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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

Maestro en la Lojia que patrocinaba ese plantel, segundo en su rango educacional en nuestra<br />

ciudad. Don José Reyes Brea cumplió lo que había prometido.<br />

Al abandonar la primaria <strong>de</strong> Bárbara Cáceres sufrí muchas penas. Aunque vivíamos<br />

frente a ella, me aflijí cuando mi madre me llevó a <strong>de</strong>cirle la intención i el propósito <strong>de</strong> mi<br />

padrino i agra<strong>de</strong>cerle todo el empeño que ella se tomó para enseñarme. Tan profundas fueron<br />

sus frases que todos los presentes en esa escena dramática <strong>de</strong>rramaron lágrimas.<br />

V. Cambios <strong>de</strong> escuela<br />

Otra aflicción en ese día fue causada por la noticia <strong>de</strong>l inesperado fallecimiento <strong>de</strong> mi<br />

preferida condiscípula Honoria Edmond, una afectuosa indiecita, <strong>de</strong> mi misma edad (6 años),<br />

a quien yo prefería –i ella a mí– entre los <strong>de</strong>más alumnos <strong>de</strong> nuestro plantel elemental. La<br />

niña, tal como otros chicos <strong>de</strong> mi vecindario, murió atacada <strong>de</strong> gastroenteritis fulminante,<br />

el quebranto común (colerín) en los veranos <strong>de</strong> aquella época. Todos los amiguitos <strong>de</strong> Honoria,<br />

lagrimosos, la acompañamos al cementerio, i a pesar <strong>de</strong> la música i el repique en las<br />

iglesias (Santa Clara, El Convento, Regina), todos lloramos en el momento <strong>de</strong> enterrarla.<br />

Aún hoi, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> más <strong>de</strong> tres cuartos <strong>de</strong> siglo, me emociona el recuerdo <strong>de</strong> lo que sufrí<br />

con el fallecimiento <strong>de</strong> mi amada Honoria.<br />

Hace más <strong>de</strong> ochenta años que en ese humil<strong>de</strong> sepelio recordé una triste historia que<br />

Honoria i yo leímos frente a nuestra maestra Bárbara Cáceres: era el relato –verídico o ficticio–<br />

<strong>de</strong> Pablo i Virjinia, escrito por un reverendo Padre francés. Todavía no se ha borrado <strong>de</strong><br />

mi sentimiento aquella indiana criatura, mi dulce Honoria Edmond, que tanto amé i seguiré<br />

amando mientras me dure el recuerdo <strong>de</strong> aquellos pueriles años pre-juveniles.<br />

Mi padrino había cumplido su palabra antes <strong>de</strong> hacer su viaje a Puerto Rico. El día 1 ro. <strong>de</strong><br />

septiembre <strong>de</strong>l año 1890 me admitieron en la referida escuela “La Fe”, dirigida por el Licdo.<br />

Don Alvaro Logroño i Don Pantaleón Castillo. Después <strong>de</strong> lijero examen, me inscribieron en<br />

el curso inferior <strong>de</strong>l colejio. Mis primeros maestros allí fueron el Bachiller Benjamín Figueroa<br />

i Monsieur Trabous, uno <strong>de</strong> los famosos pendolistas en aquella época. Pronto me adapté a<br />

las reglas <strong>de</strong> esos cursos.<br />

Hice progresos en todas las materias y trabé nuevas amista<strong>de</strong>s, interrumpidas por<br />

pasajeras rencillas propias <strong>de</strong> esa edad. Mis mejores amigos fueron, en primer lugar, Juan<br />

Antonio González, alias Cunsún, i Ramón Jansen. También se juntaron conmigo Juan Tomás<br />

i Carlitos Mejía Soliere, Eleazar <strong>de</strong> Castro, Antonio Mieses, Marino Cestero, Chin Perdomo,<br />

Felipe i Yuyo Leyba, Abelardito Nanita, Abel González, Carlitos Paulus, Juan Bancalari,<br />

Jesusito Troncoso, Fello i Chichí Damirón, Cristian i Ernesto Lamarche, Juan Ma. Troncoso,<br />

Mario Mendoza, etc., etc.<br />

Mis estudios i mis nuevas amista<strong>de</strong>s me produjeron felicidad, pero el <strong>de</strong>stino me la<br />

arrebató: mi padrino falleció en Puerto Rico. Como fui becado en esa escuela gracias a la<br />

recomendación <strong>de</strong>l Supremo Maestro en esa Lojia, mi abuelo, que representaba a mi padre<br />

ausente, recibió una carta escrita por el Director <strong>de</strong> “La Fe”, en la cual se le comunicaba que<br />

la beca había terminado.<br />

Esa noticia causó duelo en mi familia, sobre todo en el corazón <strong>de</strong> mi madre, la más<br />

interesada en mi instrucción escolar. Al otro día mi abuelo fue conmigo a la escuela, procuró<br />

allí a Don Álvaro, a quien conocía, i casi llorando, le rogó que me admitiera siquiera pagando<br />

la mitad <strong>de</strong> la cuota establecida allí. En presencia <strong>de</strong> Don Pantaleón Castillo, <strong>de</strong> D. Mario<br />

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