Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas
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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES El Ministro Dawson no tardó en recibir otra “comunicación de Washington” ordenándose requerir del gobierno dominicano que “abandonara toda otra negociación” y se limitara a “tratar directamente con el gobierno de los Estados Unidos” 1 . Este nuevo sesgo sorprendió y abismó al marido de Ella Reader. No era para menos. Ya él contaba regresar, de momento, con el convenido contrato en su cartera. La aclaración de tan súbito cambio era procedente; y el Presidente Morales no le negó la entrevista decisiva. Según la versión de la parte defraudada, en ese encuentro Morales parecía “muy excitado y preocupado”, y, ante los apremios explicativos del señor Reader, el Presidente exclamó: “¿Qué puedo hacer yo?” A tan desmayada inquisición agregó explanatoriamente: “le tengo miedo al Big Stick; no me atrevo a ofender al Presidente Roosevelt”. Ella Reader vino a enterarse de lo sucedido en New York, cuando la prensa americana informó que el capitán Albert C. Dillingham 2 –el mismo oficial naval que se jactó de haber puesto a Carlos Morales Languasco en la silla presidencial– había concertado con el gobierno dominicano un protocolo que autorizaba al gobierno de los Estados Unidos de América a controlar las aduanas del país y ajustar la deuda pública de la nación. Ella Reader trató, empecinadamente, de retener los valiosos servicios de su abogado y consejero. Cuando al fin logró establecer contacto personal con él le destacó la importancia de los beneficios que en sociedad paritaria con los suyos le había asignado. En adición a esas ventajas, Ella Reader recabó del Presidente Morales el compromiso de nombrar a Cromwell consejero asesor de ella esa función de agente fiscal del gobierno dominicano. La compensación que ella le concedía a Cromwell por sus convenidos servicios, tanto en posición como en remuneración, no podía ser más espléndida. Se ha calculado que sólo en el aspecto pecuniario, tales retribuciones hubieran opacado el jugoso estipendio que a Cromwell le ganó su intervención en las maquinaciones preparatorias del “rapto” de Panamá, cuya cuantía constó de ochocientos mil dólares, según lo aseveró Henry F. Pringle en su reputada monografía Theodore Roosevelt. De nada práctico sirvieron los afanes retentivos de Ella Reader. Seguro de su nueva posición con los magnates de Wall Street y de sus relaciones con el gobierno americano, Cromwell replicó a las seducciones de Ella Reader formulando una interrogación. “¿Por qué había él de conformarse con la mitad” de los beneficios –le inquirió– “cuando yo puedo” –dijo– “apoderarme de todos?”. Al siguiente día Cromwell le avisó a Ella Reader, por la vía telefónica, que estaba listo y preparado para dirigirse a Washington en misión de consulta con el Presidente Roosevelt; y en tono de lancinante ironía –si en verdad dijo tal cosa– tornó a interrogarla: “¿Puedo presentarle al Presidente Roosevelt sus cumplidos y decirle que usted ha sido derrotada?”. 1 Rippy, ut supra. 2 Dados los antecedentes, Dillingham era el hombre apropiado para el caso. En carta que él dirigió al Subsecretario de Estado Robert Bacon el 16 de enero de 1906, “este oficial naval” (Dillingham) “declaró que él había llegado a las aguas dominicanas en diciembre de 1903 en el Detroit” y que “era enteramente responsable de haber puesto a Morales en el poder”. J. Fred Rippy, The Initiation of the Customs Receivership in the Dominican Republic. The Hispanic American Historic al Review, 444. 614
