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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES Al finalizar el siglo XIX el tirano Ulises Heureaux (Lilís) ya había sido ajusticiado. Durante su larga permanencia en el poder, la Instrucción Pública i el Departamento de Sanidad en nuestro desdichado país no desempeñaban sus respectivas obligaciones. Los Ministros, cuasi esclavos del Mandatario, dedicaban sus labores a la Dolce Vita alegre i jugosa. Acaso uno de ellos, Don Modesto Rivas, oriundo de Montecristi, se empeñaba en cumplir su deber. Los castigos que sufrió la mayor parte de los educandos, aquí, en nuestro terruño, ya eran inadecuados para los escolares infantiles. El Siglo xx, en sus labores, exijía todo cuanto era preciso estudiar i conocer. Dos pastores (Fantasía para unos minutos de cristiandad) Por H. Pieter Para mi viejo amigo, el Dr. Tulio Franco i Franco, quien me introdujo ante S. S. el Papa Juan XXIII Sucedió en un largo día primaveral. Era Jueves Santo. En una apacible rejión del Cercano Oriente aconteció que después de una mañana con cielo brillante i sin nubes, la tarde se oscureció al tornarse lluviosa. Allí había muchos carneros que pastaban, juntos o diseminados, desde la falda hasta lo alto de una no extensa ni mui empinada colina. Algunos de esos brutos, obcecados como a veces es su antojo, se encaminaban en tropel hacia el borde de un profundo precipicio cavado en la vertiente occidental de aquella altura. Nadie guiaba a esos carneros, ni tampoco había, cerca ni lejos, algún mastín que cuidara de ellos para evitarles el riesgo de una posible desgracia. De repente un fúljido relámpago separó la conjunción de dos enormes nubes mui espesas que sin cesar vertían aquellas aguas torrenciales. I entre esas dos nubes preñadas de lluvia apareció la magnífica i refuljente figura de Jesús, el Amado Buen Pastor que siempre nos conduce a salvo cuando algún peligro nos amenaza en la tortuosa senda que todos los días sufrimos la obligación de transitar. El Divino Redentor descendió de los cielos, que en ese instante se tornaban tan claros i tan puros i tan serenos como lo estaban en la mañana, antes de la copiosa lluvia de esa tarde. La testa circundada por Su radiante aureola, todo Su Ser iluminado por los destellos del Empíreo, Él llevaba con Su diestra un añoso i rugoso cavado, el inmanente báculo florido con las siemprevivas del Amor i la Piedad, símbolos de Su Divina Omnipotencia. Vestía la típica amplia blusa que los pastores montañeses de Atarot i de Gittah solían llevar en tiempos de los Reyes. Sandalias de duro trajín calzaban Sus pies, los que a pesar de siglos i siglos corridos desde Su crucifixión, aún mostraban viva la violencia de los clavos que lo injuriaron en el Gólgota durante las horas del martirio. Cuando Jesús asentó Sus plantas sobre la verde hierba de la colina, los carneros, mansos como si hubiesen sido hipnotizados por Él, corrieron a demostrarle sumisión. Aún los que holgaban lejos de Su Presencia se apresuraron en venir a reunirse con los otros, sus compañeros, que ya estaban apaciguados i reverentes ante el Señor Reciénvenido. Él los contempló con pena i a la vez con infinita dulzura. No les dirijió ni una sola frase, pero ellos comprendieron la valía de Aquel que de ese modo los miraba i les sonreía con tan plácida expresión. 108
