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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES todos los pecados. Y sobre la tumba, olorosa, se levanta un trono. Mi abuela hablaba de su esposo muerto como si lo tuviera al alcance de la mano y de la voz. Sabía lo que en cada caso hubiera dicho y lo que hubiera pensado. El tiempo, detenido, no tenía nada que hacer con aquella viudez que parecía, a la vez, reciente y distante, con un dulce e incomprensible sabor de eternidad. Era amor y respeto, amor y admiración, amor sencillamente. Baní en aquella casa no era más que un pretexto para rememorar. El punto de partida de los recuerdos: José Billini, el padre, fuerte y voluntarioso. —”El primer Billini vino con las tropas de Napoleón. Era un granadero piamontés, de hermosa estatura. En Haití conocieron el sabor de las victorias y las amarguras de las derrotas; las fiebres, el hambre, el acecho, las lluvias que no acaban, los soles que no se apagan aunque llegue la noche”. Mi tía era poeta. No concebía la realidad sino en función de elemento artístico. Si no servía para eso no servía para nada. —”Tronco de hombres. A la primera generación los Billini lucharon por una patria que le había dado la suerte. Tres firmaron el acta de Independencia. Fueron armadores ricos. Sus hijos los educó en Filadelfia. Uno enviudó y viejo ya supo la tristeza de criar hijos pequeños que las sirvientas atendían mal. Cuando se enteraba las perseguía por las calles con un gran trabuco descargado. Frente al Agua de la Estancia se perdieron sus goletas que llevaban maderas finas a los Estados Unidos. Pero los Billini eran buena semilla. Ahí está tío Gollito, el Presidente Billini; Francisco Gregorio Billini, novelista, periodista valiente. Tienes que leer Engracia y Antoñita. Pasa aquí en Baní. Él no era de aquí, pero quiso mucho a Baní. Aquí se hicieron fuertes y austeros los Billini, padeciendo hambre eran autoridad moral en el pueblo. Tienes que conocer a una de las mujeres que él pintó en la novela, a Bonifacia Gómez”. Una tarde me hacía vestir con mis mejores galas. Galas no, ropa sencillamente limpia. Eran las Gómez, Bonifacia y su hermana, dos viejitas pulcras, almidonados los trajes, chupadas por el hambre y por los años, de dulce hablar. Le ofrecían café a mi tía. A mí no se qué me daban. Un gran guayacán en el patio. Casi no había muebles, todo brillante de limpio. Recostados de los setos en el aposento dos catres de blanco inmaculado, cubiertos con sábanas limpias con encajes pasados con cintas que alguna vez fueron rojas o azules. Entre los árboles cantaban invisibles los pájaros. Ladraban a lo lejos los perros. Al atardecer el aire era suave y fresco. Con la primera estrella nos despedíamos. —”Raza dura la de los Gómez. De ahí salió Máximo Gómez que era un viejito cuando le quitó Cuba a los españoles. Cuando él volvió a Baní, cuya tierra besó a la manera de los antiguos, tu mamá era una niña y le encomendaron que le recitara unos versos. No quiso entrar a caballo a la tierra de sus mayores y el viejo lloró detrás de sus espejuelitos de oro”. —”Tío Gollito era general. Hizo la Guerra de los Seis Años con tu tío José María Cabral, también general. Los dos fueron Presidentes, como lo fue otro tío tuyo quizá el más inteligente de todos: Marcos Cabral. Escribía muy bien y era un hombre para la pelea, los salones y la política. Pero el más hermoso de todos es el Padre Billini, mi tío. Ese sí era hombre, y qué corazón de santo. Lilís decía que le temía más al Padre que a Gollito. Exageraciones: cualquiera de los dos servía para cualquier cosa grande”. Una vez… 432

