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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES acción. El anciano Elí, de noventa y ocho años, de vida noble aunque de carácter débil, oyó al fúnebre mensajero decir que el Arca estaba en manos de los filisteos. Elí, que se hallaba sentado junto a la puerta, cayó de espaldas, con todo y asiento, fulminado por la tremenda nueva; se desnucó y murió. A partir de ese momento la judicatura caería sobre los hombres de Samuel, y los pueblos de Israel bajo el gobierno de los filisteos. Este parece ser el momento en que más bajo se halló el pueblo elegido desde los días en que Moisés lo acaudilla para sacarlo de Egipto, y vale la pena señalarlo porque debido a uno de esos fenómenos en que tan rica es la historia, precisamente en él comenzaría a formarse el sentimiento nacional que iba a producir en David a un jefe extraordinario. La raíz visible de ese sentimiento nacional se llamó Samuel ben Elcana, pero la savia que la hizo poderosa venía de muy lejos; era una regla de conducta, una corriente que circulaba por todo el cuerpo de Israel y galvanizaba a los mejores de sus hombres. Samuel ben Elcana fue el último juez de Israel, esto es, el último de sus jefes religiosos que en cierto sentido eran también jefes políticos; y fue a él a quien le tocó llevar al pueblo de la judicatura a la monarquía, en un tránsito cargado de peligros. Aunque nada impedía que la judicatura fuera traspasada a un hijo, no era hereditaria; en cambio, la monarquía sí. Al juez le tocaba no sólo ser el intermediario entre el pueblo y Yavé, sino además impartir justicia. El monarca, en cambio, tendría que hacer justicia y dejar en mano del sumo sacerdote la intermediación ante Yavé. Pero además, el rey debía ser caudillo militar, y en ese sentido tendría sobre la población una potestad que nunca habían tenido los jueces. La corta experiencia de Israel en cambios como el que iba a darse bajo el cuidado de Samuel no era halagadora. Israel se había asomado a la monarquía en tiempos de Gedeón, a quien se quiso proclamar rey, y de su hijo Amibelec, que fue proclamado como tal después de haber dado muerte a setenta de sus hermanos, a quienes el padre había designado herederos en conjunto de la dignidad real. Amibelec murió en un asalto a Thebes, en lucha con los partidarios de sus hermanos muertos, y con él se disiparon las posibilidades de un reinado en Israel. Entre la muerte de Amibelec y la aparición de Elí debe haber alrededor de un siglo. En materia cronológica, tratándose de esos tiempos en Israel, hay que hablar así, diciendo “alrededor de” o “más o menos”. El terreno comienza a ser algo más firme en los tiempos de la unción de Saúl como rey, que son también los del nacimiento de David ben Isaí. Por ejemplo, no sabemos cuántos años transcurrieron entre el momento en que Elí fue exaltado a la judicatura y aquel en que Samuel renunció a ella al establecerse la monarquía con Saúl como el primero de los reyes. Pero es indudable que lo menos que puede atribuirse a las judicaturas sumadas de Elí y de Samuel es medio siglo; de donde tendríamos que de la pasajera monarquía de Amibelec a la que estableció Samuel cuando ungió rey a Saúl ben Quis, hay no menos de ciento cincuenta años. El recuerdo de aquel suceso se había perdido, pues, en Israel, a pesar de que pocos pueblos llevaban cuentas tan claras de su pasado, como ése que se consideraba el preferido de Yavé. Samuel resultó un juez notable por muchos conceptos, y no es una virtud cualquiera, entre las muchas que tuvo, la de la prudencia. Fue prudente en grado sumo y sin confusiones, pues lo fue sin mengua de la energía, que supo usar cuando hizo falta. Los textos dan fe de que él no era partidario de la monarquía, pero cuando los ancianos le pidieron un rey y le adujeron que lo necesitaban para que los encabezara en la lucha contra los filisteos, el probo juez se plegó a esa demanda y sirvió a la nueva causa con lealtad, sin perder por ello su independencia de juicio. 694

JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY La unificación política de las tribus de Israel debía hacerse bajo un jefe. Pero un jefe que además de hacer la guerra contra los filisteos pudiera organizar el Estado y mantener su integridad en el tiempo transmitiendo a sus herederos la potestad de gobernar. La monarquía era un paso de avance en la historia de Israel, un paso necesario, que debía darse sin demora. Venía impuesto por muchas razones, y las principales eran que Israel ocupaba una tierra conquistada, y por tanto todavía codiciada; que se hallaba, rodeado de enemigos, filisteos, idumeos ammonitas, amalecitas; y por último, que la monarquía era tradicional entre los pueblos orientales, de los cuales provenía Israel. Ahora bien, para implantarla entre los descendientes de Moisés tenía que ser prohijada por alguien que fuera universalmente respetado en las doce tribus. Samuel, una vez convencido, asumió la responsabilidad de apadrinar la nueva forma de gobierno. Tal vez quiso la monarquía para sí, pero parece que él fue uno de esos contados grandes conductores de pueblos que se conocieron a sí mismos, y sabía que él no estaba llamado a acaudillar a Israel en las batallas. La judicatura de Samuel se inició en la hora más negra de Israel, cuando el pueblo de Yavé resultó tan desastrosamente derrotado por los filisteos y el Arca perdida en manos del enemigo. Es imposible colegir, siquiera, qué edad tenía Samuel entonces. Pero su prestigio era ya grande y se le tenía por “hombre de Yavé”, esto es, por un señalado de Dios. El caso es que cualquiera que fuera su edad Samuel, actuó con entereza e inteligencia. Puesto, por la fuerza de las circunstancias, en la jefatura de su pueblo, lo condujo bien; no se entregó al filisteo ni se entendió con él; no se refugió en su tarea sacerdotal con exclusión de sus deberes de otra índole, cosa que por lo demás le impedía la tradición visto que ser juez de Israel equivalía a ser su defensor; no se alejó de su rebaño, sino que lo unió entorno a la idea central de que era un pueblo elegido por Yavé y a Yavé se debía. Oyó a los ancianos, anciano él ya también, y buscó un rey que llevara a los suyos a la victoria; y cuando ese rey, Saúl, comenzó a dar muestras de no ser aquel que Israel merecía, él, Samuel, sumo sacerdote todavía, no renegó de la monarquía 1 . Fue una gran figura ese Samuel, cuya imagen se ve en el trasfondo de la historia como la de un padre cargado de bondad y de paciencia, de firmeza y de comprensión, que no rehuye su deber ni se deja amilanar por los fracasos. Sin Samuel no habría habido David, y sin David otro hubiera sido el destino de Israel. Carecemos de datos que nos permitan conocer la situación económica de la tierra prometida por esos días. En general, carecemos de datos sobre cualquier tiempo en esos años, sí se exceptúa alguna que otra referencia a malas cosechas, a plagas, a sequías o a guerras. Pero podemos hacer una breve exposición sobre aspectos de la vida de Israel por la época de Samuel. En primer lugar, advertimos que el pueblo elegido no estaba unido ni siquiera en el orden religioso. Debido a muchas causas, la religión yaveísta no había logrado extenderse a la totalidad de los descendientes de Jacob. Moisés vivió en lucha con ellos para alcanzar ese objetivo, y jamás lo consiguió. Desde que se pone al frente de Israel en Egipto, hasta que muere en el umbral de las tierras de Canaán, todas las fuerzas de Moisés están dedicadas a obtener una fuerte unidad religiosa entre los judíos. Derrama amenazas, castigos, invocaciones, órdenes, súplicas para que su pueblo se atenga sólo a la ley de Yavé, a la adoración de 1 Llamamos a Samuel y a Elí “sumos sacerdotes” para definir de algún modo sus funciones como las figuras más destacadas del culto. Pero no hubo propiamente sumo sacerdote en Israel en toda la época a que nos referimos en este libro, sino jefes espirituales. 695

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

acción. El anciano Elí, <strong>de</strong> noventa y ocho años, <strong>de</strong> vida noble aunque <strong>de</strong> carácter débil, oyó<br />

al fúnebre mensajero <strong>de</strong>cir que el Arca estaba en manos <strong>de</strong> los filisteos. Elí, que se hallaba<br />

sentado junto a la puerta, cayó <strong>de</strong> espaldas, con todo y asiento, fulminado por la tremenda<br />

nueva; se <strong>de</strong>snucó y murió. A partir <strong>de</strong> ese momento la judicatura caería sobre los hombres<br />

<strong>de</strong> Samuel, y los pueblos <strong>de</strong> Israel bajo el gobierno <strong>de</strong> los filisteos.<br />

Este parece ser el momento en que más bajo se halló el pueblo elegido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los días en<br />

que Moisés lo acaudilla para sacarlo <strong>de</strong> Egipto, y vale la pena señalarlo porque <strong>de</strong>bido a uno<br />

<strong>de</strong> esos fenómenos en que tan rica es la historia, precisamente en él comenzaría a formarse<br />

el sentimiento nacional que iba a producir en David a un jefe extraordinario. La raíz visible<br />

