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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

Cuando, en ejecución <strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>signio <strong>de</strong>shispanizante, una comisión <strong>de</strong>legada por<br />

el gobernador haitiano, Geronime Maximilien Borgella, estuvo en la Catedral, su primera<br />

mirada fue a fijarse en el escudo <strong>de</strong> armas <strong>de</strong> Carlos el Hechizado, el cual, según queda<br />

dicho, era el remate <strong>de</strong>l altar mayor. La or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> arrancarlo <strong>de</strong> allí y <strong>de</strong>struirlo fue lanzada<br />

sin <strong>de</strong>mora.<br />

Hallábanse en ese instante en el templo varios dominicanos, entre éstos uno que se había<br />

hecho tristemente célebre, y otro que, sobresaliente ya por su jerarquía social, pero bastante<br />

joven aún, llegó a ser con el andar <strong>de</strong> los años, en los tiempos <strong>de</strong> la República, uno <strong>de</strong> los<br />

hombres más conspicuos <strong>de</strong>l país. Era el P. Manuel Márquez Joyel, doctor en teología, canónigo<br />

maestrescuela <strong>de</strong>l Cabildo Catedral, hombre <strong>de</strong> mala entraña y antece<strong>de</strong>ntes pésimos y<br />

que, en contraste con toda la <strong>de</strong>más gente <strong>de</strong> la alta clerecía, a la cual era el primero en dar<br />

el buen ejemplo el muy amado y venerado arzobispo Valera, se comportó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio<br />

<strong>de</strong> la invasión, <strong>de</strong> manera <strong>de</strong> serles grato a los haitianos. De su mala reputación, por lo que<br />

a él le concernía, son muestra estos consonantes muy repetidos en aquella sombría era <strong>de</strong><br />

nuestra historia: —”Los enemigos <strong>de</strong>l alma son tres: —Márquez, Bobadilla y Valdés”. El<br />

otro era don Domingo <strong>de</strong> la Rocha, vástago <strong>de</strong> una antigua familia <strong>de</strong> Santo Domingo, <strong>de</strong><br />

la cual fue fundador don Antonio <strong>de</strong> la Rocha y Ferrer, tesorero <strong>de</strong> la Real Hacienda, quien,<br />

dice en sus Dilucidaciones Históricas fray Cipriano <strong>de</strong> Utrera, “puso pie en la isla en unión<br />

<strong>de</strong> su hermano el capitán general, gobernador y presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Real Audiencia, Francisco<br />

<strong>de</strong> la Rocha y Ferrer”.<br />

Dirigiéndose al doctor Márquez inquirió el principal <strong>de</strong> los comisionados haitianos quién<br />

<strong>de</strong>l servicio <strong>de</strong> la Catedral podría subir hasta don<strong>de</strong> estaba el escudo y bajarlo <strong>de</strong> allí.<br />

—Yo –respondió Márquez.<br />

Dicho esto procuróse las herramientas necesarias, se arremangó los hábitos talares y,<br />

a la manera <strong>de</strong> un gato gabeándose en un árbol, puso pies sobre el primer apoyo que vio<br />

próximo y fue ascendiendo hasta lo alto, don<strong>de</strong>, luego <strong>de</strong> buscar final apoyo, hizo su trabajo<br />

con toda diligencia para <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>r el blasón <strong>de</strong> Carlos el Hechizado. Luego lo tomó con<br />

ambas manos y lo arrojó al suelo, formando gran<strong>de</strong> estrépito, en medio al coro <strong>de</strong> risas <strong>de</strong><br />

los representante haitianos y tristeza disimulada <strong>de</strong> los dominicanos que allí se hallaban.<br />

Al caer en el piso el escudo, <strong>de</strong> caoba según queda dicho, se partió en dos.<br />

—¡Portez sale bagay la! –habló el dirigente haitiano (“¡Llévense esa porquería!”).<br />

Intervino entonces don Domingo <strong>de</strong> la Rocha.<br />

—Démelo, señor. Yo tengo una pana<strong>de</strong>ría. Haré leña <strong>de</strong> esto para calentar el horno.<br />

—¡Magnifique! repuso el haitiano, luego que le tradujeron las palabras <strong>de</strong> don Domingo.<br />

Portez-la (“Llévesela”).<br />

Sin per<strong>de</strong>r tiempo, don Domingo <strong>de</strong> la Rocha hizo tomar por dos hombres y conducir a<br />

su casa el escudo. Esa misma noche, amparado por la oscuridad, salió con los otros dos, <strong>de</strong>l<br />

servicio <strong>de</strong> su casa y fue al Colegio <strong>de</strong> Jesuitas <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Las Damas, don<strong>de</strong> lo guardó<br />

en una <strong>de</strong> las celdas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>rruido edificio, mientras mascullaba:<br />

—Para cuando amanezca el nuevo día.<br />

...............................................................................................................<br />

Transcurrieron los años y el “nuevo día” amaneció.<br />

En los primeros días <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 1844, cuando ya, gracias a los hombres <strong>de</strong> Febrero,<br />

lucía a los aires sus colores la ban<strong>de</strong>ra dominicana, don Domingo <strong>de</strong> la Rocha, el primer<br />

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