Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

banreservas.com.do
from banreservas.com.do More from this publisher
23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES Fue esa la última demostración de sus deseos de alucinarme respecto de su estado real, que recibí de él… De su pluma solamente volví a ver trazadas unas líneas en una esquela que guardaba hoy el reverendo Canónigo Don Rafael C. Castellanos. Sintiéndome muy mal el año pasado la confié, como reliquia venerada, a su cuidado piadoso. Mi amadísimo amigo, que no escribía por ser ya su mano inhábil para ello, al tener noticia del fallecimiento de mi hermana Ofelia, hizo un gran esfuerzo y, por vez postrera, ¡esgrimió la pluma para dirigir a mi esposo la expresión de su dolor por mi desgracia que había de destrozarme moralmente! ¡Cuánto debió él pensar en mí! ¡Cuán amargamente sentiría su imposibilidad de acompañarme en trance como aquel, proporcionándome con su presencia dulce consuelo! Supongo que esa fue una de las dolorosas pruebas que sufrió en su enfermedad, ¡tan penosa de suyo! Lo que yo experimenté era tan inesperado ¡Cuán tristemente debió sorprenderle! LxVI Hacía once días que mi esposo sufría una crisis de decaimiento, tan profundo, que una noche me dijo: —¡Esta vez me muero! En las demás ocasiones jamás he tenido tal idea, por mucho que padeciera, ¡pero ahora creo que no puedo vivir! ¡Qué malo estoy! Multipliqué mis desvelos por él. Llamé médicos para asistirle; amigos para animarle y distraerle. Conseguí que mejorara. El séptimo día, hice que un familiar nuestro le llevara de paseo al campo y vino reanimado. Pero yo estaba rendida. Una fiebre lenta y una dispepsia dolorosa me abatían. Con mi hermana Ofelia, estaba sentada a la mesa, tomando un lunch, como de costumbre, mi prima Gracia. Era un sábado en la tarde. Mi esposo no había vuelto del paseo. Gracia nos acompañaba hacía ya un año durante el día. Era muy útil porque prestaba ayuda en todo y animaba a mi hermana. Ésta, siendo de tan poco espíritu, se hallaba triste entre mi esposo y yo; que a veces no podía atenderle. Gracia tenía un carácter festivo; era la nota alegre de nuestra casa convertida en claustro. Hasta mi esposo se distraía con ella. Y la aceptaba de buena voluntad, él que admitía difícilmente, en nuestra intimidad, a los que no fueran los más cercanos deudos. Agradecíale yo en extremo a mi prima por el papel que representaba entre nosotros, llenábale de atenciones, no sabiendo cómo compensarle por este gran servicio prestado, sobre todo cerca de mi hermana. Ésta y ella conversaban cuando yo atravesé mi pieza inmediata al comedor en donde ellas comían para entrar en mi habitación contigua. Como es de suponer, mi aspecto era doloroso. Viéronme las dos y oí a mi hermana que decía a Gracia: —¿La ves? ¿Ves como está? Pues hace ocho noches que no se acuesta, ¡velando el sueño del esposo! ¡A ninguna hora duerme como puedes notarlo! ¡Ella morirá! ¡Morirá! y yo no sé lo que va a suceder en esta casa, ¡porque yo me vuelvo loca! ¡Conmigo que no cuenten! ¡Oh, pobrecita! 310

AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO ¡Ya he dicho que era un sábado! ¡El sábado siguiente, debajo de la tierra ella dormía el sueño eterno! ¡Fuese del mundo sin darse cuenta de ello, como jugando! ¡Confiando en mí que la velaba como velaba a mi marido! ¡Otras cuatro noches pasé sin descalzarme siquiera; sin reposar un instante! ¡Sin tregua alguna a la inquietud y al dolor! Quedé como demente… Hoy es cuando comprendo que lo estuve. El día de las exequias vi en mi casa por última vez a Don Emiliano. De mi lado habíase él alejado nuevamente, cuando se consagró a los asuntos públicos como en otros tiempos, para dirigir la política. No le acompañé en sus actuaciones ni con mi interés ni con mis simpatías. Traté de ser indiferente a todo. Nuestra amistad se resintió por ello. Continué siendo adicta a su familia. ¡No ha habido nunca un duelo en ella del que yo no participara de corazón! Pero no es extraño eso. La naturaleza de Don Emiliano y la mía eran muy distintas. Si la amistad con Monseñor perduró igual hasta el fin, debido fue a las afinidades de sentimientos que entre él y yo existían. Su ternura expansiva y su caridad no me sorprendían. Esas cualidades en mí vivían latentes. No dudo que Don Emiliano conservara en su corazón el culto, que me rindiera, desde que me conoció, hasta en lo más recóndito de su ser, porque no desmerecí jamás la estimación que le hizo tributario mío, empero no pude yo verlo de manifiesto por ninguna exterioridad. Enfermó él; fue perdiendo la vista de año en año, se enclaustró para siempre hasta su muerte. Con honda tristeza sabía yo todo esto. Le vi dos veces en el curso de diez y seis años porque fui a su casa. Ni un día dede interesarme por él. No ya como antes. ¡Nuestras relaciones eran tan distintas! ¡Descansa ya él en paz! No creía él en un más allá; pero, si su alma puede verme, sabrá que en la mía el afecto por él siempre subsiste. LxVII Ni mi dolor inmenso, ni el deplorable estado de mi cerebro disminuían mi interés por la salud de Monseñor. Diariamente, en medio de mis penas, informábame respecto de él, enviando a palacio. Pero era convenido que no se me dijera la verdad. Hacíaseme creer que la enfermedad permanecía estacionaria, que el venerado enfermo no se encontraba ni mejor, ni peor. Que sufría lo mismo siempre de debilidad; de inapetencia, pero que se le atendía muy bien y que iba viviendo así. Estaba yo tan débil; tan incapaz de soportar aumento de pesares, que daba crédito a todo y adormecía mi inquietud de esa manera. Antes de la muerte de mi desgraciada hermana solía mi esposo ir a verle entre días; cuando sus propios males y las circunstancias lo permitían. Al volver de palacio, me decía: —Monseñor está así, así. Siempre afectuoso, preguntóme mucho por ti. Contestele; que te encontrabas mejor y anhelando saber que él mejoraba también. No le hablé de nuestro tormento ¿Para qué? Que esté engañado, ¡el pobre! Ha enflaquecido un poco, y también envejecido; pero conserva su figura augusta y su exquisita finura y su amabilidad. La voz siempre dulce, más débil. Dice que te cuide mucho, que él se deja cuidar. Deseaba saber si él quería verte. Nada me dijo. Yo creo que no. A pesar de todo, le impresionaría y no podría 311

AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO<br />

¡Ya he dicho que era un sábado! ¡El sábado siguiente, <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la tierra ella dormía el<br />

sueño eterno!<br />

¡Fuese <strong>de</strong>l mundo sin darse cuenta <strong>de</strong> ello, como jugando! ¡Confiando en mí que la velaba<br />

como velaba a mi marido! ¡Otras cuatro noches pasé sin <strong>de</strong>scalzarme siquiera; sin reposar<br />

un instante! ¡Sin tregua alguna a la inquietud y al dolor!<br />

Quedé como <strong>de</strong>mente…<br />

Hoy es cuando comprendo que lo estuve.<br />

El día <strong>de</strong> las exequias vi en mi casa por última vez a Don Emiliano.<br />

De mi lado habíase él alejado nuevamente, cuando se consagró a los asuntos públicos<br />

como en otros tiempos, para dirigir la política. No le acompañé en sus actuaciones ni con<br />

mi interés ni con mis simpatías. Traté <strong>de</strong> ser indiferente a todo. Nuestra amistad se resintió<br />

por ello. Continué siendo adicta a su familia. ¡No ha habido nunca un duelo en ella <strong>de</strong>l que<br />

yo no participara <strong>de</strong> corazón! Pero no es extraño eso. La naturaleza <strong>de</strong> Don Emiliano y la<br />

mía eran muy distintas.<br />

Si la amistad con Monseñor perduró igual hasta el fin, <strong>de</strong>bido fue a las afinida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

sentimientos que entre él y yo existían.<br />

Su ternura expansiva y su caridad no me sorprendían. Esas cualida<strong>de</strong>s en mí vivían<br />

latentes.<br />

No dudo que Don Emiliano conservara en su corazón el culto, que me rindiera, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

que me conoció, hasta en lo más recóndito <strong>de</strong> su ser, porque no <strong>de</strong>smerecí jamás<br />

la estimación que le hizo tributario mío, empero no pu<strong>de</strong> yo verlo <strong>de</strong> manifiesto por<br />

ninguna exterioridad. Enfermó él; fue perdiendo la vista <strong>de</strong> año en año, se enclaustró<br />

para siempre hasta su muerte. Con honda tristeza sabía yo todo esto. Le vi dos veces<br />

en el curso <strong>de</strong> diez y seis años porque fui a su casa. Ni un día <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> interesarme por<br />

él. No ya como antes. ¡Nuestras relaciones eran tan distintas! ¡Descansa ya él en paz!<br />

No creía él en un más allá; pero, si su alma pue<strong>de</strong> verme, sabrá que en la mía el afecto<br />

por él siempre subsiste.<br />

LxVII<br />

Ni mi dolor inmenso, ni el <strong>de</strong>plorable estado <strong>de</strong> mi cerebro disminuían mi interés por<br />

la salud <strong>de</strong> Monseñor. Diariamente, en medio <strong>de</strong> mis penas, informábame respecto <strong>de</strong> él,<br />

enviando a palacio. Pero era convenido que no se me dijera la verdad. Hacíaseme creer que<br />

la enfermedad permanecía estacionaria, que el venerado enfermo no se encontraba ni mejor,<br />

ni peor. Que sufría lo mismo siempre <strong>de</strong> <strong>de</strong>bilidad; <strong>de</strong> inapetencia, pero que se le atendía<br />

muy bien y que iba viviendo así. Estaba yo tan débil; tan incapaz <strong>de</strong> soportar aumento <strong>de</strong><br />

pesares, que daba crédito a todo y adormecía mi inquietud <strong>de</strong> esa manera.<br />

Antes <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>sgraciada hermana solía mi esposo ir a verle entre días;<br />

cuando sus propios males y las circunstancias lo permitían.<br />

Al volver <strong>de</strong> palacio, me <strong>de</strong>cía:<br />

—Monseñor está así, así. Siempre afectuoso, preguntóme mucho por ti. Contestele; que<br />

te encontrabas mejor y anhelando saber que él mejoraba también. No le hablé <strong>de</strong> nuestro<br />

tormento ¿Para qué? Que esté engañado, ¡el pobre! Ha enflaquecido un poco, y también<br />

envejecido; pero conserva su figura augusta y su exquisita finura y su amabilidad. La voz<br />

siempre dulce, más débil. Dice que te cui<strong>de</strong> mucho, que él se <strong>de</strong>ja cuidar. Deseaba saber si<br />

él quería verte. Nada me dijo. Yo creo que no. A pesar <strong>de</strong> todo, le impresionaría y no podría<br />

311

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!