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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES Mi indiferencia por la opinión de los demás respecto de él, provenía de la conciencia que yo tenía de mi capacidad para producir obras mejores que las ya conocidas, que hubiese formado ya en mi cerebro bullían ideas felices que, en horas de inspiraciones, proyectaba yo utilizar. Preparaba mi Psicología Femenina, mi novela Mercedes y tenía meditada la obra de los sueños de Monseñor de Meriño ¡Esa obra enteramente nacional que él venía pidiéndome desde el principio! Iba yo a darle por título Escenas de la vida en Santo Domingo. Capítulo por capítulo estaba ya creado en mi imaginación el libro que según mi ilustre amigo debía ser el broche de oro que cerrara mi carrera literaria. Ardía yo en deseos de escribirla, por complacer a mi bondadoso mentor, queriendo compensarle con esa complacencia de todos los desvelos que se tomara por mí. Pero ni una línea tracé de ella esperando a hacer algo magno, quería documentarme bien, hasta viajar en la república; ponerme más en contacto con el pueblo; hacer brotar la inspiración por medio de impresiones sentidas; ¡vivir mi obra, en fin! Y el resultado de mis pretensiones fue que nada pude llevar acabo, disgustando a Monseñor. —No escriba otra cosa, Amelia, me dijo en varias ocasiones, prefiera y haga lo que yo le pido. Estoy convencido de que nadie como usted llevará a cabo a mi gusto un trabajo como ese. Usted sabrá darle el interés necesario; dramatizarlo; poner en él de su alma. ¡Lo creo firmemente y por eso insisto tanto en pedírselo! Si usted quiere la ayudaré a escribir. Y reía, añadiendo eso por broma. No hubiera él escrito en mi obra; pero, sí, la hubiera favorecido de todas las maneras. De ello tengo plena seguridad. Cuando recuerdo ese empeño de mi amadísimo amigo, aún en estos momentos, ¡siento algo como remordimientos de no haberle satisfecho! ¡Cuánta pena me da! ¡Pero esa es la vida! ¡Cuenta el hombre con su porvenir para realizar lo que en el instante le parece imposible y el porvenir decepciona! Lo más preciso es aprovechar el presente. Lo futuro es lo imprevisto. La muerte es, a veces, lo que encontramos en él. ............................................................................................................... ............................................................................................................... No fue la muerte física lo que me privó del inmenso placer con que yo soñara de antemano, de ver radiante de satisfacción a Monseñor de Meriño; sino un cúmulo de fatales circunstancias que determinaron, por decirlo así, mi muerte moral, poniéndole sello a ellas, el último sello, ¡la eterna desaparición del mismo Monseñor! Mi ilustre amigo le veía con pesar: yo no encontraba tregua a mis afanes. Continuaba más que nunca siendo enfermera, atendía aunque sin dirigirlos a los negocios, disgustada, por comprender que mi esposo, enfermo como estaba, no podía hacerlo eficazmente, aunque se encaprichara opinando lo contrario. Por mucho que yo insistiera en que los liquidara, en consideración de su estado de salud y del mío propio, no pude conseguirlo y con inquietud los veía decaer. El sostenimiento de la casa de mi madre, completamente a mi cargo ya, me proporcionaba tormentos muy grandes; mil otras cosas me preocupaban y embargaban mi ánimo. Mis fuerzas decaían a cada rato. Si escribía era por distraerme, ya lo he dicho, como otros fuman opio o se emborrachan. Pero solamente me ejercitaba en obras fáciles, no en trabajos 280

AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO complicados como el que deseaba yo realizar; en estilo elegante; en forma correcta, y lleno de interés, en todo digno de aquel a quien yo lo dedicaba. xLVIII En tanto que el sol de mayo lucía como ha podido verse, iluminando mi cielo constantemente y proyectando sobre mí sus suaves resplandores, el astro sol sufría a mis ojos eclipses muy frecuentes y a veces prolongados. Pasaban hasta tres meses, sin que yo viera a Don Emiliano, ni recibiera de él noticias directas. Ya he dicho que nunca me escribía. Tenía noticia suya por su amable esposa con quien sostenía relaciones casi diarias, consecuente siempre con mi manera de ser. Vivía él en el campo la mayor parte del tiempo, en sus propiedades rurales, principalmente en Antoncy, la más lejana. Creíale yo alejado de la política, tan completamente como yo lo estuviera. Y más me confirmaba en esta creencia, el silencio que respecto de ella guardaba cuando iba a casa, entre días, a su vuelta a la ciudad, después de cada eclipse. Interesábase él por mi salud, por nuestros negocios; por mis trabajos literarios mismos, siendo él noble e ilustrado en todas las materias, hablábamos de asuntos de familia. Siempre íntimamente o siempre con afectuosidad; siempre confiado en nuestra recíproca amistad. Pero los asuntos públicos no se mencionaban durante las horas que él me dedicaba en cada visita. A principio de mayo de 1902 fue que un día, tocóse entre nosotros ese punto, como antes. Dispúsose él a partir para Antoncy e iba a casa a despedirse de mí. No sé cómo abordamos la cuestión política. ¿Quiso tal vez mi amigo, teniendo en su conciencia lo que se premeditaba, no dejarme ignorar completamente la situación presente, recordando el interés profundo que me inspiraban los sucesos del país? Creo que sí, porque, después de callar por tanto tiempo, se desató a hablarme con toda expansión. Hízome revelaciones importantes que inmediatamente alarmaron mi patriotismo. Formuló cargos graves contra el gobierno; exhaló quejas en favor del general Horacio Vásquez, vice-presidente de la República, pintándome la situación de éste como insostenible en el puesto que ocupaba; mostrómele rodeado de peligros; amenazado de muerte; tanto dijo, que me interesó vivamente por el antiguo jefe de la revolución del 26 de Julio. Desde entonces sentí por Don Horacio grandes simpatías. Creí comprender que se preparaba algo muy serio. Me abismé. —¡Don Emiliano, por Dios! ¿Será posible que se piense en una revolución? ¡Eso sería un desastre! ¿Tan pronto, después de la muerte de Lilís? ¡Es preciso evitarlo, Don Emiliano! ¡Es preciso que eso no sea! —Reconozco, Amelia, que las revoluciones siempre hacen daño. No es que se quiera provocarla, pero también. ¿Cree usted justo que nadie se sacrifique, sin beneficio para el país? Por patriotismo, sí, pero, ¿para que otros se lucren? —¡Usted me inquieta! Ya me ha alarmado. No voy a vivir en paz, después de lo que usted me ha dicho. —¡No se atormente, Amelia! Tal vez todo se arregle y nada sucederá. Esta era siempre su manera de calmarme. Y yo creía tanto en él que me tranquilizaba. Tenía fe en su palabra; confiaba en su sabiduría: para mí era un oráculo; no dudaba de que con la gran habilidad política que yo le suponía e inspirado por su acendrado patriotismo, le fuera dado enderezar todo lo torcido; enmendar la situación: salvarlo todo. 281

