Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

banreservas.com.do
from banreservas.com.do More from this publisher
23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES la calle La Marina i, sin que nadie me reconociera, me embarqué en un vaporcito francés que iba para Jacmel, Haití, su primera escala. Todo mi haber consistía en menos de tres pesos nacionales i en una funda de almohada contentiva de poca ropa interior i algunos libros. El viaje duró 24 horas. Sin conocer a nadie, allí, llegué de noche a ese puerto. Sentí hambre. Al desembarcar oí que vendían arroz con habichuelas servidos en cartuchos de papel. Compré uno i enseguida compré otro, pues temí que “ese manjar” se acabara pronto. IX. En Haití Utilicé el poco francés común que aprendí en mi casa i en el estudio de esa materia escolar. Me hice comprender. Rogué a uno de los jóvenes que se paseaban en el muelle para que me indicara o me llevara a una sastrería. Tuvo pena de mí i me socorrió. Después de andar durante algunos minutos llegamos a la casa de un sastre de mediana categoría. Allí referí al Maestro parte de mi osadía. Se apiadó de mí i me acojió en su pobre taller. Esa noche i las siguientes dormí sobre la mesa en que se cortaban las prendas a la moda. Era una mesa larga, como el camastro en donde intenté dormir la primera noche que me reclutaron allá en el batallón. Al otro día el Maestro me puso a trabajar en un chaleco de dril, la pieza que yo mejor cosía. Aunque el acabado no era igual a lo que hacía cuando abandoné mi labor en la sastrería de Shon John, esa primera tarea en Haití resultó aceptable. Al correr de los siguientes días seguí cosiendo chalecos. El precio por la costura de esas piezas era mezquino, pero me servía lo suficiente para comer. A la semana de vivir en Jacmel aproveché una recua de mulos que iba para Port-au- Prince. Me confiaron una cabalgadura para ese transporte, en cambio de que cuidara de las otras bestias cargadas con café i con otras mercancías. La luna llena alivió mis pesares durante ese largo trayecto i me hizo admirar la tristeza extendida sobre el cementerio de Léogane, en donde la luna llena, i las tumbas, blancas como la nieve, daban la impresión de un vecindario dormido. A pesar de mi cansancio, me inspiré i tomé notas para después escribir estos versos: Unas nubes, allá lejos, se han marchado en gran derrota i no sé si volverán. Plenilunio! Pobres muertos, que en las tumbas ya no sufren! ¿Hai dolores en la Luna? Veo un cercado allá mui lejos, un cercado viejo i mugre que vijila a aquellos muertos. Cuántos huesos, calladitos bajo el mármol de esas tumbas! Qué silencio hai bajo el cielo! Durante el camino, el conductor de esa recua prometió llevarme a la oficina del Cónsul Dominicano en aquella capital. Cumplió su promesa tan pronto llegamos. Allí conversé con 58

