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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES —”¿Se podría saber, Mr. Abbott, por quién piensa usted votar?”. No creo que mi pregunta, después de la parcializada posición que revelaron mis palabras, fuera una delicada inquisición. Pero la verdad es que no la pude reprimir. —”Yo soy republicano de abolengo” –me dijo Mr. Abbott. La impresión que me produjo su respuesta, al decepcionarme, le dio un vuelco a mi corazón. Me sentí vivamente arrepentido de haber formulado esa indiscreta pregunta. Pero mi desazón duró muy poco. —”Republicano desde mis antecesores más remotos” –prosiguió diciendo Mr. Abbott–. “Pero en estas elecciones daré mi voto a los demócratas”. Súbitamente reaccioné en sentido opuesto. El alma se me colmó de júbilo, pensando que Mr. Abbott admiraba tanto los eximios méritos de mi candidato, que no obstante su abolengo estaba presto a romper una larga tradición de familiar republicanismo. La razón de esa ruptura no era la que yo supuse. Era otra, enteramente extraña a mi candidato presidencial. Pero su fundamento no me decepcionó. La consideración que más me impresionaba era la del número. La mayoría que gana el triunfo; y en ese sentido ya tenía yo seguro testimonio de que el voto de Mr. Abbott, aunque por razones ajenas a la devoción de Woodrow Wilson, era uno más que tendía a favorecer su éxito. Mr. Abbott aclaró, al punto, su posición excepcional. ‘’Hace ya demasiado tiempo” –dijo explanatoriamente “que mi partido está en el poder; y el poder, largo tiempo disfrutado, corrompe a los partidos y a sus hombres”. Tras corta pausa, Mr. Abbott concluyó, sin alterar el apacible tono de su voz: —”Esta vez voy a votar para sacar a mi partido del poder”. Me sentí hondamente conmovido al escuchar su decisión. Nunca, ni antes ni después, le di la mano a Mr. Abbott con tan emocionado sentimiento de orgullo en su amistad. Sus expresiones fueron para mí una lección de civismo que jamás he olvidado en los años transcurridos desde entonces. Y al recordarla en posteriores ocasiones, siempre he pensado que, para fortuna de los Estados Unidos de América, la elevación y pureza de semejante clase de conciencia cívica, no es en esa gran nación ninguna singular excepción. El poder, en verdad, corrompe; y al volverlos arrogantes, suele deformar el carácter moral de hombres cuya merecida fama se cimenta en la posesión de virtudes eminentes. Woodrow Wilson fue uno de los hombres a quienes la arrogancia del poder los arrastra a desmerecer de su propia y merecida fama. Al tenor de la experiencia y de la opinión fundada en esa clase de antecedentes, el profesor universitario no es el tipo de hombre adecuado para figurar con éxito en las lides de la política militante. Wilson, empero, fue una rarísima excepción. Atravesó el escenario de la vida pública cual bólido fugaz y refulgente. Como gobernador de New Jersey y a seguidas como Presidente de los Estados Unidos de América se ha comentado forzó en cada uno de esos cuerpos políticos reformas que no sólo estaban ya retrasadas sino que sus realizaciones parecían milagros. Wilson, sin embargo, realizó esos milagros. Pero en los últimos tiempos de su brillante carrera política, su “extraordinario individualismo”, mal guiado por la seguridad y la arrogancia que en el ánimo humano suelen infundir las malas influencias del poder, deformaron su fisonomía moral y le irrogaron un daño que contribuyó, más que ningún 628
