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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES No creáis que la explicación que vais a escuchar es una simple invención, un pretexto para evadirme del noble significado de esta sesión que tanto me honra i enorgullece. Tanto en la pre-historia como en otras épocas de nuestro planeta, sin omitir la era actual, cuando uno muere, para que la podredumbre no les moleste, los vivos disponen de nuestros restos mortales. Se deshacen de nosotros por medio del fuego, o, como he visto en la India, nos convierten en pasto de las aves de rapiña, o como ahora, aquí mismo, nos aprisionan en reducidas sepulturas bajo o sobre la tierra. En el antiguo Ejipto, al igual que en otros pueblos del Mundo, dinero, joyas, alimentos i otras pertenencias acompañaban a los muertos en sus tumbas, pero nunca podían ni pueden adjuntarles todo lo que poseían. Siempre he tenido en cuenta que cuando una persona llega a acomodarse con alguna holgura i establece su sostenimiento económico para estar tranquilo durante el resto de su vida, i cuando alcanza prever lo inesperado i consolida la misma garantía a favor de los familiares que dependen de nuestra existencia, su deber, su obligación, es auxiliar a quienes indudablemente sufren los embates de la indijencia. Tal es, señores, lo que he dispuesto. De ese modo, i bajo las normas de tal sistema, creo estar cumpliendo i espero cumplir con la mayor parte de mis ahorros financieros. Esas son las razones de lo que llamáis mi filantropía i las cuales, a mi juicio, están conformes con las reglas de los humanitarios principios del Club que en este instante festeja en mí el mismo jénero de actuaciones que ustedes pregonan. No terminaré estas palabras sin parodiar un párrafo de la autobiografía de la famosa cantatriz María Anderson, quien acaba de dar fin a su extraordinaria carrera pública en la sala del Carnegie Hall. He aquí la base de su pensamiento: “Mi tarea consiste en dar ejemplos para que otros hagan lo mismo que yo, con mayor facilidad i con mejores resultados”. Mui distinguidos señores Rotarios: Gracias por haberme dedicado esta para mí memorable reunión i por haber tenido la paciencia de oír las palabras impregnadas de convencimiento i de franqueza que acabo de pronunciar. ¡Buena dijestión i buenas noches para todos los aquí presentes! Palabras para ser pronunciadas en el Instituto de Oncolojía “Milagro de la Caridad” en la tarde del 24 de octubre, 1968, cuando celebramos las bodas de plata del inicio de la fabrica que aloja a la Liga Dominicana contra el Cáncer, Inc. i a nuestro hospital Señoras i Caballeros: Como ya en varias ocasiones hemos publicado, la Liga Dominicana contra el Cáncer, Inc., fue inspirada i recomendada al borde de una mesa de restaurant en la ciudad de La Habana, Cuba. Los autores de ese benéfico propósito fueron nuestros compatriotas el Dr. Márquez Sterling i el fino escritor D. Esteban Buñols, quien, dicho sea de paso, fue mi amigo i condiscípulo en una escuela secundaria. Cuando el Sr. Buñols regresó de aquella ciudad enseguida comunicó a algunos de sus amigos, –entre ellos a mí–, la buena nueva que nos traía. Después de fatigosas dilijencias, dicha liga fue solemnemente fundada en la mañana del 14 de septiembre del año 1942 en la sala cinematográfica “Rialto”, calle Duarte. A pesar de muchos esfuerzos i de algunos tropiezos, el 24 de octubre del siguiente año, por fin alcanzamos a inaugurar en esta ciudad, calle Sánchez n. o 46, el primer “Instituto del 100

