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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

Recordando quizás el entusiasmo que puse en el planeamiento <strong>de</strong> esa empresa ella le<br />

sugeriría la certidumbre <strong>de</strong> haber encontrado, en otra consímil, el incentivo idóneo para<br />

asegurar mi permanencia en Cuba. Aún tengo para mí que esa fue la confiada expectación que<br />

animó su talante cuando se presentó en el Hotel Camagüey y formuló su predicha oferta.<br />

Esa oferta era, a muchas luces, incitante. Pero yo no podía aceptarla. Me hubiera hecho sufrir<br />

el insufrible estigma moral que a los tránsfuga castiga. Le agra<strong>de</strong>cí a Marín <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las más hondas<br />

raíces <strong>de</strong> mi alma, la generosa gentileza <strong>de</strong> su propuesta. Pero resueltamente la rehusé.<br />

—”La suerte que corran mis hermanos, los dominicanos” –le dije sin vacilación–, “tengo<br />

que correrla yo”.<br />

Marín, empero, no se resignó. Cabe el portón abierto que daba acceso al precioso jardín<br />

interior, Chottin conversaba entre tanto con el Administrador <strong>de</strong>l Hotel, Luis Sánchez. A<br />

una seña <strong>de</strong> Marín Chottin vino a aunarse con nosotros.<br />

—”Ayúdame” –le dijo en tono <strong>de</strong> supremo afán– “a persuadir a mi compadrito Quiquí”.<br />

Y al punto repitió, en idénticos términos, la oferta que un instante antes me había hecho.<br />

Yo, <strong>de</strong> mi parte, reiteré el fundamento <strong>de</strong> mi excusa.<br />

—”La suerte que corran mis hermanos, los dominicanos, tengo que correrla yo”.<br />

Cohibido frente a la rotundidad <strong>de</strong> mi excusa, Chottin no halló justa razón para intentar<br />

rebatirla. Se limitó a guardar consi<strong>de</strong>rado silencio.<br />

<br />

Leyendo el diario cubano La Nación –periódico en cuyas columnas solía yo abogar <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

aquí en <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> nuestra causa–, en 1919 me enteré <strong>de</strong> que el Heraldo fue vendido entonces<br />

en un millón doscientos mil pesos. Mis acciones, <strong>de</strong> haber aceptado la oferta <strong>de</strong> Marín,<br />

habrían representado ya –en un lapso <strong>de</strong> dos años– un valor ascen<strong>de</strong>nte a seiscientos mil<br />

pesos. Era evi<strong>de</strong>nte que yo había rehusado un magnífico negocio. Mas no me arrepentí. Se<br />

apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí un sentimiento opuesto. Sentí que no obstante esa experiencia, repetidas las<br />

mismas circunstancias, hubiera vuelto a dimitir ese magnífico negocio.<br />

Pasaron nuevos años. Más <strong>de</strong> doce habían discurrido cuando en los tiempos ya lejanos<br />

en que editábamos la revista Analectas –no recuerdo el estímulo que suscitó la confi<strong>de</strong>ncia<br />

<strong>de</strong> esa revelación– le referí a Enrique Jiménez el relatado episodio <strong>de</strong> mi vida. A excepción<br />

<strong>de</strong> Marín y <strong>de</strong> Chottin hasta entonces sólo Francisco A. Herrera lo conocía, a través <strong>de</strong> la<br />

versión ampliada en otros pormenores que le había hecho Chottin.<br />

—”Frercito” –me dijo Enrique Jiménez en tono <strong>de</strong> reconvención retrospectiva–; “usted<br />

no tiene sentido <strong>de</strong> las realida<strong>de</strong>s. ¿No se le ocurrió pensar, para prestarlo, en el útil servicio<br />

que pudo haber realizado en <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> la reintegración <strong>de</strong> la sojuzgada soberanía nacional<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> esa tribuna <strong>de</strong> repercusión en toda América y hasta más allá?”.<br />

—”Yo no podía ignorar, tan obvia era, la presumida importancia <strong>de</strong> ese servicio” –le objeté–;<br />

“ni tampoco las ventajas egoístas <strong>de</strong>l amor y el interés. Pero ni la una ni las otras podían alterar<br />

mi <strong>de</strong>cisión. Mi puesto estaba aquí, junto a mis hermanos los dominicanos. Me lo señalaba el<br />

índice intransigente <strong>de</strong> un <strong>de</strong>ber imperativo. Yo <strong>de</strong>bía cumplirlo y lo cumplí”.<br />

Amigo sí, androi<strong>de</strong> no<br />

Era la hora <strong>de</strong>l alba cuando tocaron a mi puerta. Al punto acudí al llamamiento que en esa<br />

forma percutoria se me hacía; y plantado ante el portal encontré un grupo <strong>de</strong> amigos en espera <strong>de</strong><br />

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