Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas
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ordenó a los jefes comunales y de frontera fusilar sumariamente a toda persona que se le sorprendiera con una marota. Hay historia de que un jefe Comunal de las Matas de Farfán, ciñéndose estrictamente a estas severas órdenes, fusiló a su propio hermano. En la común de Bánica había un sujeto muy conversador. Se llamaba Vidal de León. El vecindario se hacía lengua de la facilidad que tenía para informar lo suyo y lo ajeno, lo que había dado lugar a no pocos malos entendidos entre vecinos. Por mala suerte, pues no siempre la estrella brilla para los desgraciados, un grupo que arreaba una marota se tropezó con Vidal de León. El susto fue mayúsculo. Filosóficamente se dijeron, guiados por el instinto de conservación, de los males el menos y resolvieron asociar al hablador a su ilegítima empresa. De León aceptó. Pocos días después todo el grupo, incluyendo el incorporado, estaban detenidos y en capilla. Uno de los presos, que supuso razonablemente que De León era el conversador, lo increpó: —¡Embustero del diablo! Ni siquiera porque te iba la cabeza pudiste sujetar la lengua. Y el interpelado, quejumbroso y triste, contestó: —Era que la lengua me hacía lap-lap. El polígrafo al revés Hay historias que parecen cuentos y ésta es una de ellas. Francisco Tomillo, extranjero residente en San Juan de la Maguana por muchos años, era comerciante y mi amigo. Como la mayoría de los emigrantes se enriqueció a fuerza de economía conjuntamente con un matrimonio ventajoso. No se recuerda que contribuyera a ninguna obra de progreso, pero a pesar de su cicatería era una buena persona. Yo también era comerciante. Algunas veces me visitaba y conversábamos: del tiempo, de la situación y sobre muchos otros asuntos al alcance de su escasa inteligencia. Uno de esos días me dijo sorpresivamente: —Véndeme una caja de polígrafos derechos. Los que compré en la capital están al revés. La petición me dejó azorado. Yo no podía entender eso de polígrafos derechos y polígrafos al revés. Se lo expresé así; pero él insistió. Traté de hacerle comprender su error, demostrándole lo que yo suponía, es decir, que al colocar el polígrafo lo hacía mal; pero encerrado en su error, con terquedad cerril, decía: —No, no. Los polígrafos que compré en la Capital están al revés. Mi posición debió haber sido venderle mis polígrafos; pero me dio lástima su ignorancia. Lo invité a que me llevara a su casa y le enseñé cómo se usaban los polígrafos. Así quedó descifrado el enigma de los polígrafos al revés. Pinales COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES En Hatillo, jurisdicción de Azua, residía un astuto campesino a quien le daré, para situarlo dentro del registro civil, el nombre de Daniel Pinales. Este buen señor tenía una manía desconcertante: no darle su comida a nadie. Quizás si lo que yo califico de manía era un concepto razonable de interpretar la vida. En la región no había historia de que alguien se hubiera sentado a su mesa. ¿Tacañería, capricho o extravagancia? Quién sabe. Lo cierto es que Pinales había resistido victoriosamente todos los asaltos de familiares y amigos, sin que ninguno lograra llegar hasta su mesa. 520
E. O. GARRIDO PUELLO | NARRACIONES Y TRADICIONES Hombre de algunos recursos económicos, había hecho su vida y la de su familia en la más estricta y completa ausencia de contacto con sus vecinos y conocidos en cuanto a intimidad se refiere. Sus relaciones no pasaban de simple cortesía. Su complejo giraba alrededor de su cocina, la cual guardaba como un cancerbero. Para ser su amigo había que olvidarse de ella. El otro personaje interesante de este relato respondía al nombre de Matías Pimentel. La historia de Matías como tragón era muy divertida. Se contaban de él cosas extraordinarias. Se decía que en sus viajes, para poder tener oportunidad de sentarse a la mesa de varios comedores, se hospedaba en distintas casas; en una dejaba las valijas, en otra el pellón y así seguía distribuyendo caballo, aperos, aclarando en cada casa amiga: —Estoy hospedado aquí. Para Matías la vida era comer. Preocupaciones y actividades giraban dentro de la órbita de su estómago. También gozaba fama de poco aficionado al trabajo. Era tan comodón que hasta los objetos a su alcance había que ponérselos en la mano. Una mañana que visitaba una cocina de Las Matas de Farfán tras el clásico negrito, se registró esta comedia. Sentado cerca del fogón y dirigiéndose al chico de la casa, que era su ahijado, le dice, poniéndole la mano a un tizón: —Ahijado, pásame ese tizón. El chico, que según parece se sentía violento con las frecuentes necedades del padrino, le respondió: —Padrino, no sea haragán; cójalo que lo tiene en la mano. Ese era Matías. Presentados los personajes, vamos a otro asunto, Matías había oído la historia de Pinales y la encontró tan extraña e inusitada que se propuso introducirle una cuña. Un buen día, temprano por la mañana, se presentó en la casa de Pinales, amarró su caballo y se metió de rondón en la sala, donde fue recibido por el dueño con contrariedad y disgusto. Conversa, hace chistes, mata el tiempo y espera. Transcurren las horas. Para Matías, aburridas y tediosas; para Pinales angustiosas y mortificantes. Ya al filo de las doce la inquietud de Pinales es indescriptible. Se mueve de aquí; se mueve de allá. Matías vigila como un buen centinela. De soslayo ve señas: descubre maniobras y se prepara para las contingencias que se avecinan. Matías