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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES minutos él permaneció allí, en absoluto tormento, sin jamás dejar de sonreír, mientras las abrazaderas de acero le herían sus piernas y gotas de sudor moteaban su rostro sin jamás dejar de sonreír”. Un hombre esencialmente tan decente y humano como Hoover –comentó Frank Freidel– “jamás debió haberse mostrado tan deliberadamente cruel”. Toda humillación deja rastro, a veces indeleble, en la mente y el corazón del ofendido. Sin duda que en este caso Franklin Delano Roosevelt no dede sospechar aviesas intenciones. Lo cierto es que entre esos los viejos amigos nunca volvieron a ser las mismas sus antiguas relaciones. Prestigio positivo Cuando llegué a los Estados Unidos de América, antes de finalizar la primera década del siglo, no me era desconocido el nombre de William Sulzer. Su conocimiento me había llegado ya en alas de la fama política, no siempre justa –hay que puntualizarlo–; pero tampoco siempre injusta. La experiencia nos enseña que si suele exaltar ídolos de barro ingeniándoles fantásticas virtudes, a veces sabe también enaltecer a los hombres que por sus actos merecen enaltecimiento público. En el caso particular de Sulzer su prestigio se cimentaba en una valiosa historia de plausibles actitudes y realizaciones. Él estaba entonces en el apogeo de su carrera política. No está despojada, sino más bien cargada de interés, la forma en que este paladín de las ideas progresistas, seduciendo la imaginación de las masas populares, se había ido abriendo paso por los caminos del éxito desde que en 1889 fue sucesivamente reelecto como miembro de la asamblea legislativa de New York, durante cinco períodos consecutivos, hasta ascender a la influyente posición que entonces ocupaba como Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes. “Mr. Sulzer es hoy” –escribió George W. Blake en The New York Times– “el preeminente congresista demócrata que hay al norte de las líneas Mason y Dixon en los Estados Unidos” 1 ; y en robustecimiento de tan audaz aserción Blake destacó el hecho de que aún siendo prácticamente republicano su propio distrito comicial de la ciudad de New York, desde 1892 ningún otro demócrata había podido ganar los sufragios de ese distrito comicial exceptuando a Sulzer, quien desde las subsiguientes elecciones –1894– y en lo sucesivo siguió aumentando cada vez más el número de los sufragios que en toda ocasión favorecieron su candidatura. En abono y justificación de su prestigio Sulzer contaba con una pléyade de simpáticas iniciativas, –quizás no menos de treinta–, todas ellas de tendencia progresista, entre las cuales figuraban algunas de carácter internacional, como lo fueron sus pronunciamientos en favor de la independencia de Cuba y su impedimento frustratorio de la trama que auspiciaba la invasión de México por fuerzas militares de los Estados Unidos de América. Cediendo a la presión de los magnates dirigentes de poderosos intereses financieros y de los no menos poderosos intereses de otras clases de potencias económicas, el gobierno encabezado por William Howard Taft había resuelto consumar semejante desafuero. Cuando el Embajador americano Henry Lane Wilson le dijo al Presidente Taft que todo México estaba ebullendo de descontento político; y cuando insuflándole gráfica expresión al 1 George W. Blake, del New York Times. Short Sketch of William Sulzer, 7. 630