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complicados como el que <strong>de</strong>seaba yo realizar; en estilo elegante; en forma correcta, y lleno<br />

<strong>de</strong> interés, en todo digno <strong>de</strong> aquel a quien yo lo <strong>de</strong>dicaba.<br />

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En tanto que el sol <strong>de</strong> mayo lucía como ha podido verse, iluminando mi cielo constantemente<br />

y proyectando sobre mí sus suaves resplandores, el astro sol sufría a mis ojos eclipses<br />

muy frecuentes y a veces prolongados.<br />

Pasaban hasta tres meses, sin que yo viera a Don Emiliano, ni recibiera <strong>de</strong> él noticias<br />

directas. Ya he dicho que nunca me escribía. Tenía noticia suya por su amable esposa con<br />

quien sostenía relaciones casi diarias, consecuente siempre con mi manera <strong>de</strong> ser.<br />

Vivía él en el campo la mayor parte <strong>de</strong>l tiempo, en sus propieda<strong>de</strong>s rurales, principalmente<br />

en Antoncy, la más lejana.<br />

Creíale yo alejado <strong>de</strong> la política, tan completamente como yo lo estuviera. Y más me<br />

confirmaba en esta creencia, el silencio que respecto <strong>de</strong> ella guardaba cuando iba a casa,<br />

entre días, a su vuelta a la ciudad, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cada eclipse. Interesábase él por mi salud,<br />

por nuestros negocios; por mis trabajos literarios mismos, siendo él noble e ilustrado en<br />

todas las materias, hablábamos <strong>de</strong> asuntos <strong>de</strong> familia. Siempre íntimamente o siempre con<br />

afectuosidad; siempre confiado en nuestra recíproca amistad. Pero los asuntos públicos no<br />

se mencionaban durante las horas que él me <strong>de</strong>dicaba en cada visita.<br />

A principio <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong> 1902 fue que un día, tocóse entre nosotros ese punto, como antes.<br />

Dispúsose él a partir para Antoncy e iba a casa a <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> mí. No sé cómo abordamos la<br />

cuestión política. ¿Quiso tal vez mi amigo, teniendo en su conciencia lo que se premeditaba,<br />

no <strong>de</strong>jarme ignorar completamente la situación presente, recordando el interés profundo<br />

que me inspiraban los sucesos <strong>de</strong>l país? Creo que sí, porque, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> callar por tanto<br />

tiempo, se <strong>de</strong>sató a hablarme con toda expansión. Hízome revelaciones importantes que<br />

inmediatamente alarmaron mi patriotismo. Formuló cargos graves contra el gobierno; exhaló<br />

quejas en favor <strong>de</strong>l general Horacio Vásquez, vice-presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la República, pintándome<br />

la situación <strong>de</strong> éste como insostenible en el puesto que ocupaba; mostrómele ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong><br />

peligros; amenazado <strong>de</strong> muerte; tanto dijo, que me interesó vivamente por el antiguo jefe<br />

<strong>de</strong> la revolución <strong>de</strong>l 26 <strong>de</strong> Julio. Des<strong>de</strong> entonces sentí por Don Horacio gran<strong>de</strong>s simpatías.<br />

Creí compren<strong>de</strong>r que se preparaba algo muy serio. Me abismé.<br />

—¡Don Emiliano, por Dios! ¿Será posible que se piense en una revolución? ¡Eso sería<br />

un <strong>de</strong>sastre! ¿Tan pronto, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Lilís? ¡Es preciso evitarlo, Don Emiliano!<br />

¡Es preciso que eso no sea!<br />

—Reconozco, Amelia, que las revoluciones siempre hacen daño. No es que se quiera<br />

provocarla, pero también. ¿Cree usted justo que nadie se sacrifique, sin beneficio para el<br />

país? Por patriotismo, sí, pero, ¿para que otros se lucren?<br />

—¡Usted me inquieta! Ya me ha alarmado. No voy a vivir en paz, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que<br />

usted me ha dicho.<br />

—¡No se atormente, Amelia! Tal vez todo se arregle y nada suce<strong>de</strong>rá.<br />

Esta era siempre su manera <strong>de</strong> calmarme.<br />

Y yo creía tanto en él que me tranquilizaba. Tenía fe en su palabra; confiaba en su sabiduría:<br />

para mí era un oráculo; no dudaba <strong>de</strong> que con la gran habilidad política que yo le<br />

suponía e inspirado por su acendrado patriotismo, le fuera dado en<strong>de</strong>rezar todo lo torcido;<br />

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