<strong>de</strong> ese sentimiento nacional se llamó Samuel ben Elcana, pero la savia que la hizo po<strong>de</strong>rosa<br />

venía <strong>de</strong> muy lejos; era una regla <strong>de</strong> conducta, una corriente que circulaba por todo el cuerpo<br />

<strong>de</strong> Israel y galvanizaba a los mejores <strong>de</strong> sus hombres.<br />

Samuel ben Elcana fue el último juez <strong>de</strong> Israel, esto es, el último <strong>de</strong> sus jefes religiosos<br />

que en cierto sentido eran también jefes políticos; y fue a él a quien le tocó llevar al pueblo<br />

<strong>de</strong> la judicatura a la monarquía, en un tránsito cargado <strong>de</strong> peligros. Aunque nada impedía<br />

que la judicatura fuera traspasada a un hijo, no era hereditaria; en cambio, la monarquía sí.<br />

Al juez le tocaba no sólo ser el intermediario entre el pueblo y Yavé, sino a<strong>de</strong>más impartir<br />

justicia. El monarca, en cambio, tendría que hacer justicia y <strong>de</strong>jar en mano <strong>de</strong>l sumo sacerdote<br />

la intermediación ante Yavé. Pero a<strong>de</strong>más, el rey <strong>de</strong>bía ser caudillo militar, y en ese sentido<br />

tendría sobre la población una potestad que nunca habían tenido los jueces.<br />

La corta experiencia <strong>de</strong> Israel en cambios como el que iba a darse bajo el cuidado <strong>de</strong> Samuel<br />

no era halagadora. Israel se había asomado a la monarquía en tiempos <strong>de</strong> Ge<strong>de</strong>ón, a quien se<br />

quiso proclamar rey, y <strong>de</strong> su hijo Amibelec, que fue proclamado como tal <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber dado<br />

muerte a setenta <strong>de</strong> sus hermanos, a quienes el padre había <strong>de</strong>signado here<strong>de</strong>ros en conjunto<br />

<strong>de</strong> la dignidad real. Amibelec murió en un asalto a Thebes, en lucha con los partidarios <strong>de</strong> sus<br />

hermanos muertos, y con él se disiparon las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> un reinado en Israel.<br />

Entre la muerte <strong>de</strong> Amibelec y la aparición <strong>de</strong> Elí <strong>de</strong>be haber alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un siglo.<br />

En materia cronológica, tratándose <strong>de</strong> esos tiempos en Israel, hay que hablar así, diciendo<br />

“alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>” o “más o menos”. El terreno comienza a ser algo más firme en los tiempos<br />

<strong>de</strong> la unción <strong>de</strong> Saúl como rey, que son también los <strong>de</strong>l nacimiento <strong>de</strong> David ben Isaí. Por<br />

ejemplo, no sabemos cuántos años transcurrieron entre el momento en que Elí fue exaltado<br />

a la judicatura y aquel en que Samuel renunció a ella al establecerse la monarquía con Saúl<br />

como el primero <strong>de</strong> los reyes. Pero es indudable que lo menos que pue<strong>de</strong> atribuirse a las<br />

judicaturas sumadas <strong>de</strong> Elí y <strong>de</strong> Samuel es medio siglo; <strong>de</strong> don<strong>de</strong> tendríamos que <strong>de</strong> la pasajera<br />

monarquía <strong>de</strong> Amibelec a la que estableció Samuel cuando ungió rey a Saúl ben Quis,<br />

hay no menos <strong>de</strong> ciento cincuenta años. El recuerdo <strong>de</strong> aquel suceso se había perdido, pues,<br />

en Israel, a pesar <strong>de</strong> que pocos pueblos llevaban cuentas tan claras <strong>de</strong> su pasado, como ése<br />

que se consi<strong>de</strong>raba el preferido <strong>de</strong> Yavé.<br />

Samuel resultó un juez notable por muchos conceptos, y no es una virtud cualquiera,<br />

entre las muchas que tuvo, la <strong>de</strong> la pru<strong>de</strong>ncia. Fue pru<strong>de</strong>nte en grado sumo y sin confusiones,<br />

pues lo fue sin mengua <strong>de</strong> la energía, que supo usar cuando hizo falta. Los textos dan<br />

fe <strong>de</strong> que él no era partidario <strong>de</strong> la monarquía, pero cuando los ancianos le pidieron un rey<br />

y le adujeron que lo necesitaban para que los encabezara en la lucha contra los filisteos, el<br />

probo juez se plegó a esa <strong>de</strong>manda y sirvió a la nueva causa con lealtad, sin per<strong>de</strong>r por ello<br />

su in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> juicio.<br />

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