Baní no existía, lo que me envolvía, lo que reunía el aire que yo respiraba, eran los recuerdos. Las guerras, los padecimientos, los viajes, las bodas suntuosas, los asedios de la capital, las persecuciones. “Tu tía Ana María, la esposa de Juan Ramón Fiallo, llevaba a sus hijos pequeñitos a la playa de Güibia para hacerlos fuertes, como los griegos a sus caballos. Fabio Fiallo, su hijo, el poeta, gran caballero galante y un corazón de león. Tomó La Vega con una varita de mimbre en la mano, entre las balas, con su gran bigote de mosquetero. Fabio y Arístides eran hermanos. Arístides Fiallo Cabral, Chachí. Un gran médico y un gran hombre: fino, estudioso, buen orador, delicado. Nosotros queremos mucho a Chachí porque así pobres como unas ratas cuando nos enfermamos viene de la capital, siempre tan bien vestido, tan suave”. “Y no tenemos dinero. El dinero dicen muchos que se hace fácilmente. Ni los Billini ni los Cabral tienen esa facilidad: el General, vivía por Ciudad Nueva, se levantaba muy temprano, en una gran bata de algodón, a tomar el solecito de la mañana, a exponer su piel a los rayos del sol. Aquel viejo metido en su ropa pobre era saludado por todos con respeto. Los hombres con el sombrero en la mano. Una gloria de la República, sin un centavo, porque no es fácil hacer dinero cuando se tiene una conducta. Los Billini igual. Tío Gollito murió casi en la miseria, con una pensioncita. Donde veas esos apellidos, que son tan tuyos como los de tu papá, sabrás que no hay dinero, pero habrá gentileza, poesía, tradición. Por cierto que la tradición se está acabando. Nadie quiere lo viejo ni a los viejos, y la tradición es la vejez respetada”. Se le llenaban los ojos de lágrimas y la voz se hacía un tanto opaca, empañada. Levantaba la frente hacia el cielo y se bebía sus lágrimas, más que avergonzada dolida. Todo lo demás no existía. El mundo para mí era irreal, como sus recuerdos. Inasible como todo lo que ellas evocaban. El pozo HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO Cavaron el pozo en donde se levantaba la empalizada, en el lugar en que se afincó la altísima frontera de troncos delgados que nos separaba de los vecinos, y así habría agua, en aquel terruño siempre sediento, para las dos casas con un solo gasto. Casi al lado del pozo una pequeña eminencia del terreno indicaba en donde fueron depositando cuanto fue necesario extraer: tierra, arenisca y suelta; tierra de pálido amarillo, casi barro; las piedras grandes y los guijarros, y en la línea en que se agotaba la suave curva se erguía el esqueleto negro, retorcidos los brazos, de una bayahonda que nunca vi con vida. A los niños se nos recomendó mucho no acercarnos al pozo. Era peligroso a pesar de su alto brocal blanco que la humedad manchaba a trechos con verdín, pero cuando los mayores no podían vernos nos acercábamos a él, paso entre paso, mirando hacia atrás, seguros de que íbamos a incurrir en pecado, y latiéndonos con violencia el corazón, levantábamos la tapa de madera y gritábamos. El eco, el pozo, nos respondía deformando nuestros gritos, porque los pozos son un poco sordos, casi mudos. Treinta años después quise volver junto a él, en pos de los viejos encantos y ya no estaba allí, lo habían cegado. De las aguas que dormían allá abajo, que reflejaron nuestras cabezas y un pedazo de cielos nos separaba mucha tierra opaca. 433

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todos los pecados. Y sobre la tumba, olorosa, se levanta un trono. Mi abuela hablaba <strong>de</strong><br />

su esposo muerto como si lo tuviera al alcance <strong>de</strong> la mano y <strong>de</strong> la voz. Sabía lo que en<br />

cada caso hubiera dicho y lo que hubiera pensado. El tiempo, <strong>de</strong>tenido, no tenía nada<br />

que hacer con aquella viu<strong>de</strong>z que parecía, a la vez, reciente y distante, con un dulce<br />

e incomprensible sabor <strong>de</strong> eternidad. Era amor y respeto, amor y admiración, amor<br />

sencillamente.<br />

Baní en aquella casa no era más que un pretexto para rememorar. El punto <strong>de</strong> partida<br />

