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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES Mientras así me desligaba yo de Don Emiliano, con Monseñor de Meriño reanimaba mis tan dulces y amables relaciones. ¡Qué cartas tan agradables y afectuosas las suyas de ese año, de 1902 a 1903! Daré a conocer las que he encontrado como prueba de que lo que provocara la revolución de abril, en nada alteró sus sentimientos respecto de mí. El 4 de mayo me escribía: Carta cuadragésimo segunda Mi muy querida amiga: Le doy las gracias con el alma por sus delicadas atenciones para conmigo. Estoy bien de salud. No ha habido confirmaciones, porque desde el año pasado establecí que sólo se hicieran de tres en tres meses. No me dice usted qué impresión le ha causa la lectura del párrafo de Balmes, pero estoy seguro de que ha debido usted apreciar el nobilísimo argumento que contiene en pro de la inmortalidad del alma. Ese libro lo compró un estudiante para principiar el curso de filosofía. Creo que lo consiguió en la librería de García Hermanos. Estoy leyendo a Heródoto. Releyéndolo, por mejor decir. Su afectísimo de corazón. P. M. El libro susodicho me lo prestó él la víspera, llevándolo a casa. Citóme, recitándolo admirablemente, el párrafo de que me hablaba: Compré la obra después. Carta cuadragésimo tercera Mi noble amiga: Esta tarde no puedo ir. He dado cita a un señor extranjero de consideración, para las 5. Más tarde ya no salgo. Siento muchísimo no ir a pasar un rato conversando con usted ¡me es eso tan grato! Pero será el lunes. Y esté tranquila. Cumpliré su recomendación respecto del amigo Galván. ¡Cobre ánimo y no desmaye! Mire que todavía no ha cumplido usted su misión en este pícaro mundo. Su adicto siempre, P. M. Le suplicaba yo que desenojara conmigo a nuestro común amigo, Don Manuel de Js. Galván, alejado de mi casa, como ya he dicho, por la política. En esos momentos evitaba él encontrarse en ella con personas del gobierno. Yo lo sentía mucho porque le estimaba de corazón. Carta cuadragésimo cuarta del 21 de agosto 1902 ¡Amelia, mi carísima amiga! ¡Nunca más deje invadir el corazón por sentimientos de afecto hacia un esclavo! Quien no se pertenece no puede tener palabra; ni usar de contestación. ¡Es nadie! ¡Es cero a la izquierda! ¡Es anum vilis! 284
En estos días estoy solo, sin secretario, y sin otra ayuda, y parece que, por eso, se han dado cita todos los curas y los no curas para caer en tropel sobre mí, ¡sin dejarme vagar ni para cambiarme de ropa sino a tirones! ¡Qué situación la de este pobre siervo de los siervos de Dios! Confórmese con no verme, como me tengo yo que conformar, privándome de la inocente y expansiva satisfacción como es para mí, de conversar con usted. De usted siempre afectísimo con toda el alma. P. Meriño. La impaciencia que en esta carta muestra Monseñor de Meriño, era de las que en ciertos momentos le produjera sus cóleras de niño, que tan pronto se desvanecían. ¡Pobre amigo! Mortificábase así, porque hacía una quincena que, diariamente, prometía ir a casa, llamado por mí, por asuntos referentes a la política y que a él le interesaban; además de otras razones, sin que le fuera posible cumplir lo ofrecido. No le ocultaba yo mi sentimiento por ello. Carta cuadragésimo quinta ¡Vamos, amiga mía! ¡Déjese de capricho y penétrese de que está tratando con quien sabe apreciar sus nobles sentimientos! Lo que le propongo variar en su trabajo* es poca cosa. Estoy seguro de que usted lo aceptará en honor del pobre Don Gonzalo. En todo eso usted resolverá y me perdonará la confianza que me tomo de meter mi hoz en mies ajena. Eso le probará más la sinceridad con que la trato. Su afectísimo amigo. P. M. Como otras veces, en el curso de mis anteriores obras, discutíamos luego algunos puntos que juzgábamos distintamente. Pero muy pronto volvía a existir el acuerdo tan grato entre los dos. Se estaba editando aquella historia que yo le enviara para que la leyera. En realidad no fue cosa de importancia lo que me pidió variar en ella. L No copiaré las varias cartas que volvía a dirigirme mi buen amigo con motivo de compras, después que me reinstalé en la casa de negocios. No se permitía él utilizar mi buena voluntad en servirle en el mismo grado que antes porque comprendía la imposibilidad en que pudiera dar abasto a tantos