Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas
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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES año por el inquisidor general don Alonso Manrique, cardenal de Tortosa. Así consta en el Boletín Histórico de Puerto Rico, en nota del historiador don Cayetano Coll y Toste. Dice nuestro historiador Del Monte y Tejada que, debido a la jerarquía del ordinario de Puerto Rico, no obstante ser una diócesis sufragánea de la de Santo Domingo, las causas eran llevadas generalmente allí, lo cual dificultaba mucho la sustanciación de ellas, en parte porque ambos prelados debían conocerlas y en parte por la carencia de letrados que las patrocinaran, por todo lo cual el emperador Carlos V, de acuerdo con el inquisidor general, mandó fuese la Real Audiencia de la Española quien ejerciese las funciones de Tribunal del Santo Oficio, de donde resultó, tal cual había de esperarse de magistrados probos y sabios como los que compusieron siempre el más alto tribunal de justicia de la colonia, que las decisiones en materia de fe no estuviesen influidas por pasiones malsanas o por espurios intereses. El primer inquisidor seglar fue el licenciado Alonso López de Cerrato, de feliz memoria, por virtud de real cédula de Carlos V, del 24 de julio de 1543. Consecuencia de la reunión de aquellas circunstancias fue que, en su generalidad, los casos llevados ante el Santo Oficio en Santo Domingo pertenecieron al género de los de peccata minuta, porque lo eran en sí y porque nunca se les atribuyó un carácter más serio, según aconteció en otras partes en que, por pecadillos veniales, a lo más, fue a la guerra, o a purgar penas muy severas, bastante gente. De suplicio de hoguera no hay traza. Eso no quita que se registrasen casos de alguna gravedad; pero fueron raros, rarísimos. La historia, que sepamos, sólo conserva el recuerdo de uno. La tradición otro. A ambos me voy a contraer en seguida. La condenación de Martín García En la centuria décima sexta, Martín García era uno de los más grandes dueños de tierras, esclavos y ganado en Azua y aún en toda la Isla Española. Su nombre aparece en numerosas escrituras antiguas. Su señorío llegaba hasta las orillas del mar. La punta de Martín García, situada en el sur de la isla y la cual arranca desde tierras que fueron suyas, le debe probablemente su nombre. Según la tradición, era un sempiterno blasfemo. Sus amigos, conocidos y vecinos rehuían su compañía por creerle tentado del demonio. Su inobservancia de los preceptos de la madre iglesia contribuía a darle pábulo a esta creencia. De brinco en brinco por esos malos andurriales, a causa, parece, de los excesos de su lengua, hubo de tropezar un día con la Santa Inquisición. Ahí fue donde, sin quererlo, halló su escarmiento. La tradición no ha transmitido, hasta mí al menos no llegó nunca, en qué pecado específico incurriera y a consecuencia del cual se viese envuelto en las redes tendidas a los malos cristianos o a los herejes por la autoridad del Santo Oficio. Debió de ser, a lo que presumo, gorda y con mucha manteca. Lo cierto es que para asombro de todos, contento de muchos y disgusto de muy pocos, un día la casa de Martín se vio invadida por alguaciles y corchetes, quienes, después de aprehenderle, le trasladaron desde la ciudad de Azua hasta la de Santo Domingo, donde se le encerró en la Torre del Homenaje en espera de una ocasión para trasladarle a Puerto Rico. Finalmente, un navío que debía zarpar para España, haciendo escalas, le condujo bajo partida de registro a aquella isla. 352
