Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES Era gallego. Había venido a Santo Domingo en busca de fortuna y poco a poco, a fuerza de economías, llegó a reunir unos realitos. Ya cuarentón, abandonó la vida de célibe, uniendo su suerte a la de una criolla, muchacha más buena que el pan y trabajadora como una abeja. Con la mujer (¿quién lo duda?) el viento de bonanza que le había estado soplando arreció, y tanto, que los dos subieron a cuatro las mesitas de frutas y hasta diéronles ganancias para establecer una regular venta de licores, en cuarto reservado adonde los de la cofradía de Baco acudían a saborear el dulce y picante Licor Rosolio, lucidor de los colores del iris y dispuesto en damajuanitas de cuello delgado y ancho fondo, la confortadora ginebra holandesa Mañana Imperial o el bravo Aguardiente Cañete, insustituible diluidor de penas. Por varios años estuvieron la nata sobre la leche. Tronquilis y su costilla. Habríales augurado cualquiera, para la vuelta de algún tiempo, una riqueza completa. ¿Qué más sino persistir en el trabajo y economizar cuanto se pudiera? II Los tiempos cambian, sin embargo. Un día el gobierno se equivocó ¡quién lo creyera! y para aumentar el numerario hizo llevar sobre el país un diluvio de “papeletas”, con lo cual no pocos se ahogaron y algunos quedaron con el agua al cuello. Tronquilis entre éstos. Por grados fue reduciéndose hasta limitarse a una mesa el ventorrillo y la botellería disminuyó considerablemente. ¡Cómo que ya cada copete de Rosolio salía por un ojo de la cara y la caneca de ginebra se había subido hasta las nubes! Y a todas estas, para colmo de males, el sitio. Porque es de saberse que a modo de irresistible alud, habían irruido del Norte, del Sur y del Este los revolucionarios del 7 de julio contra Báez. Tronquilis estaba descorazonado. Gracias que el “cuarto reservado” sostenía aún parte del negocio. A libar en él iban con frecuencia Benito “el gambao”, azuano, que allá en Santomé cortó de sendos tajos la cabeza a dos “mañeses”; Ugenito Lantigua, coplero y soldado, capitán de cívicos; Martín “el brujo”, embaucador de campesinos y gran tocador de “cuatro”; “Gollito” Rodríguez, muchacho de la orilla, más malo que coger lo ajeno y encabezador habitual de cencerradas; “Enemencio” Mártir, seibano machetero, con tres cicatrices enormes que le formaban una N en el rostro; “Toñico” Hernández, por mal nombre “El Caimán”, montecristeño, con más alma que cuerpo y dos hileras de dientes que parecían querer salirse de la boca; el capitán “Apuntinodá”, bravatero de continuo, que no cumplía jamás sus amenazas; “Periquito” Caballero, solicitado “maquiñón”, que saltaba en su corcel, sin sujetarse, las más grandes candeladas de San Juan; el “jefe” Hipólito; el “vale” Turibio; Pepito el Indio; y otros tantos al servicio del gobierno sitiado. A falta de tales parroquianos ¿qué habría sido de Tronquilis? Nueve meses llevaba el asedio, sin que parecieran dispuestos a ceder los de adentro; pero mucho menos los de afuera. El gallego y su mujer comenzaban a desesperar. ¿Duraría esa situación toda la vida? Por otra parte, el “cuarto reservado” se vaciaba. Veces hubo en que Tronquilis, antes de alcanzar una caneca llena, cogió hasta doce apuradas. A los diez meses llegaron al oído del desventurado negociante rumores de capitulación. Entonces ocurrió algo nuevo: el número de los parroquianos, de la “gente del gobierno”, bajó sensiblemente. ¿Qué es eso? —¡Mujer! ¡mujer! ¡nos acabamos! Esto no puede aguantarse ya, exclamaba el pobre hombre. 380

