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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO<br />

¡Al verle, abismábame yo ante él y, como él, quería creer! ¡Sí! quería, porque mi voluntad me<br />

ha sostenido en el camino que él me trazaba con su ejemplo y con sus palabras. De no encontrarle<br />

tal como era es probable que yo, <strong>de</strong> <strong>de</strong>silusión en <strong>de</strong>silusión, hubiera ido <strong>de</strong>slizándome<br />

por la pendiente <strong>de</strong>l escepticismo, a la negación <strong>de</strong> toda i<strong>de</strong>a religiosa. Lo confieso porque soy<br />

sincera en todo. Monseñor no lo ignoraba. Suavemente, dulcemente, con ternura; sin ingratas<br />

consi<strong>de</strong>raciones, sin severidad alguna, presentándoseme lleno <strong>de</strong> fe, iba influyendo en mí<br />

po<strong>de</strong>rosamente por medio <strong>de</strong> conversaciones y sin necesidad <strong>de</strong> dogmatizar.<br />

Escuchándole hablar penetrábame yo <strong>de</strong> las mismas creencias o por lo menos <strong>de</strong>l vivo<br />

y ardiente <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> creer como él.<br />

Una tar<strong>de</strong> tuvo lugar en mi casa una escena que a otros ojos que los <strong>de</strong> quien le sucediera<br />

habríale dado apariencias <strong>de</strong> fanático. ¡Fanático un hombre <strong>de</strong> esa ilustración!<br />

No había yo organizado aún la vivienda que ocupamos casi siempre, en la forma que la<br />

hizo <strong>de</strong>spués menos incómoda para nosotros. Mi esposo enfermó <strong>de</strong> cuidado. Su habitación<br />

particular quedaba en el fondo <strong>de</strong> la casa, inmediata a la mía. Para llegar a ella había que pasar<br />

por esta. Al lado <strong>de</strong> mi cama tenía yo arreglado un pequeño oratorio muy mono. Mi esposo, ya<br />

mejor, recibía a algunas personas. Monseñor fue a verle. Acompañábale yo para introducirle<br />

cerca <strong>de</strong> mi marido cuando, en el instante <strong>de</strong> atravesar mi habitación, en don<strong>de</strong> le llamó la<br />

atención el oratorio, salía <strong>de</strong> la otra un amigo <strong>de</strong>l enfermo, reputado por su irreligión.<br />

Al cruzarse con Monseñor saludóle; él, cortésmente, contestó sin hablarle.<br />

Dejé a mi ilustre amigo un momento para reconducir al otro visitante y luego volví. Él<br />

me aguardaba. En su semblante vi una sombra <strong>de</strong> disgusto.<br />

Díjome sin disimular, señalando, con un a<strong>de</strong>mán circular, la habitación y el oratorio.<br />

—¡Cuánto siento, Amelia, que ese ateo haya profanado con su visita este santuario!<br />

—Monseñor, le contesté. Yo también siento que no haya otro acceso a la habitación <strong>de</strong><br />

mi marido sino este. Pero él quiso ver a su amigo, tan pronto supo que se hallaba en la casa,<br />

y no pu<strong>de</strong> contenerle.<br />

Hizo él un gesto evasivo.<br />

—Pero no temo que él se burle <strong>de</strong> mi fe. Sé que tiene en gran estima mi alto criterio y<br />

me respetará. Su semblante cambió.<br />

Sonreído entró don<strong>de</strong> mi esposo.<br />

LVIII<br />

Nunca tuvo mi vida etapa más brillante, en apariencia, que <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1903 a octubre<br />

<strong>de</strong> 1904.<br />

Mi popularidad era gran<strong>de</strong>. Hasta en los campos se conocía mi nombre por la propaganda<br />

activa que hacían en mi favor los emisarios <strong>de</strong> que yo disponía. Eran humil<strong>de</strong>s los<br />

más; otros mo<strong>de</strong>stos. Entre los primeros figuraba Brito, el pobre albañil que me servía <strong>de</strong><br />

mensajero. Y antiguas y mo<strong>de</strong>rnas sirvientas mías campesinas que, agra<strong>de</strong>cidas por los bienes<br />

que yo les hiciera en todo tiempo, no se cansaban <strong>de</strong> elogiarme por sus campos, diciendo,<br />

en mi nombre a todos, que yo trabajaba para salvar el pueblo. Por mí predicaban la paz y<br />

solicitaban la adhesión a Don Emiliano y a Don Horacio Vásquez, que eran los que <strong>de</strong>bían<br />

ayudarme en mi tarea.<br />

En esa propaganda obtuve muchos prosélitos porque, mis misioneros, convencidos <strong>de</strong><br />

corazón, obe<strong>de</strong>cían las ór<strong>de</strong>nes que yo les diera y ponían <strong>de</strong> su parte también para lograr<br />

mayor crédito.<br />

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