Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES “Obedientes al poderío de este orden de ideas, claras y precisas; amables por la sanidad en que rebosan; indeclinables por la rica diversidad de satisfacciones patrióticas a que propende, asumimos la inmensa responsabilidad de traer a este Consejo de Gobierno el presente dictamen. Su fin no es de bondad absoluta, pero sí relativa; a lo menos si se le compara con cualquiera de los posibles remedios en las actuales circunstancias. “¡Ojalá surja otro mejor! “Entre tanto, que Dios ilumine vuestra inteligencia y la del Consejo, ciudadano Presidente, en la misma proporción en que inflamara vuestro espíritu con la pasión que da brillo a vuestros laureles y firmeza a vuestros amigos: la pasión del deber hacia la Patria!” 1 . El Presidente escuchó la lectura del precedente informe haciendo tácitos signos de aprobación. Pero obsedida su mente con el desenlace de la nueva emisión, asumiendo aire de serena gravedad exclamó: —”Muy buen trabajo, Ministro. Creo que debemos tenerlo en cuenta para ir depurando y acogiendo, en su oportunidad, las recomendaciones que contiene. Pero entre tanto” (insistió mientras recogía de la mesa y en su diestra mostraba enarbolado cual pendón uno de los billetes que en ella había depositado antes) “debemos resolver todo lo atinente a la nueva emisión de los billetes del Banco Nacional; porque la verdad es que se trata de un asunto que no permite la menor morosidad”. Remarcando sus expresiones con las inflexiones de su voz, como si en el énfasis de las palabras buscara el recurso decisivo de la persuación, tras breve pausa prosiguió: —”Al gobierno se le han agotado ya todas las fuentes financieras de hacerle frente a sus necesidades. Estos billetes, ministros, constituyen el expediente más rápido de crearle una nueva fuente que lo saque de sus agonizantes embarazos”. La obstinación del Presidente, al girar y regirar en torno de la misma viciosa idea que le infundía tonos de solución indispensable a la propuesta emisión de los nuevos billetes, originó una larga discusión entre él y el proponente del plan más arriba transcrito. Finalmente todos los ministros coincidieron en un mismo criterio. El Ministro Vidal fue el primero en robustecer con su adhesión las argumentaciones del Ministro Henríquez. En igual sentido intervinieron después el ministro Cordero y el Ministro Álvarez, abogando resueltamente en favor de la tesis que sustentaba la derogación del inopinado designio de inundar el país con la propuesta emisión de papel moneda, inevitable agente de la ruina común. El Ministro Pichardo fue el último en expresar su pensamiento. Rompió el largo silencio, que hasta entonces había guardado, preguntando: —”¿Cree usted, Presidente, que el gobierno está suficientemente preparado para dominar la ola del descontento público que amenazante o conflictivamente se levantará en todas las regiones del país, y, de manera especial, en el Cibao?”. 1 Américo Lugo, A Punto Largo, 204-12 “Cuando la historia, bella figuración de la justicia eterna con que los siglos regalan los ojos de la posteridad; cuando la historia, estrella que sólo resplandece cuando las sombras envuelven el día de los sucesos; cuando la historia, rompa en luz de verdad y de gloria sobre el horizonte de esta patria nuestra, triste hoy y obscura y solitaria, pocos serán, entre los contemporáneos, los que merezcan tan alto puesto en la consideración y estima de sus conciudadanos como el feliz autor del proyecto de reformas que antecede”. Lugo, ibid, 213. 572

ENRIQUE APOLINAR HENRÍQUEZ | REMINISCENCIAS Y EVOCACIONES La excogitación del Presidente Heureaux, al escuchar tan sensata inquisición, tuvo la rapidez de un relámpago que súbitamente le hubiese iluminado el pensamiento. El Ministro Pichardo había terminado apenas de pronunciar la última palabra de su interrogante locución cuando el mandatario ejecutivo de la nación, sin traslucir el menor indicio de contrariedad y asumiendo más bien aire de una iluminada complacencia, transigió. —”Está bien, ministros; se suspenderá la propuesta emisión”. Escudriñando el semblante de los miembros del Consejo con mirada penetrante, cual si hablara consigo mismo, el Presidente exclamó en términos más sugerentes que expresivos: —”¡Y pensar que esta emisión le ha costado al gobierno más de diez y ocho mil pesos o…ro!”. En rapto de visible intención Heureaux alargó, separándolas, las sílabas de ese vocablo. ¡Las alargó como si hiciera estrenuo esfuerzo por mover una montaña! No otra cosa, en puridad, representaba el oro en un país cuya economía, saturada de papel moneda, amenazaba derrumbarse. Renuente todavía, el Presidente cuestionó finalmente a sus ministros: —”¿Están ustedes resueltos a que se pierdan esos diez y ocho mil pesos o…ro?”. No fue una voz, sino un coro de voces lo que resonó: —”¡Qué se pierdan!”. Poniéndose en pie con gesto maquinal que imitaron sus ministros, el Presidente Heureaux le puso punto final a esa angustiosa sesión del consejo de gobierno distribuyendo sonrisas y apretones de manos en el alborozado ruedo de sus consejeros ministeriales. La última emisión Quamvis acerbus qui monet nulli nocet. Publilius Syrus. —”Armandito” –le dijo el Presidente Heureaux a Armando Pellerano Castro, Oficial Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores–, “avísele al Ministro Henríquez que a las nueve de esta misma mañana habrá consejo de gobierno”. —”Enseguida cumpliré sus instrucciones, Presidente. Pero no olvide que para el Ministro Henríquez a las nueve de la mañana es aún de madrugada”. —”Hoy no, Armandito” –repuso el Presidente–; y al punto, cual si hubiera hecho un raro hallazgo, agregó: —”Yo lo ví, de lejos, al amanecer”. —”A esa hora sin duda iba a recogerse”. —”Infórmele entonces, que esta tarde a las cuatro tendremos consejo de gobierno”. —”Muy bien, Presidente; se lo haré saber”. Esa condescendencia era habitual en el Presidente Heureaux, lo mismo que en el Ministro Henríquez el hábito de trasnochar. Semejante acomodamiento no le sentó a uno de los miembros del concilio ministerial que presenció el diálogo transcrito. —”Presidente” –estalló disgustado–, “el Ministro Henríquez es un funcionario indisciplinado. Nunca llega a Palacio cuando debe, sino cuando le da la gana; y esa irregularidad ha dado lugar, en muchos casos, a que la complaciente benevolencia de usted haya rayado en el extremo de posponer o suspender la celebración de algunos Consejos de Gobierno. Yo creo que a esta informalidad hay que ponerle coto”. 573