HERIBERTO PIETER | AUTOBIOGRAFÍA dicho funcionario. Después me presentó al Sr. Ministro Don Jean (Yancito) Henríquez. Les referí minuciosamente el porqué i las peripecias de mi deserción i de mi viaje. Ambos me mostraron compasión al oír mi relato. El Cónsul me llevó a una importante sastrería cuyo dueño era dominicano. Allí me ofrecieron labores, pero yo no estaba satisfecho porque tenía que dormir solitario en ese vasto taller i temía a los ladrones que, según me contaron desde que llegué allí, abundaban en ese barrio. Supe que el dueño de ese negocio era morfinómano. Yo dormía en la planta baja i el patrón en la alta. Aunque ganaba lo suficiente para sustentarme, busqué otra ocupación. Por casualidad, un dominicano hizo allí compra de pantalones para su tienda de mercancías. Enseguida nos presentamos el uno al otro. No tardé en suplicarle me indicara cualquier trabajo de tipografía o de sastrería en donde yo pudiera estar tranquilo tanto de día como de noche. Mi recién conocido, llamado Basora, volvió a verme para ofrecerme noticias acerca de otra ocupación: dependiente en una tienda i almacén a donde llegaban dominicanos para vender cera de abejas i cobijas de ganados sacrificados en nuestro país. Esa misma tarde me llevó a “La Tete de Boeuf” (La Cabeza del Buey), un bien montado negocio, cuyo propietario, Monsieur Antoine Audain, me recibió con amabilidad i acojió mi oferta de ir a emplearme en su tienda. Allí trabajé mañana, tarde i a veces de noche, cuando llegaban muchos clientes. En los días de alguna calma yo estudiaba las materias para presentar, en cualquier colejio o Universidad, el primer examen de Injeniería. En vista de que los cursos de Agrimensura se hacían en dos años, escojí esa profesión porque abrigaba la esperanza de poderme graduar en ella. Allí podría trabajar con ventaja i estudiar medicina, mi anhelo desde antes de mi adolescencia. Una semana después que comencé a trabajar en “La Tete de Boeuf” leí en un periódico haitiano la triste noticia del suicidio del dueño de la sastrería en donde apenas trabajé durante pocos días. ¡Qué contratiempo hubiera sido para mí, que pasaba la noche en la misma residencia de aquel enloquecido patrón, si durmiendo yo allí, en el momento de ese funesto percance aquello (el citado suicidio) hubiese sucedido! No siempre las situaciones infortunadas se empeñan en perseguir a los desdichados. ¡A veces la Providencia nos favorece con el regalo de algún percance que suspende o destruye el intento de algo que pudiera aniquilarnos! En aquellos días yo pensaba no volver a mi país. Temía que me obligaban a volver a la milicia. En esos momentos pensaba ir a estudiar la Agrimensura a Cuba, para lo cual yo economizaba casi todo lo que ganaba en mi laborioso empleo. A principios del mes de septiembre mi buen amigo Augusto Chotin llegó al almacén del Sr. Audain, acompañado de una persona que años atrás yo había visto en Santo Domingo trabajando bajo condena judicial. Aquel era un presidiario que cumplía su sentencia rompiendo piedras en la Cuesta del Vidrio, la que hoi es parte de la calle Duarte. Sin ser asociados en ese corriente tráfico comercial, tales personas eran clientes de Monsier Antoine Audain. Chotin i su acompañante vendían cobijas de reses, cera, etc., i hacían buenos negocios con esas i otras mercancías. Augusto no podía creer que yo estaba trabajando como peón en ese trabajo. No le gustó verme penando en esa ruda labor, aunque le hice saber el buen trato que me daba el propietario i su familia, sobre todo sus pequeñuelos, cuya inocencia era para mí un regalo espiritual. 59

HERIBERTO PIETER | AUTOBIOGRAFÍA<br />

dicho funcionario. Después me presentó al Sr. Ministro Don Jean (Yancito) Henríquez. Les<br />

referí minuciosamente el porqué i las peripecias <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>serción i <strong>de</strong> mi viaje. Ambos me<br />

mostraron compasión al oír mi relato. El Cónsul me llevó a una importante sastrería cuyo<br />

dueño era dominicano. Allí me ofrecieron labores, pero yo no estaba satisfecho porque<br />

tenía que dormir solitario en ese vasto taller i temía a los ladrones que, según me contaron<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que llegué allí, abundaban en ese barrio. Supe que el dueño <strong>de</strong> ese negocio era morfinómano.<br />

Yo dormía en la planta baja i el patrón en la alta. Aunque ganaba lo suficiente<br />

para sustentarme, busqué otra ocupación. Por casualidad, un dominicano hizo allí compra<br />

