Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas
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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES Las fiestas con que se celebran los 27 de Febrero y 16 de Agosto, dos fechas de gran significación en los fastos de nuestra historia, tienen honda raigambre en el alma del pueblo. Son fiestas de intenso regocijo popular, algo así como expresión tangible de dominicanidad y de reafirmación de su candente espíritu de justicia y libertad. Durante la ocupación los soldados yankees deambulaban en todas direcciones borrachos y procaces, dando lugar a muchos incidentes con los civiles, celosos del prestigio y respeto de sus familias, así como de sus atributos de hombres libres, no obstante el momentáneo eclipse porque atravesaba nuestra soberanía. Con motivo de un 27 de Febrero se celebraba concierto en el parque de Azua, repleto de público deseoso de rendir pleitesía a nuestro himno y así demostrar desprecio al intruso invasor. Una fiesta patriótica era una expresión ardiente de dominicanidad. Un soldado yankee se confunde entre el público y se muestra inconveniente y procaz con una de las señoritas que forman animado grupo. Como caída del cielo suena una sonora bofetada y el yankee rueda sin sentido, haciendo cabriolas, por el duro pavimento. Las estrellas parece que ríen. La Policía Militar funciona a toda marcha. El yankee, todavía bajo los efectos mareantes del alcohol y del golpe, no sabe a quién acusar; creyó ver el fantasma de José Pulica. Hay investigaciones. Se hace comparecer a la Oficina Militar a caballeros y damas que parecían envueltos en el drama. Nadie sabe nada; nadie vio nada. Varias personas certifican que José Pulica estaba en la puerta de su casa en el momento del suceso. El pueblo orgulloso y altivo, guarda el secreto de lo acaecido, confundiendo con su actitud viril a la policía militar, que suspicaz, desorientada y recelosa, resuelve olvidar la ocurrencia. José Pulica, con su famosa bofetada pasó a la categoría de héroe popular. Yo soy Polito Lo soldados yankees, como casi todas las personas de habla inglesa, se confundían lamentablemente en el manejo del castellano. Los géneros femenino y masculino se les hacían un lío en la pronunciación, equivocándolos de manera risible. Una de esas transposiciones de letra da lugar a este relato. Al nombre de Polita respondía una agraciada fémina, fácil vendedora de caricias. Entre los soldados yankees gozaba de prestigio y favor, no tanto por el esplendor de su juventud como por su despreocupada actitud de cortesana. Dos soldados recién llegados al cuartel oyeron a sus compañeros hablar de la gallarda moza. La picante conversación les encendió el deseo y las libaciones repetidas les prepararon el ánimo para ir contra los obstáculos como toros listos para la embestida. Entre borrachos y sensuales se lanzaron a la calle en busca del desconocido tesoro. Al primer transeúnte que se les atraviesa en el camino le preguntan: —¿Dónde Polita? El sorprendido caminante abre los ojos, los mira con fastidio, se sonríe y sea por hacerles una jugarreta, obligándoles a caminar varios kilómetros en el caballito de San Antonio o porque realmente creyera que buscaban a Polito, comerciante acomodado y persona respetable de un poblado vecino, la dirección que dio fue la de este buen señor. A la llegada de los intrusos, ya anochecido, Polito estaba atendiendo su negocio y como siempre que hacía calor, ligero de ropas. Las luces hacían guiños desde las abiertas ventanas. 524
Los yankees, que han recorrido varios kilómetros de agotadora caminata tras un soñado placer, se sorprenden de encontrar un hombre donde habían imaginado una soberbia hembra y desilusionados y cansinos, preguntan: _¿Dónde Polita? —Yo soy Polito –responde el interpelado, suponiendo que la confusión de nombre se debía a pronunciación defectuosa. —Tú no Polita –niegan los yankees. —Yo sí Polito –afirma el preguntado. —Tú no Polita –insisten los soldados. —Yo sí Polito –confirma el de este nombre. Entre uno afirmando y los otros negando se agota la paciencia del dominicano que, considerándose injuriado y maltratado por la negativa a reconocer su identidad, salta el mostrador en actitud agresiva armado de un bien afilado machete. Los yankees que siempre se distinguieron por su prudencia frente a los irritados dominicanos, pusieron, asustados, distancia por en medio y reconociendo los pies como órganos esencialmente importantes y defensivos, los usaron con libertad, temerosos de la bravura del contrincante. Polito, dueño del campo, les vocea: —Canallas: Párense a pelear. Tras ocupar el país, perturbar las familias y holgazanear borrachos e insolentes, me quieren también quitar mi nombre, el nombre de un hombre honrado. Esperen y verán. –Pero como los soldados continuaron en su desaforada huida sin hacer caso del reto, les grita furioso: —Viva la República Dominicana. La explosión de Polito fue desahogo de patriota. Inerme el país frente a la intervención extranjera, cualquiera oportunidad era buena para demostrar que los dominicanos no la aceptábamos con agrado; la sufríamos porque la imponía la fuerza bruta, amparada por los cañones de un país poderoso, pero adentro, en lo muy hondo de cada corazón, vibraba una protesta: la explosión era asunto de oportunidad. No estoy rendido E. O. GARRIDO PUELLO | NARRACIONES Y TRADICIONES En el año 1903 se promovió en Azua un levantamiento revolucionario contra el Gobierno de Vásquez, acaudillado por don Pancho Montes de Oca, don Jesús Bidó y otros jefes jimenistas. El día 29 de mayo