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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES —Con mucho gusto, Cefí; pero eso no puedo resolverlo yo solo. Mándame una solicitud para someterla al consejo de gobierno… ¡Ah! recuerda que la solicitud debe venir en papel sellado de a peso. —Muy bien, Alejandrito. El mismo día y en el papel indicado por el ministro, escribió Benett y entregó su instancia, que al siguiente era llevada al consejo de gobierno. Nunca cuestión alguna fue objeto de más seria y profunda deliberación por parte de los señores ministros. Lilís y Woss y Gil favorecían con su opinión el pedimento. Los demás les oponían graves razones. Uno de éstos llegó hasta a advertir con mucho énfasis que era ya hora de poner término a esas prodigalidades que tanto perjudicaban al Gobierno. En fin, fue fulminado el rechazamiento de la solicitud. —Pues señor –dijo por último Lilís– yo habría querido complacer al amigo Cefí; pero si la mayoría se opone, ¿qué le vamos a hacer? Ese día y los siguientes, Woss y Gil estuvo esquivando todo encuentro con su viejo amigo. Le atormentaba el pensar la mala impresión que al bondadoso anciano le iba a producir el final desastroso de su instancia. Una mañana, no obstante, sin poderlo remediar, el ministro se vio inesperadamente frente a Benett, que lo miraba con su placidez de siempre. —Cefí, mi viejo, siento decirte que tu instancia fracasó. Tal vez más tarde… Sonriente, le correspondió: —No te apures, Alejandrito. Al otro día de darte el papel vino José Dolores “el Mocho”, con dos hombres, y se llevó el tablón. Yo se lo dije al ministro de lo Interior y él llamó al comisario; pero no ha habido nada. José Dolores “el Mocho” era lo que los argentinos, en su pintoresco lenguaje popular, llaman un “atorrante”. Holgazán sempiterno, vivía de lo que pedía y le daban. Privaba, además, en guapo, y a ese título recibía del Gobierno una ración diaria de tres pesetas fuertes. Nadie le tomó cuenta de su desafuero al “Mocho”, que dispuso del tablón de caoba a su guisa y conveniencia. Don Pedro Benett, en tanto, el buen Cefí, vio desvanecerse su sano deseo y perdido con éste, además de su diligencia, el peso que había invertido en el papel sellado de su instancia al Gobierno. El misterio de don Marcelino Cuándo llegó al país y qué vientos lo impulsaron hacia acá, es lo que a punto fijo no se sabe. Decía llamarse Marcelino Anta. Afirmaba, además, haber sido guardián de la cárcel de San Germán, en la isla de Puerto Rico. De estatura más que mediana, ceño adusto, rostro poblado por luenga barba algo cana, apostura militar, palabra imperiosa, se le llamó desde el principio don Marcelino en la fonda donde se hospedó y con ese “don” se le conoció y llamó hasta su muerte. Iba con frecuencia a oír misa a la iglesia de Regina Angelorum, de la cual solía pasar al patio del Colegio de San Luis Gonzaga, que funcionaba en el antiguo local de la Tercera Orden Clarisa, anexo al templo. Daba muestras de poseer espíritu religioso. Un día se acercó al padre Billini, director del colegio, y solicitó la protección de éste. El Padre (así era como generalmente se designaba a aquel gran educador y filántropo) le dio 414

M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS albergue y le nombró portero del plantel. Tiempo después lo elevó a prefecto y le revistió de extensa autoridad sobre todos los colegiales. Andando los días don Marcelino se convirtió en el factotum del colegio. Lo arbitrario y rígido de su disciplina le ganó pronto, entre los colegiales, el dictado de tirano. Por faltas ligeras los mandaba al calabozo y los mantenía encerrados allí largos días, o los condenaba al castigo de pan y agua, cuando no les administraba azotainas muy dolorosas, a veces hasta contundentes. No hay que decir cómo era grande y profundo el odio que por don Marcelino sentían los internos. Gracias a la intervención del Padre, las demasías del truculento prefecto aminoraron un tiempo. Luego, sin embargo, se reprodujeron, con mayor crudeza si se quiere. Personas que le habían estado observando con detenimiento aventuraban la especie de que don Marcelino padecía de epilepsia. Los colegiales afirmaban, de su lado, que todas las noches sufría de intensas pesadillas durante las cuales lanzaba gritos estridentes. Aseguraban también haberle oído exclamar en sueños: “¡No me maten! ¡Perdónenme!”. Finalmente se dedicó a la bebida. Hacía frecuentes libaciones en las pulperías cercanas a Regina Angelorum. Por sus truculentos métodos y ahora por su afición a Baco, ya don Marcelino se le venía haciendo cuesta arriba al padre Billini. Además, su autoridad, en el punto que era necesario, iba menguando día por día. Los colegiales se burlaban de él cuando le veían borracho. Los de mayor edad lo dominaban alabándolo, sobre todo si le decían que era buen orador. Empezó, además, a presentar ciertos signos de enajenación mental. Por fas o por nefas, el Padre le sacó de la prefectura del colegio y le mandó al manicomio, de que había sido fundador y era igualmente director. Le destinó a diversos oficios en la casa de orates. En realidad, empero, don Marcelino no fue desde ese momento sino un recluso. Esto sucedía en el año de 1889. Don Marcelino permaneció en el manicomio unos meses. Transcurrido un tiempo, sin embargo, su organismo comenzó a decaer a ojos vistas. Por último se enfermó de hidropesía y en esas condiciones pidió –ésto le fue concedido– trasladarse a la casa de una familia amiga suya residente en el barrio de Santa Bárbara. Día por día el mal fue empeorando. Toda esperanza de que recuperara la salud se llegó a perder por completo. A la hidropesía, se juntaba un estado de hipocondría que lo hacía llorar con frecuencia. A esto se le agregaban en la noche las viejas y constantes pesadillas que le interrumpían el sueño. Un día los indicios de que su postrer instante se aproximaba a marcha acelerada no dejaron ninguna duda. Don Marcelino mismo, ahora en completo estado de lucidez, solicitó los auxilios religiosos. Llamado el cura de Santa Bárbara, don Eduardo Vázquez y Valera, el enfermo se confesó y recibió el viático. El siguiente día fue el último de su paso por el mundo. Tan pronto como se informó al padre Vázquez del desenlace fatal, se personó en la casa mortuoria, en la cual se hallaba un grupo de amigos y curiosos, y mandó en busca del comisario de policía y de los hombres notables del barrio. Con voz temblorosa por la emoción que le embargaba el padre Vázquez, de pies delante del cadáver, dirigiéndose a los circunstantes, exclamó: 415