cumplimientos. Además, estaba él más escaso de fondos porque la subvención que recibía el arzobispado del nuevo Gobierno era menos, debido al sistema de economía general implantado por Don Emiliano, que anteriormente, y también porque ya no percibía sueldo como Rector del Instituto Profesional, habiendo renunciado a dicho cargo. Monseñor no se adeudaba nunca. Gastaba lo que podía, subordinando sus egresos a sus ingresos de dinero. Y llevaba su cuenta con tanta exactitud como el mejor tenedor de libros, a pesar de su discutida ignorancia matemática. Prefería privarse hasta de algo necesario, cuando su excesiva generosidad *En Mi Pretendiente. AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO 285
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En estos días estoy solo, sin secretario, y sin otra ayuda, y parece que, por eso, se han dado<br />
cita todos los curas y los no curas para caer en tropel sobre mí, ¡sin <strong>de</strong>jarme vagar ni para cambiarme<br />
<strong>de</strong> ropa sino a tirones! ¡Qué situación la <strong>de</strong> este pobre siervo <strong>de</strong> los siervos <strong>de</strong> Dios!<br />
Confórmese con no verme, como me tengo yo que conformar, privándome <strong>de</strong> la inocente<br />
y expansiva satisfacción como es para mí, <strong>de</strong> conversar con usted.<br />
De usted siempre afectísimo con toda el alma.<br />
P. Meriño.<br />
La impaciencia que en esta carta muestra Monseñor <strong>de</strong> Meriño, era <strong>de</strong> las que en ciertos<br />
momentos le produjera sus cóleras <strong>de</strong> niño, que tan pronto se <strong>de</strong>svanecían.<br />
¡Pobre amigo! Mortificábase así, porque hacía una quincena que, diariamente, prometía<br />
ir a casa, llamado por mí, por asuntos referentes a la política y que a él le interesaban;<br />
a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> otras razones, sin que le fuera posible cumplir lo ofrecido. No le ocultaba yo mi<br />
sentimiento por ello.<br />
Carta cuadragésimo quinta<br />
¡Vamos, amiga mía! ¡Déjese <strong>de</strong> capricho y penétrese <strong>de</strong> que está tratando con quien sabe<br />
apreciar sus nobles sentimientos! Lo que le propongo variar en su trabajo* es poca cosa.<br />
Estoy seguro <strong>de</strong> que usted lo aceptará en honor <strong>de</strong>l pobre Don Gonzalo.<br />
En todo eso usted resolverá y me perdonará la confianza que me tomo <strong>de</strong> meter mi hoz<br />
en mies ajena.<br />
Eso le probará más la sinceridad con que la trato.<br />
Su afectísimo amigo.<br />
P. M.<br />
Como otras veces, en el curso <strong>de</strong> mis anteriores obras, discutíamos luego algunos puntos<br />
que juzgábamos distintamente. Pero muy pronto volvía a existir el acuerdo tan grato entre<br />
los dos.<br />
Se estaba editando aquella historia que yo le enviara para que la leyera. En realidad no<br />
fue cosa <strong>de</strong> importancia lo que me pidió variar en ella.<br />
L<br />
No copiaré las varias cartas que volvía a dirigirme mi buen amigo con motivo <strong>de</strong><br />
compras, <strong>de</strong>spués que me reinstalé en la casa <strong>de</strong> negocios. No se permitía él utilizar mi buena<br />
voluntad en servirle en el mismo grado que antes porque comprendía la imposibilidad en<br />
que pudiera dar abasto a tantos cumplimientos. A<strong>de</strong>más, estaba él más escaso <strong>de</strong> fondos<br />
porque la subvención que recibía el arzobispado <strong>de</strong>l nuevo Gobierno era menos, <strong>de</strong>bido al<br />
sistema <strong>de</strong> economía general implantado por Don Emiliano, que anteriormente, y también<br />
porque ya no percibía sueldo como Rector <strong>de</strong>l Instituto Profesional, habiendo renunciado<br />
a dicho cargo.<br />
Monseñor no se a<strong>de</strong>udaba nunca. Gastaba lo que podía, subordinando sus egresos a<br />
sus ingresos <strong>de</strong> dinero.<br />
Y llevaba su cuenta con tanta exactitud como el mejor tenedor <strong>de</strong> libros, a pesar <strong>de</strong> su discutida<br />
ignorancia matemática. Prefería privarse hasta <strong>de</strong> algo necesario, cuando su excesiva generosidad<br />
*En Mi Pretendiente.<br />
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