Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES semana, se recibían por teléfono. Trabajó poniendo el alma en el empeño José Escalante y como en los días gloriosos de doña Lola la calle se llenaba de gente impaciente que aguardaba la edición. Y volvimos a caer en el hoyo. No había forma de que el diario saliera a su hora. El desgano, la apatía, hacían presas en los talleres hasta dar casi la impresión de sabotaje. Las pérdidas aumentaban. Las provincias no respondían: se enviaba el periódico y el dinero no venía. Los agentes se excusaban. Se les cambiaba y la situación era la misma. Nos interesaba circular, que es atractivo para el anunciante, y teníamos que cruzarnos de brazos desesperados. Una gran campaña mejoró momentáneamente la situación, pero teníamos la impresión de que era engañoso. Volvíamos hacía abajo. Descorazonado, un día, puse en manos de Valldeperes las riendas del periódico y me senté en la máquina. Escribí un largo informe a la Junta de Accionistas, describí crudamente los defectos que era menester corregir, las debilidades: poco papel, pedidos hechos tardíamente, acabándose las matrices, sin material a tiempo para los foto-grabados, la paulatina disminución del número de redactores. Llamé a Abelardito y se lo mostré. Se puso las manos en la cabeza, desalentado, y se dio cuenta de que aquello en cierto modo podía representar el definitivo puntillazo para la publicación. En esos días hablé con el Presidente Trujillo, a raíz de mi regreso de un viaje a La Habana y me preguntó si yo quería ser parte de nuestra Misión en Cuba. Le dije que sí. Pasaron los días, el periódico languidecía cada vez más, insalvable. A principios de mayo me llamó el Secretario de Relaciones Exteriores, licenciado Arturo Despradel, y me comunicó que el Presidente de la República me había designado Primer Secretario de la Legación en La Habana, me dio consejos, le expliqué mi situación familiar: Candita estaba encinta y no podría ir inmediatamente. Sólo faltaban dos meses para que mis hijos terminaron su año escolar, y no era justo que lo perdieran. Le pedí que le hiciera llegar todos los meses la mitad de mi sueldo a los míos y que se me situara la otra mitad. Partí. Ya en La Habana supe que la empresa había sido adquirida por mi primo Mario Fermín Cabral, propietario también, entonces, de La Nación. A los pocos días el periódico dede aparecer. Sentí una gran tristeza como si algo muy mío se hubiera perdido definitivamente en la noche, oscura y larga, de la muerte. Congresos de prensa (1943) La Delegación dominicana al II Congreso de Prensa que se reunió en 1943 en La Habana estuvo integrada por Emilio Rodríguez Demorizi, Juan Bautista Lamarche, Ramón Marrero Aristy y yo. Era mi primer viaje al extranjero. Nos hospedamos en el “Hotel Royal Palm”. El chófer de la Embajada, Luis Báez, nos miró de arriba abajo. Todos vestíamos de oscuro. Los otros por costumbre, yo tenía lo que los viejos llaman luto de percha: poca ropa y ropa oscura, sufrida. —Ustedes parecen unos catarrones… Hay que buscar ropa clara. Nos avergonzamos y aunque estaba en nuestros planes hacernos de unos trajes adecuados al clima, apresuramos las compras. 468

HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO Los que no han viajado o los que sólo lo han hecho por placer no se imaginan cómo se ven, de fuera, los intereses del país, cómo se defiende su Gobierno, lo que se empeña uno en desvirtuar eso que ahí van dejando, en escritos y en conversaciones, cuantos lo combaten sin otra razón que sus pasiones y desatinos. El panorama que teníamos por delante no era nada tranquilizador. El Congreso iba a ser aprovechado por los pequeños grupos de exilados que residían en México, en la misma Cuba, en Nueva York. Muchos no eran periodistas de profesión, pero se las arreglaron para traer credenciales en orden que no podíamos impugnar a pesar de que todos estaban en el secreto: no los atraía la reunión por cuanto podría salir de ella benéfico para la prensa y para los hombres que en ella trabajaban en la América toda. Los movía un simple interés político, de partido, bastardo. Venían en pos de condenaciones y de escándalo. Bosch estuvo a visitarnos, con aire soberanamente protector, pero sin olvidar que en el grupo había personas con quienes estuvo unido por vínculos de vieja amistad. Le invitamos a cenar con nosotros, una noche en que también nos acompañó don Ramiro Guerra. Hasta donde fue posible guardamos las formas, pero discutimos largamente con él. Un buen día nos dejó una carta. Nosotros al regresar se la contestamos. Andan por ahí en un folleto titulado Dos cartas para la Historia. Entramos en conversaciones con el grupo de exiliados dominicanos. A veces las entrevistas eran borrascosas, pero a la larga conseguimos, en contra de su interés, en contra del propósito mismo de su viaje a Cuba, me refiero desde luego los que habían venido de otra parte, una especie de tregua que comprendía los días que iba a durar el Congreso. Habíamos ganado el primer round. Una de las sesiones plenarias debía celebrarse en Ceiba del Agua, en el Instituto Politécnico, en el hermoso teatro que tienen allí los alumnos. Fui al bar, era cantina abierta, y me encontré con un periodista centroamericano enemigo del Presidente de su país y aliado de todas las oposiciones, las que fueren, de América. Él mismo me lo dijo: sabía que los dominicanos habían llegado a un arreglo con nosotros y en vista de esto él presentaría en la sesión una moción contra la Delegación dominicana, en parte, y en parte contra el Gobierno de nuestro país. Aquello no me lució bien. Era, me parecía, la intromisión de un extraño en problemas que sólo a los dominicanos nos tocaba ventilar. Quise convencerlo que aquello no era asunto suyo y que nada lo autorizaba a tomar partido. Se alzó de hombros y no cedió un ápice. Bebíamos ron puro, muy buen ron, y nuestra conversación fue subiendo de tono, pero en un bar una discusión acalorada es lo más natural del mundo. Nadie se fijaba en nosotros. —Bien, le dije. Tú presentas la moción y yo estaré a tu lado. Desde que mientes a Trujillo te responderé con un ataque personal y la sesión se terminaría como el rosario de la aurora. Un poco estupefacto me respondió: —No, Incháustegui, usted es una persona educada y no hará eso. —Lo he pensado y lo haré. Mientras tanto sigamos bebiendo nuestros tragos. Bebíamos y hablábamos, seguíamos discutiendo. En eso se nos acercó Marrero Aristy y me preguntó al oído: —¿Qué pasa? Desde lejos oía tu voz de catarrón acatarrado. ¿Estás peleando? 469