<strong>de</strong> pantalones para su tienda <strong>de</strong> mercancías. Enseguida nos presentamos el uno al otro. No<br />

tardé en suplicarle me indicara cualquier trabajo <strong>de</strong> tipografía o <strong>de</strong> sastrería en don<strong>de</strong> yo<br />

pudiera estar tranquilo tanto <strong>de</strong> día como <strong>de</strong> noche. Mi recién conocido, llamado Basora,<br />

volvió a verme para ofrecerme noticias acerca <strong>de</strong> otra ocupación: <strong>de</strong>pendiente en una tienda<br />

i almacén a don<strong>de</strong> llegaban dominicanos para ven<strong>de</strong>r cera <strong>de</strong> abejas i cobijas <strong>de</strong> ganados<br />

sacrificados en nuestro país.<br />

Esa misma tar<strong>de</strong> me llevó a “La Tete <strong>de</strong> Boeuf” (La Cabeza <strong>de</strong>l Buey), un bien montado<br />

negocio, cuyo propietario, Monsieur Antoine Audain, me recibió con amabilidad i acojió mi<br />

oferta <strong>de</strong> ir a emplearme en su tienda.<br />

Allí trabajé mañana, tar<strong>de</strong> i a veces <strong>de</strong> noche, cuando llegaban muchos clientes. En<br />

los días <strong>de</strong> alguna calma yo estudiaba las materias para presentar, en cualquier colejio o<br />

Universidad, el primer examen <strong>de</strong> Injeniería. En vista <strong>de</strong> que los cursos <strong>de</strong> Agrimensura se<br />

hacían en dos años, escojí esa profesión porque abrigaba la esperanza <strong>de</strong> po<strong>de</strong>rme graduar<br />

en ella. Allí podría trabajar con ventaja i estudiar medicina, mi anhelo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antes <strong>de</strong> mi<br />

adolescencia.<br />

Una semana <strong>de</strong>spués que comencé a trabajar en “La Tete <strong>de</strong> Boeuf” leí en un periódico<br />

haitiano la triste noticia <strong>de</strong>l suicidio <strong>de</strong>l dueño <strong>de</strong> la sastrería en don<strong>de</strong> apenas trabajé durante<br />

pocos días. ¡Qué contratiempo hubiera sido para mí, que pasaba la noche en la misma<br />

resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> aquel enloquecido patrón, si durmiendo yo allí, en el momento <strong>de</strong> ese funesto<br />

percance aquello (el citado suicidio) hubiese sucedido! No siempre las situaciones infortunadas<br />

se empeñan en perseguir a los <strong>de</strong>sdichados. ¡A veces la Provi<strong>de</strong>ncia nos favorece<br />

con el regalo <strong>de</strong> algún percance que suspen<strong>de</strong> o <strong>de</strong>struye el intento <strong>de</strong> algo que pudiera<br />

aniquilarnos!<br />

En aquellos días yo pensaba no volver a mi país. Temía que me obligaban a volver a<br />

la milicia. En esos momentos pensaba ir a estudiar la Agrimensura a Cuba, para lo cual yo<br />

economizaba casi todo lo que ganaba en mi laborioso empleo.<br />

A principios <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> septiembre mi buen amigo Augusto Chotin llegó al almacén <strong>de</strong>l<br />

Sr. Audain, acompañado <strong>de</strong> una persona que años atrás yo había visto en Santo Domingo<br />

trabajando bajo con<strong>de</strong>na judicial. Aquel era un presidiario que cumplía su sentencia rompiendo<br />

piedras en la Cuesta <strong>de</strong>l Vidrio, la que hoi es parte <strong>de</strong> la calle Duarte. Sin ser asociados<br />

en ese corriente tráfico comercial, tales personas eran clientes <strong>de</strong> Monsier Antoine Audain.<br />

Chotin i su acompañante vendían cobijas <strong>de</strong> reses, cera, etc., i hacían buenos negocios con<br />

esas i otras mercancías.<br />

Augusto no podía creer que yo estaba trabajando como peón en ese trabajo. No le<br />

gustó verme penando en esa ruda labor, aunque le hice saber el buen trato que me daba<br />

el propietario i su familia, sobre todo sus pequeñuelos, cuya inocencia era para mí un<br />

regalo espiritual.<br />

59

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!