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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

dignidad <strong>de</strong> su <strong>de</strong>licado ministerio. Al cabo sin embargo se <strong>de</strong>cidió a emplear el medio que<br />

aquel le había indicado.<br />

—Dios anda a veces por los callejones –se dijo– y tal vez si ha <strong>de</strong> ser este <strong>de</strong>sgraciado<br />

Catatey quien haya <strong>de</strong> poner a la Justicia en el camino <strong>de</strong> encontrar a los autores <strong>de</strong>l sacrílego<br />

crimen.<br />

Por su or<strong>de</strong>n, un alguacil salió en busca <strong>de</strong> los músicos. A poco, todos se encontraban en<br />

el local <strong>de</strong> la Audiencia, cada cual con su instrumento: un serpentón, un oficleido, trompa,<br />

violín, clarinete y redoblante.<br />

A la vista <strong>de</strong> los músicos una sonrisa <strong>de</strong> satisfacción asomó a los labios <strong>de</strong>l loco.<br />

—Aquí están ya, según lo quisiste –exclamó el cura. ¿Lo vas a <strong>de</strong>cir ahora?<br />

Catatey sin embargo formuló una nueva exigencia.<br />

—Aquí no. En la plaza.<br />

El juez <strong>de</strong> letras hizo un gesto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagrado. El padre Ruiz lo miró como diciéndole: ¿Y<br />

por qué no, para acabar <strong>de</strong> una vez?<br />

—Pues vamos allá, exclamó el juez.<br />

El justicia, el sacerdote, los músicos y el loco emprendieron la marcha <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> la<br />

Audiencia a la Plaza <strong>de</strong> Armas.<br />

Del uno al otro sitio cuantas personas se hallaban al paso <strong>de</strong>l original cortejo se le<br />

incorporaron.<br />

Ya en la plaza, el juez, visiblemente malhumorado, interpeló al cretino:<br />

—¿Vas a <strong>de</strong>cir ahora?<br />

—Que toque primero la música, contestó.<br />

A una indicación <strong>de</strong>l cura las notas <strong>de</strong> un vals <strong>de</strong> la época salieron zalameras <strong>de</strong> los<br />

instrumentos, como si con su alegría, al complacer al cretino, hiciesen burla <strong>de</strong> los pesquisidores.<br />

Terminó el vals.<br />

—Vamos a ver Catatey ¿quiénes se robaron la lámpara?<br />

—Que toque otra vez la música, insistió.<br />

Sonaron <strong>de</strong> nuevo los instrumentos. Se oyó un merengue, el clarinete chillando alto, el<br />

serpentón marcando con sus graves notas cada compás.<br />

Vuelta al silencio. Vuelta también a la pregunta:<br />

—Catatey, Catatey ¿quién se robó la lámpara?<br />

—Que toque otra vez la música. A la tercera diré.<br />

Apretando los puños el juez hizo con ambos brazos una contracción <strong>de</strong> ira. El párroco<br />

aparentó sonreír, mientras por su frente corría un sudor frío.<br />

El número <strong>de</strong> los curiosos, que había ido aumentando al po<strong>de</strong>roso influjo <strong>de</strong>l clarinete,<br />

era ya consi<strong>de</strong>rable. Todos, unos más, otros menos, presenciaban la escena con idiotez remarcada<br />

en el semblante. Para hacer más ridículo el cuadro ni siquiera reían.<br />

Se volvió a oír la música. Ahora era una varsoviana. Con sones lánguidos el violín sobresalía<br />

como queriendo compa<strong>de</strong>cerse <strong>de</strong>l justicia y el clérigo en el amargo trance que allí<br />

les retenía.<br />

A una señal imperiosa <strong>de</strong>l juez <strong>de</strong> letras, apenas había sonado el último acor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

primera parte, los músicos <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong> tocar sus instrumentos. En seguida, con adusto ceño<br />

y la vara en alto, el juez exclamó:<br />

—Por última vez Catatey: ¿quiénes se robaron la lámpara?<br />

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