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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

principales <strong>de</strong> la capital dominicana, con los auspicios <strong>de</strong>l presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la República, general<br />

José Bordas Val<strong>de</strong>z, y su feliz realización se llevó a término con dinero que aprontaron, en<br />

parte, el fisco, y en parte personas pudientes <strong>de</strong> la ciudad.<br />

El dominicano a quien cupo la satisfacción <strong>de</strong> ser el primero en rivalizar con las aves<br />

fue Geo Pou, que con gran<strong>de</strong> alarma <strong>de</strong> su familia y sus amigos acompañó a Burnsi<strong>de</strong> en<br />

su segundo vuelo el día 17 <strong>de</strong> ese mismo mes, no sin antes haber <strong>de</strong> firmar un documento<br />

por el cual exoneraba al aviador <strong>de</strong> toda responsabilidad en las consecuencias que pudieran<br />

sobrevenirle, mientras la mañana y la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> aquel día se mantenían encendidas en<br />

varios hogares muchas velas y lámparas votivas, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la imagen <strong>de</strong> la Altagracia,<br />

para implorar <strong>de</strong>l Cielo librara <strong>de</strong> mal a quien así a tanto se arriesgaba, temor muy justificado<br />

si se tiene en cuenta que la aviación se hallaba todavía en el período <strong>de</strong> prueba y el<br />

cable anunciaba a cada momento muertes y acci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> aviadores y sus acompañantes<br />

en diferentes partes <strong>de</strong>l mundo. Fue, no hay duda, una hombrada <strong>de</strong> nuestro compatriota:<br />

dicho sea en justicia.<br />

Para los habitantes <strong>de</strong> la vieja ciudad <strong>de</strong> Santo Domingo <strong>de</strong> Guzmán, sin embargo, el<br />

primer hombre que voló por estos parajes, aunque concediéndole tan sólo a su vuelo la exigua<br />

calidad <strong>de</strong>l torpe y corto <strong>de</strong> un pajarito, fue un sujeto <strong>de</strong> nombre José Rondón, pertiguero<br />

<strong>de</strong> la Catedral y campanero <strong>de</strong> las Merce<strong>de</strong>s, hombre <strong>de</strong> algo más <strong>de</strong> cincuenta años y cuya<br />

vida se había <strong>de</strong>slizado oscuramente hasta el día en que, gracias a un resbalón peligroso,<br />

ganó una celebridad que le siguió acompañando hasta su muerte.<br />

Esto, según contaban los antiguos, ocurrió en los primeros años <strong>de</strong> la “España Boba”,<br />

vamos a <strong>de</strong>cir, en la segunda década <strong>de</strong> la centuria <strong>de</strong>cimonona, un domingo durante el cual<br />

se celebraba la minerva en el templo <strong>de</strong> Nuestra Señora <strong>de</strong> las Merce<strong>de</strong>s.<br />

Había estado cayendo aquel día una menuda llovizna <strong>de</strong>s<strong>de</strong> poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la una.<br />

Como a Rondón no le permitían sus años subir la escalera <strong>de</strong>l campanario, sin fatigarse,<br />

hasta llegar al cuerpo más alto <strong>de</strong> la torre, menos aún, por supuesto, cuando había <strong>de</strong><br />

realizar esta ascensión en dos o más veces un mismo día, a fin <strong>de</strong> conciliar las obligaciones<br />

<strong>de</strong> su oficio con sus ya bastante escasas fuerzas, él había dispuesto las cuerdas <strong>de</strong><br />

las campanas <strong>de</strong> manera <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r tirar <strong>de</strong> ellas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el segundo cuerpo, utilizando la<br />

ventana que en éste se hallaba y se halla aún abierta. Aquel domingo, sin embargo, la<br />

llovizna había empapado y puesto muy resbalosas las cuerdas y cuando quiso nuestro<br />

hombre halarlas se halló, primero, con que se le salían <strong>de</strong> las manos y, <strong>de</strong>spués, habiéndolas<br />

sujetado, con que carecían <strong>de</strong> la tensión necesaria para mover los badajos. Tomando<br />

una resolución extrema, se encaminó a la escalera. A causa <strong>de</strong> la llovizna había llevado<br />

consigo un paraguas <strong>de</strong> su pertenencia, tan resistente por su armazón <strong>de</strong> hierro y tela<br />

como por lo consistente <strong>de</strong> su bastón: uno <strong>de</strong> los que llamaban paraguas “genoveses”. Su<br />

adquisición le representaba a Rondón el fruto <strong>de</strong> muchas economías, en aquellos tiempos<br />

en que un artefacto <strong>de</strong> este género era lujo reservado a los muy pudientes y, por eso mismo,<br />

constituía para él un motivo <strong>de</strong> orgullo. Con las campanas al alcance <strong>de</strong> sus manos,<br />

<strong>de</strong>jando <strong>de</strong> lado el paraguas, las tañó. Érale no obstante necesario tañerlas <strong>de</strong> nuevo para<br />

los próximos toques y, naturalmente, en lo que pensó fue en tratar <strong>de</strong> evitar el hacer más<br />

tar<strong>de</strong> un nuevo esfuerzo, por lo cual <strong>de</strong>cidió secar hasta don<strong>de</strong> fuera posible las cuerdas<br />

y <strong>de</strong>slizarlas hasta don<strong>de</strong> era costumbre. Ese fue su mal. Se encaramó sobre una <strong>de</strong> las<br />

ventanas <strong>de</strong> la torre y luego <strong>de</strong> abrir el paraguas y sostenerlo por el puño <strong>de</strong>l bastón con<br />

la mano izquierda para resguardarse <strong>de</strong> la llovizna, echó el cuerpo más a<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> lo<br />

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