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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

La lucha duró años. No podría precisar con exactitud cuándo comenzó y mucho menos<br />

el día en que cesó. Cuando el cielo se me nubla, cuando la vida <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser dócil, cuando los<br />

sucesos son adversos, tengo un firme clavo para agarrarme: rezo, rezo lo único que recuerdo<br />

<strong>de</strong> los primeros días <strong>de</strong> mi ingreso a la Fe cuando veía el Misterio palpable como monaguillo<br />

en la Iglesia <strong>de</strong> mi pueblo. Rezo un Padrenuestro, y todas las oraciones, las invocaciones<br />

todas, una por una las razones <strong>de</strong>l hombre, salen sobrando, no las necesito, no tienen nada<br />

que hacer en mi comunicación con las Alturas, porque el Dios que extrañaba, al que tanto<br />

pedí que no me <strong>de</strong>jara solo, jamás había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> estar en mi corazón. Lo que estuvo<br />

vacío no era Su trono, era el receptáculo <strong>de</strong> mi fe, seca la fuente <strong>de</strong> la esperanza, distantes<br />

las aguas vivas <strong>de</strong> la caridad, y San Pablo me lo enseñó: ahí en la caridad <strong>de</strong>bía ponerse el<br />

acento <strong>de</strong> la existencia profunda porque las ciencias son vanas y cuando todo termine <strong>de</strong><br />

una vez, cuando ya no que<strong>de</strong> nada, bastará que haya caridad para que Dios subsista por<br />

los siglos <strong>de</strong> los siglos.<br />

Dios (segunda parte)<br />

Pero yo no quería a Dios sujeto al extremo <strong>de</strong> un silogismo, como un pescado todavía<br />

coleando enganchado por las agallas al anzuelo. Ni al Dios que se atraviesa con una <strong>de</strong>mostración:<br />

mariposa muerta que apaga sus colores y va a parar a la vitrinita junto a otras<br />

víctimas que una vez volaron engalanando las sendas abandonadas, manchas amarillas,<br />

azules, negras, grises, sobre la ver<strong>de</strong> pra<strong>de</strong>ra.<br />

No me atraía el inflexible Dios <strong>de</strong> los protestantes, y a pesar <strong>de</strong> ello oí a los predicadores,<br />

los coros, las exégesis que no eran <strong>de</strong> mi Iglesia.<br />

Estudié a Hegel, a Kant, a Descartes, inútilmente. Corriente arriba me fui a los<br />

precursores: a los griegos, los fragmentos que nos quedaban, las interpretaciones. Una<br />

vez creía que Plotino me lo entregaba, sentí el olor <strong>de</strong> la Verdad, y se volvió a escapar.<br />

Platón me lo anunció y yo me hacía ilusiones que al cerrar la última página <strong>de</strong> su último<br />

libro se <strong>de</strong>svanecieron.<br />

Leí a los místicos españoles, po<strong>de</strong>rosos, afirmativos, y nada. A Vives y a Raimundo<br />

Lull pedí luces, y me las negaron. A veces tenía como un presentimiento, premoniciones, y<br />

<strong>de</strong> nuevo la ola <strong>de</strong> la duda me envolvía. Quería sacudirme <strong>de</strong> la sombra que nacía <strong>de</strong> mí,<br />

<strong>de</strong> la sombra que por <strong>de</strong>ntro me mordía, y me entregaba a los trágicos griegos, a las viejas<br />

epopeyas hispanas, al trueno <strong>de</strong> Hugo, a Dante, a Ariosto, a La Naturaleza <strong>de</strong> las Cosas, y<br />

Dios me recordaba que yo no lo tenía. Desechaba su llamado, leía a Shakespeare, a Goethe,<br />

y volvía a la fuente: Tirso, Cal<strong>de</strong>rón <strong>de</strong> la Barca. Allí estaba Dios, junto a los hombres, como<br />

en los clásicos tiempos moviéndolos con el hilo <strong>de</strong> su interés, como a los héroes <strong>de</strong> Homero,<br />

pero mucho más discretamente, sin <strong>de</strong>jar, muchísimas veces, que se supiera <strong>de</strong> antemano<br />

el partido que había tomado. Era menester aguardar el <strong>de</strong>senlace, la hora <strong>de</strong>l reparto <strong>de</strong> los<br />

premios, cuando el malo recibe su palo y el bueno el ansiado beso <strong>de</strong> la dama joven o <strong>de</strong> la<br />

boca sin labios <strong>de</strong> la muerte.<br />

Conocí el Quevedo <strong>de</strong> La política <strong>de</strong> Dios, <strong>de</strong>voré a Fray Luis <strong>de</strong> León. De los nombres <strong>de</strong><br />

Cristo me pareció un bello libro ingenioso, quiero <strong>de</strong>cir escrito por un sabio que sabe muy<br />

bien el terreno que pisa y conoce las Escrituras, las viejas lenguas perinclitadas y el idioma<br />

que habla. Quevedo mezclaba <strong>de</strong>masiada tierra con la información sagrada. Se le veía el<br />

plumero al político que ha tenido sus alzas y sus bajas, para acabar mundo abajo aprisionado<br />

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