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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES —Señores: he suplicado su presencia aquí para cumplir un encargo que en el tribunal de la penitencia me hizo don Marcelino. Quiso él, como última voluntad, hacerle saber al mundo, cuando su cuerpo no hubiese sido aún sepultado, que él fue uno de los asesinos del general Prim en España. Y terminó: —¡Roguemos todos a Dios por su alma! ¿Designio providencial? A mi distinguido amigo monseñor Octavio A. Beras. Fue en 1891. Todavía muchas personas lo recuerdan. Monseñor fray Antonio María Buhagiar, delegado apostólico y enviado extraordinario de la Santa Sede en Santo Domingo, Venezuela y Haití, obispo titular de Ruspa, se hallaba in extremis. El arzobispo de Santo Domingo, monseñor Fernando Arturo de Meriño, acababa de recibir su confesión y administrarle el viático. Con su voz feble y entrecortada, a causa de la fiebre que lo estaba consumiendo, habló así al arzobispo Meriño: —Monseñor: pertenezco a una rama de la orden franciscana en que no está permitido enterrarnos en ataúd. Le ruego a su señoría ordenar que sólo mis ornamentos cubran mi cadáver. El coma le impidió seguir hablando. Momentos después fallecía. Eran las once de la noche del día 10 de agosto. A la siguiente mañana, el arzobispo, conversando con los miembros del alto clero que fueron a palacio a acompañarle en el mortuorio y el entierro, les comunicó el deseo del finado obispo y les expuso que, con mucha pena de su parte, no podía dejarlo cumplido, porque monseñor Buhagiar no era para él un fraile franciscano ante cuya humildad debía rendirse, sino el delegado apostólico, decano del cuerpo diplomático, cuyo sepelio sería encabezado por el presidente de la República, con asistencia de las representaciones extranjeras y los altos funcionarios de la nación y al cadáver del cual le haría los honores correspondientes a su jerarquía una fuerza del ejército. Cantáronse los oficios en la Catedral. Por no haber bóveda disponible para la inhumación fue cavada en la capilla de San Francisco, aledaña a la nave izquierda del templo, una fosa. Terminados la vigilia y el responso cuatro canónigos cargaron el ataúd y seguidos de la comitiva anduvieron hasta colocarlo sobre unos cuartones que atravesaban la sepultura. Cuatro albañiles reemplazaron allí a los cabildantes para operar el descenso. Y ahí el caso. En el instante en que aquellos hombres, desprendidos los cuartones, iban deslizando las sogas, se zafó de las manos de uno de ellos, llamado Lorenzo Caro, el cabo por donde agarraba la suya, se volcó la caja y el cadáver se precipitó hacia el fondo. El corazón de cuantos presenciaron la escena palpitó con violencia. El arzobispo Meriño, como quien escrutara si estaba interviniendo allí una voluntad de lo alto, alzó la mirada, mientras dos de los cargadores, descendieron a la huesa, se esforzaban en levantar el pesado cuerpo del obispo. En silencio de muerte y ánimo expectante todos los del cortejo que se hallaban próximos al lugar de la escena la contemplaban con ojos de ansiedad. 416

