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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES “El renombrado Víctor Hugo, en todo su portentoso genio –expresa Galván– no alcanza a hacerse perdonar las idas y venidas, vueltas y revueltas, vacilaciones y embestidas súbitas de aquella” “carronada”, el cañón fantástico que se soltó de sus amarras a bordo del buque de guerra en su novela El 93. Amelia describe sobriamente, pero quizá por esto escribe bien y en la medida de lo necesario, para que la acción que relata adquiera toda la vida, toda la realidad que ha logrado imprimir a Madre Culpable. De Amelia Francasci se puede citar con toda propiedad, lo que ella misma ha dicho en un precioso opúsculo en defensa de Pierre Lotí, el joven marino que con raro talento de escritor forzó las puertas de la orgullosa Academia de Francia: “Se inspira en la naturaleza; por eso es naturalista e idealista a un tiempo. De ahí viene que todo lo cante, como dice de los poetas…” Este juicio lo firmaba Galván el 8 de mayo de 1896. El gran filólogo y crítico borincano Ramón Marín, que con el pseudónimo “Fausto” fue reconocido en el mundo literario hispánico y francés, progenitor de la compañera del patricio Muñoz Rivera, se pregunta en su columna de un diario puertorriqueño de entonces: “¿…la novela de Amelia Francasci es una historia o una novela propiamente dicha…? y al concluir afirma: ¡Es clásica…! ¡Es romántica…! ¡Es idealista…! ¡Es realista…! Las cuatro escuelas juegan en ella sin choque, sin rozamientos y sin que resalten en sus episodios ni el clasicismo de Madame Staël ni el romanticismo de Emile Zolá. La joven más angelical y púdica lo devorará sin que sus mejillas de rosas se enrojezcan… Es precisamente Ramón Marín quien hace mención al “nacimiento casual” de Amelia Francasci en Ponce, cabe las ninfas del Becuní y el Portugués, junto a la Ceiba, llamando a Madre Culpable la novela ponceño-quisqueyana –afirmación precipitada–, decimos nosotros, al ser irrefutable que la autora desarrolló su niñez, adolescencia y adultez en su Santo Domingo y aquí pensó y escribió la novela… Marín rinde un tributo a su estilo, a su firmeza, a sus sincerismos y sobre todo a su facilidad literaria. Emiliano Tejera decía comúnmente que Amelia Francasci le había conquistado. La afirmación tiene significado, conociéndose que este insigne dominicano poseyó siempre un carácter de contornos dificilísimos y severos. Para ella fue él “tierno, a pesar de su sequedad…” queriendo decir con ello que el amigo no era pródigo en sus preferencias. “Mi afecto hacia él”, –que iba desde la sencilla recomendación de medicinas para sus quebrantos hasta las intrincadas facetas de la política dominicana– “era un reflejo del que le inspiré”. El estoico dominicano, para muchos el primer gran Ministro de Relaciones Exteriores de nuestra historia, dijo de Amelia Francasci que era “como una hermanita, como una hija, pensando que no temo quererla demasiado y que mi amistad la importuna”. Excéntrico y caprichoso como era, elogió, sin embargo, su obra, y le acompañó en la formación de una vida literaria sin muros infranqueables, “gratamente satisfactoria la bondad que le demostró” según ella reitera, desde el primer día de sus entrevistas e intercambios, que debían perdurar hasta el deceso del venerable ciudadano. Igual ocurrió con Don Francisco Gregorio Billini y Federico García Godoy, el primero acogiendo en las columnas de Ecos de la Opinión los iniciales y sucesivos escritos de Amelia no compilados en libro alguno, algo que llegará a ser de interés para la historia de la literatura dominicana; el segundo, al catalogarla en sus trabajos y colaboraciones de la Revue Hispanique sobre literatura nacional, publicados en 1916, y luego, Miguel Angel Garrido, quien dióle calor y entusiasmos en las páginas de La Cuna de América bajo su dirección entre 1903 y 1905 o ya en La Revista Ilustrada de los años 1898 al 1900. Este gallardo escritor dominicano recibió el reconocimiento de Pedro Henríquez Ureña y de todos los intelectuales 210

AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO dominicanos, fue uno de los fieles visitantes de Amelia Francasci, y aunque más joven que ella, ambos alcanzaron un común denominador en sus posiciones ideológicas, patriotismo o nacionalismo, en el idealismo y el exotismo de la novelista o en el realismo de la prosa fustigante del periodista y crítico. Fue también favorable la opinión de José Joaquín Pérez, el poeta que ella estimó “dotado de todos los entusiasmos literarios, cantor insigne de Quisqueya”, poeta nacional que conquistase su admiración junto a la inmortal Salomé Ureña, admiración cultivada desde los años de la adolescencia. Pero es Meriño –en la fructífera atmósfera de una amistad sin paralelos– el personaje más atrayente y apreciado. No sabemos por qué, al adentrar en esas relaciones, Amelia Francasci llega a afirmar que “en la literatura, quería él proporcionarme un derivativo a mi mal moral: distraerme de mí misma”. Meriño llega, por ejemplo, a suplicarla que no mate a la protagonista de Madre Culpable –a María– sublimizada en la novela, y esto lo hace el mentor en un agudo y sentimental envío y reenvío del epistolario –cuidadosamente encerrado en un cofre que a diario y por años, iba y retornaba a casa de la escritora. Ya en su lecho de enfermo, moribundo, el insigne Arzobispo le confiesa que “María gozó de la eternidad con la gracia de los elegidos…” Es así como llegaríamos a comprender el proceso de las profundas y supersensitivas características de un alma enamorada de lo desconocido, lo ideal y lo exótico. Alcanzamos el final de un estudio ausente de pretensiones, pero que por grato nos ha sido posible realizarlo para ésta oportunidad inolvidable. Muchas aristas de esa figura que desde el comienzo hemos dibujado como frágil, vaporosa, exquisitamente oculta en su debilidad física para no obstante buscar y mantener fuerzas con qué sostener su vigor intelectual, no podrían ser detectadas fácilmente. Ha sido duro el proceso de atesoramiento de los testimonios y pruebas concretas de su paso dentro de la generación literaria en la cual tuvo un puesto muy especial. La recordaremos como un ser colocado en un rincón aparte y silencioso del Santo Domingo de ayer; allí, sahumerio de sándalo y jazmines para transportar la imaginación al Cosmos y husmear su espíritu tiernamente escondido en el resquicio de los ventanales coloniales de esta Ciudad Primada. La literatura de Amelia Francasci, que años después, ya en nuestros días, se hace llevadera por la simpleza de formas y de estilo, por el atrevimiento de su vivencia, por el animado fervor y desinterés con que fue legada a la posteridad, la consideraríamos como muchas otras del período del ochocientos, un mágico divagar de inquietudes y esperanzas. Si pareció frágil en sus años de infancia; si en la adolescencia despuntó inusitadamente su intelecto; ya mujer aparejada, supo combinar la lealtad y el cariño a su cónyuge con las libertades que le sugerían el amor a las letras y las escuelas filosóficas de su tiempo; si después, aún en la ancianidad, mantuvo vivos los anhelos y las ilusiones mecidas por el idealismo y el exotismo, el flujo y reflujo de las corrientes literarias paradójicamente inyectadas en páginas, personajes y trama de sus novelas –en el fondo, un sincero intimismo– Amelia Francasci recibió los lauros de una crítica que en su medio, como la de su época, no era ni conformista ni complaciente. Se nos fue de este mundo el 27 de febrero de 1941. En el Listín Diario del 1ro. de marzo la poetisa María Patín Pichardo añora el “hogar literario” de Amelia y escribe: “Allí, como en los templos orientales, había que descalzarse al llegar; dejar todo lo vulgar, lo mezquino, y entrar unciosamente a escuchar, admirar la Suprema Sacerdotista de la belleza y el arte, alma noble, soñadora y predestinada…” 211

AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO<br />

dominicanos, fue uno <strong>de</strong> los fieles visitantes <strong>de</strong> Amelia Francasci, y aunque más joven que<br />

ella, ambos alcanzaron un común <strong>de</strong>nominador en sus posiciones i<strong>de</strong>ológicas, patriotismo<br />

o nacionalismo, en el i<strong>de</strong>alismo y el exotismo <strong>de</strong> la novelista o en el realismo <strong>de</strong> la prosa<br />

fustigante <strong>de</strong>l periodista y crítico.<br />

Fue también favorable la opinión <strong>de</strong> José Joaquín Pérez, el poeta que ella estimó “dotado<br />

<strong>de</strong> todos los entusiasmos literarios, cantor insigne <strong>de</strong> Quisqueya”, poeta nacional que<br />

conquistase su admiración junto a la inmortal Salomé Ureña, admiración cultivada <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

los años <strong>de</strong> la adolescencia. Pero es Meriño –en la fructífera atmósfera <strong>de</strong> una amistad sin<br />

paralelos– el personaje más atrayente y apreciado. No sabemos por qué, al a<strong>de</strong>ntrar en esas<br />

relaciones, Amelia Francasci llega a afirmar que “en la literatura, quería él proporcionarme un<br />

