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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES Este casón fue designado por el pueblo hasta los tristes días de la ocupación haitiana con el nombre de “la Casa del Sacramento”. Componíase aquella familia Garay de don Luis, su consorte doña Librada y varios renuevos, el más pequeño de los cuales no contaba arriba de cuatro meses. De acendrado espíritu cristiano, que se reflejaba a toda hora en sus pensamientos y sus obras, los Garay no pertenecían al número de los ricos que, según la sentencia del Justo, estaban menos predestinados a salvarse que fácil fuere hacer pasar un camello por el ojo de una aguja. Llenos de templada fe y dulce esperanza en los designios divinos, siempre solícitos al socorro de los desvalidos, bondadosos sin alarde con sus esclavos, sencillos en su opulencia, su vida se deslizaba sosegada y feliz. Un día, el capitán de cierto galeón llegado de Filipinas, gran amigo de don Luis, regaló a éste un orangután, hermoso ejemplar de su raza, que por su agilidad y sus gracias había sido el entretenimiento de los tripulantes y del que el obsequiante afirmaba, con razón, que tan sólo le faltaba el habla para ser un ente humano. Cuquito llamaban en el galeón al mono y Cuquito le siguieron diciendo en la noble residencia. Si de inteligente y diestro había ganado buena fama abordo, no menos muestras daba de esas cualidades en la casa de los Garay para seguir mereciéndola, no ya entre la familia, si que en la vecindad y hasta podía asegurarse que en toda la villa. Veíasele con frecuencia ascender a la azotea, particularmente en las ocasiones en que alguna festividad atraía a los fieles a la vecina Catedral, y hacer allí toda suerte de monerías, con una complacencia igual a la de un artista que conociese su condición de mimado del público. Dentro de la casa era todo lo que se llama un consentido. Cuquito sin embargo tenía un enemigo. Es claro: sin enemigo ninguna celebridad es concebible. Éralo el suyo el viejo esclavo Lorenzo. Acostumbrado a tratar con respeto rayano en veneración todo cuanto pertenecía a sus amos, el anciano negro no podía entender que para aquel antropomorfo no hubiese nada que le estuviese vedado coger con sus peludas manazas. Irritábanle en particular las demasías de Cuquito con los juguetes de las amitas, sobre todo con la linda muñeca de la mayor de éstas, que le había sido regalada por el deán del Cabildo, en uno de sus cumpleaños. En una ocasión en que lo vio tomarla de la cómoda de caoba tallada sobre la cual era costumbre colocarla y se entretenía en lanzarla a alguna altura para recogerla, Lorenzo fuese al ama y la dijo: —Niña Librada: Cuquito ha tomado la muñecona de mi amita y si no se la quitan va a hacer triza della. Pero ella se concretó a responderle: —Déjalo. No le hará nada. Desde aquel instante el odio del esclavo al mono no tuvo límites. Un odio realmente africano. Pasó un tiempo. Todo pregonaba paz y dulzura en la casa de la familia Garay. La preocupación de Lorenzo por los excesos del orangután era la única nube que empañaba el cielo de aquella ventura. —Un día la que haga será gorda, decía en sus frecuentes contrariedades el esclavo. Entonces verán si Lorenzo sabe o no sabe. Y ese día en efecto llegó. Transcurrían las primeras horas de la tarde de un domingo tercero del mes. Los fieles empezaban a congregarse para la celebración de la minerva en la iglesia matriz. Doña Librada había salido de la casa poco después de las 2, dejando al benjamín de la 360

M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS familia dormido, al cuidado de la esclava Norberta, y se había ido a hacer sus oraciones en la Catedral ante la divina majestad de Jesús Sacramentado. Don Luis, igualmente, se había ausentado y estaba de visita en la casa de un amigo. Rendida al peso de la digestión la esclava se durmió a poco de haber marchado la señora. De los esclavos únicamente Lorenzo se hallaba en la casa; los demás estaban disfrutando de la vacación dominical. Apenas habían pasado veinte minutos, Cuquito entró quedamente a la habitación donde niño y esclava dormían. Estuvo un rato hurgando de un lado a otro, cual si buscase alguna cosa. De pronto se detuvo delante de la cuna y con la misma destreza con que lo hubiese hecho una persona adulta tomó al tierno infante en sus brazos y salió del aposento. En ese momento despertaba Norberta. Alcanzó a ver al orangután que ya atravesaba el salón inmediato y, sin fuerza para más, sólo acertó a gritar fuertemente: —¡Lorenzo! ¡Lorenzo! ¡corre! El esclavo acudió presto y al notar vacía la cuna Y oír a Norberta que pronunciaba el nombre del odiado mono no tuvo que preguntar nada. —Ah, ¡maldecido! exclamó a tiempo que el orangután pasaba del segundo salón a la amplia galería y ganaba el terrado de las habitaciones de los esclavos con el niño en los brazos. Verle Lorenzo y abalanzarse sobre Cuquito fue obra de un fugaz instante. El mono sin embargo no estaba dispuesto a dejarse alcanzar por su enemigo, ni tampoco a soltar su presa, y oprimiendo contra su pecho al niño con la mano diestra delantera escaló empleando las otras tres el próximo terrado y en seguida el último, adonde ya el viejo esclavo era imposible seguirle. Haciendo un ademán de rabiosa impotencia, Lorenzo se detuvo en el segundo terrado. Pareció reflexionar un rato, y en tanto que la esclava Norberta se revolcaba en el suelo, acometida de un frenesí violento, él bajó la escalera con la rapidez que sus años le permitían y se dirigió a la Metropolitana, donde doña Librada oraba. En el altar mayor, la divina eucaristía mostraba su albura esplendente, sobre el viril, entre los rayos de oro de la custodia, las luces de los cirios y las macetas de rosas blancas y rojas. Lívida la faz, tembloroso el cuerpo, Lorenzo se aproximó a la señora, arrodillada en su reclinatorio, y con voz entrecortada por la emoción y por el esfuerzo superior a su edad que acababa de realizar la dijo: —Niña Librada: venga pronto su merced. Cuquito ha cogido la criatura y la ha llevado al techo. En el primer momento doña Librada quedó inmóvil. El choque producido en su espíritu por la terrible noticia que le acababa de traer el esclavo había sido tan fuerte que había paralizado todo su ser. —Venga, venga, Niña Librada, volvió a exclamar Lorenzo con la ansiedad pintada en el rostro. Tal vez a su merced la atienda. Doña Librada se incorporó. Como si repentinamente hubiese recobrado las fuerzas, corrió hacia la plazuela situada al sur de la iglesia, frente a la cual por el Levante se alza la antigua casa de los Garay. Detrás de ella se lanzaron hacia afuera las personas que estaban en el templo y las cuales por la actitud de la noble dama habían comprendido que algo muy grave debía sucederla. 361