HERIBERTO PIETER | AUTOBIOGRAFÍA Entretanto, poco a poco, las nubes se fueron alejando. La tristeza se ausentó de la bóveda celeste. Desde horas antes del tramonto ya la lluvia había dejado de caer. No transcurrió largo rato sin que Jesús empuñara Su cayado. Cubrió Sus hombros con el Manto Sacro, eterno resguardo de Su Existencia, hizo en el espacio un solemne ademán para indicar a las bestias que debían seguir Sus pasos hacia la llanura, i emprendió cuesta abajo una marcha precisa i decidida, que también era grandiosa, como cuando solía guiar almas i conciencias en Sus bíblicas andanzas por campos i poblados de Galilea, de Bethania i Samaria. Sin atropellos, más bien con serenidad, mucho orden i sin un balido que perturbara la solemnidad del conjunto, las mansas pécoras caminaban a compás de Aquel improvisado i misterioso Conductor. Por dondequiera que el Buen Pastor descendía con Su rebaño, palomas blancas le seguían gozosas, así como otras aves, las canoras, arrullaban con dulzura i cantaban i gorjeaban la inmensa alegría que les poseía. I las flores, aún las más humildes i discretas, emanaban tantos aromas deliciosos que el ambiente se impregnaba de óptima fragancia. Después de caminar pocas leguas, Jesús llegó con Su rebaño a la vera de un extenso hato, pero allí no penetró, no era esa Su Voluntad. La puerta, empero, se abrió secretamente sin que nadie ni nada la tocara. De ese modo puso fin a Su faena. Las reses entraron con no acostumbrada lentitud. Parecía algo así como apenadas a causa de que el Guía no penetrara junto con ellas i las acompañara siquiera hasta el aprisco. Él las bendijo a todas, grupo por grupo, i luego, satisfecho por haberlas manejado sin tropiezo alguno, emprendió una maravillosa i no rara ascensión hacia el Empíreo. Un magnífico crepúsculo, pincelado con tintes i matices, de miríficos colores i sutil gradación, extendió sus atavíos a lo largo del firmamento en el poniente i más allá. Esa fantasía espectacular precedió a la de la luna llena, espléndida, bellísima, que comenzaba a iluminar la vasta extensión del espacio i a poetizar la tranquilidad de las almas i las cosas de la Tierra en aquel día de profunda y cristiana recordación. Así, adornado con esas joyas de la Naturaleza, fue el camino que Jesús encontró al emprender el regreso a Su Morada. En el corral de la alquería cundió grande alarma porque el anciano pastor de la hacienda no había aparecido conduciendo a las ovejas. No fue él quién condujo el ganado al aprisco. Sus pécoras estaban completas, i sanas por añadidura. ¿Quién, pues, las había traído allí, tal como era costumbre del pastor? Instantes después, el can que cuidaba el ganado llegó, jadeante, dando largos i lúgubres aullidos, como cuando las bestias de esa especie suele avisar alarma i duelo por el deceso o algún mal accidente sufrido por el amo o un bien querido familiar o sirviente de la casa. Con las actitudes de su cola i de todo su cuerpo el atribulado perro se empeñaba en indicar que debían ir en pos de sí para llevarlos hasta el sitio habitual de pastoreo. Tan ansiosos como intranquilos, los dueños se pusieron en marcha siguiendo el curso del mastín hasta que llegaron al paraje en donde se detuvo: bajo el rústico toldo que servía de abrigo contra los rigores de las horas caniculares i de otras inconveniencias atmosféricas, no lejos del punto en donde Jesús apareció para cumplir la misión de ayuda que evitó percances a la huérfana manada. 109
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Entretanto, poco a poco, las nubes se fueron alejando. La tristeza se ausentó <strong>de</strong> la bóveda<br />
celeste. Des<strong>de</strong> horas antes <strong>de</strong>l tramonto ya la lluvia había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> caer.<br />
No transcurrió largo rato sin que Jesús empuñara Su cayado. Cubrió Sus hombros con<br />
el Manto Sacro, eterno resguardo <strong>de</strong> Su Existencia, hizo en el espacio un solemne a<strong>de</strong>mán<br />
para indicar a las bestias que <strong>de</strong>bían seguir Sus pasos hacia la llanura, i emprendió cuesta<br />
abajo una marcha precisa i <strong>de</strong>cidida, que también era grandiosa, como cuando solía guiar<br />
almas i conciencias en Sus bíblicas andanzas por campos i poblados <strong>de</strong> Galilea, <strong>de</strong> Bethania<br />
i Samaria.<br />