es un buen observador. Cuando la señora, que tiene señales convenidas con el esposo para casos similares, le advierte que ha llegado su turno de comer y luego ocupa su puesto en la sala para atencionar al visitante, Matías se vuelve melaza: cortés, simpático, decidor. Es el momento supremo. Pinales, que no es ningún niño inocente, finge una necesidad perentoria y se escurre. A Matías se le ofrece la misma necesidad y lo escolta para aprender el camino. La misma treta se repite varias veces. Pinales y Matías dan la impresión de que han sufrido una repentina indisposición y se disputan la primacía del montecito acogedor. El uno es remolón y cicatero; el otro persistente y grosero. Matías lleva un propósito fijo y no se siente en disposición de declarar su derrota. Pinales se debate como fiera herida con la ilusión de una esperanza en el pensamiento. Desgraciadamente para Pinales, Matías no era hombre para cejar en sus decisiones. En la representación de la comedia los sorprende el crepúsculo. Como en algunas batallas, la noche puso término a la acción; pero no para ser reanudada al otro día. En esta hubo un vencido y fue Pinales, del que no había historia de que persona alguna se hubiese sentado a su mesa. Sintiéndose violentado por la feroz persecución de su visitante, que obstinado y bregón pedía, sin palabras, invitación a la mesa, Pinales se declaró vencido con estas palabras: 521
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Farfán, ciñéndose estrictamente a estas severas ór<strong>de</strong>nes, fusiló a su propio hermano.<br />
En la común <strong>de</strong> Bánica había un sujeto muy conversador. Se llamaba Vidal <strong>de</strong> León.<br />
El vecindario se hacía lengua <strong>de</strong> la facilidad que tenía para informar lo suyo y lo ajeno, lo<br />
que había dado lugar a no pocos malos entendidos entre vecinos. Por mala suerte, pues no<br />
siempre la estrella brilla para los <strong>de</strong>sgraciados, un grupo que arreaba una marota se tropezó<br />
con Vidal <strong>de</strong> León. El susto fue mayúsculo. Filosóficamente se dijeron, guiados por el instinto<br />
<strong>de</strong> conservación, <strong>de</strong> los males el menos y resolvieron asociar al hablador a su ilegítima<br />
empresa. De León aceptó. Pocos días <strong>de</strong>spués todo el grupo, incluyendo el incorporado,<br />
estaban <strong>de</strong>tenidos y en capilla. Uno <strong>de</strong> los presos, que supuso razonablemente que De León<br />
era el conversador, lo increpó:<br />
—¡Embustero <strong>de</strong>l diablo! Ni siquiera porque te iba la cabeza pudiste sujetar la lengua.<br />
Y el interpelado, quejumbroso y triste, contestó:<br />
—Era que la lengua me hacía lap-lap.<br />
El polígrafo al revés<br />
Hay historias que parecen cuentos y ésta es una <strong>de</strong> ellas. Francisco Tomillo, extranjero<br />
resi<strong>de</strong>nte en San Juan <strong>de</strong> la Maguana por muchos años, era comerciante y mi amigo. Como<br />
la mayoría <strong>de</strong> los emigrantes se enriqueció a fuerza <strong>de</strong> economía conjuntamente con un<br />
matrimonio ventajoso. No se recuerda que contribuyera a ninguna obra <strong>de</strong> progreso, pero<br />
a pesar <strong>de</strong> su cicatería era una buena persona. Yo también era comerciante. Algunas veces<br />
me visitaba y conversábamos: <strong>de</strong>l tiempo, <strong>de</strong> la situación y sobre muchos otros asuntos al<br />
alcance <strong>de</strong> su escasa inteligencia. Uno <strong>de</strong> esos días me dijo sorpresivamente:<br />
—Vén<strong>de</strong>me una caja <strong>de</strong> polígrafos <strong>de</strong>rechos. Los que compré en la capital están al revés.<br />
La petición me <strong>de</strong>jó azorado. Yo no podía enten<strong>de</strong>r eso <strong>de</strong> polígrafos <strong>de</strong>rechos y polígrafos<br />
al revés. Se lo expresé así; pero él insistió. Traté <strong>de</strong> hacerle compren<strong>de</strong>r su error, <strong>de</strong>mostrándole<br />
lo que yo suponía, es <strong>de</strong>cir, que al colocar el polígrafo lo hacía mal; pero encerrado en<br />
su error, con terquedad cerril, <strong>de</strong>cía:<br />
—No, no. Los polígrafos que compré en la Capital están al revés.<br />
Mi posición <strong>de</strong>bió haber sido ven<strong>de</strong>rle mis polígrafos; pero me dio lástima su ignorancia.<br />
Lo invité a que me llevara a su casa y le enseñé cómo se usaban los polígrafos. Así quedó<br />
<strong>de</strong>scifrado el enigma <strong>de</strong> los polígrafos al revés.<br />
Pinales<br />
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En Hatillo, jurisdicción <strong>de</strong> Azua, residía un astuto campesino a quien le daré, para<br />
situarlo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l registro civil, el nombre <strong>de</strong> Daniel Pinales. Este buen señor tenía una<br />
manía <strong>de</strong>sconcertante: no darle su comida a nadie. Quizás si lo que yo califico <strong>de</strong> manía era<br />
un concepto razonable <strong>de</strong> interpretar la vida. En la región no había historia <strong>de</strong> que alguien<br />
se hubiera sentado a su mesa. ¿Tacañería, capricho o extravagancia? Quién sabe. Lo cierto<br />
es que Pinales había resistido victoriosamente todos los asaltos <strong>de</strong> familiares y amigos, sin<br />
que ninguno lograra llegar hasta su mesa.<br />
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