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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES nos hermanó; y la letificante emoción de haber salvado y auxiliado al prójimo necesitado, nos rebosó el alma de tan férvido contento que no volvimos a pensar en los peligros de la borrasca, enfurecida todavía. Tras largos días de navegación arribamos al puerto de New York. La común ignorancia del idioma inglés nos llevó a hospedarnos en el Hotel Martín, donde el habla y la comida eran de linaje puramente francés. Además de mi padre y de mi tío otros miembros de la familia formaban parte del grupo. Estos eran Francisco Noel y Pedro Nicolás, hijos ambos de mi tío Pancho, jóvenes que en esa famosa urbe americana iban a sentar plaza con el deliberado designio de ganar el sustento de la propia vida mediante el trabajo que esperaban encontrar y de acrecentar el acervo, cual lo hicieron, de su ya abastecido bagaje cultural. En función de secretario del Ministro de Relaciones Exteriores también formaba parte destacada del grupo el poeta Andrejulio Aybar —justo orgullo de las musas—, carísimo maestro de mis años juveniles y dilecto amigo durante el lapso de su larga vida. En nuestra sala del Hotel Martin solían congregarse varios compatriotas nuestros. Entre los más asiduos —diarios visitantes estaban siempre presentes Leonte Vázquez, Alejandro Woos y Gil y Florisel Rojas (este último inventor y enseres y ferviente seguidor de las teorías del recién fenecido economista americano Henry George); y otros más de irregular frecuencia. Las negociaciones con los directores de la Improvement y sus aliadas, objetivo del viaje de mi tío Pancho en función de representante del gobierno dominicano, fueron entabladas sin demora. En el Fith Avenue Hotel, sede ex profeso de tales directores, tenían lugar las convencionales deliberaciones. No pocos de los puntos formalmente debatidos allí dejaban de ser, empero, colectivamente revisados por nosotros y los compatriotas visitantes. ¡Cuán hondo, cuán puro y cuán sincero era el amor a la Patria, que en esos intercambios de criterio nos unía! Recordando esa experiencia y otras igualmente estimulantes, cuántas veces he pensado en la feliz y avanzada nación que hubiéramos podido fomentar si los dominicanos sintieran, pensaran y se condujeran en su propia tierra con la sensatez, altura y digno patriotismo que en el extranjero suelen ser lazos que los unen en una paradígmica familia nacional. El proceso de las negociaciones avanzaba a la medida de nuestras exigencias y al compás de nuestra aspiración nacionalista. Miel sobre hojuela hubiera sido adecuada descripción. Pero un día del mes de marzo cayó en el seno de nuestro sorprendido y alarmado cenáculo, como bólido cargado de inquietudes, la noticia de haberse producido un abrupto rompimiento en las negociaciones que hasta entonces se desarrollaban en atmósfera de paz y mutua comprensión; y, para desesperante confusión de todos, súpose también que la ruptura se debió a la terca intemperancia de un hombre sólitamente tan paciente y razonable como siempre lo había sido —sello distintivo de su personalidad— el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal. Ocasionó la disyuntiva —se aclaró— la insignificante diferencia de un cuatro por ciento anual en la tasa de interés que los negociadores debían estipular a cargo de las sumas pendientes de cancelación. ¡Ay, la fatiga mental suele alterar el normal carácter de los hombres! Y eso fue todo. Una simple y pasajera nube de verano. 598

ENRIQUE APOLINAR HENRÍQUEZ | REMINISCENCIAS Y EVOCACIONES En nuestro informal cenáculo imperó unánime temperamento de conciliación. Sin merma del decoro se acordó que en alguna forma debía promoverse la reanudación del diálogo entablado en miras de alcanzar un conveniente ajuste contractual. Silencioso y expectante escuchaba mi tío Pancho. A la sombra del descanso recobradas su habitual lucidez mental y su congénita serenidad de espíritu, sin ningún reparo aceptó mi tío el preconizado restablecimiento de los debates suspendidos. Por mutua iniciativa de Don Alejandro y Don Leonte, se acordó que mi padre gestionara la reanudación de relaciones; y mediante esa delegación se obtuvo fácilmente, sin la más leve traza claudicante de la decorosa altivez dominicana, que las negociaciones fuesen renovadas. No hubo más tropiezo. En lo sucesivo las negociaciones se deslizaron suavemente sobre rieles lubricados con el óleo de la mutua comprensión. Pero no rodaron tan suavemente sin que antes su mediación componedora le hubiese provocado a mi padre un incidente ingrato a la sensibilidad de su ético amor propio. Cuando a la mañana siguiente al episodio relatado llegó mi padre al Fith Avenue Hotel, tras del ritualístico intercambio de saludos John T. Abbott le espetó un reparo que en los oídos de mi padre retumbó con aspereza lesiva de su rectitud moral. —”Don Enrique” –exclamó Mr. Abbott–, “mi gente ha observado que en el curso de las negociaciones usted parece más el abogado de los intereses del gobierno dominicano que de nuestros intereses”. Esa observación resultó demasiado hiriente para ser soportada sin indignación por persona de pundonor tan sensitivo como el de mi padre. La réplica, al instante, restalló tan rápida como cortante. —”Mr. Abbott” –eyaculó mi padre–; “dígale a su gente que desde este mismo instante he dejado de estar a su servicio”. Poniéndose en pie, mi padre le tendió la mano en ademán de despedida. Mr. Abbott la retuvo fuertemente entre las suyas mientras explotaba en una risotada insólita en persona de tan comedidas maneras como siempre eran las suyas. —”Don Enrique” –explicó Mr. Abbott sonriendo–, “mi gente se siente ahora más segura de la lealtad de sus servicios y de la buena fe de su persona. Ellos entienden que no podrían tener esa confianza en su fidelidad profesional si usted fuera indiferente a la justa defensa del interés de su país”. También en este caso como en el precitado se disipó, el disturbio confrontado, como una simple y pasajera nube de verano. A ojo de buen cubero Estando yo en el bufete de abogados Peynado y Henríquez se presentó John T. Abbott. Se detuvo allí con el objeto de hacer hora para acudir puntual a la cita que en su propia residencia –sita en el mismo vecindario– le había prefijado el Ministro de Hacienda y Comercio. Uno o dos días antes había llegado Mr. Abbott de los Estados Unidos de América. Llegaba al país, esta vez, expresamente llamado para concertar entre el gobierno dominicano y la San Domingo Improvement Company y sus aliadas un ajuste definitivo de las acreencias que contra el Estado Dominicano poseían esas sociedades financieras. El gobierno de los Estados Unidos de América, que bajo la bandera expansionista del Presidente Theodore Roosevelt le había injertado a la Doctrina Monroe un nuevo corolario en 599

