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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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Tellelle<br />

No hay pueblo que no tenga, en la historia borrosa <strong>de</strong> su pasado, una figura interesante.<br />

San Juan tuvo, entre otras, a Tellelle. Su nombre verda<strong>de</strong>ro: Telésforo Cuevas; pero era más<br />

conocido por el familiar apodo. Quizás por su verda<strong>de</strong>ro nombre pocas personas hubieran<br />

sido capaces <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificarlo.<br />

Tellelle, en el <strong>de</strong>svanecido tiempo <strong>de</strong> su juventud, formó parte <strong>de</strong> la policía gubernativa.<br />

Como policía prestó buenos servicios a la sociedad. Los comentarios sobre su honra<strong>de</strong>z<br />

fueron siempre elogiosos y pon<strong>de</strong>rativos. Entre otros actos <strong>de</strong> su probidad se recuerda el<br />

episodio <strong>de</strong> las valijas. Eran tiempos lluviosos y <strong>de</strong> ríos crecidos. El San Juan, caudaloso<br />

vecino <strong>de</strong>l poblado, estaba a varios pies sobre su nivel. Un impru<strong>de</strong>nte viajero, sin medir las<br />

consecuencias <strong>de</strong> su terquedad, trató <strong>de</strong> va<strong>de</strong>arlo. La impetuosa corriente arrastró caballo<br />

y jinete, salvándose ambos <strong>de</strong> pura casualidad, gracias a la resistencia <strong>de</strong> la cabalgadura.<br />

El viajero salvó la vida, pero se quedó con lo <strong>de</strong> arriba: las valijas las arrastró la corriente y<br />

en ellas iba, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la ropa, su fortuna. Se corrió la voz <strong>de</strong>l suceso. Gran<strong>de</strong>s nadadores<br />

<strong>de</strong>safiaron el peligroso río y bucearon en distintas direcciones en busca <strong>de</strong> las codiciadas<br />

valijas, en las cuales se sabía habían varios miles <strong>de</strong> pesos en oro. Tellelle, más avisado o<br />

más práctico, se fue un kilómetro más abajo <strong>de</strong>l paso y algunas horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>positó<br />

en manos <strong>de</strong>l Jefe Comunal las ambicionadas valijas con todo su contenido intacto. Pudo<br />

haberse quedado con ellas. Pudo haber mellado el contenido. Nadie lo vio. Nadie sabía <strong>de</strong><br />

sus andares. Pero no lo hizo. Se conformó con el premio ofrecido: una onza.<br />

Allá en mis años mozos, reunidos varios jóvenes en una esquina <strong>de</strong>l parque, acertó Tellelle<br />

a pasar frontero a nuestro grupo. Uno <strong>de</strong> los compañeros, un espabilado joven, queriendo<br />

divertirse a costa <strong>de</strong>l honrado vejete, le dijo:<br />

—Tellelle, si te hubieras quedado con las valijas no anduvieras viejo y pobre, encorvado<br />

bajo el peso <strong>de</strong>l trabajo y <strong>de</strong> los años. –Y se rió <strong>de</strong> su chiste mal sonante y más que mal sonante,<br />

carente <strong>de</strong> piedad. Tellelle, irguiéndose en toda su majestad ofendida, respondió:<br />

—Joven, la honra<strong>de</strong>z vale más que la riqueza. Viejo soy. He trabajado duro. He pasado<br />

muchas miserias; pero no me arrepentiré jamás <strong>de</strong> ser un hombre honrado. –Y continuó su<br />

camino, encorvado bajo el peso <strong>de</strong> los años y <strong>de</strong> la miseria; pero digno, mientras nosotros<br />

reconveníamos al atolondrado joven.<br />

Ya viejo, Tellelle ejercía las funciones <strong>de</strong> zacatecas en el cementerio <strong>de</strong> la villa. Muchas<br />

veces lo vimos, muy anciano, en su afanoso bregar. La vejez lo hizo renunciar a sus funciones.<br />

Las manos que no habían querido <strong>de</strong>linquir, se negaban a darle el sustento. Tellelle es<br />

una lección <strong>de</strong> probidad.<br />

Pupú<br />

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

Para hablar <strong>de</strong> esta mujer que fue por mucho tiempo, en las tinieblas <strong>de</strong>l pasado <strong>de</strong><br />

San Juan, el centro <strong>de</strong> reunión <strong>de</strong> la juventud, quisiera po<strong>de</strong>r hacerlo en un poema. Yo no<br />

recuerdo su verda<strong>de</strong>ro nombre. Sólo retengo su proce<strong>de</strong>ncia: era neibera y había venido<br />

a San Juan como ama <strong>de</strong> llaves o cocinera <strong>de</strong>l Padre Ciccone. La conocí ya vieja. Estatura<br />

baja, ancha <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>ras, color trigueño, cabellera ignorada, pues siempre tenía en la cabeza<br />

un pañuelo amarrado en forma llamativa. Todo en ella era espectacular, estrafalario. Vestía<br />

<strong>de</strong> manera vistosa. La cola <strong>de</strong>l traje, <strong>de</strong> extensión <strong>de</strong>susada, formaba un vendaval a su<br />

paso. Le gustaba hacer el ridículo. También llamar las cosas por su nombre. Para hablar<br />

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