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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO<br />

Y ¡castigo horrendo <strong>de</strong> su horrenda culpa! ¡Dios quiso <strong>de</strong>volverle la razón para que viera,<br />

con las clarida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su conciencia, todas las negruras <strong>de</strong> su peregrinar en la vida!<br />

Aún se nos pregunta: ¿quién es? ¿Qué nombre tiene la que esas páginas trazó? Amelia<br />

Francasci se llama.<br />

¡Ésa es la novelista ponceño-quisqueyana!<br />

¡Aplaudamos su talento y rindámosle el tributo que se ha conquistado, leyendo su libro!<br />

Ramón Marín (Fausto).<br />

xxxIII<br />

¡Cuán noble me pareció Monseñor al aplaudir así un juicio que contrariaba tanto el que él<br />

me manifestara algún tiempo antes, <strong>de</strong>salentándome por completo! ¡Y con tanta sinceridad<br />

como la que tuvo al disgustarme! ¡Era que la obra impresa apareció a sus ojos distinta <strong>de</strong> la<br />

que él fuera leyendo por partes interrumpidas y mal redactadas! Lo mismo le pasó a mi esposo.<br />

¡Sólo yo no encontré gracia para ella! La <strong>de</strong>testaba, al extremo que un día que mi ilustre<br />

amigo, con su voz maravillosa y su gran arte <strong>de</strong> la lectura, que pu<strong>de</strong> admirar ampliamente,<br />

quiso leerme, con todo entusiasmo, algunos capítulos <strong>de</strong> ella, para hacérmelos apreciar; a<br />

pesar mío, cometí la grosera acción <strong>de</strong> taparme los oídos para no escucharle; diciéndole:<br />

—¡Ya Monseñor, ya! ¡No lea más!<br />

Fue involuntario aquello; pero luego me lo reproché, como indigna <strong>de</strong>l conocimiento<br />

<strong>de</strong> la gran bondad que se me estaba mostrando y <strong>de</strong>l honor que se me hacía. ¿No <strong>de</strong>smerecí<br />

en el concepto <strong>de</strong>l generosísimo lector?<br />

Tan solo su gran amor por mí pudo impedirlo tal vez.<br />

A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> Monseñor <strong>de</strong> Meriño fue mi hermano Eugenio gran propagador <strong>de</strong> mi<br />

novela. Envióla a escritores extranjeros, que él conocía directa o indirectamente, y recibió<br />

<strong>de</strong> ellos cartas satisfactorias; que coleccionaba con el propósito <strong>de</strong> publicarlas todas en un<br />

folleto. ¡Pobrecito! La muerte le arrebató al afecto <strong>de</strong> sus tan numerosos familiares antes <strong>de</strong><br />

realizar su intento. Falleció en 1895.<br />

Conservo la esquela, tan lacónica como elocuente, en la que mi ilustre amigo me presentó<br />

sus condolencias. Dice así:<br />

Carta vigésimo tercera<br />

Mi carísima Amelia:<br />

¿Deberé enviarle mi expresión <strong>de</strong> pésame?… ¡Dios sabe, amiga mía, cuán sinceramente<br />

participo <strong>de</strong>l amarguísimo duelo <strong>de</strong> toda la familia y <strong>de</strong>l <strong>de</strong> usted en particular!<br />

Su respetuosísimo amigo <strong>de</strong>l alma,<br />

P. Meriño.<br />

Y días <strong>de</strong>spués recibí esta otra con motivo <strong>de</strong> una misa por el reposo eterno <strong>de</strong> mi tan<br />

sentido hermano.<br />

Carta vigésimo cuarta<br />

¡Dos letras y no sé cómo se las hago! La gente me quita el tiempo. Háceme per<strong>de</strong>r toda<br />

la mañana.<br />

Su misa se la dirá el padre José María en Santa Clara, el lunes a las 6 1/2.<br />

Su muy afectísimo.<br />

P. M.<br />

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