</strong>cidió dar un paso más allá y le<br />

ofreció a su hija mayor como esposa.<br />

No es posible imaginar, siquiera, si al proponerla que se casara con una <strong>de</strong> sus hijas,<br />

el rey quiso probar a David o comprometerle ante el círculo real presentándole como un<br />

ambicioso. Si perseguía los dos fines, o uno solo, falló, pues David eludió la trampa. Saúl<br />

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