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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES corregidor que tuvo la ciudad libre de Santo Domingo, hizo sacar de su escondite el maltratado blasón del Hechizado, del infeliz Carlos II, que, luego de limpiado, ajustado y retocado, fue colocado por orden del vicario general, el doctor don Tomás de Portes e Infante, en su prístino lugar del altar mayor de la iglesia metropolitana. Así no pelea mi gallo I Hervían las murmuraciones en el barrio de Santa Bárbara. Y cuenta eran gentes aquellas, casi todas, mantuanas legítimas y por ende –nobleza obliga– poco dadas al tijereteo del prójimo. Por allí vivían familias encopetadísimas, de muchas campanitas, que de hecho y de derecho pertenecían a lo mejor de lo mejor en la Ciudad Antigua. Santa Bárbara podía llamarse el barrio aristocrático. El caso, sin embargo, no era para menos. Dispuesto ya todo, el matrimonio debía verificarse esa mañana en las primeras horas, de acuerdo con la costumbre de la época, y es fama que cada una de las muchachas de los contornos había rezado sus oraciones de la cama con el pensamiento fijo en los atavíos del casorio. Además, don Juan Santín, catalán pudiente, padrino de las bodas, había mandado desde la víspera diferentes cestos con botellas de rico retinto de Cataluña, pilones de azúcar de refino y otros adminículos para la sangría, refresco indispensable en bodas, bautizos y bailes, amén del pudín de la novia y sabrosas natillas confeccionadas por las niñas Santín con sus propias manos. Las Basoras, las Guillén, las Pérez, y otras familias del barrio habían también enviado sus presentes. Un olorosísimo e incitante “gateau”, regalo de las Pérez, estuvo tentando durante la noche la gula de más de un gastrónomo en cierne. Hasta el Padre Ruiz, el varón sabio y pío cuyo nombre ha recogido la posteridad, desgraciadamente no por el recuerdo de sus virtudes y sí por la fragorosa tormenta que se desató sobre la isla el 23 de septiembre de 1834, en el momento en que descendían a la huesa común los mortales despojos de aquel buen pastor de los barbareños, había dispuesto revestirse con los mejores ornamentos de la iglesia, para solemnizar en la mayor medida las bodas y complacer así a don Juan Santín, su amigo y confidente, reputado una de las principales columnas del culto en la parroquia. Y luego de todo eso, salir de buenas a primeras, a la hora misma del matrimonio, conque… de lo dicho ¿nada? Niñas hubo de las invitadas a quienes la nueva sorprendió en medio de la calle, camino de la casa nupcial. Cada quien comentaba el suceso a su manera, aunque todos convenían en que Patica estaba en ello de por medio. Sólo él, empeñado sin descanso en procurar maleficios a los hombres, podía haber roto vínculos tales, que el ministro de Dios iba a bendecir en breve per saecula saecolorum. ¿Qué había ocurrido? Antes de llegar allá abramos un paréntesis. II Érase que se era Juan… un arrogante mancebo perteneciente a familia oriunda de Canarias. Isleño a carta cabal, poseíale esa testarudez que parece innata en casi todos los de su procedencia y de que ha nacido el adagio “cerrado como un isleño”. De carácter extremadamente díscolo, bastábale sonara algo ingrato a sus oídos, fuérase broma, burla o dicterio, 376

