Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

banreservas.com.do
from banreservas.com.do More from this publisher
23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES disimularlo. A él y a ti les haría eso daño. Por eso no quiero que vayas. Deja ver si él mejora o si tú te repones un poco. ¡Oh! ¡Mi esposo creía que yo me resignaba porque no insistía en tratar de presentarme al ilustre enfermo! ¡Era que yo comprendía que mi vida en aquellos momentos dependía de una impresión demasiado fuerte y que esa vida no me pertenecía! Debíala a él mismo, a mi infeliz madre, a mis hermanas, hasta a los acreedores de la casa. ¡Unida al yugo estaba y así era que debía morir! Horrible condición. LxVIII Era el 20 de agosto de 1906. ¡Dos meses y cinco días hacía ya que la implacable muerte, sorda a todos mis clamores, arrebatara de mis brazos, impotentes para detenerla, a mi inolvidable hermana Ofelia! Dos meses y cinco días, ¡sí! Postrada por ese golpe terrible, permanecía yo, casi inconsciente de mí misma, con facultades tan solo para sufrir y en cama casi siempre. Mi prima Gracia, sustituía a la muerta, por súplica que yo le hiciera, en consideración de la tristeza de mi esposo abatido también por lo acaecido y por mi estado mental. Ella era animosa y lo bastante discreta para hacerse la bien venida en medio de nuestra desolación. Sabía distraer y servir sin importunar. Como todos, ocultábame cuanto aumentara mi pena y así me disimulaba el estado de Monseñor. Hasta la víspera del 20, cuando yo preguntaba, sin fuerzas para detenerme a pensar, habíame dicho que estaba un poco mejor, lo que yo aceptaba como cierto; pero ese día oí varios murmullos de conversación entre mi prima y mi esposo y presintiendo algo fijé más mi atención. Entre ellos el nombre de Monseñor de Meriño fue susurrado, como con temor. Un rayo de luz me hizo comprender que algo callaban por mí y saliendo de mi entorpecimiento, sin preguntar nada, hice llamar a Brito. Era el pobre albañil que desde el 26 de julio me servía de mensajero en casos dados, con toda fidelidad. Díjele: —Brito, usted ve cómo estoy: Usted sabe cómo quiero a Monseñor. Me están engañando, Brito, por mi estado, respecto de él; ¡pero quiero saber la verdad! Vaya al palacio; infórmese y a mí sola me lo dice. Que nadie sepa que yo le mando. El pobre hombre obedeció. Tardó en volver. Yo aguardaba ansiosa. La nerviosidad que en mi postración se calmara, hacía algún tiempo, me acometiera de una vez. Algo malo iba yo a saber sin duda; y me preparaba a ello, más no a lo que fue. Por fin volvió Brito. Traía la cabeza baja. Y miraba de lado sin fijarse en mí. Ante mi lecho se detuvo, retorciendo entre sus manos que temblaban, su viejo sombrero. La angustia me tenía jadeante, mientras aguardaba que hablara… Resolvióse a hacerlo y exclamó: —Doña Amelia, como usted me mandó para desengañarse, yo no quiero decirle una mentira. Si de aquí a un rato debe usted saber la verdad, más vale que la sepa ahora… ¡Monseñor está fatal, fatal, fatal...! Su voz se ahogó. Él me quería y quería al que se moría. 312

Los latidos de mi corazón se suspendieron; un zumbido vago lastimó mi oído perturbado: mi lengua enmudeció. En aquel mismo instante, como si quisiera corroborar las palabras de mi pobre mensajero, un golpe de campana, que juzgué terrible, se dejó oír. Era la gran campana de la catedral, anunciadora de la muerte de los arzobispos, la que, con su voz de bronce formidable, lanzaba al viento la funesta nueva, haciendo saber así a la grey dominicana, sobrecogida, que su amado Pastor acababa de fenecer. ¡Inmediatamente siguió a la fatal campanada, el sonido lamentable, plañidero, de todos los demás templos de la ciudad! ¿Qué fue de mí? ¿Podría decirse? ¡Oh no! ¡No hay palabras!… Para expresar, para dar a conocer lo que siente un corazón ya lacerado, cuando le desgarran las más íntimas fibras. Lo que pasa en un cerebro que se pierde en un crepúsculo de tinieblas. Lo que experimenta un espíritu que se abisma en lo infinito del sufrimiento humano. ¡No! ¿Palabras? ¡No las hay! ¡No puede haberlas! Sobre las almohadas del lecho, en que me había incorporado, ansiosamente, caí anonadada, ¡sin que para desahogar mi dolor inmenso, tuviera yo una lágrima, un sollozo! ¡Lo único que salió de mi pecho, presa de agonía mortal, fue un gemido sordo, continuo, prolongado! ¡Gemido que acongojaba al que lo oyera porque era más triste que el estertor de una verdadera agonía! ............................................................................................................... ............................................................................................................... ¡Raro fenómeno! ¡Coincidencia singular! Tan luego como resonara en el espacio la fatal campanada, y como acompañamiento del lúgubre sonido de las demás campanas, comenzó a caer sobre la Ciudad Primada, una llovizna fría, menuda, densa, prolongada; ¡pareciendo que hasta la naturaleza se hallaba conmovida por el anuncio de la triste nueva! Esa llovizna de penoso invierno en pleno estío, que parecía enlutar la atmósfera y entristecer hasta el ambiente, fue algo así como si el cielo de la patria de Monseñor de Meriño, de duelo también, ¡derramara dolorosas lágrimas sobre la tumba ilustre que se abría en el mismo momento! Al sentirla en medio de mi anonadamiento, tuve un delirio. Creí percibir la voz de Dios, que invisible en su inconmensurable altura, clamaba potente a la patria dominicana: —Llora, ¡sí! ¡llora la pérdida de tu hijo más preclaro! ¡Vierte tu amargo llanto sobre su cadáver aún no yerto; mas sabe que el alma que yo di a ese bueno está conmigo; que en el seno de mi gloria reposa, desde que ha entrado en la inmortalidad! ............................................................................................................... ............................................................................................................... ¡Y esas palabras divinas fueron consuelo sublime a mi dolor! FIN AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO 313