ENRIQUE APOLINAR HENRÍQUEZ | REMINISCENCIAS Y EVOCACIONES otro, a malograr la viabilidad del proyecto1 que fue, quizás, su máxima ilusión de convivencia internacional. Wilson se negó a llevar consigo, a la conferencia de paz celebrada en París, una delegación de Senadores versados en las relaciones extranjeras. Lloviendo sobre mojado, doble manifestación de su arrogancia –adquirida en la función de gobernar o típico rasgo de su propia idiosincrasia de exagerado individualismo–, le infligió hiriente humillación al Senador Henry Cabot Lodge, antiguo amigo suyo y tal vez la voz republicana que en su propia Cámara ejercía mayor influencia. En los mismos días en que se debatía la proyectada Liga de Naciones, dejó a Lodge “en una de las salas de espera de la Casa Blanca, enfriándose los talones durante horas” 2 . Si su carácter había sido deformado por la arrogancia del poder hasta el extremo de que semejante incivilidad fuera para él causa de malsano regusto, consiguió esa repulsiva satisfacción. Pero Woodrow Wilson pagó muy caro tan insana fruición. Le costó el precio de su más caro sueño. Figura culminante en el Senado de los Estados Unidos de América, Lodge era, además, el Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado americano; y esa influyente posición, –acaso por razones políticas de interés para su propio partido o quizás por convicciones que hubieran podido ceder a las instancias de una inteligente y persuasiva transigencia, o acaso también obedeciendo a los sórdidos impulsos de la oportuna venganza, le permitió a Lodge dinamitarle a Wilson “su precioso proyecto” 3 . Semejantes desfiguraciones del carácter de eminentes personajes no faltaron en las opuestas filas de los republicanos. Una de ellas, la más grotesca, se produjo, sorprendente y paradógicamente, en un personaje bien conocido por su reputación caballerosa. El Presidente Herbert Hoover. Dejaré que haga el relato de ese cruel episodio su compatriota Richard L. Tobm. “En la primavera del año 1932” –refiere el aludido autor– “el Presidente Hoover había invitado a cenar en la Casa Blanca a los Gobernadores de la conferencia anual celebrada en Richmond. La primavera de 1932 había sido el momento crítico de Franklin Delano Roosevelt en la conquista de los Delegados de Chicago; y uno de los argumentos esgrimidos contra su candidatura fue el hecho de que él había sufrido poliomeitis y que no estaba físicamente apto para satisfacer las exigencias de la presidencia”. Sabiendo cuán largo tiempo le tomaba a F.D.R. moverse desde el automóvil y subir las escaleras o recorrer cualquier distancia por su propia locomoción, los Roosevelt llegaron temprano a la Casa Blanca. Con la señora Roosevelt asida de un brazo y empuñando un bastón con la otra mano, F.D.R. se las arregló para llegar al Salón Oriental por su propio esfuerzo; pero el esfuerzo lo exhaustó. Sus tullidas piernas le dolían y latían por obtener alivio. “El protocolo exigía que todos los invitados permanecieran de pie hasta que el Presidente Hoover y su mujer llegaran a saludarles. Pero los esposos Hoover no aparecieron durante largo tiempo. En varias ocasiones a Roosevelt le fue ofrecida una silla; pero siempre la declinó por temor de que el cuchicheo de la campaña electoral en torno de la incapacidad producida por su polio pudiera ser de algún modo intensificada. Durante casi cuarenta 1La fracasada Liga de Naciones. 2Richard L. Tobin, Decisions of Destiny (Avon Book), 186. Cansado de esperar, Lodge se retiró sin haber visto al Presidente. 3Ibid, 201. 629
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otro, a malograr la viabilidad <strong>de</strong>l proyecto1 que fue, quizás, su máxima ilusión <strong>de</strong> convivencia<br />
internacional.<br />
Wilson se negó a llevar consigo, a la conferencia <strong>de</strong> paz celebrada en París, una <strong>de</strong>legación<br />
<strong>de</strong> Senadores versados en las relaciones extranjeras. Lloviendo sobre mojado, doble<br />
manifestación <strong>de</strong> su arrogancia –adquirida en la función <strong>de</strong> gobernar o típico rasgo <strong>de</strong> su<br />
propia idiosincrasia <strong>de</strong> exagerado individualismo–, le infligió hiriente humillación al Senador<br />
Henry Cabot Lodge, antiguo amigo suyo y tal vez la voz republicana que en su propia<br />
Cámara ejercía mayor influencia. En los mismos días en que se <strong>de</strong>batía la proyectada Liga<br />
<strong>de</strong> Naciones, <strong>de</strong>jó a Lodge “en una <strong>de</strong> las salas <strong>de</strong> espera <strong>de</strong> la Casa Blanca, enfriándose los<br />