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

nos hermanó; y la letificante emoción <strong>de</strong> haber salvado y auxiliado al prójimo necesitado,<br />

nos rebosó el alma <strong>de</strong> tan férvido contento que no volvimos a pensar en los peligros <strong>de</strong> la<br />

borrasca, enfurecida todavía.<br />

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Tras largos días <strong>de</strong> navegación arribamos al puerto <strong>de</strong> New York.<br />

La común ignorancia <strong>de</strong>l idioma inglés nos llevó a hospedarnos en el Hotel Martín, don<strong>de</strong><br />

el habla y la comida eran <strong>de</strong> linaje puramente francés. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> mi padre y <strong>de</strong> mi tío otros<br />

miembros <strong>de</strong> la familia formaban parte <strong>de</strong>l grupo. Estos eran Francisco Noel y Pedro Nicolás,<br />

hijos ambos <strong>de</strong> mi tío Pancho, jóvenes que en esa famosa urbe americana iban a sentar plaza con<br />

el <strong>de</strong>liberado <strong>de</strong>signio <strong>de</strong> ganar el sustento <strong>de</strong> la propia vida mediante el trabajo que esperaban<br />

encontrar y <strong>de</strong> acrecentar el acervo, cual lo hicieron, <strong>de</strong> su ya abastecido bagaje cultural. En<br />

función <strong>de</strong> secretario <strong>de</strong>l Ministro <strong>de</strong> Relaciones Exteriores también formaba parte <strong>de</strong>stacada<br />

<strong>de</strong>l grupo el poeta Andrejulio Aybar —justo orgullo <strong>de</strong> las musas—, carísimo maestro <strong>de</strong> mis<br />

años juveniles y dilecto amigo durante el lapso <strong>de</strong> su larga vida.<br />

En nuestra sala <strong>de</strong>l Hotel Martin solían congregarse varios compatriotas nuestros. Entre los<br />

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y Gil y Florisel Rojas (este último inventor y enseres y ferviente seguidor <strong>de</strong> las teorías <strong>de</strong>l<br />

recién fenecido economista americano Henry George); y otros más <strong>de</strong> irregular frecuencia.<br />

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Las negociaciones con los directores <strong>de</strong> la Improvement y sus aliadas, objetivo <strong>de</strong>l viaje<br />

<strong>de</strong> mi tío Pancho en función <strong>de</strong> representante <strong>de</strong>l gobierno dominicano, fueron entabladas sin<br />

<strong>de</strong>mora. En el Fith Avenue Hotel, se<strong>de</strong> ex profeso <strong>de</strong> tales directores, tenían lugar las convencionales<br />

<strong>de</strong>liberaciones. No pocos <strong>de</strong> los puntos formalmente <strong>de</strong>batidos allí <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> ser,<br />

empero, colectivamente revisados por nosotros y los compatriotas visitantes. ¡Cuán hondo,<br />

cuán puro y cuán sincero era el amor a la Patria, que en esos intercambios <strong>de</strong> criterio nos<br />

unía! Recordando esa experiencia y otras igualmente estimulantes, cuántas veces he pensado<br />

en la feliz y avanzada nación que hubiéramos podido fomentar si los dominicanos sintieran,<br />

pensaran y se condujeran en su propia tierra con la sensatez, altura y digno patriotismo que<br />

en el extranjero suelen ser lazos que los unen en una paradígmica familia nacional.<br />

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El proceso <strong>de</strong> las negociaciones avanzaba a la medida <strong>de</strong> nuestras exigencias y al compás<br />

<strong>de</strong> nuestra aspiración nacionalista. Miel sobre hojuela hubiera sido a<strong>de</strong>cuada <strong>de</strong>scripción. Pero<br />

un día <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> marzo cayó en el seno <strong>de</strong> nuestro sorprendido y alarmado cenáculo, como<br />

bólido cargado <strong>de</strong> inquietu<strong>de</strong>s, la noticia <strong>de</strong> haberse producido un abrupto rompimiento en las<br />

negociaciones que hasta entonces se <strong>de</strong>sarrollaban en atmósfera <strong>de</strong> paz y mutua comprensión;<br />

y, para <strong>de</strong>sesperante confusión <strong>de</strong> todos, súpose también que la ruptura se <strong>de</strong>bió a la terca<br />

intemperancia <strong>de</strong> un hombre sólitamente tan paciente y razonable como siempre lo había sido<br />

—sello distintivo <strong>de</strong> su personalidad— el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal.<br />

Ocasionó la disyuntiva —se aclaró— la insignificante diferencia <strong>de</strong> un cuatro por ciento<br />

anual en la tasa <strong>de</strong> interés que los negociadores <strong>de</strong>bían estipular a cargo <strong>de</strong> las sumas pendientes<br />

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