Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

banreservas.com.do
from banreservas.com.do More from this publisher
23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES siempre lo mismo, que parecía escondido y muerto. Me ha bastado el sabor de una fruta para reconstruir pequeños mundos en donde estuve presente. Un perfume para que se recortara, claro, un perfil; precisar el tono de una voz, oír palabras, frases, que una vez acariciaron mis oídos. Una canción me traía nombres, el rechinar de una puerta personajes que hasta ese preciso momento no habían vuelto a pisar mi mundo. Páginas de un libro, el color del papel, el ruido que hacen las ramas contra los muros cuando el viento las mueve, para que de la nada se levantaran escenarios y los viejos actores que dormían un sueño muy parecido al de la muerte irrumpieran gesticulando, riendo o llorando, gritando una verdad que fue mi verdad, animando a una vida que fue mi vida. Medio borracho de café, con la garganta quemada por el humo de los cigarrillos que fumaba incansable y estúpidamente, venían las comparsas, con sus solemnes trajes negros o como en mascarada. Mareado, sintiéndome mal, sin mirar las teclas de la máquina de escribir, moviendo la cabeza para aliviarme los dolores del cuello, mirando hacia el cielo raso, irritable, sordo, seguía como quien cumple un compromiso, como si alguien aguardara a que pusiera, por fin, el último punto. Y nadie me aguardaba, yo no tenía ningún compromiso ni siquiera conmigo mismo, y a pesar de todo, precipitadamente, sin darme respiro, seguía adelante, tomando notas de lo que me faltaba, redactando páginas adicionales, frases aclaratorias dirigidas a mí mismo. Aguardaba la hora en que todos duermen, el momento en que la casa se vacía de ruidos y de actividad, cuando ya no hay que temer ni al teléfono ni al timbre inoportuno de la puerta, y escribía trastornado, urgido, apresuradamente como si el destino dependiera de lo que iba haciendo, como si la suerte necesitara las cuartillas llenas, como si la fortuna requiriera el libro para no abandonarme. Creía al principio, lo pensé cuando el libro estaba todavía en período de gestión y metido como una criatura informe en mi entraña, que podría ser útil a los estudiosos de nuestra literatura, por las noticias que ofrecía, por las conversaciones que reproducía, por las preferencias cuyos cambios podía precisar, por los pensamientos que podrían seguirse en su evolución. Luego me di cuenta de que estaba equivocado, hubiera sido menester documentos a la mano, que no tenía, y estudios formales a los que nunca he podido habituarme. Admiro la erudición y a los eruditos, pero nunca he logrado completar un fichero. Alguna vez comencé y no seguí. Era necesario ofrecer juicios y sé que no tengo el menor sentido crítico. Leo a Saint Beuve con fruición, pero no paso de ahí. A Contín Aybar, a los hermanos Henríquez Ureña, a Balaguer, y entonces me doy cuenta de mi falta de fuerzas. Temo herir, ser indiscreto. No soy capaz de la caricatura y los retratos o los dejo en la sombra o ilumino sólo los rasgos amables. Y así no se puede escribir nada que sirva. Sin pasión, deseoso de hacer bien, de mostrarme ante mí mismo generoso, caritativo si fuese necesario, le corté las garras a los que les venían muy bien. Echaba de menos, pedía, reclamaba, como Machado, “mi dulce espina dorada” y la tristeza, que era lo que estaba más accesible por pérdida reciente de familiares, por la ausencia de Candita en días –Navidad, Año Nuevo, Reyes– en que el hombre que ya no es joven necesita tener cerca a quien abrazar y besar, a quien probar, sin decirlo, el amor; en demostrar callado el afecto, tampoco me servía. La tristeza empuja a sus víctimas a la inacción, a la soledad, y al recordar nunca pude sentirme solo. Mis muertos queridos venían a 500

HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO hacerme compañía, los paisajes amados tenían el mismo encanto que antes y recordar era revivir y recordar una vida contribuir al renacimiento de un mundo que se colocaba ante mis ojos exacto, completo. Reí bajo la noche, frente a la máquina de escribir. Lloré en no sé cuántas ocasiones, pero nunca sentí vacilaciones que hubieran hecho peligrar el trabajo, incertidumbres que me sirvieran de censura. Sin un diccionario, sin uno de esos manualitos de sinónimos que es un artefacto muy importante en el instrumental de los que escriben para el público, de los periodistas por ejemplo, dejaba a la lima posterior equivocaciones tremendas, faltas de ortografía, dudas en la forma de escribir un nombre. Estaba seguro de las repeticiones, de las anfibologías en que iba cayendo, pero ni esa conciencia me detuvo. Sé que en materia ortográfica la duda salva, que para algo se han hecho las enciclopedias, que algún uso han de tener los días sin inspiración, los momentos de frialdad en que nos repugna sólo pensar que alguien, uno mismo, se ha echado sobre los hombros una tarea superior a sus posibilidades y siente el deber de no quedar mal ante los ojos de los demás, y lo que es peor, muchísimo más angustioso, ante uno mismo, expuesto a echar un borrón en la cuenta que nos llevan a cuantos, con unos libros ya publicados, los que por oficio, afición o vocación están en la obligación de establecer el valor de una obra, el precio exacto de un libro, y no por el papel en que está impreso ni por las páginas que tiene. Y descubrí, tarde, muy tarde, que los muertos no se quedan solos, que su soledad tan relativa se la beben de un solo trago. Los que se quedan solos son los vivos y su soledad tienen que apurarla todos los días, cada vez que muere un ser querido, cuando a quienes hemos querido hay que borrarlos de la lista de los amores. Y un día llega en que por temor a quedarnos más solos de lo que permite la vida, nos agarramos del enemigo y sabiéndolo todo no lo echamos de nuestro lado. La regla ha de ser: para no estar solos, aunque se esté mal acompañado. 501

