Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas
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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES encomiable entre la acción preconizada por Roosevelt y la del salteador de caminos que puñal en mano asalta al caminante y lo despoja de la bolsa –si con su entrega el asaltado trata de preservar el bien mayor de la propia vida– o sea la ética disparidad de posición social que existe entre el gobernante de una poderosa nación y un bandolero de oficio. La aprobación del Congreso americano no era una complicidad segura; y entonces, a fin de afianzar la consecución de su objetivo, el Presidente Roosevelt recurrió al sólito expediente de la rebelión inspirada, dirigida y protegida. Días antes de estallar en Panamá la revolución que proclamó su independencia política de los Estados Unidos de Colombia, Roosevelt le comunicó a su amigo y correligionario Albert Shaw reveladora confidencia de su actual temperamento. Él se “sentiría regocijado” –le escribió a su mencionado amigo– “si Panamá fuera un Estado independiente o si en este momento se independizara” 1 . Ya para esa época Roosevelt estaba tramando, positivamente, la conversión de tales sentimientos en una forzada realidad política; y, como resultado directo y calculado de la conspiración intervencionista, el día 3 del mes de noviembre –retardados en un día los planes trazados al efecto– en Panamá fue proclamada la secesión política y territorial que escindió al nuevo estado americano de la soberanía y jurisdicción de los Estados Unidos de Colombia. El 2 de noviembre (un día antes de estallar el movimiento secesionista y sólo tres días después de haber clausurado sus sesiones el Congreso de Colombia sin haberle impartido su sanción legislativa al discutido tratado Hay-Herrán), ignorante aún del imprevisto retardo, el Asistente Secretario de la Guerra les cablegrafió a los comandantes de los navíos Marblehead y Boston ordenándoles “impedir el desembarco” de tropas colombianas en las tierras del istmo. Análogas instrucciones habían recibido los comandantes de los cañoneros Dixie y Nashville (naves de ingrata recordación en la República Dominicana), que habían aportado ese mismo día en Colón. A bordo del cañonero Cartagena las tropas del gobierno colombiano se dirigían al sitio de la insurrección para debelarla. Semejante concentración de unidades navales es, en sí, delación inequívoca de los agresivos designios del Presidente Roosevelt. Cumpliendo precisas instrucciones, las fuerzas de la marina de los Estados Unidos de América desembarcaron en territorio colombiano con el declarado objeto de “proteger la vía férrea” 2 ; pero, en realidad, con el latente propósito de impedir a las tropas del gobierno que “debelaran la revolución”. En interés de justificar tan abusiva intervención, se alegó que esa medida era dictada por la previsión de que “los derechos de propiedad de súbditos americanos pudieran peligrar, puesto que la mayor parte del combate probablemente habría de tener lugar a lo largo de la línea ferroviaria” 3 . “A la sombra de tan pérfida maniobra, Colombia perdió a breve término y por siempre a Panamá” 4 . Apoyádose en la decidida confabulación de las autoridades americanas, el movimiento secesionista obtuvo fácil, rápido y completo éxito. Tan sólo tres días contaba la subversión cuando el gobierno americano reconoció al nuevo régimen, –por la urgente vía cablegráfica– como “gobierno responsable de la región” 5 . Ese mismo día y usando la misma impaciente vía de comunicación, el Cónsul americano le avisó al Secretario de Estado John Hay la significativa designación del Phelippe 1Literary Digest, XXIX, 505. 2Randolph Greenfield Adams, A History of the Foreign Policy of the United States, 288. 3Ibid. 4 (El comentario de esta nota no aparece en el libro que sirvió de base para la realización de esta edición). 5Foreign Relations of the United States (1903), 233. 606