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albergue y le nombró portero <strong>de</strong>l plantel. Tiempo <strong>de</strong>spués lo elevó a prefecto y le revistió<br />

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Andando los días don Marcelino se convirtió en el factotum <strong>de</strong>l colegio. Lo arbitrario<br />

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ligeras los mandaba al calabozo y los mantenía encerrados allí largos días, o los con<strong>de</strong>naba<br />

al castigo <strong>de</strong> pan y agua, cuando no les administraba azotainas muy dolorosas, a veces hasta<br />

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No hay que <strong>de</strong>cir cómo era gran<strong>de</strong> y profundo el odio que por don Marcelino sentían<br />

los internos.<br />

Gracias a la intervención <strong>de</strong>l Padre, las <strong>de</strong>masías <strong>de</strong>l truculento prefecto aminoraron un<br />

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Personas que le habían estado observando con <strong>de</strong>tenimiento aventuraban la especie <strong>de</strong><br />

que don Marcelino pa<strong>de</strong>cía <strong>de</strong> epilepsia. Los colegiales afirmaban, <strong>de</strong> su lado, que todas las<br />

noches sufría <strong>de</strong> intensas pesadillas durante las cuales lanzaba gritos estri<strong>de</strong>ntes. Aseguraban<br />

también haberle oído exclamar en sueños: “¡No me maten! ¡Perdónenme!”.<br />

Finalmente se <strong>de</strong>dicó a la bebida. Hacía frecuentes libaciones en las pulperías cercanas<br />

a Regina Angelorum.<br />

Por sus truculentos métodos y ahora por su afición a Baco, ya don Marcelino se le venía<br />

haciendo cuesta arriba al padre Billini. A<strong>de</strong>más, su autoridad, en el punto que era necesario,<br />

iba menguando día por día. Los colegiales se burlaban <strong>de</strong> él cuando le veían borracho. Los <strong>de</strong><br />

mayor edad lo dominaban alabándolo, sobre todo si le <strong>de</strong>cían que era buen orador. Empezó,<br />

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Por fas o por nefas, el Padre le sacó <strong>de</strong> la prefectura <strong>de</strong>l colegio y le mandó al manicomio,<br />

<strong>de</strong> que había sido fundador y era igualmente director. Le <strong>de</strong>stinó a diversos oficios<br />

en la casa <strong>de</strong> orates. En realidad, empero, don Marcelino no fue <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese momento sino<br />

un recluso.<br />

Esto sucedía en el año <strong>de</strong> 1889.<br />

Don Marcelino permaneció en el manicomio unos meses. Transcurrido un tiempo, sin<br />

embargo, su organismo comenzó a <strong>de</strong>caer a ojos vistas. Por último se enfermó <strong>de</strong> hidropesía<br />

y en esas condiciones pidió –ésto le fue concedido– trasladarse a la casa <strong>de</strong> una familia amiga<br />

suya resi<strong>de</strong>nte en el barrio <strong>de</strong> Santa Bárbara.<br />

Día por día el mal fue empeorando. Toda esperanza <strong>de</strong> que recuperara la salud se llegó<br />

a per<strong>de</strong>r por completo. A la hidropesía, se juntaba un estado <strong>de</strong> hipocondría que lo hacía<br />

llorar con frecuencia. A esto se le agregaban en la noche las viejas y constantes pesadillas<br />

que le interrumpían el sueño.<br />

Un día los indicios <strong>de</strong> que su postrer instante se aproximaba a marcha acelerada no<br />

<strong>de</strong>jaron ninguna duda. Don Marcelino mismo, ahora en completo estado <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z, solicitó<br />

los auxilios religiosos.<br />

Llamado el cura <strong>de</strong> Santa Bárbara, don Eduardo Vázquez y Valera, el enfermo se confesó<br />

y recibió el viático. El siguiente día fue el último <strong>de</strong> su paso por el mundo.<br />

Tan pronto como se informó al padre Vázquez <strong>de</strong>l <strong>de</strong>senlace fatal, se personó en la<br />

casa mortuoria, en la cual se hallaba un grupo <strong>de</strong> amigos y curiosos, y mandó en busca <strong>de</strong>l<br />

comisario <strong>de</strong> policía y <strong>de</strong> los hombres notables <strong>de</strong>l barrio.<br />

Con voz temblorosa por la emoción que le embargaba el padre Vázquez, <strong>de</strong> pies <strong>de</strong>lante<br />

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