Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES el fondo de algunos orinales mostraba en colores una imagen del Corazón de Jesús y otros la del Corazón de María. —¿Cómo justifica usted esto? exclamó en tono grave el inquisidor. Don Bernardo Santín, horriblemente empalidecido, buscando maquinalmente apoyo como para no caer, dirigiendo alternativamente miradas a los sacrílegos objetos y al magistrado, cuya pregunta, en realidad, no había percibido, decía al mismo tiempo: —¿Qué es esto, Dios mío, qué es esto? ¡Qué profanación! ¡Eso merece un castigo muy grande! —¿Cómo justifica usted la posesión de esas cosas sacrílegas? volvió a hablar el inquisidor, tomando del brazo a Santín. ¡Conteste! Don Bernardo lo miró con ojos extraviados. Esta vez, desfalleciendo, respondió: —No sé, no sé… Dio varios pasos con la cabeza cogida entrambas manos, dobló el cuerpo sobre un aparador, apoyándose en los codos, y rompió a sollozar como un niño. II Se principió a sustanciar la sumaria. Oyéronse testigos. Se usó bastante papel. Parece, sin embargo, que el proceso fue sobreseído. Al menos, contra don Bernardo Santín no se fulminó sentencia. Tampoco se le descargó. Estuvo encerrado unos días en la Torre del Homenaje; pero por orden de la Real Audiencia, actuando como Tribunal del Santo Oficio, se le excarceló. Nunca se supo si se llegó a poner algo en claro. La voz popular afirmó que todo había quedado reducido al esclarecimiento de una trama formada por rivales de Santín, en quienes había hincado su envenenado diente el áspid de la envidia y los cuales habían querido perderlo, sin remisión posible. Se dijo que el siniestro plan había sido concebido y ejecutado por sefardíes establecidos en Portugal, relacionados indirectamente con mercaderes de Santo Domingo cuya identidad no se logró establecer y que la misma nave que trajo las mercaderías destinadas a la proyectada víctima fue portadora de un escrito anónimo dirigido al Santo Oficio, en el cual se le denunciaba la existencia de aquellos orinales, hasta indicándole las marcas de los bultos que los contenían. Lo cierto es que el asunto no volvió a tratarse más y don Bernardo Santín no sufrió ninguna nueva molestia. La maldición del esclavo No se hablaba de otra cosa en la ciudad de Santo Domingo. Claro. El hecho sólo de haber muerto el gobernador y capitán general de la colonia era de por sí motivo bastante para que se soliviantaran los ánimos. Agréguese la circunstancia de haber fallecido de modo inesperado y de que la tez blanca se tornara en negra y se comprenderá si había o no razón para que hiciera presa en el pueblo una impresión mezcla de sorpresa y espanto. Atribuíanse al mayordomo del palacio de la capitanía general estas palabras: —Si no lo hubiese visto morir no creería que es este el cuerpo de su señoría don Manuel. Hay aún algo, que se repetía discretamente y era el motivo más agudo de los comentos y especulaciones. Decíase que el señor brigadier don Manuel González Torres de Navarra, 356

M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS presidente de la Real Audiencia y gobernador y capitán general de la colonia, un mes o cosa así antes de su repentino deceso, molesto porque uno de los esclavos de su servicio había barrido mal o dejado de barrer su despacho, le había mandado azotar con un látigo de los que llamaban “cola de gato”, hasta desollar al pobre negro, ya viejo sesentón, y que éste, cuando otros esclavos le curaban, oyendo a uno exclamar: “Tu sangre te ha borrado el negro”, había maldecido a su vez al brigadier exclamando: —”Dios lo ponga pronto negro a él”. Por de contado que aquella mañana, la del 2 de junio de 1788, los oficiales del rey no se daban punto de reposo para tratar de inquirir la causa de la muerte del brigadier Torres de Navarra y, con mayor interés, la de que apenas fallecido se ennegreciera completamente su cadáver. Entre el mal que le acometió, con pérdida del sentido, y la muerte, había transcurrido poco más de una hora y en ese lapso se había llamado a los dos mejores médicos (llamados por entonces físicos) de la ciudad. Mientras en el pueblo la versión más socorrida era la de que se había cumplido en el gobernador la maldición del esclavo, en palacio se pensaba, es natural, de otro modo y, a falta de mejor recurso mental, se entrevió la posibilidad de que, por descuido o ignorancia, cuando no por quizá qué mal pensamiento, había sido envenenado. No eran tiempos aquellos en que la operación de practicar la autopsia pasase siquiera por la mente del más avisado. Tal vez el procedimiento no era conocido en Santo Domingo como medio para determinar la causa de una defunción o se le considerase quizá como acto profanatorio de un cadáver. En todo caso, lo cierto es que se carecía de los elementos más indispensables hasta para poder intentarlo. Por primera providencia, acogiéndose a la ley del menor esfuerzo y en virtud de auto emanado del oidor don Pedro Pani, quien sustituía en el mando de la colonia al fenecido en razón de su jerarquía como el oidor más antiguo de la Real Audiencia, se encareció a los dos susodichos médicos, que eran don Pedro Thevernard y don Guillermo Laserre (apellidos ambos que huelen a franceses y por ende en esos días sospechosos). Por el mismo auto se ordenó item, más, la confiscación de los bienes de ambos pobres galenos. Fray Cipriano de Utrera, en su famosa obra Dilucidaciones Históricas, la cual hemos aprovechado para la parte de historia de este relato, dice de la sumaria instruida a causa de la muerte del brigadier, tomándolo de los Papeles de la Audiencia de Santo Domingo conservados en el Archivo Nacional de la Habana, que “sólo se sacó en claro un descuido; pero los médicos se pasaron en la Fortaleza una porción de meses, en espera de sentencia”. De si en el ennegrecimiento del difunto fue parte la maldición del esclavo, sólo cabe decir, como el italiano: —Chi lo sa. El vuelo de José Pajarito Fue un norteamericano, Frank Burnside, el primer aviador que surcó los aires sobre tierra dominicana. Este magnífico suceso, que el Listín Diario, en columna editorial, calificó con mucha propiedad de memorable en la historia de Santo Domingo, se registró el 13 de febrero de 1914. Patrocinó el vuelo un “comité de aviación”, compuesto de individuos 357