ENRIQUE APOLINAR HENRÍQUEZ | REMINISCENCIAS Y EVOCACIONES Buneau-Varilla –agente principal del gobierno americano en la escenificación del movimiento insurreccional– como representante diplomático, de la nueva república americana, ante el gobierno tutelar en Washington; y doce días más tarde, el 18 del mismo mes de noviembre, ambos personajes –John Hay y Buneaux-Varilla– firmaban en la capital de los Estados Unidos de América el tratado que les confirió a esta última potencia amplios privilegios de soberanía sobre la zona del canal y además el derecho de construír y de fortificar esa importante vía de comunicación interoceánica a la medida de la avidez de Roosevelt. “Los Estados Unidos hicieron entonces, una de las cosas más raras en la historia de su política exterior”. Siempre habían sido morosos en reconocer a las naciones recién rebeladas antes de que su independencia hubiese sido establecida más allá de toda duda o posibilidad de error. Las colonias españolas, por ejemplo, “tuvieron que esperar su reconocimiento durante muchos años”; pero en acusador contraste en el caso de referencia “reconocieron la nueva República de Panamá dentro de la semana de la rebelión” 1 . De tal modo aconteció que “el derecho de secesión que Lincoln les negó a los estados sureños, Roosevelt lo reconoció en el Estado colombiano de Panamá” 2 . El proceso evolutivo de tan escandalosa acción se destacó como una carrera maratónica de velocidad y como acto de impudicia desaprensiva. El 3 de noviembre estalló la revolución, el 6 fue reconocido su gobierno y el 18 ya estaba firmado el instrumento diplomático que en cambio de una irrisoria compensación de diez millones de dólares y de una anualidad de doscientos cincuenta mil pesos (a partir del año 1911) les enajenó a los Estados Unidos de América, a perpetuidad, la zona del Canal de Panamá. ¡Todo eso, con ser tanto, se consumó en el brevísimo lapso de sólo quince días! El método empleado en esa delictiva adquisición no podía ser más exorbitante de la decencia, la justicia y la circunspección internacionales. Pero la elasticidad de sus principios le permitió a Roosevelt, más tarde, revestir ese abuso de poder con la coruscante clámide de una caprichosa magnificencia moral. “Para todo americano honrado, orgulloso del buen nombre de su país” –comentó él años después– “debe ser un asunto de orgullo el hecho de que la adquisición del canal y la construcción del canal hayan estado tan libres del escándalo, en todos sus detalles, como los actos públicos de Washington y Lincoln” 3 . Roosevelt insistió en imponerle a la opinión pública del mundo un enaltecimiento incompatible con la naturaleza y significación de los hechos. “No sólo fueron correctas todas las acciones tomadas”, aseguró como si dirigiera sus palabras a la credulidad sin discernimiento de ignaros párvulos, sino que fueron realizadas “de conformidad con los más elevados, finos y escrupulosos dechados de ética pública y gubernativa” 4 . Evocando la verdad histórica cual si fuera una premisa aplicable al caso, Roosevelt recordó el antecedente verídico y honroso de que “los Estados Unidos tienen muchos capítulos honorables en su historia” para llegar a la infundada conclusión de que “ningún otro capítulo” es “más honorable” que el capítulo que “habla de la forma en que nuestro derecho de cavar el Canal de Panamá fue asegurado” 5 . La historia, en cambio, ha escrito ya ese episodio en términos que no le hacen honor al espíritu contradictorio de su prepotente autor. 1Adams, ut supra. 2Ibid. 3Outlook, XCIX (1911), 314-18. Las itálicas son nuestras. 4Ibid. 5Ibid. Las itálicas son nuestras. 607
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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />
encomiable entre la acción preconizada por Roosevelt y la <strong>de</strong>l salteador <strong>de</strong> caminos que puñal<br />
en mano asalta al caminante y lo <strong>de</strong>spoja <strong>de</strong> la bolsa –si con su entrega el asaltado trata <strong>de</strong><br />
preservar el bien mayor <strong>de</strong> la propia vida– o sea la ética disparidad <strong>de</strong> posición social que<br />
existe entre el gobernante <strong>de</strong> una po<strong>de</strong>rosa nación y un bandolero <strong>de</strong> oficio.<br />
La aprobación <strong>de</strong>l Congreso americano no era una complicidad segura; y entonces,<br />
a fin <strong>de</strong> afianzar la consecución <strong>de</strong> su objetivo, el Presi<strong>de</strong>nte Roosevelt recurrió al sólito<br />
expediente <strong>de</strong> la rebelión inspirada, dirigida y protegida. Días antes <strong>de</strong> estallar en Panamá<br />
la revolución que proclamó su in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia política <strong>de</strong> los Estados Unidos <strong>de</strong> Colombia,<br />