HERIBERTO PIETER | AUTOBIOGRAFÍA Cáncer” en esta isla. Aquel albergue era un remendado e inadecuado local, pero necesario para dar comienzo a la asistencia de una ínfima porción de pacientes que sufrían lesiones malignas. En el curso de los años 1943-1947, cuando estábamos mal radicados allá, en la mencionada calle Sánchez, la clientela indijente de aquel Establecimiento había crecido de tal modo que nuestro local se hizo insuficiente para servirla como ella merecía. Apenas contábamos con 18 camas, las cuales estaban constantemente ocupadas. En tales condiciones, nos veíamos obligados a rechazar no pocos enfermos; muchos de aquellos ya estaban moribundos. El presupuesto pecuniario con que contábamos se hizo escaso para cumplir las más urjentes necesidades. En más de una ocasión nuestra desde entonces piadosa Madre Administrativa, la reverenda Mercedaria de la Caridad, Sor Amparo Jurado, derramaba lágrimas al considerar lo precario de la caritativa empresa que estábamos atendiendo i cuyo fracaso, sin un milagro, podría ser inminente. Fue entonces cuando, silenciosamente, comencé a reunir parte de mis economías para ofrecerla en óbolo a nuestra Liga i a sus cancerosos indijentes. En la fresca mañana del primero de enero del año 1947, cuando vacacionábamos en nuestro empinado retiro, “Domus Hecardorae”, mis queridas hijas Carmelita i Dora, penetraron en mi aposento i, como de costumbre, me desearon felicidad. Aproveché ese momento para consultarles acerca del proyecto que yo estaba concibiendo con el fin de remediar lo que veíamos en el Hospital para conocidos enfermos que a veces ellas visitaban. Jubilosas, dieron su aprobación a mi intento de contribuir a levantar un edificio mejor adecuado para alojar i tratar a aquellos desgraciados. Dejé transcurrir una semana antes de comunicar ese propósito a nuestra Madre Amparo. En aquel momento sus lágrimas no fueron de tristeza, sino de alegría. Durante la sesión extraordinaria convocada para el siguiente 26 de febrero mis consocios oyeron, admirados, lo que yo había dispuesto para ayudar a salvar del fracaso que amenazaba a nuestra Institución. Fue en esos momentos cuando les informé mi resolución para ayudar con cuarenta mil dólares los que exclusivamente debían emplearse en la construcción de un hospital digno de nuestra empresa. Mis compañeros i yo no perdimos tiempo para comenzar a practicar dilijencias con ese fin. Un amigo fiel i cliente mío nos ofreció en venta un sólido i amplío edificio suyo, de concreto, todavía en construcción, i emplazado en sitio conveniente para nuestras necesidades. En el curso de algunas sesiones estudiamos detenidamente esa proposición, i al notar que nos convenía, resolvimos comprarlo, hacerle algunas ampliaciones i reparaciones de poca importancia, las más urjentes. A la hora de firmar el contrato de esa compra, el ímprobo Licdo. D. Manuel Antonio Rivas, Notario en ese acto, nuestro querido i bien recordado consocio en la Liga contra el Cáncer, me informó que el vendedor del inmueble, por motivo ignorado, había renunciado a hacer dicha venta en 35 mil dólares, precio convenido de antemano, i que no podía venderlo sino en cincuenta mil. Nos sorprendió esa resolución. Fue entonces cuando después de cavilaciones i algunas discusiones, decidimos fabricar la obra en el solar donde ahora estamos reunidos. No nos es dable referir aquí la increíble historia i el orijen de la inaudita hazaña que se desarrolló no en la probidad de quien vendía, sino en la voracidad del autor de la maniobra 101

HERIBERTO PIETER | AUTOBIOGRAFÍA<br />

Cáncer” en esta isla. Aquel albergue era un remendado e ina<strong>de</strong>cuado local, pero necesario<br />

para dar comienzo a la asistencia <strong>de</strong> una ínfima porción <strong>de</strong> pacientes que sufrían lesiones<br />

malignas.<br />

En el curso <strong>de</strong> los años 1943-1947, cuando estábamos mal radicados allá, en la mencionada<br />

calle Sánchez, la clientela indijente <strong>de</strong> aquel Establecimiento había crecido <strong>de</strong><br />

tal modo que nuestro local se hizo insuficiente para servirla como ella merecía. Apenas<br />

contábamos con 18 camas, las cuales estaban constantemente ocupadas. En tales condiciones,<br />

nos veíamos obligados a rechazar no pocos enfermos; muchos <strong>de</strong> aquellos ya estaban<br />

