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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

—¿Qué se va a hacer con el difunto, reverendo? Si no lo entierran se pudrirá ahí.<br />

A lo cual contestó el cura, encogiéndose <strong>de</strong> hombros:<br />

—Eso les correspon<strong>de</strong> a otros. A mí sólo me compete rezarle los últimos oficios, y a eso<br />

me atengo.<br />

—Vamos a hablarle al sepulturero…<br />

El cementerio se hallaba próximo. Ocupaba lo que es actualmente la Plazoleta Sánchez<br />

Ramírez y se extendía al patio <strong>de</strong>l ahora palacio arzobispal, edificio que era entonces, aunque<br />

con diferente conformación, la sacristía alta <strong>de</strong> la metropolitana. En la planta baja vivía el<br />

sepulturero, un tal Juanico el Enterrador.<br />

En aquellos tiempos, aquí, al igual que en todo el reino español, los cementerios eran<br />

tenidos como anexos y extensión <strong>de</strong> las iglesias.<br />

—Yo lo entierro –expuso el sepulturero al alcal<strong>de</strong> y al cura. Pero ¿quién me paga el<br />

hoyo?<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las seis ¡al fin! el conflicto quedaba resuelto. La Cofradía <strong>de</strong> los Dolores<br />

había <strong>de</strong>cidido hacerse cargo <strong>de</strong>l muerto; los “hermanos” lo conducirían a la huesa y <strong>de</strong> su<br />

poco menos que exhausta caja, saldrían los veinticinco maravedíes <strong>de</strong>stinados al pago <strong>de</strong>l<br />

sepulturero. Nada <strong>de</strong> ataúd. Para llevarlo al cementerio se emplearían unas angarillas.<br />

Hecho. El P. Valenzuela bendijo el cadáver, los hermanos <strong>de</strong> los Dolores lo cargaron y a<br />

poco andar se lo entregaban a Juanico.<br />

No había terminado ahí, sin embargo, la cosa. En ese momento el campanero <strong>de</strong> la Catedral<br />

daba el toque <strong>de</strong> oraciones <strong>de</strong>l Angelus vespertino.<br />

—A estas horas ya no puedo abrir el hoyo. Déjenme el dinero y yo enterraré el cadáver<br />

cuando amanezca. De aquí a esa hora no se va a pudrir. Denme mi paga y lo <strong>de</strong>más corre<br />

por mi cuenta.<br />

Eso dijo Juanico.<br />

—Tome sus veinticinco maravedises –habló a su vez el hermano mayor <strong>de</strong> la Cofradía.<br />

<br />

Asomaban las luces <strong>de</strong>l nuevo día. El P. Valenzuela, que dormía en la sacristía alta, se<br />

incorporó sobresaltado. A sus oídos llegaban voces airadas y estri<strong>de</strong>ntes.<br />

—¡Yo no estoy muerto! ¡Tú no pue<strong>de</strong>s enterrarme! ¡Qué me suelte le digo!<br />

—¡No! Si te hiciste el muerto te mueres ahora <strong>de</strong> verdad. Yo no pierdo mis maravedises.<br />

Poniéndose precipitadamente para cubrirse lo que encontró más a la mano, fuese el cura<br />

apresurado al balcón <strong>de</strong> su aposento, situado sobre el cementerio y, habiéndolo abierto, vio al<br />

sepulturero agarrando fuertemente al “muerto”, mientras éste forcejeaba por <strong>de</strong>sasírsele.<br />

—¿Qué ocurre?, –gritó– ¿Qué ha pasado, Juanico?<br />

Sin soltar al “muerto”, mientras éste miraba al cura con ojos implorantes, el enterrador<br />

respondió:<br />

—Que yo no sé si estaba vivo y se hace el muerto o está muerto y se hace el vivo; pero yo<br />

lo entierro. Yo no pierdo mis maravedises. Anoche lo <strong>de</strong>jé muerto acostado y ahora <strong>de</strong>spués<br />

que abrí el hoyo se sentó y preten<strong>de</strong> que está vivo.<br />

Dicho lo cual agarró con mayor fuerza al pobre diablo “difunto”, que apenas podía<br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse y comenzó a empujarlo con dirección a la hoya recién cavada.<br />

Saltando los escalones, el P. Valenzuela bajó acezando y cogiendo a su vez a Juanico el<br />

Enterrador por un brazo le increpó enérgicamente:<br />

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