M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS Una mañana, sin embargo, la esperanza sonrió en la casita de Tronquilis. Venía en forma de conspirador urbano. Alguien, que acudió a “tomar la mañana” allí, oyó las cuitas de aquellos consortes, su falta de fe en los días cercanos, su desesperación inmensa. El matutino visitante, luego que el otro desahogó su pecho, pareció reflexionar. Después, a manera de explorador del terreno, salió a la puerta, dirigió escrutadoras miradas al Oriente y al Poniente, y cerciorado ya de que sólo Tronquilis y su mujer habían de oírle, dio rienda suelta a su palabra de revolucionario convencido. Mucho les habló y algo muy bueno debió de ser. Tal al menos habría cualquiera leído en la cara placentera que ambos tenían mientras el visitante peroraba. —De suerte y modo –observó Tronquilis a su interlocutor cuando éste hacía un paréntesis para trasegar en el estómago “tres dedos” de ginebra– que pronto cambiarán las cosas. —Pues ya lo creo que sí; –repuso el conspirador– es gente nueva la que viene y con muchísimos cuartos. Cuando le aseguro que ni en el paraíso vamos a estar mejor. —Pero… ¡y eso se dilatará mucho tiempo! —¡Qué va! ahorita mismo; quién sabe si no pasa ni una semana. —Y dice usted que… —Lo que le digo: que son gente nueva y buena y que usted verá cómo del infierno vamos a la gloria con zapatos. A poco el hombre se marchaba. No había pagado la “mañana”; mas ¿qué falta hacía, cuando el alegrón de Tronquilis compensaba con creces el gasto? III Algo extraordinario ocurre en la ciudad. Inusitado movimiento se nota en sus calles principales. En la del Arquillo y más aún en la de El Conde la animación es grande. Filas desordenadas de hombres y muchachos por la acera y variados grupos por en medio de la calle, hablando, gesticulando, levantando a su paso nubes de polvo, se dirigen incesantemente al extremo Oeste de la población. Cada vía transversal es uno a modo de tributario de donde afluyen sin interrupción grandes y chicos, que vienen a aumentar aquella continua circulación de gente. Al pie de la Puerta del Conde, a medida que la multitud avanza, va formándose una masa humana, cada vez más grande, cada vez más compacta, un verdadero mar de cabezas, cuyos movimientos producen ondulaciones, unido a ello una gritería confusa, en que todos hablan y casi nadie entiende. ¿Qué pasa? Es que va a entrar, triunfante, la Revolución. Tronquilis y su consorte no son ajenos al bullicio de la urbe. Antes bien ha querido él celebrar el fausto acontecimiento con su ropa dominguera y debido a tal circunstancia se halla todavía en el aposento cuando la avanzada revolucionaria está llegando al Rastrillo y en lo alto de El Conde suena un largo redoble de tambores. Asómase a la puerta la mujer. —Ven Tronquilis –dice–; ya están acercándose. Despáchate pronto que… No puede terminar la frase. Una avalancha de curiosos ha invadido la acera para abrir campo a un caballo que corcovea. Vase ella un tanto atemorizada hacia el interior de la casa, mientras Tronquilis, empaquetado, “como un veintisiete”, viene de adentro para afuera, con cara de jugador afortunado. —Ya sí se cuajó –murmura con visible gozo. 381

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

Era gallego. Había venido a Santo Domingo en busca <strong>de</strong> fortuna y poco a poco, a fuerza<br />

<strong>de</strong> economías, llegó a reunir unos realitos. Ya cuarentón, abandonó la vida <strong>de</strong> célibe, uniendo<br />

su suerte a la <strong>de</strong> una criolla, muchacha más buena que el pan y trabajadora como una abeja.<br />

Con la mujer (¿quién lo duda?) el viento <strong>de</strong> bonanza que le había estado soplando arreció,<br />

y tanto, que los dos subieron a cuatro las mesitas <strong>de</strong> frutas y hasta diéronles ganancias para<br />

establecer una regular venta <strong>de</strong> licores, en cuarto reservado adon<strong>de</strong> los <strong>de</strong> la cofradía <strong>de</strong> Baco<br />

acudían a saborear el dulce y picante Licor Rosolio, lucidor <strong>de</strong> los colores <strong>de</strong>l iris y dispuesto<br />

en damajuanitas <strong>de</strong> cuello <strong>de</strong>lgado y ancho fondo, la confortadora ginebra holan<strong>de</strong>sa Mañana<br />

Imperial o el bravo Aguardiente Cañete, insustituible diluidor <strong>de</strong> penas.<br />

