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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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Al amanecer, cuando ya no quedaba resto <strong>de</strong> sombra <strong>de</strong> la noche, los vecinos fueron<br />

saliendo. Formando grupo se relataron con voz entrecortada lo que habían oído en<br />

la noche y lo que el miedo que a todos embargaba les había hecho oír <strong>de</strong> más. Nadie<br />

empero osaba acercarse a la vivienda <strong>de</strong> Gallardo. Nadie tampoco se sentía con fuerzas<br />

para moverse <strong>de</strong> don<strong>de</strong> estaba. El miedo parecía haberles <strong>de</strong>spojado <strong>de</strong> toda facultad<br />

locomotiva.<br />

Al cabo <strong>de</strong> las siete <strong>de</strong> la mañana, más o menos, en lo alto <strong>de</strong> la Cuesta <strong>de</strong>l Vidrio apareció<br />

un hombre, que fue <strong>de</strong>scendiendo lentamente y tomó la dirección <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Los Mártires<br />

hasta llegar al grupo <strong>de</strong> los que comentaban el misterioso suceso. Era un soldado <strong>de</strong> la Reconquista,<br />

vividor <strong>de</strong> las alturas <strong>de</strong> San Miguel, a quien llamaban Joaquín el Grana<strong>de</strong>ro.<br />

Todos lo ro<strong>de</strong>aron y cada uno le refirió el caso a su manera.<br />

—¿Pero ninguno ha visto por <strong>de</strong>ntro? inquirió el soldado.<br />

Un silencio general fue la respuesta.<br />

—Pues yo voy a ver, dijo con firmeza.<br />

Al llegar a la puerta el soldado tiró <strong>de</strong> ella con violencia. Casi en el acto, mientras su<br />

rostro se cubría súbitamente <strong>de</strong> pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> muerte, retrocedió, sin volver la espalda y en<br />

actitud <strong>de</strong> quien busca instintivamente la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> las piernas.<br />

Lo que ante sus ojos se había <strong>de</strong>sarrollado era horroroso; para no ser visto.<br />

Una turba <strong>de</strong> perros, llevando entre sus dientes diversos <strong>de</strong>spojos humanos, salía disparada,<br />

como un montón <strong>de</strong> flechas <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong> la casa hacia la calle, en tanto que el cadáver<br />

<strong>de</strong> Gallardo, mutilado, yacía en mitad <strong>de</strong> la sala, los muñones <strong>de</strong> los brazos en cruz, cual si<br />

implorara ¡oh impiadoso pecador! un perdón tardío…<br />

El muerto que recordó<br />

M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

Fue en los primeros años <strong>de</strong>l segundo gobierno <strong>de</strong>l brigadier don Joaquín García y<br />

Moreno, según referían nuestros abuelos. Digamos hacia 1790.<br />

Eran las cuatro <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> ese día y aún yacía aquel hombre en el mismo sitio, cerca<br />

<strong>de</strong> la Puerta <strong>de</strong>l Perdón, <strong>de</strong> la Catedral, en don<strong>de</strong> lo había hallado el campanero al ir a dar<br />

los toques <strong>de</strong>l Ave María, cuando asomaban los primeros albores.<br />

Al principio se creyó dormía. Fue eso, al menos, lo que pensó el campanero. Ya salido<br />

el sol, quienes por allí pasaban <strong>de</strong> largo a sus quehaceres mañaneros lo tomaban por un<br />

borracho. Más tar<strong>de</strong>, nadie dudó <strong>de</strong> que estaba muerto. La rigi<strong>de</strong>z y pali<strong>de</strong>z cadavérica lo<br />

revelaban claramente. A<strong>de</strong>más, un canónigo que acababa <strong>de</strong> celebrar la misa, acercándose<br />

al yaciente, había exclamado y el grupo <strong>de</strong> curiosos circunstante lo oyó.<br />

—Non respirat.<br />

Con el avance <strong>de</strong> las horas el caso fue trascendiendo y originando corrillos y comentarios.<br />

La generalidad ignoraba quién era el yerto. Alguien aseveró sin embargo lo había visto<br />

días antes vagando por los batiportes y dijo le habían dicho que el difunto <strong>de</strong>cía se llamaba<br />

Carlos, que era marinero y lo había <strong>de</strong>jado en Santo Domingo un barco proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Tierra<br />

Firme, a cuyo bordo servía.<br />

A las cinco <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, el hombre continuaba tendido en el mismo sitio don<strong>de</strong> había<br />

sido hallado al amanecer. A esa hora el capitán don José <strong>de</strong> la Vega, el alcal<strong>de</strong> ordinario,<br />

viendo no se tomaba provi<strong>de</strong>ncia para el enterramiento <strong>de</strong>l cadáver, se acercó preocupado<br />

al P. Valenzuela, cura semanero <strong>de</strong> la Catedral.<br />

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