Roosevelt le comunicó a su amigo y correligionario Albert Shaw reveladora confi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong><br />
su actual temperamento. Él se “sentiría regocijado” –le escribió a su mencionado amigo– “si<br />
Panamá fuera un Estado in<strong>de</strong>pendiente o si en este momento se in<strong>de</strong>pendizara” 1 .<br />
Ya para esa época Roosevelt estaba tramando, positivamente, la conversión <strong>de</strong> tales<br />
sentimientos en una forzada realidad política; y, como resultado directo y calculado <strong>de</strong> la<br />
conspiración intervencionista, el día 3 <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> noviembre –retardados en un día los planes<br />
trazados al efecto– en Panamá fue proclamada la secesión política y territorial que escindió al<br />
nuevo estado americano <strong>de</strong> la soberanía y jurisdicción <strong>de</strong> los Estados Unidos <strong>de</strong> Colombia.<br />
El 2 <strong>de</strong> noviembre (un día antes <strong>de</strong> estallar el movimiento secesionista y sólo tres días<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber clausurado sus sesiones el Congreso <strong>de</strong> Colombia sin haberle impartido<br />
su sanción legislativa al discutido tratado Hay-Herrán), ignorante aún <strong>de</strong>l imprevisto retardo,<br />
el Asistente Secretario <strong>de</strong> la Guerra les cablegrafió a los comandantes <strong>de</strong> los navíos<br />
Marblehead y Boston or<strong>de</strong>nándoles “impedir el <strong>de</strong>sembarco” <strong>de</strong> tropas colombianas en las<br />
tierras <strong>de</strong>l istmo. Análogas instrucciones habían recibido los comandantes <strong>de</strong> los cañoneros<br />
Dixie y Nashville (naves <strong>de</strong> ingrata recordación en la República Dominicana), que habían<br />
aportado ese mismo día en Colón. A bordo <strong>de</strong>l cañonero Cartagena las tropas <strong>de</strong>l gobierno<br />
colombiano se dirigían al sitio <strong>de</strong> la insurrección para <strong>de</strong>belarla. Semejante concentración<br />
<strong>de</strong> unida<strong>de</strong>s navales es, en sí, <strong>de</strong>lación inequívoca <strong>de</strong> los agresivos <strong>de</strong>signios <strong>de</strong>l Presi<strong>de</strong>nte<br />
Roosevelt. Cumpliendo precisas instrucciones, las fuerzas <strong>de</strong> la marina <strong>de</strong> los Estados Unidos<br />
<strong>de</strong> América <strong>de</strong>sembarcaron en territorio colombiano con el <strong>de</strong>clarado objeto <strong>de</strong> “proteger la<br />
vía férrea” 2 ; pero, en realidad, con el latente propósito <strong>de</strong> impedir a las tropas <strong>de</strong>l gobierno<br />
que “<strong>de</strong>belaran la revolución”. En interés <strong>de</strong> justificar tan abusiva intervención, se alegó<br />
que esa medida era dictada por la previsión <strong>de</strong> que “los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> propiedad <strong>de</strong> súbditos<br />
americanos pudieran peligrar, puesto que la mayor parte <strong>de</strong>l combate probablemente habría<br />
<strong>de</strong> tener lugar a lo largo <strong>de</strong> la línea ferroviaria” 3 . “A la sombra <strong>de</strong> tan pérfida maniobra,<br />
Colombia perdió a breve término y por siempre a Panamá” 4 .<br />
Apoyádose en la <strong>de</strong>cidida confabulación <strong>de</strong> las autorida<strong>de</strong>s americanas, el movimiento<br />
secesionista obtuvo fácil, rápido y completo éxito. Tan sólo tres días contaba la subversión<br />
cuando el gobierno americano reconoció al nuevo régimen, –por la urgente vía cablegráfica–<br />
como “gobierno responsable <strong>de</strong> la región” 5 .<br />
Ese mismo día y usando la misma impaciente vía <strong>de</strong> comunicación, el Cónsul americano<br />
le avisó al Secretario <strong>de</strong> Estado John Hay la significativa <strong>de</strong>signación <strong>de</strong>l Phelippe<br />
1Literary Digest, XXIX, 505.<br />
2Randolph Greenfield Adams, A History of the Foreign Policy of the United States, 288.<br />
3Ibid. 4 (El comentario <strong>de</strong> esta nota no aparece en el libro que sirvió <strong>de</strong> base para la realización <strong>de</strong> esta edición).<br />
5Foreign Relations of the United States (1903), 233.<br />
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