Los latidos <strong>de</strong> mi corazón se suspendieron; un zumbido vago lastimó mi oído perturbado:<br />

mi lengua enmu<strong>de</strong>ció.<br />

En aquel mismo instante, como si quisiera corroborar las palabras <strong>de</strong> mi pobre mensajero,<br />

un golpe <strong>de</strong> campana, que juzgué terrible, se <strong>de</strong>jó oír.<br />

Era la gran campana <strong>de</strong> la catedral, anunciadora <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> los arzobispos, la que,<br />

con su voz <strong>de</strong> bronce formidable, lanzaba al viento la funesta nueva, haciendo saber así a la<br />

grey dominicana, sobrecogida, que su amado Pastor acababa <strong>de</strong> fenecer.<br />

¡Inmediatamente siguió a la fatal campanada, el sonido lamentable, plañi<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong> todos<br />

los <strong>de</strong>más templos <strong>de</strong> la ciudad!<br />

¿Qué fue <strong>de</strong> mí? ¿Podría <strong>de</strong>cirse? ¡Oh no! ¡No hay palabras!…<br />

Para expresar, para dar a conocer lo que siente un corazón ya lacerado, cuando le<br />

<strong>de</strong>sgarran las más íntimas fibras. Lo que pasa en un cerebro que se pier<strong>de</strong> en un crepúsculo<br />

<strong>de</strong> tinieblas. Lo que experimenta un espíritu que se abisma en lo infinito <strong>de</strong>l sufrimiento<br />

humano. ¡No! ¿Palabras? ¡No las hay! ¡No pue<strong>de</strong> haberlas!<br />

Sobre las almohadas <strong>de</strong>l lecho, en que me había incorporado, ansiosamente, caí anonadada,<br />

¡sin que para <strong>de</strong>sahogar mi dolor inmenso, tuviera yo una lágrima, un sollozo!<br />

¡Lo único que salió <strong>de</strong> mi pecho, presa <strong>de</strong> agonía mortal, fue un gemido sordo, continuo,<br />

prolongado! ¡Gemido que acongojaba al que lo oyera porque era más triste que el estertor<br />

<strong>de</strong> una verda<strong>de</strong>ra agonía!<br />

...............................................................................................................<br />

...............................................................................................................<br />

¡Raro fenómeno! ¡Coinci<strong>de</strong>ncia singular! Tan luego como resonara en el espacio la fatal<br />

campanada, y como acompañamiento <strong>de</strong>l lúgubre sonido <strong>de</strong> las <strong>de</strong>más campanas, comenzó<br />

a caer sobre la Ciudad Primada, una llovizna fría, menuda, <strong>de</strong>nsa, prolongada; ¡pareciendo<br />

que hasta la naturaleza se hallaba conmovida por el anuncio <strong>de</strong> la triste nueva!<br />

Esa llovizna <strong>de</strong> penoso invierno en pleno estío, que parecía enlutar la atmósfera y entristecer<br />

hasta el ambiente, fue algo así como si el cielo <strong>de</strong> la patria <strong>de</strong> Monseñor <strong>de</strong> Meriño,<br />

<strong>de</strong> duelo también, ¡<strong>de</strong>rramara dolorosas lágrimas sobre la tumba ilustre que se abría en el<br />

mismo momento!<br />

Al sentirla en medio <strong>de</strong> mi anonadamiento, tuve un <strong>de</strong>lirio.<br />

Creí percibir la voz <strong>de</strong> Dios, que invisible en su inconmensurable altura, clamaba potente<br />

a la patria dominicana:<br />

—Llora, ¡sí! ¡llora la pérdida <strong>de</strong> tu hijo más preclaro! ¡Vierte tu amargo llanto sobre su cadáver<br />

aún no yerto; mas sabe que el alma que yo di a ese bueno está conmigo; que en el seno <strong>de</strong><br />

mi gloria reposa, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que ha entrado en la inmortalidad!<br />

...............................................................................................................<br />

...............................................................................................................<br />

¡Y esas palabras divinas fueron consuelo sublime a mi dolor!<br />

FIN<br />

AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO<br />

313

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!