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

siempre lo mismo, que parecía escondido y muerto. Me ha bastado el sabor <strong>de</strong> una fruta<br />

para reconstruir pequeños mundos en don<strong>de</strong> estuve presente. Un perfume para que se<br />

recortara, claro, un perfil; precisar el tono <strong>de</strong> una voz, oír palabras, frases, que una vez<br />

acariciaron mis oídos.<br />

Una canción me traía nombres, el rechinar <strong>de</strong> una puerta personajes que hasta ese preciso<br />

momento no habían vuelto a pisar mi mundo. Páginas <strong>de</strong> un libro, el color <strong>de</strong>l papel,<br />

el ruido que hacen las ramas contra los muros cuando el viento las mueve, para que <strong>de</strong> la<br />

nada se levantaran escenarios y los viejos actores que dormían un sueño muy parecido al<br />

<strong>de</strong> la muerte irrumpieran gesticulando, riendo o llorando, gritando una verdad que fue mi<br />

verdad, animando a una vida que fue mi vida.<br />

Medio borracho <strong>de</strong> café, con la garganta quemada por el humo <strong>de</strong> los cigarrillos que<br />

fumaba incansable y estúpidamente, venían las comparsas, con sus solemnes trajes negros<br />

o como en mascarada. Mareado, sintiéndome mal, sin mirar las teclas <strong>de</strong> la máquina <strong>de</strong><br />

escribir, moviendo la cabeza para aliviarme los dolores <strong>de</strong>l cuello, mirando hacia el cielo<br />

raso, irritable, sordo, seguía como quien cumple un compromiso, como si alguien aguardara<br />

a que pusiera, por fin, el último punto.<br />

Y nadie me aguardaba, yo no tenía ningún compromiso ni siquiera conmigo mismo, y<br />

a pesar <strong>de</strong> todo, precipitadamente, sin darme respiro, seguía a<strong>de</strong>lante, tomando notas <strong>de</strong> lo<br />

que me faltaba, redactando páginas adicionales, frases aclaratorias dirigidas a mí mismo.<br />

Aguardaba la hora en que todos duermen, el momento en que la casa se vacía <strong>de</strong> ruidos<br />

y <strong>de</strong> actividad, cuando ya no hay que temer ni al teléfono ni al timbre inoportuno <strong>de</strong><br />

la puerta, y escribía trastornado, urgido, apresuradamente como si el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong>pendiera<br />

<strong>de</strong> lo que iba haciendo, como si la suerte necesitara las cuartillas llenas, como si la fortuna<br />

requiriera el libro para no abandonarme.<br />

Creía al principio, lo pensé cuando el libro estaba todavía en período <strong>de</strong> gestión y<br />

metido como una criatura informe en mi entraña, que podría ser útil a los estudiosos <strong>de</strong><br />

nuestra literatura, por las noticias que ofrecía, por las conversaciones que reproducía, por<br />

las preferencias cuyos cambios podía precisar, por los pensamientos que podrían seguirse en<br />

su evolución. Luego me di cuenta <strong>de</strong> que estaba equivocado, hubiera sido menester documentos<br />

a la mano, que no tenía, y estudios formales a los que nunca he podido habituarme.<br />

Admiro la erudición y a los eruditos, pero nunca he logrado completar un fichero. Alguna<br />

vez comencé y no seguí.<br />

Era necesario ofrecer juicios y sé que no tengo el menor sentido crítico. Leo a Saint<br />

Beuve con fruición, pero no paso <strong>de</strong> ahí. A Contín Aybar, a los hermanos Henríquez Ureña,<br />

a Balaguer, y entonces me doy cuenta <strong>de</strong> mi falta <strong>de</strong> fuerzas.<br />

Temo herir, ser indiscreto. No soy capaz <strong>de</strong> la caricatura y los retratos o los <strong>de</strong>jo en la<br />

sombra o ilumino sólo los rasgos amables. Y así no se pue<strong>de</strong> escribir nada que sirva. Sin<br />

pasión, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> hacer bien, <strong>de</strong> mostrarme ante mí mismo generoso, caritativo si fuese<br />

necesario, le corté las garras a los que les venían muy bien.<br />

Echaba <strong>de</strong> menos, pedía, reclamaba, como Machado, “mi dulce espina dorada” y la<br />

tristeza, que era lo que estaba más accesible por pérdida reciente <strong>de</strong> familiares, por la ausencia<br />

<strong>de</strong> Candita en días –Navidad, Año Nuevo, Reyes– en que el hombre que ya no es<br />

joven necesita tener cerca a quien abrazar y besar, a quien probar, sin <strong>de</strong>cirlo, el amor; en<br />

<strong>de</strong>mostrar callado el afecto, tampoco me servía. La tristeza empuja a sus víctimas a la inacción,<br />

a la soledad, y al recordar nunca pu<strong>de</strong> sentirme solo. Mis muertos queridos venían a<br />

500

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!