ENRIQUE APOLINAR HENRÍQUEZ | REMINISCENCIAS Y EVOCACIONES<br />

La excogitación <strong>de</strong>l Presi<strong>de</strong>nte Heureaux, al escuchar tan sensata inquisición, tuvo la<br />

rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> un relámpago que súbitamente le hubiese iluminado el pensamiento. El Ministro<br />

Pichardo había terminado apenas <strong>de</strong> pronunciar la última palabra <strong>de</strong> su interrogante locución<br />

cuando el mandatario ejecutivo <strong>de</strong> la nación, sin traslucir el menor indicio <strong>de</strong> contrariedad<br />

y asumiendo más bien aire <strong>de</strong> una iluminada complacencia, transigió.<br />

—”Está bien, ministros; se suspen<strong>de</strong>rá la propuesta emisión”.<br />

Escudriñando el semblante <strong>de</strong> los miembros <strong>de</strong>l Consejo con mirada penetrante,<br />

cual si hablara consigo mismo, el Presi<strong>de</strong>nte exclamó en términos más sugerentes que<br />

expresivos:<br />

—”¡Y pensar que esta emisión le ha costado al gobierno más <strong>de</strong> diez y ocho mil pesos o…ro!”.<br />

En rapto <strong>de</strong> visible intención Heureaux alargó, separándolas, las sílabas <strong>de</strong> ese vocablo.<br />

¡Las alargó como si hiciera estrenuo esfuerzo por mover una montaña! No otra cosa, en<br />

puridad, representaba el oro en un país cuya economía, saturada <strong>de</strong> papel moneda, amenazaba<br />

<strong>de</strong>rrumbarse.<br />

Renuente todavía, el Presi<strong>de</strong>nte cuestionó finalmente a sus ministros:<br />

—”¿Están uste<strong>de</strong>s resueltos a que se pierdan esos diez y ocho mil pesos o…ro?”.<br />

No fue una voz, sino un coro <strong>de</strong> voces lo que resonó:<br />

—”¡Qué se pierdan!”.<br />

Poniéndose en pie con gesto maquinal que imitaron sus ministros, el Presi<strong>de</strong>nte Heureaux<br />

le puso punto final a esa angustiosa sesión <strong>de</strong>l consejo <strong>de</strong> gobierno distribuyendo sonrisas<br />

y apretones <strong>de</strong> manos en el alborozado ruedo <strong>de</strong> sus consejeros ministeriales.<br />

La última emisión<br />

Quamvis acerbus qui monet nulli nocet. Publilius Syrus.<br />

—”Armandito” –le dijo el Presi<strong>de</strong>nte Heureaux a Armando Pellerano Castro, Oficial<br />

Mayor <strong>de</strong>l Ministerio <strong>de</strong> Relaciones Exteriores–, “avísele al Ministro Henríquez que a las<br />

nueve <strong>de</strong> esta misma mañana habrá consejo <strong>de</strong> gobierno”.<br />

—”Enseguida cumpliré sus instrucciones, Presi<strong>de</strong>nte. Pero no olvi<strong>de</strong> que para el Ministro<br />

Henríquez a las nueve <strong>de</strong> la mañana es aún <strong>de</strong> madrugada”.<br />

—”Hoy no, Armandito” –repuso el Presi<strong>de</strong>nte–; y al punto, cual si hubiera hecho un<br />

raro hallazgo, agregó:<br />

—”Yo lo ví, <strong>de</strong> lejos, al amanecer”.<br />

—”A esa hora sin duda iba a recogerse”.<br />

—”Infórmele entonces, que esta tar<strong>de</strong> a las cuatro tendremos consejo <strong>de</strong> gobierno”.<br />

—”Muy bien, Presi<strong>de</strong>nte; se lo haré saber”.<br />

Esa con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia era habitual en el Presi<strong>de</strong>nte Heureaux, lo mismo que en el Ministro<br />

Henríquez el hábito <strong>de</strong> trasnochar.<br />

Semejante acomodamiento no le sentó a uno <strong>de</strong> los miembros <strong>de</strong>l concilio ministerial<br />

que presenció el diálogo transcrito.<br />

—”Presi<strong>de</strong>nte” –estalló disgustado–, “el Ministro Henríquez es un funcionario indisciplinado.<br />

Nunca llega a Palacio cuando <strong>de</strong>be, sino cuando le da la gana; y esa irregularidad<br />

ha dado lugar, en muchos casos, a que la complaciente benevolencia <strong>de</strong> usted haya rayado<br />

en el extremo <strong>de</strong> posponer o suspen<strong>de</strong>r la celebración <strong>de</strong> algunos Consejos <strong>de</strong> Gobierno. Yo<br />

creo que a esta informalidad hay que ponerle coto”.<br />

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