Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

banreservas.com.do
from banreservas.com.do More from this publisher
23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES En cuanto al temor de las persecuciones, nada más revestido de prudencia como resignarse –sin provocar ni claudicar– a las peligrosas circunstancias imperantes. Si yo no me hubiese resignado a soportar enhiestamente las contingencias de ese feroz despotismo cuyos abusos de poder escapaban al control de mi propia voluntad; si yo no hubiera optado por mantener indoblegable, a todo trance, la integridad de mis convicciones y principios (tercamente, pero limpia de los lisios del odio y también de los alardes provocativos), en actitud que puso esos principios y esas convicciones por encima de las conveniencias materiales, de la vigencia de mi libertad personal y aún de la seguridad de mi vida, hoy arrastraría una cola más o menos larga que los ensañados de siempre me podrían pisar. Esos sacrificios son de dureza extrema; pero a la postre pagan en satisfacciones de la conciencia ética. Días más tarde, por tercera vez, mi hermano renovó el apremiante mensaje de Juan Bosch. Mi respuesta fue también la misma: —”¡Anjá!”. Para un hombre de la comprensiva inteligencia de Juanito, pensé que no podía ser más clara y significativa es respuesta. Al menos así lo esperaba yo. Los hechos subsiguientes me indujeron a pensar que el abrumado Secretario del Partido Dominicano –la misma persona a quien por sabérsele mi amigo probablemente se le sospechaba de estar actuando como mi elusivo encubridor– lo querían probar empujándolo a la personal confrontación conmigo. Esa tarde llegué adelantado a mi despacho de la San Rafael. Se habían acumulado algunos expedientes que reclamaban rápida atención. Cuando llegué encontré parado en la puerta, en mi espera, a mi amigo Juan Bosch. Yo me había provisto en el trayecto de un par de puros de calidad tan excelente que bien podían competir con los habanos. Descendí del automóvil, saludé efusivamente a Juanito y le obsequié el cigarro que no había encendido. Subimos, silenciosos, las escaleras; y una vez en mi despacho, presagiando algún motivo ingrato, le dije con afecto: —”Siéntate, Juanito”. Y al punto agregué: —”¿A qué debo el placer de tu visita?”. Juan me miró fijamente con sus ojos de mirada inteligente; y tras breve pausa repitió con lujo de detalles lo mismo que ya, sucintamente, me había comunicado a través de mi hermano Rafael Américo. —”Juanito” –le expliqué–, “yo no he dejado de inscribirme por olvido ni por negligencia, sino por irrevocable y reflexiva decisión… No me he inscrito, no me inscribo y no me inscribiré”. Juanito me escuchó visiblemente emocionado. No dijo nada; pero parecía conturbado. Me estrechó la mano y partió. No habría avanzado más de seis u ocho pasos cuando percibí la reversión de sus pisadas. Me dirigí a la puerta que daba al pasillo de salida para recibirle nuevamente. Pero él se adelantó. Me tendió la mano, apretó mi diestra; y con patético aspecto que jamás olvidaré, exclamó: —”¡Por un hombre como usted daría yo hasta la última gota de mi sangre!”. Nunca he sabido si Don Juan, hombre de mente memoriosa, habrá olvidado ese patético momento que mi corazón por siempre ha conservado. ¡Ha pasado ya tanto tiempo! Y bien sabido es que tempus edax rerum… 664

