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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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cuyo nombre no <strong>de</strong>be <strong>de</strong>cirse, luego fueron el insubordinado Nizao y el <strong>de</strong> Baní que es arroyo<br />

con arrestos <strong>de</strong> río. Todos los años se daban el lujo <strong>de</strong> arrastrar los entonces débiles puentes<br />

<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, entorpeciendo mis viajes a Baní, cuando iba a ver los sábados a Candita.<br />

Aquí, <strong>de</strong>spués lo supe, nadaba con ventaja: el río era ancho, pero profundo y relativamente<br />

fácil <strong>de</strong> contrarrestar la fuerza <strong>de</strong> la corriente. Un problema <strong>de</strong> resistencia.<br />

El Nizao y el <strong>de</strong> Baní eran casi siempre poco profundos, salvo en algunos lugares. Sus<br />

aguas, rápidas, cubrían enormes piedras que se advertían porque allí el agua se alzaba<br />

coronada <strong>de</strong> espumas por encima <strong>de</strong> las cercanas, y lo indispensable era un par <strong>de</strong> piernas<br />

fuertes y unos pies seguros. Lo recomendable era pasar con los zapatos puestos, pero no<br />

podía darme el lujo <strong>de</strong> echar a per<strong>de</strong>r el único par que tenía, y llegaba a Baní cojeando,<br />

sufriendo molestias que casi me impedían caminar.<br />

Baní (segunda parte) (1929-1932)<br />

HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO<br />

Invariablemente, tronara o venteara, yo salía <strong>de</strong> Ciudad Trujillo los sábados a mediodía. Llegaba<br />

a Baní en las primeras horas <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Haciendo este mismo viaje año por año fui conociendo<br />

todas las casas <strong>de</strong>l camino, los ríos y arroyos, las siembras prosperando en los tiempos buenos.<br />

Algunas caras –la dueña <strong>de</strong> una pulpería, los soldados <strong>de</strong> los puestos, los viejos que se ponen<br />

a buscar la vida en un poquito <strong>de</strong> sol– poco a poco me fueron siendo familiares. Notaba cómo<br />

iban agostándose los arroyos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las lluvias hasta quedar, acá y allá, junto a las piedras,<br />

unos charquitos <strong>de</strong> agua sucia que no <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñaban las vacas tristes y cansadas.<br />

Me pasaba la tar<strong>de</strong> a casa <strong>de</strong> Candita. A la hora <strong>de</strong> cena me hacía el remolón, a pesar <strong>de</strong> los<br />

familiares ruidos <strong>de</strong> los platos y los cubiertos. No les quedaba más recurso que <strong>de</strong>jarme a cenar<br />

o hacer turnos acompañándonos. Pronto la costumbre fue que me quedara a comer con ellos.<br />

A las diez el vecindario dormía. Sobre la calle la casa iluminada arrojaba amarillos rectángulos<br />

<strong>de</strong> luz. En el parque estaba esperándome el grupo.<br />

Al discurrir el tiempo varió algo, no mucho. Los Brea volvían, pasadas las vacaciones<br />

<strong>de</strong>l verano, a Ciudad Trujillo, al colegio o a casa <strong>de</strong> Colombino Henríquez.<br />

Reuníamos los centavos que teníamos, pocas veces pesos, y nos metíamos en la trastienda<br />

<strong>de</strong> una pulpería. Estas solían ser varias. Uno <strong>de</strong>l grupo venía con la noticia: “Cintrón ha<br />

traído un ron <strong>de</strong> maravilla”, o “en la Sucursal hay un ron curado con ciruelas”.<br />

Y era ron lo que bebíamos, con queso, queso salado que sabía a vaca; pedazos <strong>de</strong> salchichón<br />

y pan cuando apretaba el hambre. Los días gran<strong>de</strong>s nos visitaban salchichas ensartadas<br />

en palillos <strong>de</strong> dudosa limpieza.<br />

Poníamos en medio un cajón, encima la botella y los vasos. En un grasiento papel el<br />

acompañamiento <strong>de</strong> turno. Nos sentábamos en cajones que a veces nos mordían las asenta<strong>de</strong>ras<br />

o en sillas rústicas <strong>de</strong> palma.<br />

Dios fue durante muchas semanas el tema. Nos preguntábamos, encendidos por las<br />

libaciones: ¿Es Dios una <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l hombre o el hombre una <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Dios?<br />

Fe<strong>de</strong>rico Germán leía a Rodó. Tomás Báez Díaz a Bolívar. Rafael Herrera andaba siempre<br />

enredado entre autores ingleses que leía en la propia lengua. Yo andaba <strong>de</strong>l brazo <strong>de</strong> los<br />

i<strong>de</strong>alistas alemanes.<br />

—Dios era una necesidad humana, una aspiración <strong>de</strong>l hombre, su anhelo mayor. Fue<br />

necesario que una raza inteligente, la judía, lo comprendiera dándose a la tarea <strong>de</strong> sacarlo<br />

un poco <strong>de</strong> la nada y otro poco <strong>de</strong> los politeísmos.<br />

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