M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS para arremeter sin plazo contra quien a tanto osara, bien que él, por frecuente contraste en esta “humanidad pigmea”, practicase muchas veces la vieja máxima de “que las bromas, pesadas o no darlas” y en materia de burlas hiciese víctimas de ellas al mismísimo pinto de la paloma, si a su alcance se hallaba en momentos dados. Típico en él era, sobre todo, la tenacidad que ponía al servicio de un propósito cualquiera si en éste andaba jugando el amor propio o si alguien con él en tratos pensaba de manera diferente de la suya. Voluntad a prueba de razones, antes que convencerle de un error podía el mejor intencionado dedicarse a superar la vida y hechos del paciente Job, labor sin duda menos arriesgada y de más posible éxito. En lo físico, aunque de rostro un tanto duro –quizá si por tener asomado de continuo a sus ojos su temperamento– sus facciones eran las de un buenmozo, lo que, unido a un arrogante porte, comunicaba a su persona un si es no es de atrayente. Trasladémonos por un instante, ahora, a la calle de Gabino Puello, antes del Angulo, que parte del templo de Santa Bárbara y va a terminar al pie de la muralla; donde hasta hace poco existió en ruinas una casa llamada por el pueblo “la Casa del Diablo”, dizque por los azares que en ella sufrieron siempre cuantos la habitaron. Si no mienten las crónicas, ahí tenía su morada en los años de 1829 al 35 una familia de condición y apellido no humildes, aunque de menos haberes que menesteres, compuesta del padre, la madre y tres hijos, entre éstos una encantadora muchacha de diez y nueve abriles, de nombre Francisca, conocida por Panchita en todo el barrio. Linda, más que luna de enero para poeta noctívago, de talle seductor como curul de diputado y con más sal en su cuerpo que todos los criaderos de Puerto Hermoso, aquella hija de Eva había traído revuelto el seso a más de un enamorado galán. Fortaleza, empero, difícil de rendir, vanos fueron los ataques de frente y de flanco dirigidos contra ella, y uno a uno se vio tocar sucesivamente retirada a los asediadores, hasta quedar reducida su antes apreciable cifra a la más insignificante de las nones. ¿Quién era ese mortal tan intensamente flechado por Cupido? Atreveríamos a apostar doble contra sencillo a que el lector lo ha adivinado. Si pudo más en él su idiosincrasia o su pasión por la niña barbareña es cosa que no importa al momento. Baste saber que Panchita se atuvo a lo segundo y como en materia de amores constancia y fe son triunfos, la fortaleza fue cediendo poco a poco hasta quedar a merced del tenaz isleño. Izada, pues, bandera blanca, procedióse a formalizar el compromiso, y previa aceptación del padre de la novia, convínose en que el párroco bendeciría el idilio después de transcurrido un año. III Cerrado el paréntesis volvamos arriba. Doce meses cabales llevaba de altar la idílica pareja, sin que ¡oh Santa Rita, abogada de los imposibles! la más ligera nubecilla hubiese venido a turbar el cielo azul de aquellos castos amores. Ya se ve; como que Panchita, paloma sin hiel, había dicho amén hasta entonces a todos los oremus del isleño… Mas, estaba escrito, tal parece, que ventura tanta debía deshacerse por arte de Satanás en breves minutos. Esta noche, la anterior al día de las bodas, Juan llegó a la casa paterna de su novia y ocupó sitio al lado de ésta. La madre de Panchita, sentada en un diván, apenas contestadas 377

M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

para arremeter sin plazo contra quien a tanto osara, bien que él, por frecuente contraste en<br />

esta “humanidad pigmea”, practicase muchas veces la vieja máxima <strong>de</strong> “que las bromas,<br />

pesadas o no darlas” y en materia <strong>de</strong> burlas hiciese víctimas <strong>de</strong> ellas al mismísimo pinto<br />

<strong>de</strong> la paloma, si a su alcance se hallaba en momentos dados. Típico en él era, sobre todo,<br />

la tenacidad que ponía al servicio <strong>de</strong> un propósito cualquiera si en éste andaba jugando el<br />

amor propio o si alguien con él en tratos pensaba <strong>de</strong> manera diferente <strong>de</strong> la suya. Voluntad<br />

a prueba <strong>de</strong> razones, antes que convencerle <strong>de</strong> un error podía el mejor intencionado <strong>de</strong>dicarse<br />

a superar la vida y hechos <strong>de</strong>l paciente Job, labor sin duda menos arriesgada y <strong>de</strong> más<br />

posible éxito.<br />

En lo físico, aunque <strong>de</strong> rostro un tanto duro –quizá si por tener asomado <strong>de</strong> continuo<br />

a sus ojos su temperamento– sus facciones eran las <strong>de</strong> un buenmozo, lo que, unido a un<br />

arrogante porte, comunicaba a su persona un si es no es <strong>de</strong> atrayente.<br />