La Reelección ENRIQUE APOLINAR HENRÍQUEZ | REMINISCENCIAS Y EVOCACIONES Presidía yo la compañía de seguros contra accidentes del trabajo, San Rafael, cuando una mañana de las postrimerías del año 1933 o ya en los albores del siguiente año, el Vicepresidente de la misma empresa –Miguel Garrigosa hijo– ingresó en mi despacho, se detuvo un instante, como si solicitara superflua anuencia; y desplegando significativa sonrisa, expresiva de algo inexpresado, avanzó hacia mí, se apoyó en el escritorio que nos separaba y me entregó un pliego que en su diestra sustentaba. —“¿Qué es esto, Miguel?”. —”Léelo”, me respondió. Lo leí. Era una petición instando al Presidente de la República, General Rafael Leonidas Trujillo, a aceptar su reelección como mandatario ejecutivo del gobierno nacional. El destinatario había asumido ante la opinión pública el compromiso moral, formalmente expresado, de no continuarse en el poder. No era ésa, desde luego, una profesión sincera. Sólo una táctica de apaciguamiento temporal. La empeñada palabra de los políticos despojados, como él, de éticos escrúpulos y elevadas convicciones, son como brizna ingrávida que el viento de las ambiciones egoístas se la lleva. Nunca faltan, llegado el caso, sofísticas argucias para justificar el desvío de la retractación. Se alegará, por ejemplo, que ceder a los reclamos de la voz popular, al demandar esa voz el sacrificio representado por la continuación en el poder, es patriótico deber y no codiciosa revocación del contraído compromiso abnegatorio. Hipócritamente recatado detrás de bambalinas el déspota se había dado a promover el movimiento popular que había de reclamar de él la sumisión al sacrificio de su continuismo en la función de gobernar el país durante un nuevo período administrativo. A ese fin tendía el documento que mi viejo amigo y compañero de labores, Miguel Garrigosa hijo, había puesto en mis manos. Cual si hubiese venido a mí en consulta, le dije: —”¿Qué quieres que te aconseje? Si firmar es tu disposición, firma”. —”No es mi firma la que se busca, Quiqui’; es la tuya”. —”¿La mía, Miguel?” Y al punto agregué inquisitivamente: —”¿Quién trajo ese documento?”. —”Hipólito Dubreil y Manuel Alfaro Reyes. Ambos están en mi despacho”. —”¿Se espera, Miguel, que yo abjure mis principios firmando semejante petición? Yo jamás he derogado las normas de conducta que regulan mi vida de hombre y ciudadano. En consecuencia, nunca he abogado ni jamás abogaré en favor del continuismo 1 de ningún mandatario ejecutivo, por excelente que haya sido su gestión gubernativa; y como yo no rescindo mis principios, no puedo firmar semejante petición”. Yo dudaba que Miguel, Dubreil y Alfaro Reyes hubiesen esperado de mí postura diferente. Me infundió esta duda la enigmática sonrisa de Miguel y me la fortaleció el hecho de que siendo amigos míos, en vez de establecer contacto directo conmigo, Alfaro Reyes y Dubreil prefiriesen utilizar la vía indirecta de un intermediario. Nada se perdía, empero, con realizar la gestión cometida; y siempre hay un aliento de esperanza, en cambio, en las contingencias aleatorias. ¿Y si vencido por las tentaciones de la 1 Cierto amigo, que leyó esta reminiscencia (ya antes publicada) me arguyó que establecía contradicción con mis puntos de vista posteriormente expresados. No hay tal contradicción. Hay continuismo cuando, como en los repetidos casos de Trujillo, los comicios –por falta de auténtica libertad electoral– son una farsa. Cuando la soberanía popular se manifiesta en absoluta sinceridad y libertad, no hay continuismo. Hay reelección, tal y como la hubo en el caso de la repostulación del Presidente Balaguer. 665

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

En cuanto al temor <strong>de</strong> las persecuciones, nada más revestido <strong>de</strong> pru<strong>de</strong>ncia como resignarse<br />

–sin provocar ni claudicar– a las peligrosas circunstancias imperantes. Si yo no me hubiese<br />

resignado a soportar enhiestamente las contingencias <strong>de</strong> ese feroz <strong>de</strong>spotismo cuyos abusos<br />