<strong>de</strong>rivativo a mi mal moral: distraerme <strong>de</strong> mí misma”. Meriño llega, por ejemplo, a suplicarla que<br />

no mate a la protagonista <strong>de</strong> Madre Culpable –a María– sublimizada en la novela, y esto lo<br />

hace el mentor en un agudo y sentimental envío y reenvío <strong>de</strong>l epistolario –cuidadosamente<br />

encerrado en un cofre que a diario y por años, iba y retornaba a casa <strong>de</strong> la escritora. Ya en<br />

su lecho <strong>de</strong> enfermo, moribundo, el insigne Arzobispo le confiesa que “María gozó <strong>de</strong> la<br />

eternidad con la gracia <strong>de</strong> los elegidos…” Es así como llegaríamos a compren<strong>de</strong>r el proceso <strong>de</strong><br />

las profundas y supersensitivas características <strong>de</strong> un alma enamorada <strong>de</strong> lo <strong>de</strong>sconocido,<br />

lo i<strong>de</strong>al y lo exótico.<br />

Alcanzamos el final <strong>de</strong> un estudio ausente <strong>de</strong> pretensiones, pero que por grato nos<br />

ha sido posible realizarlo para ésta oportunidad inolvidable. Muchas aristas <strong>de</strong> esa figura<br />

que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el comienzo hemos dibujado como frágil, vaporosa, exquisitamente oculta en<br />

su <strong>de</strong>bilidad física para no obstante buscar y mantener fuerzas con qué sostener su vigor<br />

intelectual, no podrían ser <strong>de</strong>tectadas fácilmente. Ha sido duro el proceso <strong>de</strong> atesoramiento<br />

<strong>de</strong> los testimonios y pruebas concretas <strong>de</strong> su paso <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la generación literaria en la cual<br />

tuvo un puesto muy especial. La recordaremos como un ser colocado en un rincón aparte y<br />

silencioso <strong>de</strong>l Santo Domingo <strong>de</strong> ayer; allí, sahumerio <strong>de</strong> sándalo y jazmines para transportar<br />

la imaginación al Cosmos y husmear su espíritu tiernamente escondido en el resquicio <strong>de</strong><br />

los ventanales coloniales <strong>de</strong> esta Ciudad Primada.<br />

La literatura <strong>de</strong> Amelia Francasci, que años <strong>de</strong>spués, ya en nuestros días, se hace lleva<strong>de</strong>ra<br />

por la simpleza <strong>de</strong> formas y <strong>de</strong> estilo, por el atrevimiento <strong>de</strong> su vivencia, por el animado<br />

fervor y <strong>de</strong>sinterés con que fue legada a la posteridad, la consi<strong>de</strong>raríamos como muchas<br />

otras <strong>de</strong>l período <strong>de</strong>l ochocientos, un mágico divagar <strong>de</strong> inquietu<strong>de</strong>s y esperanzas.<br />

Si pareció frágil en sus años <strong>de</strong> infancia; si en la adolescencia <strong>de</strong>spuntó inusitadamente<br />

su intelecto; ya mujer aparejada, supo combinar la lealtad y el cariño a su cónyuge con las<br />

liberta<strong>de</strong>s que le sugerían el amor a las letras y las escuelas filosóficas <strong>de</strong> su tiempo; si <strong>de</strong>spués,<br />

aún en la ancianidad, mantuvo vivos los anhelos y las ilusiones mecidas por el i<strong>de</strong>alismo<br />

y el exotismo, el flujo y reflujo <strong>de</strong> las corrientes literarias paradójicamente inyectadas<br />

en páginas, personajes y trama <strong>de</strong> sus novelas –en el fondo, un sincero intimismo– Amelia<br />

Francasci recibió los lauros <strong>de</strong> una crítica que en su medio, como la <strong>de</strong> su época, no era ni<br />

conformista ni complaciente.<br />

Se nos fue <strong>de</strong> este mundo el 27 <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1941. En el Listín Diario <strong>de</strong>l 1ro. <strong>de</strong> marzo<br />

la poetisa María Patín Pichardo añora el “hogar literario” <strong>de</strong> Amelia y escribe: “Allí, como<br />

en los templos orientales, había que <strong>de</strong>scalzarse al llegar; <strong>de</strong>jar todo lo vulgar, lo mezquino, y entrar<br />

unciosamente a escuchar, admirar la Suprema Sacerdotista <strong>de</strong> la belleza y el arte, alma noble, soñadora<br />

y pre<strong>de</strong>stinada…”<br />

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