Trasladémonos por un instante, ahora, a la calle <strong>de</strong> Gabino Puello, antes <strong>de</strong>l Angulo, que<br />

parte <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Santa Bárbara y va a terminar al pie <strong>de</strong> la muralla; don<strong>de</strong> hasta hace<br />

poco existió en ruinas una casa llamada por el pueblo “la Casa <strong>de</strong>l Diablo”, dizque por los<br />

azares que en ella sufrieron siempre cuantos la habitaron.<br />

Si no mienten las crónicas, ahí tenía su morada en los años <strong>de</strong> 1829 al 35 una familia <strong>de</strong><br />

condición y apellido no humil<strong>de</strong>s, aunque <strong>de</strong> menos haberes que menesteres, compuesta <strong>de</strong>l<br />

padre, la madre y tres hijos, entre éstos una encantadora muchacha <strong>de</strong> diez y nueve abriles,<br />

<strong>de</strong> nombre Francisca, conocida por Panchita en todo el barrio.<br />

Linda, más que luna <strong>de</strong> enero para poeta noctívago, <strong>de</strong> talle seductor como curul <strong>de</strong><br />

diputado y con más sal en su cuerpo que todos los cria<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> Puerto Hermoso, aquella<br />

hija <strong>de</strong> Eva había traído revuelto el seso a más <strong>de</strong> un enamorado galán.<br />

Fortaleza, empero, difícil <strong>de</strong> rendir, vanos fueron los ataques <strong>de</strong> frente y <strong>de</strong> flanco dirigidos<br />

contra ella, y uno a uno se vio tocar sucesivamente retirada a los asediadores, hasta<br />

quedar reducida su antes apreciable cifra a la más insignificante <strong>de</strong> las nones.<br />

¿Quién era ese mortal tan intensamente flechado por Cupido?<br />

Atreveríamos a apostar doble contra sencillo a que el lector lo ha adivinado.<br />

Si pudo más en él su idiosincrasia o su pasión por la niña barbareña es cosa que no<br />

importa al momento. Baste saber que Panchita se atuvo a lo segundo y como en materia <strong>de</strong><br />

amores constancia y fe son triunfos, la fortaleza fue cediendo poco a poco hasta quedar a<br />

merced <strong>de</strong>l tenaz isleño.<br />

Izada, pues, ban<strong>de</strong>ra blanca, procedióse a formalizar el compromiso, y previa aceptación<br />

<strong>de</strong>l padre <strong>de</strong> la novia, convínose en que el párroco ben<strong>de</strong>ciría el idilio <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

transcurrido un año.<br />

III<br />

Cerrado el paréntesis volvamos arriba.<br />

Doce meses cabales llevaba <strong>de</strong> altar la idílica pareja, sin que ¡oh Santa Rita, abogada <strong>de</strong><br />

los imposibles! la más ligera nubecilla hubiese venido a turbar el cielo azul <strong>de</strong> aquellos castos<br />

amores. Ya se ve; como que Panchita, paloma sin hiel, había dicho amén hasta entonces a<br />

todos los oremus <strong>de</strong>l isleño…<br />

Mas, estaba escrito, tal parece, que ventura tanta <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>shacerse por arte <strong>de</strong> Satanás<br />

en breves minutos.<br />

Esta noche, la anterior al día <strong>de</strong> las bodas, Juan llegó a la casa paterna <strong>de</strong> su novia y<br />

ocupó sitio al lado <strong>de</strong> ésta. La madre <strong>de</strong> Panchita, sentada en un diván, apenas contestadas<br />

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