ENRIQUE APOLINAR HENRÍQUEZ | REMINISCENCIAS Y EVOCACIONES Ella Reader se quedó estupefacta, no rendida, porque su dinámica energía no aceptaba las fatalidades de la inercia. Su primera reacción consistió en atribuir “la precipitada acción” obstruccionista del gobierno americano, contra la ejecución de sus planes, a la interposición de ciertos capitalistas de Wall Street que informados por Cromwell –su abogado y consejero– de los secretos de su negociación con el gobierno dominicano, se confabularon con él para desplazarla y absorber ese negocio, mientras al mismo tiempo acumulaban –al bajo tipo de las depreciadas cotizaciones bursátiles– copiosas cantidades de las acreencias contra el Estado Dominicano, seguros, como lo estaban, de que la garantía del gobierno de los Estados Unidos de América en la regularizada redención de las deudas públicas de la nación remontarían de golpe y porrazo el valor de tales títulos hasta igualar o por lo menos acercarse al monto de su valor nominal, festinando, de ese modo, las ganancias fabulosas. Pero toda codicia siempre engendra otras codicias. ¿Por qué no monopolizar también los gajes resultantes del servicio de la deuda pública dominicana, reglamentada bajo el tutelaje del gobierno americano, y los gajes igualmente apetecibles de la agencia fiscal del gobierno tutelado? Las suspicacias de Ella Reader fueron pronto confirmadas por las categóricas revelaciones de Mr. Forham, quien le aseveró que en su presencia Cromwell le había recomendado al Presidente Roosevelt –como en efecto aconteció– que tomara rápida acción en los asuntos financieros de la República Dominicana, con un arreglo de su propia ingeniatura, a fin de “anticiparse”, frustratoriamente, a otro desenlace que ya “estaba a punto de llevarse el premio”. El Presidente, según reza la versión de Mr. Forham, se mostró tan receptivo de la indicada insinuación que al instante la calificó de “idea capital”. La misma fuente informativa del Presidente, Cromwell, aprovechó esa coyuntura urgiéndolo a impartir “inmediatamente órdenes” destinadas a paralizar la consumación de todo otro concierto con el gobierno dominicano. Las instrucciones que el Secretario de Estado John Hay le trasmitió al Capitán Dellingham y al Ministro Dawson parecen compaginarse, lógicamente, con la expresada versión de Mr. Forham. No obstante las expuestas circunstancias, Ella Reader no se daba por vencida todavía. Quizás atribuyéndose virtudes carismáticas, ella se había jactado de haber derrotado antes en reñida competencia nada menos que al renombrado patriarca de las finanzas internacionales, John Pierpont Morgan. Y aún contaba con los supuestos recursos derivados de su personal amistad con el Presidente Roosevelt. Animada por esa confianza carismática le solicitó la oportunidad de una entrevista. Pero las adversidades, como los éxitos, vienen por ráfagas; y en esta desesperada diligencia fracasó también. El Secretario de Roosevelt, William Loeb, “rehusó darle curso” a la tarjeta que Ella Reader le entregó. “El Presidente” –le dijo en tono de desahucio– “estaba muy ocupado para recibirla”. Las puertas de la Casa Blanca, antes abiertas para ella, se le cerraron de falondres. En última instancia su voz resonó en el augusto recinto del Senado de los Estados Unidos de América, a través de uno de los senadores que a la sazón impugnaba las ingerencias del Presidente Roosevelt en los asuntos de la República Dominicana. En los debates senatoriales, el Senador Morgan acusó a William Nelson Cromwell de actuar como “eje de toda la situación en Santo Domingo”; y lo denunció, “agriamente”, como “el hombre que instigó” la secesión de Panamá con el propósito de “venderles a los Estados Unidos la New Panamá Canal Company”. Ahora Cromwell –declaró al Senador 615
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El Ministro Dawson no tardó en recibir otra “comunicación <strong>de</strong> Washington” or<strong>de</strong>nándose<br />
requerir <strong>de</strong>l gobierno dominicano que “abandonara toda otra negociación” y se limitara<br />
a “tratar directamente con el gobierno <strong>de</strong> los Estados Unidos” 1 .<br />
Este nuevo sesgo sorprendió y abismó al marido <strong>de</strong> Ella Rea<strong>de</strong>r. No era para menos. Ya<br />
él contaba regresar, <strong>de</strong> momento, con el convenido contrato en su cartera. La aclaración <strong>de</strong><br />
tan súbito cambio era proce<strong>de</strong>nte; y el Presi<strong>de</strong>nte Morales no le negó la entrevista <strong>de</strong>cisiva.<br />
Según la versión <strong>de</strong> la parte <strong>de</strong>fraudada, en ese encuentro Morales parecía “muy excitado<br />