<strong>de</strong> los recuerdos: José Billini, el padre, fuerte y voluntarioso.<br />

—”El primer Billini vino con las tropas <strong>de</strong> Napoleón. Era un grana<strong>de</strong>ro piamontés, <strong>de</strong><br />

hermosa estatura. En Haití conocieron el sabor <strong>de</strong> las victorias y las amarguras <strong>de</strong> las <strong>de</strong>rrotas;<br />

las fiebres, el hambre, el acecho, las lluvias que no acaban, los soles que no se apagan<br />

aunque llegue la noche”.<br />

Mi tía era poeta. No concebía la realidad sino en función <strong>de</strong> elemento artístico. Si no<br />

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le había dado la suerte. Tres firmaron el acta <strong>de</strong> In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia. Fueron armadores ricos.<br />

Sus hijos los educó en Fila<strong>de</strong>lfia. Uno enviudó y viejo ya supo la tristeza <strong>de</strong> criar hijos<br />

pequeños que las sirvientas atendían mal. Cuando se enteraba las perseguía por las calles<br />

con un gran trabuco <strong>de</strong>scargado. Frente al Agua <strong>de</strong> la Estancia se perdieron sus goletas que<br />

llevaban ma<strong>de</strong>ras finas a los Estados Unidos. Pero los Billini eran buena semilla. Ahí está<br />

tío Gollito, el Presi<strong>de</strong>nte Billini; Francisco Gregorio Billini, novelista, periodista valiente.<br />

Tienes que leer Engracia y Antoñita. Pasa aquí en Baní. Él no era <strong>de</strong> aquí, pero quiso mucho<br />

a Baní. Aquí se hicieron fuertes y austeros los Billini, pa<strong>de</strong>ciendo hambre eran autoridad<br />

moral en el pueblo. Tienes que conocer a una <strong>de</strong> las mujeres que él pintó en la novela, a<br />

Bonifacia Gómez”.<br />

Una tar<strong>de</strong> me hacía vestir con mis mejores galas. Galas no, ropa sencillamente limpia.<br />

Eran las Gómez, Bonifacia y su hermana, dos viejitas pulcras, almidonados los trajes,<br />

chupadas por el hambre y por los años, <strong>de</strong> dulce hablar. Le ofrecían café a mi tía. A mí no<br />

se qué me daban. Un gran guayacán en el patio. Casi no había muebles, todo brillante <strong>de</strong><br />

limpio. Recostados <strong>de</strong> los setos en el aposento dos catres <strong>de</strong> blanco inmaculado, cubiertos<br />

con sábanas limpias con encajes pasados con cintas que alguna vez fueron rojas o azules.<br />

Entre los árboles cantaban invisibles los pájaros. Ladraban a lo lejos los perros. Al atar<strong>de</strong>cer<br />

el aire era suave y fresco. Con la primera estrella nos <strong>de</strong>spedíamos.<br />

—”Raza dura la <strong>de</strong> los Gómez. De ahí salió Máximo Gómez que era un viejito cuando<br />

le quitó Cuba a los españoles. Cuando él volvió a Baní, cuya tierra besó a la manera <strong>de</strong><br />

los antiguos, tu mamá era una niña y le encomendaron que le recitara unos versos. No<br />

quiso entrar a caballo a la tierra <strong>de</strong> sus mayores y el viejo lloró <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> sus espejuelitos<br />

<strong>de</strong> oro”.<br />

—”Tío Gollito era general. Hizo la Guerra <strong>de</strong> los Seis Años con tu tío José María Cabral,<br />

también general. Los dos fueron Presi<strong>de</strong>ntes, como lo fue otro tío tuyo quizá el más inteligente<br />

<strong>de</strong> todos: Marcos Cabral. Escribía muy bien y era un hombre para la pelea, los salones<br />

y la política. Pero el más hermoso <strong>de</strong> todos es el Padre Billini, mi tío. Ese sí era hombre, y<br />

qué corazón <strong>de</strong> santo. Lilís <strong>de</strong>cía que le temía más al Padre que a Gollito. Exageraciones:<br />

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