Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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23.04.2013 Views

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES el tiempo vine a ser el verdadero propulsor del engrandecimiento de dicha escuela, y del Hospital, a tal punto que en 1930 la Junta para Servicio Cristiano que mantenía dichas instituciones se animó a construir un moderno hospital, en la residencial barriada de Gazcue, que fue bautizado con el nombre de Hospital Internacional, como culminación de un viejo anhelo, al cual dediqué toda la primavera de mi vida, hasta obtener la consagración de la abnegada profesión de enfermera, como complemento del moderno concepto hospitalario. Tenía este hospital todas las facilidades de enseñanza, así como también espacio suficiente para el internado de las alumnas aspirantes a enfermeras. Al principio fue muy difícil conseguir alumnado calificado del cual se pudiera derivar una verdadera clase para iniciar dicha profesión, la cual era considerada como ejercida por personas con buenas intenciones y poca o ninguna preparación, sin darle el verdadero valor que ya representaba en otros países. La incorporación de la enfermera se resolvía colocándole un gorro y un uniforme blancos a las personas que manifestaban tendencia al cuido de enfermos. Ni siquiera podían ser llamadas enfermeras prácticas. El cambio que se iniciaba fue de tal modo radical que tomó muchos años para verse los resultados. Las narraciones que haré no tienen ningún orden cronológico, siendo intercaladas de acuerdo con las circunstancias, a manera de ESTAMPAS de este largo período de mi vida. Médico legista y de la cárcel Mis primeras actuaciones fueron en el campo médico-legal además de la atención de los presos existentes en la cárcel de la Fortaleza Ozama, recluidos en la Torre del Homenaje. Tenía que asistir a todos los casos de reclusos enfermos y los accidentes y heridos que ocurrieran en el distrito Judicial, lo cual implicaba desplazamientos a distancias considerables, con el fin de levantamiento de cadáveres resultantes de crímenes, suicidios, etc. Se podría decir que mis actuaciones no respetaban horas de descanso ni de alimentación personal. Estas llamadas ocurrían durante las más tranquilas horas de descanso, en las horas de sueño nocturno o mientras estaba sentado a la mesa en compañía de mi familia. Por suerte, la ciudad no era tan populosa como actualmente, ni había tantos accidentes de circulación. Los vehículos eran escasos y la población reducida. El pavimento de las calles tampoco permitía velocidades a los pocos carros que existían, por su rudimentario estado. Sin embargo, como sólo existía un médico para este servicio, el trabajo era apreciable. La asistencia de los reclusos de la cárcel era practicada en periódicas visitas y en casos de emergencia, por llamadas a la hora que fueran requeridas, no importa la inoportunidad de estas. Fuera del recinto de la Torre del Homenaje, existía un pequeño pabellón al cual se daba el eufemístico nombre de “hospital” con cuatro o seis camas y la asistencia por colaboración de los “presos de confianza”. Yo recibía ayuda de los médicos militares asignados al Hospital Militar que funcionaba en un anexo de la Fortaleza, donde luego fue establecido el Hospital Nacional, y que tenía su entrada independiente del recinto de la Fortaleza, en la calle Colón, hoy Las Damas, en donde fue realizada una labor muy notable en la asistencia de personas pobres, por notables médicos cirujanos, entre los cuales se destacaron los Doctores Lara, Elmúdesi, Alardo, Valdez, Pardo y otros muchos que mi memoria no alcanza a recordar. Durante la ocupación americana, antes del advenimiento del gobierno constitucional del General Horacio Vásquez, había funcionado allí un Hospital Militar, dirigido por médicos norte-americanos de la Marina de Guerra de dicho país, 120

