Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES facilitaba la mayor parte de los libros indispensables para estudiar esas materias. Gracias a mi preparación escolar para profundizarlas, a los consejos de ese mui instruido galeno i a mis estudios prácticos, pude comprender mucho de lo que necesitaba para orientarme. César Penson i yo usábamos utensilios que aún existían en el Laboratorio del Colejio San Luis Gonzaga. También íbamos al Matadero Municipal, frente al Fuerte de San Jil para examinar piezas de los animales sacrificados para el expendio. En esos meses hubo otro conflicto armado entre las dos facciones que se disputaban el Poder; los bolos i los coludos. El sitio militar i la rendición de la ciudad de San Pedro de Macorís causó muchas bajas allí. Los horacistas fueron vencedores en esa contienda. Una treintena de cadáveres se trajeron a la Capital. Gran cantidad de heridos no tenían suficiente asistencia médica en el Hospital “San Antonio” de aquel Macorís. XI. Practicante en medicina Con el objeto de comenzar a practicar los primeros conocimientos de la Cirujía, decidí embarcarme para aquella ciudad. Elio Fiallo, estudiante de medicina, me escribió diciéndome que tal vez podría yo obtener buena paga como auxiliar de médicos en dicho hospital. Pedí a Narciso Félix que me reservara mi puesto en la imprenta mientras durase mi ausencia en S. P. de Macorís. Yo tenía necesidad de aumentar lo poco que ganaba en “Oiga”. Esa mezquindad no era suficiente para pagar mi inscripción en el examen en el primer año de la Facultad de Medicina. El dinero que yo obtenía allí, en la imprenta, no era suficiente para ese fin. Una noche me embarqué en un balandro. Fue mi segundo viaje sobre el mar. Sufrí un intenso mareo. Los marineros me encerraron en un “camarote” parecido a un ataúd. Allí permanecí sepultado, vivo, hasta que pude desembarcar sin ánimo, pero con muchas ganas de comer. Recojí mi mochila i mis libros i me dirijí con ellos al referido hospital “San Antonio”. Allí encontré a Elio Fiallo. Enseguida me llevó a la Gobernación para pedir al Jral. Guayubín que me diera trabajo en el citado hospicio. Ese Jefe me miró i me habló con desprecio i altanería, pero, al fin, me concedió lo que yo aspiraba. Di gracias a Elio por su intervención en ese trance. Regresamos al Hospital i me pusieron a trabajar en medio del alboroto i la inmundicia que imperaban en aquella mansión misericordiosamente sostenida por los donativos que recibía el Padre Luciani i la misericordia de otros filántropos en los injenios de azúcar ubicados cerca o lejos de esa ciudad. Allí trabajé durante todas las mañanas, de las seis a las doce de cada día. En las tardes, haciendo otra tarea, gané algunos pesos en la imprenta de la Familia Chalas. I en las noches i madrugadas repasaba las lecciones correspondientes al primer Curso de Medicina, las que yo iba a presentar en el referido Instituto Profesional. Cuando me consideré preparado para esos exámenes dije adiós a mi tío Pedro Bennett i a su familia, quienes me dieron pensión en su domicilio. Sin regatearles ni un centavo, les pagué lo que me cobraron. Me trataron como si yo hubiese sido desconocido para ellos… Al correr de mis años gordos tuve satisfacción en socorrerlos cuando merecían alguna ayuda monetaria, profesional u otro servicio de la misma especie. Entonces regresé satisfecho a mi ciudad natal. En esa travesía presté servicios médicos a soldados heridos. Entre ellos había sujetos que yo había asistido en el Hospital “San Antonio”. 62