M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS El caso de Martín García fue visto por el obispo don Alonso Manso, inquisidor apostólico para la isla Española y la de San Juan. La sentencia no se hizo esperar. Se le condenó a salir en penitencia pública, en una procesión, con una mordaza en la lengua, los pies descalzos y en las manos una vela encendida. Item más: a no poder entrar en la ciudad de Azua por dos meses más. A este item había que agregar, otrosí, el de las incapacidades e inhabilitaciones aparejadas por pena infamante, tanto para poder servir dignamente al rey, como para oficios en general en los cuales se requiriese la condición de ser la designada una persona sin mancilla. Diósele a la sentencia del inquisidor el debido cumplimiento. Si antes de su condenación la generalidad del pueblo veía en García un réprobo peligroso, no hay que decir cómo se le enrareció el ambiente de ahí en lo adelante. Su misma servidumbre, salvo naturalmente la de condición esclava, sobre la cual su autoridad no se había mermado, experimentaba la molestia de quien tiene cerca de sí a un animal infecto. No obstante no envolver excomunión el castigo que la Inquisición le había impuesto, para mucha gente él era un excomulgado. Transcurridos los dos meses de la interdicción de entrar en Azua, fue al pueblo. Entre compungido y sonriente habló o saludó a los amigos y conocidos a quienes encontró en su camino. Éstos, para corresponderle, se limitaban a mascullar unas palabras o sencillamente la contestación de un saludo. Otros que le veían de lejos exclamaban, mientras por lo bajo hacían con el pulgar y el índice la señal de la cruz: ¡abrenuntio! En esa situación, que le llenaba de preocupación y ansiedad, Martín García se trasladó a la capital. Consultó con letrados, así como con personas en quienes presumía caudal de experiencia. Entre todos fueron examinando el caso. Los letrados buscaron con ahínco la parte vulnerable de la sentencia que diera margen a una acción de la cual sacase alguna ventaja el condenado; algo, por lo menos, que aliviase o contribuyese a aliviar la triste suerte que éste sufría. Al fin se encontró un medio: que Martín se dirigiera al rey e impetrara de su majestad el levantamiento de las condenaciones derivadas del fallo principal del Tribunal de la Santa Inquisición en lo tocante a estarle vedado el ejercicio de oficios públicos y de honra en el reino. Transcurrió bastante tiempo, tanto como el que se requería para que la nave portadora de la petición de gracia hiciese el viaje desde la Española hasta España, el expediente fuera sometido al dictamen de letrados e inquisidores y el monarca quedase bien edificado acerca del punto que se sometía a su soberana decisión. Al cabo una real cédula de la cesárea majestad de Carlos V, proveyendo el caso, llegó. Expedida en Toledo, el 7 de julio de 1529, según aparece copiada en el Estudio Histórico, de J. T. Medina, De la Primitiva Inquisición Americana, Santiago de Chile, 1914, reproducida en el Boletín Histórico de Puerto Rico, decía: “Por cuanto por parte de vos, Martín García, vecino de la villa de Azua, ques en la ysla Española, me fue hecha relación que por mandado y sentencia del reverendo en Christo padre D. Alonso Manso, obispo de la ysla de Sant Joan, como Inquisidor apostólico en la dicha su diócesis, por algunas cabsas fuisteis condenado a que saliesedes en penitencia publica en una procesión con una mordaza en la lengua y descalzo, con una candela en 353
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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />
año por el inquisidor general don Alonso Manrique, car<strong>de</strong>nal <strong>de</strong> Tortosa. Así consta<br />
en el Boletín Histórico <strong>de</strong> Puerto Rico, en nota <strong>de</strong>l historiador don Cayetano Coll y Toste.<br />
Dice nuestro historiador Del Monte y Tejada que, <strong>de</strong>bido a la jerarquía <strong>de</strong>l ordinario<br />
<strong>de</strong> Puerto Rico, no obstante ser una diócesis sufragánea <strong>de</strong> la <strong>de</strong> Santo Domingo, las<br />
causas eran llevadas generalmente allí, lo cual dificultaba mucho la sustanciación <strong>de</strong><br />
ellas, en parte porque ambos prelados <strong>de</strong>bían conocerlas y en parte por la carencia <strong>de</strong><br />
letrados que las patrocinaran, por todo lo cual el emperador Carlos V, <strong>de</strong> acuerdo con<br />
el inquisidor general, mandó fuese la Real Audiencia <strong>de</strong> la Española quien ejerciese las<br />