ENRIQUE APOLINAR HENRÍQUEZ | REMINISCENCIAS Y EVOCACIONES efervescente estado de cosas reinante en México el Embajador Wilson agregó que Porfirio Díaz estaba sentado en un volcán cuya erupción “podía poner en peligro la seguridad de 40,000 americanos, hombres, mujeres y niños” 1 residentes allí, la decisión del Ejecutivo americano fue bien conocida. Destacó poderosas fuerzas militares a lo largo del Río Grande, con orden de estar listas a emprender la invasión eventual del contérmino territorio mexicano. Según lo reveló la versión del New York World todas las presiones concebibles fueron ejercidas en el ánimo del Presidente Taft para inducirlo a invadir el territorio mexicano con la determinada intención de “proteger los intereses americanos, pero, en realidad, para servir de consolidante apoyo al bamboleante régimen de Díaz, el dictador” 2 . A juzgar por la revelación de esa misma fuente, “el Senado estaba preparado para ceder a los deseos de los Morgan, los Guggenheim, los Rochild y otros intereses financieros; y el Presidente Taft, por su parte, igualmente dispuesto a complacer esos deseos si la Cámara de Representantes –entonces bajo el dominio de la antagónica mayoría demócrata– aprobaba la ejecución de ese propósito. Había tal confianza en lograr semejante desenlace, que aún cuando el matiz demócrata de esa Cámara hacía sospechar alguna resistencia, se esperaba que la magnitud de tal escollo sería de escasas dimensiones y que, finalmente, podría ser anonadado. Cálculos de tan fácil solución, como los descritos, no se ajustaron al dictamen de la realidad. Aún bajo el alegado pretexto de “proteger vidas y propiedades americanas” la Cámara de Representantes no se hubiera prestado a darle luz verde, con la autoridad de su consejo y de su asentimiento, a la proyectada “invasión de México” frente a “la adversa opinión” de su propia Comisión de Relaciones Exteriores. Para mayor seguridad de esa presumida resistencia, ahí estaba interpuesto contra la realización del proyectado designio de invasión (hipócrita guerra sin declaración de guerra) el obstáculo envuelto en la recia personalidad del prealudido Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes. Todos los esfuerzos disuasivos de su empecinada retinencia fueron inútiles. En un último, denodado esfuerzo, Sulzer fue llamado a la Casa Blanca; y allí se le mostraron “los mensajes del Embajador Wilson, los informes secretos de los agentes americanos” y también la presencia coaccionante “de oficiales del ejército americano”. Todos esos elementos de presión fueron conjugados para infundirle al renuente legislador la convicción de que era necesario “sostener el régimen de Díaz” y todo lo que ese apoyo “significaba” en beneficio de “los vastos intereses financieros” que estaban urgiendo de concierto la ocupación militar de México 3 . Hasta los apremios coactivos de las amenazas se hicieron llover en el ánimo irreducible del representante Sulzer. Pero éste, abroquelado en el reducto de su propia convicción, le arguyó al Presidente Taft y a los senadores republicanos que respaldaban a este mandatario ejecutivo en sus planes de avasallamiento, que México “era una amiga república hermana y que por tanto debía ser tratada como tal por el gobierno americano” 4 . Manteniendo con 1The New York World, Marzo 4, 1912. 2Ibid. 3Ibid. 4Ibid. 631

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minutos él permaneció allí, en absoluto tormento, sin jamás <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> sonreír, mientras las<br />

abraza<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> acero le herían sus piernas y gotas <strong>de</strong> sudor moteaban su rostro sin jamás<br />

<strong>de</strong>jar <strong>de</strong> sonreír”.<br />

Un hombre esencialmente tan <strong>de</strong>cente y humano como Hoover –comentó Frank Frei<strong>de</strong>l–<br />

“jamás <strong>de</strong>bió haberse mostrado tan <strong>de</strong>liberadamente cruel”.<br />

Toda humillación <strong>de</strong>ja rastro, a veces in<strong>de</strong>leble, en la mente y el corazón <strong>de</strong>l ofendido.<br />

Sin duda que en este caso Franklin Delano Roosevelt no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> sospechar aviesas intenciones.<br />

Lo cierto es que entre esos los viejos amigos nunca volvieron a ser las mismas sus<br />

antiguas relaciones.<br />

Prestigio positivo<br />

Cuando llegué a los Estados Unidos <strong>de</strong> América, antes <strong>de</strong> finalizar la primera década<br />