HERIBERTO PIETER | AUTOBIOGRAFÍA Regreso a la Capital Volví a trabajar en Oiga. En la tarde del 16 de mayo de 1904 sufrí las pruebas del primer curso de Medicina, las que tenía bien preparadas. El Dr. Rodolfo Coiscou fue el presidente del Jurado. Cuando los profesores se reunieron para calificar las notas de esa prueba vi al Rector Tejera agregarse a esa Junta. A pesar de esa intromisión, obtuve “sobresaliente” en todas las materias. Esa noche dormí más tranquilo que nunca, satisfecho de mí mismo i agradecido del Dr. Defilló, que tanto aliento me dio para que yo triunfara en mi primera prueba para llegar a ser médico. Esa alta calificación facilitó para que me nombraran interno en el Hospital Militar, situado al lado de la Fortaleza. Mis nuevas ocupaciones me obligaron a renunciar mis labores en la imprenta Oiga, aunque no dede visitar allí a D. Narciso Félix, mi maestro en el oficio de tipografía. Algunas semanas después el Sr. Félix, en nombre de su esposa, me ofreció trabajo en la escuela semi-intermedia dirijida por su competente compañera. Acepté esa distinción al mismo tiempo que iba a desempeñar iguales funciones en el Colejio de la señorita Rosa Emilia Suncar, mi vecina cuando yo era niño. Tuve la suerte de distribuir mi tiempo entre mis obligaciones en el Hospital, mis intensas horas de estudios teóricos i prácticos, así como en mis ocupaciones en los citados planteles escolares que ayudaban a cubrir mi sustento, el de mi madre i el de mis hermanos. Así, recargado con esas labores, pude quemar las etapas impuestas a los estudiantes libres inscritos en casi todas las Facultades de Medicina. El 17 de diciembre del mismo año (1904) gané la nota Bueno en todas las materias del segundo examen profesional. El 26 de julio de 1905 alcancé otro récord al presentar mis pruebas en las asignaturas del tercer año de Medicina. En ellas obtuve la misma calificación: Bueno. Debido al miedo que infundía el Gobierno a varios de mis condiscípulos, tuve necesidad de aceptar el nombramiento que me impuso el Presidente de la República. Así fue como, a regañadientes, ocupé el puesto de Director de la Escuela Secundaria, para varones, en la ciudad de Barahona. El Licdo. Pelegrín Castillo, a la sazón Ministro de Instrucción Pública en el Gobierno del Jral. Carlos F. Morales, me escojió para ese destino. Dos razones me obligaron a aceptarlo: el miedo que teníamos a dicho Presidente i el temor que si no cumplía con esa extraña designación podría ocasionarme no sólo el despido de mi empleo en el Hospital Militar, sino que también alguna que otra dificultad política inconveniente para mi carrera de estudiante felizmente acelerada en mis estudios escolares. El réjimen del ex-sacerdote, Jral. Morales, no era nada propicio para nosotros, los estudiosos. Le temíamos, especialmente después del fusilamiento del joven Guillaux, cometido dentro del cementerio de esta ciudad. El fusilado era amigo mío i de toda mi familia, aliada con la sincera amistad de los Jansen-Frías, nuestros íntimos vecinos desde el año 1884. Si yo no hubiera aceptado ese extraño empleo, probablemente algo desagradable me hubiese sucedido o cuando menos, me hubieran calificado en las filas de los opositores de ese réjimen, que, afortunadamente duró pocos meses. Destino a Barahona Me condujeron, pues, a Barahona, en viaje especial, a bordo del crucero nacional “Restauración”. Al llegar allí comencé a organizar el casón destinado a la escuela que me habían designado. Poco después abrí las escolares. Todos mis discípulos eran varones, hijos de jente 63

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facilitaba la mayor parte <strong>de</strong> los libros indispensables para estudiar esas materias. Gracias a<br />

mi preparación escolar para profundizarlas, a los consejos <strong>de</strong> ese mui instruido galeno i a<br />

mis estudios prácticos, pu<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r mucho <strong>de</strong> lo que necesitaba para orientarme. César<br />

Penson i yo usábamos utensilios que aún existían en el Laboratorio <strong>de</strong>l Colejio San Luis<br />

Gonzaga. También íbamos al Mata<strong>de</strong>ro Municipal, frente al Fuerte <strong>de</strong> San Jil para examinar<br />

piezas <strong>de</strong> los animales sacrificados para el expendio.<br />

En esos meses hubo otro conflicto armado entre las dos facciones que se disputaban el<br />