funciones <strong>de</strong> Tribunal <strong>de</strong>l Santo Oficio, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> resultó, tal cual había <strong>de</strong> esperarse <strong>de</strong><br />
magistrados probos y sabios como los que compusieron siempre el más alto tribunal<br />
<strong>de</strong> justicia <strong>de</strong> la colonia, que las <strong>de</strong>cisiones en materia <strong>de</strong> fe no estuviesen influidas por<br />
pasiones malsanas o por espurios intereses. El primer inquisidor seglar fue el licenciado<br />
Alonso López <strong>de</strong> Cerrato, <strong>de</strong> feliz memoria, por virtud <strong>de</strong> real cédula <strong>de</strong> Carlos V, <strong>de</strong>l<br />
24 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1543.<br />
Consecuencia <strong>de</strong> la reunión <strong>de</strong> aquellas circunstancias fue que, en su generalidad, los<br />
casos llevados ante el Santo Oficio en Santo Domingo pertenecieron al género <strong>de</strong> los <strong>de</strong><br />
peccata minuta, porque lo eran en sí y porque nunca se les atribuyó un carácter más serio,<br />
según aconteció en otras partes en que, por pecadillos veniales, a lo más, fue a la guerra, o<br />
a purgar penas muy severas, bastante gente. De suplicio <strong>de</strong> hoguera no hay traza.<br />
Eso no quita que se registrasen casos <strong>de</strong> alguna gravedad; pero fueron raros, rarísimos.<br />
La historia, que sepamos, sólo conserva el recuerdo <strong>de</strong> uno. La tradición otro.<br />
A ambos me voy a contraer en seguida.<br />
La con<strong>de</strong>nación <strong>de</strong> Martín García<br />
En la centuria décima sexta, Martín García era uno <strong>de</strong> los más gran<strong>de</strong>s dueños <strong>de</strong> tierras,<br />
esclavos y ganado en Azua y aún en toda la Isla Española. Su nombre aparece en numerosas<br />
escrituras antiguas. Su señorío llegaba hasta las orillas <strong>de</strong>l mar. La punta <strong>de</strong> Martín<br />
García, situada en el sur <strong>de</strong> la isla y la cual arranca <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tierras que fueron suyas, le <strong>de</strong>be<br />
probablemente su nombre.<br />
Según la tradición, era un sempiterno blasfemo. Sus amigos, conocidos y vecinos rehuían<br />
su compañía por creerle tentado <strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio. Su inobservancia <strong>de</strong> los preceptos <strong>de</strong> la madre<br />
iglesia contribuía a darle pábulo a esta creencia.<br />
De brinco en brinco por esos malos andurriales, a causa, parece, <strong>de</strong> los excesos <strong>de</strong> su<br />
lengua, hubo <strong>de</strong> tropezar un día con la Santa Inquisición. Ahí fue don<strong>de</strong>, sin quererlo, halló<br />
su escarmiento.<br />
La tradición no ha transmitido, hasta mí al menos no llegó nunca, en qué pecado específico<br />
incurriera y a consecuencia <strong>de</strong>l cual se viese envuelto en las re<strong>de</strong>s tendidas a los malos<br />
cristianos o a los herejes por la autoridad <strong>de</strong>l Santo Oficio. Debió <strong>de</strong> ser, a lo que presumo,<br />
gorda y con mucha manteca. Lo cierto es que para asombro <strong>de</strong> todos, contento <strong>de</strong> muchos y<br />
disgusto <strong>de</strong> muy pocos, un día la casa <strong>de</strong> Martín se vio invadida por alguaciles y corchetes,<br />
quienes, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aprehen<strong>de</strong>rle, le trasladaron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> Azua hasta la <strong>de</strong> Santo<br />
Domingo, don<strong>de</strong> se le encerró en la Torre <strong>de</strong>l Homenaje en espera <strong>de</strong> una ocasión para<br />
trasladarle a Puerto Rico. Finalmente, un navío que <strong>de</strong>bía zarpar para España, haciendo<br />
escalas, le condujo bajo partida <strong>de</strong> registro a aquella isla.<br />
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