y preocupado”, y, ante los apremios explicativos <strong>de</strong>l señor Rea<strong>de</strong>r, el Presi<strong>de</strong>nte exclamó:<br />
“¿Qué puedo hacer yo?” A tan <strong>de</strong>smayada inquisición agregó explanatoriamente: “le tengo<br />
miedo al Big Stick; no me atrevo a ofen<strong>de</strong>r al Presi<strong>de</strong>nte Roosevelt”.<br />
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Ella Rea<strong>de</strong>r vino a enterarse <strong>de</strong> lo sucedido en New York, cuando la prensa americana<br />
informó que el capitán Albert C. Dillingham 2 –el mismo oficial naval que se jactó <strong>de</strong> haber<br />
puesto a Carlos Morales Languasco en la silla presi<strong>de</strong>ncial– había concertado con el gobierno<br />
dominicano un protocolo que autorizaba al gobierno <strong>de</strong> los Estados Unidos <strong>de</strong> América a<br />
controlar las aduanas <strong>de</strong>l país y ajustar la <strong>de</strong>uda pública <strong>de</strong> la nación.<br />
Ella Rea<strong>de</strong>r trató, empecinadamente, <strong>de</strong> retener los valiosos servicios <strong>de</strong> su abogado<br />
y consejero. Cuando al fin logró establecer contacto personal con él le <strong>de</strong>stacó la<br />
importancia <strong>de</strong> los beneficios que en sociedad paritaria con los suyos le había asignado.<br />
En adición a esas ventajas, Ella Rea<strong>de</strong>r recabó <strong>de</strong>l Presi<strong>de</strong>nte Morales el compromiso<br />
<strong>de</strong> nombrar a Cromwell consejero asesor <strong>de</strong> ella esa función <strong>de</strong> agente fiscal <strong>de</strong>l gobierno<br />
dominicano.<br />
La compensación que ella le concedía a Cromwell por sus convenidos servicios, tanto<br />
en posición como en remuneración, no podía ser más espléndida. Se ha calculado que sólo<br />
en el aspecto pecuniario, tales retribuciones hubieran opacado el jugoso estipendio que a<br />
Cromwell le ganó su intervención en las maquinaciones preparatorias <strong>de</strong>l “rapto” <strong>de</strong> Panamá,<br />
cuya cuantía constó <strong>de</strong> ochocientos mil dólares, según lo aseveró Henry F. Pringle en<br />
su reputada monografía Theodore Roosevelt.<br />
De nada práctico sirvieron los afanes retentivos <strong>de</strong> Ella Rea<strong>de</strong>r. Seguro <strong>de</strong> su nueva<br />
posición con los magnates <strong>de</strong> Wall Street y <strong>de</strong> sus relaciones con el gobierno americano,<br />
Cromwell replicó a las seducciones <strong>de</strong> Ella Rea<strong>de</strong>r formulando una interrogación. “¿Por qué<br />
había él <strong>de</strong> conformarse con la mitad” <strong>de</strong> los beneficios –le inquirió– “cuando yo puedo”<br />
–dijo– “apo<strong>de</strong>rarme <strong>de</strong> todos?”.<br />
Al siguiente día Cromwell le avisó a Ella Rea<strong>de</strong>r, por la vía telefónica, que estaba<br />
listo y preparado para dirigirse a Washington en misión <strong>de</strong> consulta con el Presi<strong>de</strong>nte<br />
Roosevelt; y en tono <strong>de</strong> lancinante ironía –si en verdad dijo tal cosa– tornó a interrogarla:<br />
“¿Puedo presentarle al Presi<strong>de</strong>nte Roosevelt sus cumplidos y <strong>de</strong>cirle que usted ha sido<br />
<strong>de</strong>rrotada?”.<br />
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1 Rippy, ut supra.<br />
2 Dados los antece<strong>de</strong>ntes, Dillingham era el hombre apropiado para el caso. En carta que él dirigió al Subsecretario<br />
<strong>de</strong> Estado Robert Bacon el 16 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1906, “este oficial naval” (Dillingham) “<strong>de</strong>claró que él había llegado<br />
a las aguas dominicanas en diciembre <strong>de</strong> 1903 en el Detroit” y que “era enteramente responsable <strong>de</strong> haber puesto a<br />
Morales en el po<strong>de</strong>r”. J. Fred Rippy, The Initiation of the Customs Receivership in the Dominican Republic. The Hispanic<br />
American Historic al Review, 444.<br />
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