ARTURO DAMIRÓN RICART | MIS BODAS DE ORO CON LA MEDICINA entre los cuales recuerdo a los doctores Hager, Hayden, Shaar y otros muchos. Durante la gran epidemia de Influenza del año 1918, que tantas vidas costó al pueblo dominicano, este hospital recibió una gran cantidad de enfermos civiles, de los cuales muchos fallecieron, por lo empírico del tratamiento usado entonces ya que el arsenal terapéutico era a todas luces insuficiente e ineficaz. Aquel mes de diciembre de dicho año, siempre será recordado por la gran cantidad de enfermos que fallecieron durante esta tremenda plaga que azotó todo el país y especialmente a nuestra ciudad capital. Según entiendo, una de las primeras víctimas de esta epidemia fue el gran poeta Apolinar Perdomo. De mis actuaciones como médico de la cárcel pública, recuerdo varias anécdotas, de las cuales voy a relatar algunas. En una ocasión trajeron de la Penitenciaría Nacional de Nigua a un preso de apellido Segura, que había escapado a la pena de muerte a que había sido condenado, por una ley que había sido promulgada después de su sentencia y antes de la ejecución de la misma, que suprimía dicha pena capital sufriendo de tétanos. Según la historia clínica, mientras estaba preso en Nigua, fue atacado de fiebres palúdicas y tratado con inyecciones de Quinina, que era el tratamiento clásico, formándosele un gran absceso en la región glútea y desarrollando luego esta terrible enfermedad, por lo cual se había dispuesto su traslado a la Torre del Homenaje, donde podía ser asistido con mayor eficacia. Yo disponía de muy pocos medios terapéuticos a mi alcance, pero uno de los médicos militares me proporcionó algunas dosis de antitoxina (conocido como suero antitetánico), de escaso valor terapéutico y muy próximo a su vencimiento. Con esta pobre arma terapéutica de dudoso valor, inicié el tratamiento. Los familiares del recluso insistían y me presionaban para que se lo entregaran para que muriera entre los suyos, según su propia expresión, pero yo no accedí a sus pretensiones. Grande fue mi sorpresa, días después, cuando en una de mis visitas, no encontré a este señor en el Hospital, porque se había “fugado”. Se había restablecido completamente y hasta burlado la vigilancia de sus custodios. Fue muchos meses después cuando fue apresado nuevamente y enviado a cumplir su interrumpida condena. En otra ocasión fui llamado urgentemente en la madrugada para que fuera a asistir a un recluso que había sido herido de bala, en un intento de fuga. Cuando me personé al recinto carcelario me sorprendió encontrar herido al famoso Mr. Davis, quien cumplía una condena por haber realizado una serie de fechorías contra dominicanos ingenuos que habían puesto atención a sus fábulas de tesoros enterados y cuyo descubrimiento él ofrecía. Este personaje de leyenda tenía un largo historial delictivo, además de una gran capacidad de persuasión para engatusar a sus víctimas. Se decía que era cubano o colombiano; que había sido sacerdote y otras muchas cosas, aunque me parece que ni él mismo sabía su origen. Él había fraguado su evasión de la Torre del Homenaje, según declaró, en complicidad con uno de los guardianes militares y un recluso muy pintoresco, conocido como “José de la Luz”, que pasaba más tiempo en prisión que libre, por su afición a los robos, en los cuales era un verdadero artista y consumado maestro. Era más bien un ratero, con gran sentido del humor, que inspiraba confianza y simpatía a todos los que lo trataban. Cuando fueron limados los barrotes de hierro de la ventana, Mr. Davis le pidió a José de la Luz que saliera y se deslizara al patio, cosa que tenía que hacer sacando primero las piernas, para luego llegar hasta el patio, en donde se encontraba el guardián nocturno, que era un alistado del ejército, que tenía asignado dicho turno de vigilancia. Nuestro personaje, con gran filosofía 121

ARTURO DAMIRÓN RICART | MIS BODAS DE ORO CON LA MEDICINA<br />

entre los cuales recuerdo a los doctores Hager, Hay<strong>de</strong>n, Shaar y otros muchos. Durante la<br />

gran epi<strong>de</strong>mia <strong>de</strong> Influenza <strong>de</strong>l año 1918, que tantas vidas costó al pueblo dominicano, este<br />

hospital recibió una gran cantidad <strong>de</strong> enfermos civiles, <strong>de</strong> los cuales muchos fallecieron, por<br />

lo empírico <strong>de</strong>l tratamiento usado entonces ya que el arsenal terapéutico era a todas luces<br />

insuficiente e ineficaz. Aquel mes <strong>de</strong> diciembre <strong>de</strong> dicho año, siempre será recordado por la<br />

gran cantidad <strong>de</strong> enfermos que fallecieron durante esta tremenda plaga que azotó todo el<br />

país y especialmente a nuestra ciudad capital. Según entiendo, una <strong>de</strong> las primeras víctimas<br />

<strong>de</strong> esta epi<strong>de</strong>mia fue el gran poeta Apolinar Perdomo.<br />