Por varios años estuvieron la nata sobre la leche. Tronquilis y su costilla. Habríales augurado<br />

cualquiera, para la vuelta <strong>de</strong> algún tiempo, una riqueza completa.<br />

¿Qué más sino persistir en el trabajo y economizar cuanto se pudiera?<br />

II<br />

Los tiempos cambian, sin embargo.<br />

Un día el gobierno se equivocó ¡quién lo creyera! y para aumentar el numerario hizo<br />

llevar sobre el país un diluvio <strong>de</strong> “papeletas”, con lo cual no pocos se ahogaron y algunos<br />

quedaron con el agua al cuello. Tronquilis entre éstos. Por grados fue reduciéndose hasta<br />

limitarse a una mesa el ventorrillo y la botellería disminuyó consi<strong>de</strong>rablemente. ¡Cómo que<br />

ya cada copete <strong>de</strong> Rosolio salía por un ojo <strong>de</strong> la cara y la caneca <strong>de</strong> ginebra se había subido<br />

hasta las nubes! Y a todas estas, para colmo <strong>de</strong> males, el sitio. Porque es <strong>de</strong> saberse que a<br />

modo <strong>de</strong> irresistible alud, habían irruido <strong>de</strong>l Norte, <strong>de</strong>l Sur y <strong>de</strong>l Este los revolucionarios<br />

<strong>de</strong>l 7 <strong>de</strong> julio contra Báez.<br />

Tronquilis estaba <strong>de</strong>scorazonado. Gracias que el “cuarto reservado” sostenía aún<br />

parte <strong>de</strong>l negocio. A libar en él iban con frecuencia Benito “el gambao”, azuano, que allá<br />

en Santomé cortó <strong>de</strong> sendos tajos la cabeza a dos “mañeses”; Ugenito Lantigua, coplero y<br />

soldado, capitán <strong>de</strong> cívicos; Martín “el brujo”, embaucador <strong>de</strong> campesinos y gran tocador<br />

<strong>de</strong> “cuatro”; “Gollito” Rodríguez, muchacho <strong>de</strong> la orilla, más malo que coger lo ajeno y<br />

encabezador habitual <strong>de</strong> cencerradas; “Enemencio” Mártir, seibano machetero, con tres cicatrices<br />

enormes que le formaban una N en el rostro; “Toñico” Hernán<strong>de</strong>z, por mal nombre<br />

“El Caimán”, montecristeño, con más alma que cuerpo y dos hileras <strong>de</strong> dientes que parecían<br />

querer salirse <strong>de</strong> la boca; el capitán “Apuntinodá”, bravatero <strong>de</strong> continuo, que no cumplía<br />

jamás sus amenazas; “Periquito” Caballero, solicitado “maquiñón”, que saltaba en su corcel,<br />

sin sujetarse, las más gran<strong>de</strong>s can<strong>de</strong>ladas <strong>de</strong> San Juan; el “jefe” Hipólito; el “vale” Turibio;<br />

Pepito el Indio; y otros tantos al servicio <strong>de</strong>l gobierno sitiado. A falta <strong>de</strong> tales parroquianos<br />

¿qué habría sido <strong>de</strong> Tronquilis?<br />

Nueve meses llevaba el asedio, sin que parecieran dispuestos a ce<strong>de</strong>r los <strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntro;<br />

pero mucho menos los <strong>de</strong> afuera. El gallego y su mujer comenzaban a <strong>de</strong>sesperar. ¿Duraría<br />

esa situación toda la vida? Por otra parte, el “cuarto reservado” se vaciaba. Veces hubo en<br />

que Tronquilis, antes <strong>de</strong> alcanzar una caneca llena, cogió hasta doce apuradas.<br />

A los diez meses llegaron al oído <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sventurado negociante rumores <strong>de</strong> capitulación.<br />

Entonces ocurrió algo nuevo: el número <strong>de</strong> los parroquianos, <strong>de</strong> la “gente <strong>de</strong>l gobierno”,<br />

bajó sensiblemente. ¿Qué es eso?<br />

—¡Mujer! ¡mujer! ¡nos acabamos! Esto no pue<strong>de</strong> aguantarse ya, exclamaba el pobre<br />

hombre.<br />

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