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Esclavos del franquismo en el Pirineo - Esclavitud bajo el franquismo

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eso trastocaba toda la vida familiar, ya que «hacían lo que querían,<br />

¡nadie les decía nada!... Nosotros <strong>en</strong> la cocina, <strong>el</strong>los <strong>en</strong> la<br />

habitación, y siempre ¡para arriba, para a<strong>bajo</strong>! ¡Era un incordio!...»,<br />

y Salvador recuerda un día que se <strong>en</strong>contraron a unos<br />

militares y trabajadores <strong>en</strong> la huerta: «Un día mi padre y yo fuimos<br />

allá, y <strong>en</strong> un extremo de la huerta había ar<strong>en</strong>a y tierra... e<br />

iba y estaban cogi<strong>en</strong>do de la huerta... y les dije “¡oiga señores,<br />

esto es para sembrar!” y me respondieron “¡Hagan <strong>el</strong> favor de<br />

marcharse de aquí y no respir<strong>en</strong>, eh!”, un jefe o sarg<strong>en</strong>to, no sé<br />

lo qué era aquél». María Jaúregui asi<strong>en</strong>te, y añade: «¡O sea, que<br />

no mandabas ni <strong>en</strong> lo tuyo! Y <strong>en</strong> las casas igual, se metían y,<br />

hala, aquí vamos a poner esto, vamos a poner lo otro y...». Además,<br />

no sólo llegaban los oficiales, sino que más de una vez<br />

v<strong>en</strong>ían con sus familias, y sobre esta cuestión añade Milagros<br />

Jaúregui: «y las mujeres eran más malas que los maridos, las<br />

sarg<strong>en</strong>tas, muy mandonas».<br />

Por otro lado, d<strong>en</strong>tro de la p<strong>en</strong>uria alim<strong>en</strong>taria de la época,<br />

también ha quedado <strong>en</strong> la memoria de algunos habitantes<br />

<strong>el</strong> contraste <strong>en</strong>tre la alim<strong>en</strong>tación de los prisioneros y la de los<br />

oficiales, algo que podían observar mejor qui<strong>en</strong>es t<strong>en</strong>ían contacto<br />

con <strong>el</strong>los, como María Jaúregui: «¡Bah, ésos, no pasaban<br />

hambre! ¡Ya se hacían bu<strong>en</strong>as comilonas!», o Fortunato Jaúregui,<br />

<strong>en</strong> cuya casa comían los oficiales: «fíjate que tiraban <strong>el</strong><br />

aceite, ¡a <strong>el</strong>los no les faltaba nada, pero todo lo que querían:<br />

arroz, azúcar...! A éstos (por los cocineros) les dieron permiso<br />

alguna vez, y me acuerdo <strong>el</strong> día que se iban se llevaban un par<br />

de maletas ¡qué no las movías <strong>d<strong>el</strong></strong> su<strong>el</strong>o! Aquí controlaban<br />

<strong>el</strong>los, aquí no les controlaban nada, cuando se iba a terminar<br />

traían más y ¡tira para a<strong>d<strong>el</strong></strong>ante!». Milagros Jaúregui recuerda,<br />

<strong>en</strong> esta línea, que a veces <strong>en</strong> la misma calle eran testigos de la<br />

abundancia de los oficiales: «Y los militares, los muy gordos,<br />

¡unas pa<strong>el</strong>leras! Y salíamos de la escu<strong>el</strong>a y ¡olía de bi<strong>en</strong>! Decíamos,<br />

¡mira qué bi<strong>en</strong> hu<strong>el</strong>e ese arroz!, ¡llevaba ternera, llevaba<br />

de todo! (...). A los otros no les faltaba de nada, aceite, jabones,<br />

de todo lo mejor, y los otros muertos de hambre». Sin<br />

duda, d<strong>en</strong>tro de esta abundancia, <strong>el</strong> desperdicio <strong>d<strong>el</strong></strong> aceite<br />

era algo que llamaba la at<strong>en</strong>ción. «Me acuerdo de que cuando<br />

no ardía bi<strong>en</strong> la leña echaban un chorro de aceite y <strong>en</strong>tonces<br />

ardía, ¡Y la g<strong>en</strong>te sin aceite! El roble que lo traían verde, ¡a<br />

base de algo t<strong>en</strong>ía que arder!», nos explica Marc<strong>el</strong>ino Pasqu<strong>el</strong>.<br />

Además, <strong>el</strong> control de los oficiales no se limita a recibir<br />

una mejor alim<strong>en</strong>tación, sino que también, <strong>en</strong> aqu<strong>el</strong>los tiempos<br />

de escasez y racionami<strong>en</strong>to, la gestión de la alim<strong>en</strong>tación<br />

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