<strong>de</strong> po<strong>de</strong>r escapaban al control <strong>de</strong> mi propia voluntad; si yo no hubiera optado por mantener<br />

indoblegable, a todo trance, la integridad <strong>de</strong> mis convicciones y principios (tercamente, pero<br />

limpia <strong>de</strong> los lisios <strong>de</strong>l odio y también <strong>de</strong> los alar<strong>de</strong>s provocativos), en actitud que puso esos<br />

principios y esas convicciones por encima <strong>de</strong> las conveniencias materiales, <strong>de</strong> la vigencia <strong>de</strong><br />

mi libertad personal y aún <strong>de</strong> la seguridad <strong>de</strong> mi vida, hoy arrastraría una cola más o menos<br />

larga que los ensañados <strong>de</strong> siempre me podrían pisar. Esos sacrificios son <strong>de</strong> dureza extrema;<br />

pero a la postre pagan en satisfacciones <strong>de</strong> la conciencia ética.<br />

<br />

Días más tar<strong>de</strong>, por tercera vez, mi hermano renovó el apremiante mensaje <strong>de</strong> Juan<br />

Bosch. Mi respuesta fue también la misma:<br />

—”¡Anjá!”.<br />

Para un hombre <strong>de</strong> la comprensiva inteligencia <strong>de</strong> Juanito, pensé que no podía ser más<br />

clara y significativa es respuesta. Al menos así lo esperaba yo.<br />

Los hechos subsiguientes me indujeron a pensar que el abrumado Secretario <strong>de</strong>l Partido<br />

Dominicano –la misma persona a quien por sabérsele mi amigo probablemente se le sospechaba<br />

<strong>de</strong> estar actuando como mi elusivo encubridor– lo querían probar empujándolo a la<br />

personal confrontación conmigo.<br />

<br />

Esa tar<strong>de</strong> llegué a<strong>de</strong>lantado a mi <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> la San Rafael. Se habían acumulado algunos<br />

expedientes que reclamaban rápida atención. Cuando llegué encontré parado en la puerta,<br />

en mi espera, a mi amigo Juan Bosch. Yo me había provisto en el trayecto <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> puros<br />

<strong>de</strong> calidad tan excelente que bien podían competir con los habanos. Descendí <strong>de</strong>l automóvil,<br />

saludé efusivamente a Juanito y le obsequié el cigarro que no había encendido.<br />

Subimos, silenciosos, las escaleras; y una vez en mi <strong>de</strong>spacho, presagiando algún motivo<br />

ingrato, le dije con afecto:<br />

—”Siéntate, Juanito”.<br />

Y al punto agregué:<br />

—”¿A qué <strong>de</strong>bo el placer <strong>de</strong> tu visita?”.<br />

Juan me miró fijamente con sus ojos <strong>de</strong> mirada inteligente; y tras breve pausa repitió<br />

con lujo <strong>de</strong> <strong>de</strong>talles lo mismo que ya, sucintamente, me había comunicado a través <strong>de</strong> mi<br />

hermano Rafael Américo.<br />

—”Juanito” –le expliqué–, “yo no he <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> inscribirme por olvido ni por negligencia, sino<br />

por irrevocable y reflexiva <strong>de</strong>cisión… No me he inscrito, no me inscribo y no me inscribiré”.<br />

Juanito me escuchó visiblemente emocionado. No dijo nada; pero parecía conturbado.<br />

Me estrechó la mano y partió.<br />

No habría avanzado más <strong>de</strong> seis u ocho pasos cuando percibí la reversión <strong>de</strong> sus pisadas.<br />

Me dirigí a la puerta que daba al pasillo <strong>de</strong> salida para recibirle nuevamente. Pero él se a<strong>de</strong>lantó.<br />

Me tendió la mano, apretó mi diestra; y con patético aspecto que jamás olvidaré, exclamó:<br />

—”¡Por un hombre como usted daría yo hasta la última gota <strong>de</strong> mi sangre!”.<br />

Nunca he sabido si Don Juan, hombre <strong>de</strong> mente memoriosa, habrá olvidado ese patético<br />

momento que mi corazón por siempre ha conservado. ¡Ha pasado ya tanto tiempo! Y bien<br />

sabido es que tempus edax rerum…<br />

664

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!