moribundos.<br />

El presupuesto pecuniario con que contábamos se hizo escaso para cumplir las más<br />

urjentes necesida<strong>de</strong>s. En más <strong>de</strong> una ocasión nuestra <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces piadosa Madre Administrativa,<br />

la reverenda Mercedaria <strong>de</strong> la Caridad, Sor Amparo Jurado, <strong>de</strong>rramaba lágrimas<br />

al consi<strong>de</strong>rar lo precario <strong>de</strong> la caritativa empresa que estábamos atendiendo i cuyo fracaso,<br />

sin un milagro, podría ser inminente. Fue entonces cuando, silenciosamente, comencé a<br />

reunir parte <strong>de</strong> mis economías para ofrecerla en óbolo a nuestra Liga i a sus cancerosos<br />

indijentes.<br />

En la fresca mañana <strong>de</strong>l primero <strong>de</strong> enero <strong>de</strong>l año 1947, cuando vacacionábamos en<br />

nuestro empinado retiro, “Domus Hecardorae”, mis queridas hijas Carmelita i Dora, penetraron<br />

en mi aposento i, como <strong>de</strong> costumbre, me <strong>de</strong>searon felicidad. Aproveché ese momento<br />

para consultarles acerca <strong>de</strong>l proyecto que yo estaba concibiendo con el fin <strong>de</strong> remediar lo<br />

que veíamos en el Hospital para conocidos enfermos que a veces ellas visitaban. Jubilosas,<br />

dieron su aprobación a mi intento <strong>de</strong> contribuir a levantar un edificio mejor a<strong>de</strong>cuado para<br />

alojar i tratar a aquellos <strong>de</strong>sgraciados.<br />

Dejé transcurrir una semana antes <strong>de</strong> comunicar ese propósito a nuestra Madre Amparo.<br />

En aquel momento sus lágrimas no fueron <strong>de</strong> tristeza, sino <strong>de</strong> alegría.<br />

Durante la sesión extraordinaria convocada para el siguiente 26 <strong>de</strong> febrero mis consocios<br />

oyeron, admirados, lo que yo había dispuesto para ayudar a salvar <strong>de</strong>l fracaso que amenazaba<br />

a nuestra Institución. Fue en esos momentos cuando les informé mi resolución para ayudar<br />

con cuarenta mil dólares los que exclusivamente <strong>de</strong>bían emplearse en la construcción <strong>de</strong> un<br />

hospital digno <strong>de</strong> nuestra empresa.<br />

Mis compañeros i yo no perdimos tiempo para comenzar a practicar dilijencias con ese fin.<br />

Un amigo fiel i cliente mío nos ofreció en venta un sólido i amplío edificio suyo, <strong>de</strong> concreto,<br />

todavía en construcción, i emplazado en sitio conveniente para nuestras necesida<strong>de</strong>s.<br />

En el curso <strong>de</strong> algunas sesiones estudiamos <strong>de</strong>tenidamente esa proposición, i al notar<br />

que nos convenía, resolvimos comprarlo, hacerle algunas ampliaciones i reparaciones <strong>de</strong><br />

poca importancia, las más urjentes.<br />

A la hora <strong>de</strong> firmar el contrato <strong>de</strong> esa compra, el ímprobo Licdo. D. Manuel Antonio<br />

Rivas, Notario en ese acto, nuestro querido i bien recordado consocio en la Liga contra el<br />

Cáncer, me informó que el ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l inmueble, por motivo ignorado, había renunciado<br />

a hacer dicha venta en 35 mil dólares, precio convenido <strong>de</strong> antemano, i que no podía ven<strong>de</strong>rlo<br />

sino en cincuenta mil. Nos sorprendió esa resolución. Fue entonces cuando <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> cavilaciones i algunas discusiones, <strong>de</strong>cidimos fabricar la obra en el solar don<strong>de</strong> ahora<br />

estamos reunidos.<br />

No nos es dable referir aquí la increíble historia i el orijen <strong>de</strong> la inaudita hazaña que se<br />

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