talones durante horas” 2 .<br />
Si su carácter había sido <strong>de</strong>formado por la arrogancia <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r hasta el extremo <strong>de</strong> que<br />
semejante incivilidad fuera para él causa <strong>de</strong> malsano regusto, consiguió esa repulsiva satisfacción.<br />
Pero Woodrow Wilson pagó muy caro tan insana fruición. Le costó el precio <strong>de</strong> su<br />
más caro sueño. Figura culminante en el Senado <strong>de</strong> los Estados Unidos <strong>de</strong> América, Lodge<br />
era, a<strong>de</strong>más, el Presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Comité <strong>de</strong> Relaciones Exteriores <strong>de</strong>l Senado americano; y esa<br />
influyente posición, –acaso por razones políticas <strong>de</strong> interés para su propio partido o quizás<br />
por convicciones que hubieran podido ce<strong>de</strong>r a las instancias <strong>de</strong> una inteligente y persuasiva<br />
transigencia, o acaso también obe<strong>de</strong>ciendo a los sórdidos impulsos <strong>de</strong> la oportuna venganza,<br />
le permitió a Lodge dinamitarle a Wilson “su precioso proyecto” 3 .<br />
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Semejantes <strong>de</strong>sfiguraciones <strong>de</strong>l carácter <strong>de</strong> eminentes personajes no faltaron en las opuestas<br />
filas <strong>de</strong> los republicanos. Una <strong>de</strong> ellas, la más grotesca, se produjo, sorpren<strong>de</strong>nte y paradógicamente,<br />
en un personaje bien conocido por su reputación caballerosa. El Presi<strong>de</strong>nte Herbert<br />
Hoover. Dejaré que haga el relato <strong>de</strong> ese cruel episodio su compatriota Richard L. Tobm.<br />
“En la primavera <strong>de</strong>l año 1932” –refiere el aludido autor– “el Presi<strong>de</strong>nte Hoover había<br />
invitado a cenar en la Casa Blanca a los Gobernadores <strong>de</strong> la conferencia anual celebrada en<br />
Richmond. La primavera <strong>de</strong> 1932 había sido el momento crítico <strong>de</strong> Franklin Delano Roosevelt<br />
en la conquista <strong>de</strong> los Delegados <strong>de</strong> Chicago; y uno <strong>de</strong> los argumentos esgrimidos contra<br />
su candidatura fue el hecho <strong>de</strong> que él había sufrido poliomeitis y que no estaba físicamente<br />
apto para satisfacer las exigencias <strong>de</strong> la presi<strong>de</strong>ncia”.<br />
Sabiendo cuán largo tiempo le tomaba a F.D.R. moverse <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el automóvil y subir las<br />
escaleras o recorrer cualquier distancia por su propia locomoción, los Roosevelt llegaron<br />
temprano a la Casa Blanca. Con la señora Roosevelt asida <strong>de</strong> un brazo y empuñando un bastón<br />
con la otra mano, F.D.R. se las arregló para llegar al Salón Oriental por su propio esfuerzo;<br />
pero el esfuerzo lo exhaustó. Sus tullidas piernas le dolían y latían por obtener alivio.<br />
“El protocolo exigía que todos los invitados permanecieran <strong>de</strong> pie hasta que el Presi<strong>de</strong>nte<br />
Hoover y su mujer llegaran a saludarles. Pero los esposos Hoover no aparecieron durante<br />
largo tiempo. En varias ocasiones a Roosevelt le fue ofrecida una silla; pero siempre la<br />
<strong>de</strong>clinó por temor <strong>de</strong> que el cuchicheo <strong>de</strong> la campaña electoral en torno <strong>de</strong> la incapacidad<br />
producida por su polio pudiera ser <strong>de</strong> algún modo intensificada. Durante casi cuarenta<br />
1La fracasada Liga <strong>de</strong> Naciones.<br />
2Richard L. Tobin, Decisions of Destiny (Avon Book), 186. Cansado <strong>de</strong> esperar, Lodge se retiró sin haber visto al<br />
Presi<strong>de</strong>nte.<br />
3Ibid, 201.<br />
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