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familia dormido, al cuidado <strong>de</strong> la esclava Norberta, y se había ido a hacer sus oraciones en<br />

la Catedral ante la divina majestad <strong>de</strong> Jesús Sacramentado. Don Luis, igualmente, se había<br />

ausentado y estaba <strong>de</strong> visita en la casa <strong>de</strong> un amigo.<br />

Rendida al peso <strong>de</strong> la digestión la esclava se durmió a poco <strong>de</strong> haber marchado la señora.<br />

De los esclavos únicamente Lorenzo se hallaba en la casa; los <strong>de</strong>más estaban disfrutando<br />

<strong>de</strong> la vacación dominical.<br />

Apenas habían pasado veinte minutos, Cuquito entró quedamente a la habitación don<strong>de</strong><br />

niño y esclava dormían. Estuvo un rato hurgando <strong>de</strong> un lado a otro, cual si buscase alguna<br />

cosa. De pronto se <strong>de</strong>tuvo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la cuna y con la misma <strong>de</strong>streza con que lo hubiese<br />

hecho una persona adulta tomó al tierno infante en sus brazos y salió <strong>de</strong>l aposento.<br />

En ese momento <strong>de</strong>spertaba Norberta. Alcanzó a ver al orangután que ya atravesaba el<br />

salón inmediato y, sin fuerza para más, sólo acertó a gritar fuertemente:<br />

—¡Lorenzo! ¡Lorenzo! ¡corre!<br />

El esclavo acudió presto y al notar vacía la cuna Y oír a Norberta que pronunciaba el<br />

nombre <strong>de</strong>l odiado mono no tuvo que preguntar nada.<br />

—Ah, ¡mal<strong>de</strong>cido! exclamó a tiempo que el orangután pasaba <strong>de</strong>l segundo salón a la<br />

amplia galería y ganaba el terrado <strong>de</strong> las habitaciones <strong>de</strong> los esclavos con el niño en los<br />

brazos.<br />

Verle Lorenzo y abalanzarse sobre Cuquito fue obra <strong>de</strong> un fugaz instante.<br />

El mono sin embargo no estaba dispuesto a <strong>de</strong>jarse alcanzar por su enemigo, ni tampoco<br />

a soltar su presa, y oprimiendo contra su pecho al niño con la mano diestra <strong>de</strong>lantera<br />

escaló empleando las otras tres el próximo terrado y en seguida el último, adon<strong>de</strong> ya el viejo<br />

esclavo era imposible seguirle.<br />

Haciendo un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> rabiosa impotencia, Lorenzo se <strong>de</strong>tuvo en el segundo terrado.<br />

Pareció reflexionar un rato, y en tanto que la esclava Norberta se revolcaba en el suelo, acometida<br />

<strong>de</strong> un frenesí violento, él bajó la escalera con la rapi<strong>de</strong>z que sus años le permitían y<br />

se dirigió a la Metropolitana, don<strong>de</strong> doña Librada oraba.<br />

En el altar mayor, la divina eucaristía mostraba su albura esplen<strong>de</strong>nte, sobre el viril,<br />

entre los rayos <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> la custodia, las luces <strong>de</strong> los cirios y las macetas <strong>de</strong> rosas blancas<br />

y rojas.<br />

Lívida la faz, tembloroso el cuerpo, Lorenzo se aproximó a la señora, arrodillada en su<br />

reclinatorio, y con voz entrecortada por la emoción y por el esfuerzo superior a su edad que<br />

acababa <strong>de</strong> realizar la dijo:<br />

—Niña Librada: venga pronto su merced. Cuquito ha cogido la criatura y la ha llevado<br />

al techo.<br />

En el primer momento doña Librada quedó inmóvil. El choque producido en su espíritu<br />

por la terrible noticia que le acababa <strong>de</strong> traer el esclavo había sido tan fuerte que había<br />

paralizado todo su ser.<br />

—Venga, venga, Niña Librada, volvió a exclamar Lorenzo con la ansiedad pintada en<br />

el rostro. Tal vez a su merced la atienda.<br />

Doña Librada se incorporó. Como si repentinamente hubiese recobrado las fuerzas,<br />

corrió hacia la plazuela situada al sur <strong>de</strong> la iglesia, frente a la cual por el Levante se alza la<br />

antigua casa <strong>de</strong> los Garay. Detrás <strong>de</strong> ella se lanzaron hacia afuera las personas que estaban<br />

en el templo y las cuales por la actitud <strong>de</strong> la noble dama habían comprendido que algo muy<br />

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