atacaron la población con resultado trágico: en el pleito, entre otros, murieron Montes de Oca por los atacantes y el General Sención Pichardo, su cuñado, por los defensores. Fue un día de luto para la sociedad azuana. Entre los oficiales asaltantes figuraba uno de nombre Franco. Buena persona, parsimonioso y humorista a su manera. Derrotados los agresores, cada uno trató de salvarse como le fuera posible, según sus piernas, su serenidad y conocimiento del terreno. Franco, que era de los derrotados, presumiéndose perseguido, como lógicamente había que pensarlo, pasó el Vía por el Sudeste. Al saltar sobre una empalizada de alambre se sintió fuertemente sujeto. Tal como hizo la gallinita rabona, no averiguó lo que pasaba, se creyó agarrado por los supuestos perseguidores y se declaró rendido, expresando su consentimiento en alta voz; pero como pasara tiempo sin sentir ninguna acción sobre su persona, se volvió desconfiado, comprobando con sorpresa que se había rendido a un alambre de púas. Sonreído y chancero, percatado de su error, nuevamente exclama, siempre en alta voz: —No estoy rendido nada, –y siguió su precipitada fuga. 525
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Las fiestas con que se celebran los 27 <strong>de</strong> Febrero y 16 <strong>de</strong> Agosto, dos fechas <strong>de</strong> gran significación<br />
en los fastos <strong>de</strong> nuestra historia, tienen honda raigambre en el alma <strong>de</strong>l pueblo. Son<br />
fiestas <strong>de</strong> intenso regocijo popular, algo así como expresión tangible <strong>de</strong> dominicanidad y <strong>de</strong><br />
reafirmación <strong>de</strong> su can<strong>de</strong>nte espíritu <strong>de</strong> justicia y libertad.<br />
Durante la ocupación los soldados yankees <strong>de</strong>ambulaban en todas direcciones borrachos<br />
y procaces, dando lugar a muchos inci<strong>de</strong>ntes con los civiles, celosos <strong>de</strong>l prestigio y respeto<br />
<strong>de</strong> sus familias, así como <strong>de</strong> sus atributos <strong>de</strong> hombres libres, no obstante el momentáneo<br />
eclipse porque atravesaba nuestra soberanía.<br />
Con motivo <strong>de</strong> un 27 <strong>de</strong> Febrero se celebraba concierto en el parque <strong>de</strong> Azua, repleto<br />
<strong>de</strong> público <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> rendir pleitesía a nuestro himno y así <strong>de</strong>mostrar <strong>de</strong>sprecio al intruso<br />
invasor. Una fiesta patriótica era una expresión ardiente <strong>de</strong> dominicanidad.<br />
Un soldado yankee se confun<strong>de</strong> entre el público y se muestra inconveniente y procaz<br />
con una <strong>de</strong> las señoritas que forman animado grupo. Como caída <strong>de</strong>l cielo suena una sonora<br />
bofetada y el yankee rueda sin sentido, haciendo cabriolas, por el duro pavimento. Las<br />
estrellas parece que ríen.<br />
La Policía Militar funciona a toda marcha. El yankee, todavía bajo los efectos mareantes<br />
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investigaciones. Se hace comparecer a la Oficina Militar a caballeros y damas que parecían<br />
envueltos en el drama. Nadie sabe nada; nadie vio nada. Varias personas certifican que José<br />
Pulica estaba en la puerta <strong>de</strong> su casa en el momento <strong>de</strong>l suceso. El pueblo orgulloso y altivo,<br />
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Yo soy Polito<br />
Lo soldados yankees, como casi todas las personas <strong>de</strong> habla inglesa, se confundían lamentablemente<br />
en el manejo <strong>de</strong>l castellano. Los géneros femenino y masculino se les hacían<br />
un lío en la pronunciación, equivocándolos <strong>de</strong> manera risible. Una <strong>de</strong> esas transposiciones<br />
<strong>de</strong> letra da lugar a este relato.<br />
Al nombre <strong>de</strong> Polita respondía una agraciada fémina, fácil ven<strong>de</strong>dora <strong>de</strong> caricias. Entre<br />
los soldados yankees gozaba <strong>de</strong> prestigio y favor, no tanto por el esplendor <strong>de</strong> su juventud<br />
como por su <strong>de</strong>spreocupada actitud <strong>de</strong> cortesana. Dos soldados recién llegados al cuartel<br />
oyeron a sus compañeros hablar <strong>de</strong> la gallarda moza. La picante conversación les encendió<br />
el <strong>de</strong>seo y las libaciones repetidas les prepararon el ánimo para ir contra los obstáculos como<br />
toros listos para la embestida. Entre borrachos y sensuales se lanzaron a la calle en busca <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>sconocido tesoro. Al primer transeúnte que se les atraviesa en el camino le preguntan:<br />
—¿Dón<strong>de</strong> Polita?<br />
El sorprendido caminante abre los ojos, los mira con fastidio, se sonríe y sea por hacerles<br />
una jugarreta, obligándoles a caminar varios kilómetros en el caballito <strong>de</strong> San Antonio<br />
o porque realmente creyera que buscaban a Polito, comerciante acomodado y persona<br />
respetable <strong>de</strong> un poblado vecino, la dirección que dio fue la <strong>de</strong> este buen señor.<br />
A la llegada <strong>de</strong> los intrusos, ya anochecido, Polito estaba atendiendo su negocio y<br />
como siempre que hacía calor, ligero <strong>de</strong> ropas. Las luces hacían guiños <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las abiertas<br />
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