M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS Tras un forcejeo infructuoso, los dos hombres que bajaron al fondo de la sepultura reclamaron la ayuda de los que habían permanecido arriba. Se oyó entonces la voz de Meriño, grave y majestuosa: —Déjenlo como está. Tal vez si es Dios quien así lo ha dispuesto. Las esquinas de la antigua Santo Domingo de Guzman* Señores: Empiezo por donde habitualmente se termina. Doy a ustedes las gracias por su presencia en este acto. El distinguido presidente de este centro cultural me había dicho: “El éxito de taquilla está asegurado”. Ustedes saben lo que esas expresiones significan. Yo tomé, sin embargo, sus palabras como una nueva manifestación de su bondad y gentileza características. Jamás pensé que realmente pudiera encontrarme en presencia de un auditorio tan nutrido como selecto. Creí que las palabras del señor Díaz Ordóñez eran un aliento, un aliento tan sólo para que me sintiera fortalecido al venir aquí. Afortunadamente he visto que era cierto; y lo declaro: el miedo que tenía ha desaparecido. Mi miedo era grande: Tanto, que esta tarde recordaba un caso ocurrido en esta ciudad hace muchos años, y en que la víctima fue alguien que esperando tener cerca de sí a muchas personas, se encontró, en el momento preciso del acto que había organizado, con que nadie había concurrido. Que fue eso lo que le pasó a don Juan Zarazo. ¡Pobre don Juan! ¡Hasta los últimos días de su vida estuvo atenaceado por el amargo recuerdo de aquella noche trágica! Había organizado un baile, al cual pensó que debía concurrir mucha gente, y en el que a la postre se encontró con que nadie había acudido. Es triste cosa en realidad verse solo o casi solo cuando se espera estar bien acompañado, y especialmente si el fiasco ha dado lugar a la formación de una frase refranesca. En aquellos tiempos, cuando don Juan Zarazo vio frustradas sus esperanzas de celebrar un baile que hiciera época en los anales de las fiestas del Carmen, el fracaso que cosechó dio lugar a esta expresión, que siempre se repetía en presencia de un fracaso de esta misma índole: “De música se volvió…” Antes de abordar mi charla, no conferencia como se ha dicho, haciéndole un honor que no merece, ¿no les parece a Uds. que deba referirles qué fue lo que le ocurrió a Juan Zarazo? Don Juan Zarazo era un vecino del barrio del Carmen. Residía en la Calle Nueva, hoy calle Sánchez, entre las del Arquillo y la Universidad, ahora Arzobispo Nouel y Padre Billini. Hombre bueno, si los hay, en su corazón no se albergaban sino sentimientos ingenuos. A su casa acudía toda clase de personas; los matices sociales en general estaban siempre representados allí. Todos eran bien recibidos, tanto por don Juan como por su familia; todos salían siempre agradablemente impresionados de los obsequios que se les hacían. En una ocasión, durante las fiestas de Nuestra Señora del Carmen, don Juan quiso obsequiar a sus amistades con un baile. Como éstas eran incontables, él necesitaba, antes de todo, hacer una lista; pero una lista completa, que él mismo debía revisar. Se dio a la tarea. En ella lo ayudaba un amigo íntimo suyo, francés, de oficio platero, Monsieur “Yé”, quien se caracterizaba por lo pronunciado de su abdomen, motivo por el cual la gente lo llamaba Monsieur Yé “el barrigón”. La lista se hizo. Tanto don Juan como Monsieur Yé la creyeron completa. El baile se celebró. Acudió mucha gente. Tanto don Juan como su familia, estaban grandemente *Charla en el Ateneo Dominicano, el 17 de septiembre de 1938, tomada taquigráficamente por Ulpiano Sepúlveda. 417

M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

Tras un forcejeo infructuoso, los dos hombres que bajaron al fondo <strong>de</strong> la sepultura reclamaron<br />

la ayuda <strong>de</strong> los que habían permanecido arriba.<br />

Se oyó entonces la voz <strong>de</strong> Meriño, grave y majestuosa:<br />

—Déjenlo como está. Tal vez si es Dios quien así lo ha dispuesto.<br />

Las esquinas <strong>de</strong> la antigua<br />

Santo Domingo <strong>de</strong> Guzman*<br />

Señores:<br />

Empiezo por don<strong>de</strong> habitualmente se termina. Doy a uste<strong>de</strong>s las gracias por su presencia en<br />

este acto. El distinguido presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> este centro cultural me había dicho: “El éxito <strong>de</strong> taquilla está<br />

asegurado”. Uste<strong>de</strong>s saben lo que esas expresiones significan. Yo tomé, sin embargo, sus palabras<br />

como una nueva manifestación <strong>de</strong> su bondad y gentileza características. Jamás pensé que realmente<br />

