plantas y luces en méxico - Escuela de Historia

128 Plantas y luces en México
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Ilustraciones originales de la
Flora Mexicana.
Sessé propuso que el aporte del Ayuntamiento fuera el de
costear tres discípulos de grabado de la Academia de San
Carlos de México, para que, capacitándoles, pudieran dedicarse
a confeccíonar las láminas destinadas a la impresión
de la Flora Mexicana. Con ello y el trabajo de De la
Cerda y Echeverria estaria asegurado el material gráfico
de la obra. Los candidatos eran Tomás Suria, Julián Marchena
y José Mariano del Aguila. El monarca español
aceptó la propuesta, aunque presionó a través de su vi rrey
sobre la necesidad de reunir de todas maneras y en efectivo
una cantidad decorosa para los propósitos señalados,
sabiendo que los acaudalados habitantes de la Nueva España
podian hacerlo. El arzobispo de México hizo entrega
de dos mil pesos y Felipe Zúñiga y Ontiveros, conocido autor
de la Guia para Forasteros, especie de manual turistico
de la época, aportó mil pesos. Revillagigedo recurrió entonces
al viejo y muchas veces utilizado recurso de obligar
a las autoridades provinciales a 'cumplir con una orden
que los magnates de Ciudad de México no deseaban
acatar. De los diversos cabildos y ayuntamientos llegaron
los donativos que sumaron seis mil pesos incluyendo los
doscientos que otorgó el obispo de Oaxaca, no obstante
su personal animadversión por uno de los botánicos de
la expedición.
Durante este tiempo, Martin Sessé se ocupó también
de promover y mantener contacto con los «corresponsales«
que en el interior de la Nueva España enviaban materiales
y noticias sobre la flora y la fauna de sus apartadas
regiones, una manera de evitar que los miembros
de la expedición tuvieran que recorrer todas y cada una
de las poblaciones que integraban tan vasta colonia. Algunos
de estos corresponsales habian atendido los cursos
de Cervantes y se hallaban plenamente calificados como
botánicos para proporcionar la información requerida.
A pesar de la continuada labor de Vicente desde el curso
de 1790, se hallaban detenidos los «ejercicios« que tanta
publicidad habian proporcionado al inicio de las actividades
de la cátedra.
La universidad habia logrado imponerse y evitar la
realización de tales actos públicos, que tanto beneficiaban
a los integrantes de la cátedra en prestigio y reconocimiento
de los habitantes de Ciudad de México. Ocurrió
que en 1790 José Gracida, catedrático de Anatomia de la
universidad, y David Sullivan, doctor en medicina de reconocido
prestigio y abundante clientela, motivados por
la entusiasta labor de Cervantes, no sólo aceptaron concurrir
en el nuevo ciclo del curso de Botánica, sino que
hasta solicitaron lecciones extraordinarias para profundizar
en el estudio de la botánica, y esta embarazosa situación
consternó al resto de los profesores universitarios y