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semana, se recibían por teléfono. Trabajó poniendo el alma en el empeño José Escalante y<br />

como en los días gloriosos <strong>de</strong> doña Lola la calle se llenaba <strong>de</strong> gente impaciente que aguardaba<br />

la edición.<br />

Y volvimos a caer en el hoyo. No había forma <strong>de</strong> que el diario saliera a su hora. El <strong>de</strong>sgano,<br />

la apatía, hacían presas en los talleres hasta dar casi la impresión <strong>de</strong> sabotaje.<br />

Las pérdidas aumentaban. Las provincias no respondían: se enviaba el periódico y el<br />

dinero no venía. Los agentes se excusaban. Se les cambiaba y la situación era la misma. Nos<br />

interesaba circular, que es atractivo para el anunciante, y teníamos que cruzarnos <strong>de</strong> brazos<br />

<strong>de</strong>sesperados.<br />

Una gran campaña mejoró momentáneamente la situación, pero teníamos la impresión<br />

<strong>de</strong> que era engañoso. Volvíamos hacía abajo.<br />

Descorazonado, un día, puse en manos <strong>de</strong> Vall<strong>de</strong>peres las riendas <strong>de</strong>l periódico y me<br />

senté en la máquina. Escribí un largo informe a la Junta <strong>de</strong> Accionistas, <strong>de</strong>scribí crudamente<br />

los <strong>de</strong>fectos que era menester corregir, las <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s: poco papel, pedidos hechos tardíamente,<br />

acabándose las matrices, sin material a tiempo para los foto-grabados, la paulatina<br />

disminución <strong>de</strong>l número <strong>de</strong> redactores.<br />

Llamé a Abelardito y se lo mostré. Se puso las manos en la cabeza, <strong>de</strong>salentado, y se<br />

dio cuenta <strong>de</strong> que aquello en cierto modo podía representar el <strong>de</strong>finitivo puntillazo para la<br />

publicación.<br />

En esos días hablé con el Presi<strong>de</strong>nte Trujillo, a raíz <strong>de</strong> mi regreso <strong>de</strong> un viaje a La Habana<br />

y me preguntó si yo quería ser parte <strong>de</strong> nuestra Misión en Cuba. Le dije que sí. Pasaron los<br />

días, el periódico langui<strong>de</strong>cía cada vez más, insalvable.<br />

A principios <strong>de</strong> mayo me llamó el Secretario <strong>de</strong> Relaciones Exteriores, licenciado<br />

Arturo Despra<strong>de</strong>l, y me comunicó que el Presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la República me había <strong>de</strong>signado<br />

Primer Secretario <strong>de</strong> la Legación en La Habana, me dio consejos, le expliqué mi situación<br />

familiar: Candita estaba encinta y no podría ir inmediatamente. Sólo faltaban dos meses<br />

para que mis hijos terminaron su año escolar, y no era justo que lo perdieran. Le pedí que<br />

le hiciera llegar todos los meses la mitad <strong>de</strong> mi sueldo a los míos y que se me situara la<br />

otra mitad.<br />

Partí. Ya en La Habana supe que la empresa había sido adquirida por mi primo Mario<br />

Fermín Cabral, propietario también, entonces, <strong>de</strong> La Nación. A los pocos días el periódico<br />

<strong>de</strong>jó <strong>de</strong> aparecer. Sentí una gran tristeza como si algo muy mío se hubiera perdido <strong>de</strong>finitivamente<br />

en la noche, oscura y larga, <strong>de</strong> la muerte.<br />

Congresos <strong>de</strong> prensa (1943)<br />

La Delegación dominicana al II Congreso <strong>de</strong> Prensa que se reunió en 1943 en La Habana<br />

estuvo integrada por Emilio Rodríguez Demorizi, Juan Bautista Lamarche, Ramón Marrero<br />

Aristy y yo.<br />

Era mi primer viaje al extranjero. Nos hospedamos en el “Hotel Royal Palm”. El chófer <strong>de</strong><br />

la Embajada, Luis Báez, nos miró <strong>de</strong> arriba abajo. Todos vestíamos <strong>de</strong> oscuro. Los otros por costumbre,<br />

yo tenía lo que los viejos llaman luto <strong>de</strong> percha: poca ropa y ropa oscura, sufrida.<br />

—Uste<strong>de</strong>s parecen unos catarrones… Hay que buscar ropa clara.<br />

Nos avergonzamos y aunque estaba en nuestros planes hacernos <strong>de</strong> unos trajes a<strong>de</strong>cuados<br />

al clima, apresuramos las compras.<br />

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