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

el fondo <strong>de</strong> algunos orinales mostraba en colores una imagen <strong>de</strong>l Corazón <strong>de</strong> Jesús y otros<br />

la <strong>de</strong>l Corazón <strong>de</strong> María.<br />

—¿Cómo justifica usted esto? exclamó en tono grave el inquisidor.<br />

Don Bernardo Santín, horriblemente empali<strong>de</strong>cido, buscando maquinalmente apoyo<br />

como para no caer, dirigiendo alternativamente miradas a los sacrílegos objetos y al magistrado,<br />

cuya pregunta, en realidad, no había percibido, <strong>de</strong>cía al mismo tiempo:<br />

—¿Qué es esto, Dios mío, qué es esto? ¡Qué profanación! ¡Eso merece un castigo muy<br />

gran<strong>de</strong>!<br />

—¿Cómo justifica usted la posesión <strong>de</strong> esas cosas sacrílegas? volvió a hablar el inquisidor,<br />

tomando <strong>de</strong>l brazo a Santín. ¡Conteste!<br />

Don Bernardo lo miró con ojos extraviados. Esta vez, <strong>de</strong>sfalleciendo, respondió:<br />

—No sé, no sé…<br />

Dio varios pasos con la cabeza cogida entrambas manos, dobló el cuerpo sobre un aparador,<br />

apoyándose en los codos, y rompió a sollozar como un niño.<br />

II<br />

Se principió a sustanciar la sumaria. Oyéronse testigos. Se usó bastante papel.<br />

Parece, sin embargo, que el proceso fue sobreseído. Al menos, contra don Bernardo<br />

Santín no se fulminó sentencia. Tampoco se le <strong>de</strong>scargó. Estuvo encerrado unos días en la<br />

Torre <strong>de</strong>l Homenaje; pero por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la Real Audiencia, actuando como Tribunal <strong>de</strong>l Santo<br />

Oficio, se le excarceló.<br />

Nunca se supo si se llegó a poner algo en claro. La voz popular afirmó que todo había<br />

quedado reducido al esclarecimiento <strong>de</strong> una trama formada por rivales <strong>de</strong> Santín, en quienes<br />

había hincado su envenenado diente el áspid <strong>de</strong> la envidia y los cuales habían querido<br />

per<strong>de</strong>rlo, sin remisión posible. Se dijo que el siniestro plan había sido concebido y ejecutado<br />

por sefardíes establecidos en Portugal, relacionados indirectamente con merca<strong>de</strong>res <strong>de</strong> Santo<br />

Domingo cuya i<strong>de</strong>ntidad no se logró establecer y que la misma nave que trajo las merca<strong>de</strong>rías<br />

<strong>de</strong>stinadas a la proyectada víctima fue portadora <strong>de</strong> un escrito anónimo dirigido al Santo<br />

Oficio, en el cual se le <strong>de</strong>nunciaba la existencia <strong>de</strong> aquellos orinales, hasta indicándole las<br />

marcas <strong>de</strong> los bultos que los contenían.<br />

Lo cierto es que el asunto no volvió a tratarse más y don Bernardo Santín no sufrió<br />

ninguna nueva molestia.<br />

La maldición <strong>de</strong>l esclavo<br />

No se hablaba <strong>de</strong> otra cosa en la ciudad <strong>de</strong> Santo Domingo. Claro. El hecho sólo <strong>de</strong> haber<br />

muerto el gobernador y capitán general <strong>de</strong> la colonia era <strong>de</strong> por sí motivo bastante para que<br />

se soliviantaran los ánimos. Agréguese la circunstancia <strong>de</strong> haber fallecido <strong>de</strong> modo inesperado<br />

y <strong>de</strong> que la tez blanca se tornara en negra y se compren<strong>de</strong>rá si había o no razón para<br />

que hiciera presa en el pueblo una impresión mezcla <strong>de</strong> sorpresa y espanto. Atribuíanse al<br />

mayordomo <strong>de</strong>l palacio <strong>de</strong> la capitanía general estas palabras:<br />

—Si no lo hubiese visto morir no creería que es este el cuerpo <strong>de</strong> su señoría don<br />

Manuel.<br />

Hay aún algo, que se repetía discretamente y era el motivo más agudo <strong>de</strong> los comentos<br />

y especulaciones. Decíase que el señor brigadier don Manuel González Torres <strong>de</strong> Navarra,<br />

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