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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

los farallones, respirando el aire salitroso que en días <strong>de</strong> canícula entraba sus pulmones para<br />

<strong>de</strong>jarle alivios… Este ambiente simplista <strong>de</strong> su dominicanidad lo conserva en los relatos <strong>de</strong><br />

Historia <strong>de</strong> una Novela, al escribir como si en comienzo <strong>de</strong> sus cincuenta años <strong>de</strong>sease autobiografiarse:<br />

“Cuando tenía dos lustros <strong>de</strong> edad, era una chica bastante crecida, bastante fea<br />

(al menos para mi gusto), con unos ojos ver<strong>de</strong> mar muy gran<strong>de</strong>s y cabellos castaños, rizados<br />

(a mi juicio, horribles), y que me hacían rabiar ante el espejo, razón por la cual estuve reñida<br />

con semejante clase <strong>de</strong> mueble; <strong>de</strong> una viveza <strong>de</strong> imaginación notoria y <strong>de</strong> movimientos<br />

extraordinaria; llamábanme en casa la volatinera. A pesar <strong>de</strong> esto, reflexiva, estudiosa, y en<br />

el concepto <strong>de</strong> quienes se tenían por parientes y amigos, inteligente…”<br />

Más a<strong>de</strong>lante continúa el relato: “Des<strong>de</strong> mi viaje a una isla vecina –Curazao– don<strong>de</strong><br />

realicé estudios básicos <strong>de</strong> cultura e idiomas, <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> ser huraña y mi viveza se manifestó<br />

<strong>de</strong> un modo asombroso pues rayaba en petulancia…” Del convento fue sacada para volver<br />

a Santo Domingo y según su confesión, “para encerrarse en casa”.<br />

“Una temporada en el campo –Güibia, San Gerónimo, El Algodonal– sería halagüeña…<br />

La palabra campo era una, mágica, que encerraba cuanto mi exaltada fantasía <strong>de</strong> niña soñadora<br />

concebía <strong>de</strong> bello y seductor en el mundo; la síntesis <strong>de</strong> toda la hermosura creada,<br />

sinónimo <strong>de</strong> paraíso terrenal, anticipo <strong>de</strong>l cielo en la tierra. ¿Acaso vivir allí no era abrirme<br />

las puertas <strong>de</strong>l Edén prometido…? ¡Yo, pobre pájaro enjaulado y hasta entonces, sediento<br />

<strong>de</strong> libertad y <strong>de</strong> espacio, ávido <strong>de</strong> in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia…!<br />

Amelia Francasci se regocija con el recuerdo <strong>de</strong> la adolescencia y exclama: “Irme a correr<br />

a mi antojo; saltar cuanto quisiese; escoger las flores que me agradasen teniéndolas en<br />

profusión en el jardín ambicionado; comer las frutas al caer <strong>de</strong>l árbol, cosa tan apetecida por<br />

mí y jamás hasta entonces disfrutada; contemplar los pájaros en vuelo <strong>de</strong> rama en rama o<br />

elevándose en el infinito espacio como yo soñaba haberlos visto; oírlos regalándome con sus<br />

trinos su dulce música natural… y aún otra cosa que por sí sola me fascinaría: EL MAR. Ese<br />

mar al que podría yo contemplar a todas horas, cuanto quisiera sin que nadie me estorbara.<br />

Ese mar, uno <strong>de</strong> mis gran<strong>de</strong>s amores, mi amigo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que pequeñita le conocí, ese mar que<br />

me fascinaba <strong>de</strong> un modo in<strong>de</strong>scriptible por cuanto había más allá <strong>de</strong> él…”<br />

Con el correr <strong>de</strong> los años, ya adulta; dueña <strong>de</strong> hogar y <strong>de</strong> un cariño distinto al <strong>de</strong> la familia,<br />

relata que en uno <strong>de</strong> los pocos viajes que hiciera, había estado su embarcación a punto<br />

<strong>de</strong> naufragar: “Y no temía al mar”, afirma con indudable fatalismo. “Amábale al extremo <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sear morir en él. Envidiaba la suerte <strong>de</strong> los marinos que viven casi siempre entre el mar,<br />

cielo y estrellas. Viajar, recorrer el mundo, conocer lejanos países cuyos nombres exóticos<br />

y raros complacíame en buscar en el mapa, era mi mayor codicia. Mi exaltada imaginación<br />

más enar<strong>de</strong>cida aún en esos días, por las maravillas que admiraba –las <strong>de</strong> su propia tierra–<br />

representábame esos países encantados como la misteriosa patria <strong>de</strong> los mágicos ensueños…”<br />

y, ya sintiéndose escritora y sabiéndolo a conciencia nos dice con una sinceridad meridiana:<br />

“para <strong>de</strong>scribir las emociones <strong>de</strong>bería poseer la pluma <strong>de</strong> Pierre Lotí, el narrador <strong>de</strong> los sueños por<br />

excelencia…” Esta reflexión salía <strong>de</strong> su pluma cuando contempla el horizonte; ella que no<br />

tuvo jamás la oportunidad <strong>de</strong> visitar la ansiada y lejana Europa.<br />

Apropiado es afirmar que el escritor francés fue su brújula en el culto el exotismo. No<br />

solamente porque la cautivó al leer por la vez primera su Roman d’un enfant, sino porque sin<br />

vulgarismos ni fantasiosos episodios que pudiesen llegar a ser interpretados como actitu<strong>de</strong>s<br />

psico-melancólicas, le hace <strong>de</strong>scubrir un mundo <strong>de</strong> visiones dormidas –como ella misma<br />

lo llama– “sensaciones que en medio <strong>de</strong> mi alma atormentada había casi olvidado; porque<br />

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