<strong>de</strong>l siglo, no me era <strong>de</strong>sconocido el nombre <strong>de</strong> William Sulzer. Su conocimiento me había<br />

llegado ya en alas <strong>de</strong> la fama política, no siempre justa –hay que puntualizarlo–; pero tampoco<br />

siempre injusta. La experiencia nos enseña que si suele exaltar ídolos <strong>de</strong> barro ingeniándoles<br />

fantásticas virtu<strong>de</strong>s, a veces sabe también enaltecer a los hombres que por sus actos merecen<br />

enaltecimiento público. En el caso particular <strong>de</strong> Sulzer su prestigio se cimentaba en una<br />

valiosa historia <strong>de</strong> plausibles actitu<strong>de</strong>s y realizaciones.<br />

Él estaba entonces en el apogeo <strong>de</strong> su carrera política. No está <strong>de</strong>spojada, sino más bien<br />

cargada <strong>de</strong> interés, la forma en que este paladín <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as progresistas, seduciendo la<br />

imaginación <strong>de</strong> las masas populares, se había ido abriendo paso por los caminos <strong>de</strong>l éxito<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que en 1889 fue sucesivamente reelecto como miembro <strong>de</strong> la asamblea legislativa <strong>de</strong><br />

New York, durante cinco períodos consecutivos, hasta ascen<strong>de</strong>r a la influyente posición que<br />

entonces ocupaba como Presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Comisión <strong>de</strong> Relaciones Exteriores <strong>de</strong> la Cámara<br />

<strong>de</strong> Representantes.<br />

“Mr. Sulzer es hoy” –escribió George W. Blake en The New York Times– “el preeminente<br />

congresista <strong>de</strong>mócrata que hay al norte <strong>de</strong> las líneas Mason y Dixon en los Estados Unidos” 1 ;<br />

y en robustecimiento <strong>de</strong> tan audaz aserción Blake <strong>de</strong>stacó el hecho <strong>de</strong> que aún siendo prácticamente<br />

republicano su propio distrito comicial <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> New York, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1892<br />

ningún otro <strong>de</strong>mócrata había podido ganar los sufragios <strong>de</strong> ese distrito comicial exceptuando<br />

a Sulzer, quien <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las subsiguientes elecciones –1894– y en lo sucesivo siguió aumentando<br />

cada vez más el número <strong>de</strong> los sufragios que en toda ocasión favorecieron su candidatura.<br />

En abono y justificación <strong>de</strong> su prestigio Sulzer contaba con una pléya<strong>de</strong> <strong>de</strong> simpáticas<br />

iniciativas, –quizás no menos <strong>de</strong> treinta–, todas ellas <strong>de</strong> ten<strong>de</strong>ncia progresista, entre las cuales<br />

figuraban algunas <strong>de</strong> carácter internacional, como lo fueron sus pronunciamientos en favor<br />

<strong>de</strong> la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Cuba y su impedimento frustratorio <strong>de</strong> la trama que auspiciaba la<br />

invasión <strong>de</strong> México por fuerzas militares <strong>de</strong> los Estados Unidos <strong>de</strong> América. Cediendo a<br />

la presión <strong>de</strong> los magnates dirigentes <strong>de</strong> po<strong>de</strong>rosos intereses financieros y <strong>de</strong> los no menos<br />

po<strong>de</strong>rosos intereses <strong>de</strong> otras clases <strong>de</strong> potencias económicas, el gobierno encabezado por<br />

William Howard Taft había resuelto consumar semejante <strong>de</strong>safuero.<br />

Cuando el Embajador americano Henry Lane Wilson le dijo al Presi<strong>de</strong>nte Taft que todo<br />

México estaba ebullendo <strong>de</strong> <strong>de</strong>scontento político; y cuando insuflándole gráfica expresión al<br />

1 George W. Blake, <strong>de</strong>l New York Times. Short Sketch of William Sulzer, 7.<br />

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