Po<strong>de</strong>r; los bolos i los coludos. El sitio militar i la rendición <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> San Pedro <strong>de</strong><br />

Macorís causó muchas bajas allí. Los horacistas fueron vencedores en esa contienda. Una<br />

treintena <strong>de</strong> cadáveres se trajeron a la Capital. Gran cantidad <strong>de</strong> heridos no tenían suficiente<br />

asistencia médica en el Hospital “San Antonio” <strong>de</strong> aquel Macorís.<br />

XI. Practicante en medicina<br />

Con el objeto <strong>de</strong> comenzar a practicar los primeros conocimientos <strong>de</strong> la Cirujía, <strong>de</strong>cidí<br />

embarcarme para aquella ciudad. Elio Fiallo, estudiante <strong>de</strong> medicina, me escribió diciéndome<br />

que tal vez podría yo obtener buena paga como auxiliar <strong>de</strong> médicos en dicho hospital.<br />

Pedí a Narciso Félix que me reservara mi puesto en la imprenta mientras durase mi<br />

ausencia en S. P. <strong>de</strong> Macorís. Yo tenía necesidad <strong>de</strong> aumentar lo poco que ganaba en “Oiga”.<br />

Esa mezquindad no era suficiente para pagar mi inscripción en el examen en el primer año<br />

<strong>de</strong> la Facultad <strong>de</strong> Medicina. El dinero que yo obtenía allí, en la imprenta, no era suficiente<br />

para ese fin.<br />

Una noche me embarqué en un balandro. Fue mi segundo viaje sobre el mar. Sufrí<br />

un intenso mareo. Los marineros me encerraron en un “camarote” parecido a un ataúd.<br />

Allí permanecí sepultado, vivo, hasta que pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>sembarcar sin ánimo, pero con muchas<br />

ganas <strong>de</strong> comer. Recojí mi mochila i mis libros i me dirijí con ellos al referido hospital “San<br />

Antonio”. Allí encontré a Elio Fiallo. Enseguida me llevó a la Gobernación para pedir al<br />

Jral. Guayubín que me diera trabajo en el citado hospicio. Ese Jefe me miró i me habló con<br />

<strong>de</strong>sprecio i altanería, pero, al fin, me concedió lo que yo aspiraba. Di gracias a Elio por su<br />

intervención en ese trance. Regresamos al Hospital i me pusieron a trabajar en medio <strong>de</strong>l<br />

alboroto i la inmundicia que imperaban en aquella mansión misericordiosamente sostenida<br />

por los donativos que recibía el Padre Luciani i la misericordia <strong>de</strong> otros filántropos en los<br />

injenios <strong>de</strong> azúcar ubicados cerca o lejos <strong>de</strong> esa ciudad.<br />

Allí trabajé durante todas las mañanas, <strong>de</strong> las seis a las doce <strong>de</strong> cada día. En las tar<strong>de</strong>s,<br />

haciendo otra tarea, gané algunos pesos en la imprenta <strong>de</strong> la Familia Chalas. I en las noches<br />

i madrugadas repasaba las lecciones correspondientes al primer Curso <strong>de</strong> Medicina, las que<br />

yo iba a presentar en el referido Instituto Profesional.<br />

Cuando me consi<strong>de</strong>ré preparado para esos exámenes dije adiós a mi tío Pedro Bennett<br />

i a su familia, quienes me dieron pensión en su domicilio. Sin regatearles ni un centavo, les<br />

pagué lo que me cobraron. Me trataron como si yo hubiese sido <strong>de</strong>sconocido para ellos… Al<br />

correr <strong>de</strong> mis años gordos tuve satisfacción en socorrerlos cuando merecían alguna ayuda<br />

monetaria, profesional u otro servicio <strong>de</strong> la misma especie.<br />

Entonces regresé satisfecho a mi ciudad natal. En esa travesía presté servicios médicos<br />

a soldados heridos. Entre ellos había sujetos que yo había asistido en el Hospital “San<br />

Antonio”.<br />

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