Sin atropellos, más bien con serenidad, mucho or<strong>de</strong>n i sin un balido que perturbara la<br />
solemnidad <strong>de</strong>l conjunto, las mansas pécoras caminaban a compás <strong>de</strong> Aquel improvisado<br />
i misterioso Conductor.<br />
Por don<strong>de</strong>quiera que el Buen Pastor <strong>de</strong>scendía con Su rebaño, palomas blancas le seguían<br />
gozosas, así como otras aves, las canoras, arrullaban con dulzura i cantaban i gorjeaban la<br />
inmensa alegría que les poseía. I las flores, aún las más humil<strong>de</strong>s i discretas, emanaban tantos<br />
aromas <strong>de</strong>liciosos que el ambiente se impregnaba <strong>de</strong> óptima fragancia.<br />
Después <strong>de</strong> caminar pocas leguas, Jesús llegó con Su rebaño a la vera <strong>de</strong> un extenso<br />
hato, pero allí no penetró, no era esa Su Voluntad. La puerta, empero, se abrió secretamente<br />
sin que nadie ni nada la tocara. De ese modo puso fin a Su faena.<br />
Las reses entraron con no acostumbrada lentitud. Parecía algo así como apenadas a causa<br />
<strong>de</strong> que el Guía no penetrara junto con ellas i las acompañara siquiera hasta el aprisco.<br />
Él las bendijo a todas, grupo por grupo, i luego, satisfecho por haberlas manejado sin<br />
tropiezo alguno, emprendió una maravillosa i no rara ascensión hacia el Empíreo.<br />
Un magnífico crepúsculo, pincelado con tintes i matices, <strong>de</strong> miríficos colores i sutil gradación,<br />
extendió sus atavíos a lo largo <strong>de</strong>l firmamento en el poniente i más allá. Esa fantasía<br />
espectacular precedió a la <strong>de</strong> la luna llena, espléndida, bellísima, que comenzaba a iluminar<br />
la vasta extensión <strong>de</strong>l espacio i a poetizar la tranquilidad <strong>de</strong> las almas i las cosas <strong>de</strong> la Tierra<br />
en aquel día <strong>de</strong> profunda y cristiana recordación.<br />
Así, adornado con esas joyas <strong>de</strong> la Naturaleza, fue el camino que Jesús encontró al empren<strong>de</strong>r<br />
el regreso a Su Morada.<br />
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En el corral <strong>de</strong> la alquería cundió gran<strong>de</strong> alarma porque el anciano pastor <strong>de</strong> la hacienda<br />
no había aparecido conduciendo a las ovejas. No fue él quién condujo el ganado al aprisco.<br />
Sus pécoras estaban completas, i sanas por añadidura. ¿Quién, pues, las había traído allí,<br />
tal como era costumbre <strong>de</strong>l pastor?<br />
Instantes <strong>de</strong>spués, el can que cuidaba el ganado llegó, ja<strong>de</strong>ante, dando largos i lúgubres<br />
aullidos, como cuando las bestias <strong>de</strong> esa especie suele avisar alarma i duelo por el <strong>de</strong>ceso<br />
o algún mal acci<strong>de</strong>nte sufrido por el amo o un bien querido familiar o sirviente <strong>de</strong> la casa.<br />
Con las actitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su cola i <strong>de</strong> todo su cuerpo el atribulado perro se empeñaba en indicar<br />
que <strong>de</strong>bían ir en pos <strong>de</strong> sí para llevarlos hasta el sitio habitual <strong>de</strong> pastoreo.<br />
Tan ansiosos como intranquilos, los dueños se pusieron en marcha siguiendo el curso<br />
<strong>de</strong>l mastín hasta que llegaron al paraje en don<strong>de</strong> se <strong>de</strong>tuvo: bajo el rústico toldo que servía<br />
<strong>de</strong> abrigo contra los rigores <strong>de</strong> las horas caniculares i <strong>de</strong> otras inconveniencias atmosféricas,<br />
no lejos <strong>de</strong>l punto en don<strong>de</strong> Jesús apareció para cumplir la misión <strong>de</strong> ayuda que evitó<br />
percances a la huérfana manada.<br />
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