De mis actuaciones como médico <strong>de</strong> la cárcel pública, recuerdo varias anécdotas, <strong>de</strong> las<br />

cuales voy a relatar algunas.<br />

En una ocasión trajeron <strong>de</strong> la Penitenciaría Nacional <strong>de</strong> Nigua a un preso <strong>de</strong> apellido<br />

Segura, que había escapado a la pena <strong>de</strong> muerte a que había sido con<strong>de</strong>nado, por una ley<br />

que había sido promulgada <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su sentencia y antes <strong>de</strong> la ejecución <strong>de</strong> la misma, que<br />

suprimía dicha pena capital sufriendo <strong>de</strong> tétanos. Según la historia clínica, mientras estaba<br />

preso en Nigua, fue atacado <strong>de</strong> fiebres palúdicas y tratado con inyecciones <strong>de</strong> Quinina, que<br />

era el tratamiento clásico, formándosele un gran absceso en la región glútea y <strong>de</strong>sarrollando<br />

luego esta terrible enfermedad, por lo cual se había dispuesto su traslado a la Torre <strong>de</strong>l<br />

Homenaje, don<strong>de</strong> podía ser asistido con mayor eficacia.<br />

Yo disponía <strong>de</strong> muy pocos medios terapéuticos a mi alcance, pero uno <strong>de</strong> los médicos<br />

militares me proporcionó algunas dosis <strong>de</strong> antitoxina (conocido como suero antitetánico),<br />

<strong>de</strong> escaso valor terapéutico y muy próximo a su vencimiento.<br />

Con esta pobre arma terapéutica <strong>de</strong> dudoso valor, inicié el tratamiento.<br />

Los familiares <strong>de</strong>l recluso insistían y me presionaban para que se lo entregaran para que<br />

muriera entre los suyos, según su propia expresión, pero yo no accedí a sus pretensiones.<br />

Gran<strong>de</strong> fue mi sorpresa, días <strong>de</strong>spués, cuando en una <strong>de</strong> mis visitas, no encontré a este<br />

señor en el Hospital, porque se había “fugado”. Se había restablecido completamente y hasta<br />

burlado la vigilancia <strong>de</strong> sus custodios. Fue muchos meses <strong>de</strong>spués cuando fue apresado<br />

nuevamente y enviado a cumplir su interrumpida con<strong>de</strong>na.<br />

En otra ocasión fui llamado urgentemente en la madrugada para que fuera a asistir a un<br />

recluso que había sido herido <strong>de</strong> bala, en un intento <strong>de</strong> fuga. Cuando me personé al recinto<br />

carcelario me sorprendió encontrar herido al famoso Mr. Davis, quien cumplía una con<strong>de</strong>na<br />

por haber realizado una serie <strong>de</strong> fechorías contra dominicanos ingenuos que habían puesto<br />

atención a sus fábulas <strong>de</strong> tesoros enterados y cuyo <strong>de</strong>scubrimiento él ofrecía. Este personaje<br />

<strong>de</strong> leyenda tenía un largo historial <strong>de</strong>lictivo, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> una gran capacidad <strong>de</strong> persuasión<br />

para engatusar a sus víctimas. Se <strong>de</strong>cía que era cubano o colombiano; que había sido sacerdote<br />

y otras muchas cosas, aunque me parece que ni él mismo sabía su origen.<br />

Él había fraguado su evasión <strong>de</strong> la Torre <strong>de</strong>l Homenaje, según <strong>de</strong>claró, en complicidad<br />

con uno <strong>de</strong> los guardianes militares y un recluso muy pintoresco, conocido como “José <strong>de</strong><br />

la Luz”, que pasaba más tiempo en prisión que libre, por su afición a los robos, en los cuales<br />

era un verda<strong>de</strong>ro artista y consumado maestro. Era más bien un ratero, con gran sentido<br />

<strong>de</strong>l humor, que inspiraba confianza y simpatía a todos los que lo trataban. Cuando fueron<br />

limados los barrotes <strong>de</strong> hierro <strong>de</strong> la ventana, Mr. Davis le pidió a José <strong>de</strong> la Luz que saliera<br />

y se <strong>de</strong>slizara al patio, cosa que tenía que hacer sacando primero las piernas, para luego<br />

llegar hasta el patio, en don<strong>de</strong> se encontraba el guardián nocturno, que era un alistado <strong>de</strong>l<br />

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