pudiera encontrarme en presencia <strong>de</strong> un auditorio tan nutrido como selecto. Creí que<br />

las palabras <strong>de</strong>l señor Díaz Ordóñez eran un aliento, un aliento tan sólo para que me sintiera<br />

fortalecido al venir aquí. Afortunadamente he visto que era cierto; y lo <strong>de</strong>claro: el miedo que<br />

tenía ha <strong>de</strong>saparecido. Mi miedo era gran<strong>de</strong>: Tanto, que esta tar<strong>de</strong> recordaba un caso ocurrido<br />

en esta ciudad hace muchos años, y en que la víctima fue alguien que esperando tener cerca<br />

<strong>de</strong> sí a muchas personas, se encontró, en el momento preciso <strong>de</strong>l acto que había organizado,<br />

con que nadie había concurrido. Que fue eso lo que le pasó a don Juan Zarazo.<br />

¡Pobre don Juan! ¡Hasta los últimos días <strong>de</strong> su vida estuvo atenaceado por el amargo recuerdo<br />

<strong>de</strong> aquella noche trágica! Había organizado un baile, al cual pensó que <strong>de</strong>bía concurrir<br />

mucha gente, y en el que a la postre se encontró con que nadie había acudido. Es triste cosa en<br />

realidad verse solo o casi solo cuando se espera estar bien acompañado, y especialmente si el<br />

fiasco ha dado lugar a la formación <strong>de</strong> una frase refranesca. En aquellos tiempos, cuando don<br />

Juan Zarazo vio frustradas sus esperanzas <strong>de</strong> celebrar un baile que hiciera época en los anales<br />

<strong>de</strong> las fiestas <strong>de</strong>l Carmen, el fracaso que cosechó dio lugar a esta expresión, que siempre se<br />

repetía en presencia <strong>de</strong> un fracaso <strong>de</strong> esta misma índole: “De música se volvió…”<br />

Antes <strong>de</strong> abordar mi charla, no conferencia como se ha dicho, haciéndole un honor que no<br />

merece, ¿no les parece a Uds. que <strong>de</strong>ba referirles qué fue lo que le ocurrió a Juan Zarazo?<br />

Don Juan Zarazo era un vecino <strong>de</strong>l barrio <strong>de</strong>l Carmen. Residía en la Calle Nueva, hoy<br />

calle Sánchez, entre las <strong>de</strong>l Arquillo y la Universidad, ahora Arzobispo Nouel y Padre Billini.<br />

Hombre bueno, si los hay, en su corazón no se albergaban sino sentimientos ingenuos.<br />

A su casa acudía toda clase <strong>de</strong> personas; los matices sociales en general estaban siempre<br />

representados allí. Todos eran bien recibidos, tanto por don Juan como por su familia; todos<br />

salían siempre agradablemente impresionados <strong>de</strong> los obsequios que se les hacían. En una<br />

ocasión, durante las fiestas <strong>de</strong> Nuestra Señora <strong>de</strong>l Carmen, don Juan quiso obsequiar a sus<br />

amista<strong>de</strong>s con un baile. Como éstas eran incontables, él necesitaba, antes <strong>de</strong> todo, hacer una<br />

lista; pero una lista completa, que él mismo <strong>de</strong>bía revisar. Se dio a la tarea. En ella lo ayudaba<br />

un amigo íntimo suyo, francés, <strong>de</strong> oficio platero, Monsieur “Yé”, quien se caracterizaba<br />

por lo pronunciado <strong>de</strong> su abdomen, motivo por el cual la gente lo llamaba Monsieur Yé “el<br />

barrigón”. La lista se hizo. Tanto don Juan como Monsieur Yé la creyeron completa. El baile<br />

se celebró. Acudió mucha gente. Tanto don Juan como su familia, estaban gran<strong>de</strong>mente<br />

*Charla en el Ateneo Dominicano, el 17 <strong>de</strong> septiembre <strong>de</strong> 1938, tomada taquigráficamente por Ulpiano Sepúlveda.<br />

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