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Esclavos del franquismo en el Pirineo - Esclavitud bajo el franquismo

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Como se puede observar, ante unas míseras condiciones<br />

de vida como las de los prisioneros, la reacción de la población<br />

local fue diversa, pero hay que señalar que se produjeron<br />

múltiples reacciones de solidaridad, una solidaridad movida<br />

<strong>en</strong> muchos casos más por la compasión que por la afinidad<br />

ideológica, y que de todos modos se movió muchas veces <strong>en</strong><br />

ámbitos semiclandestinos, por <strong>el</strong> miedo que infundían las autoridades<br />

militares <strong>en</strong> la población local. 283 Además, la percepción<br />

de la dureza de la represión también propició esos<br />

comportami<strong>en</strong>tos, ya que los castigos que recibían los prisioneros<br />

despertaron <strong>en</strong> la población local miedo y lástima al<br />

mismo tiempo.<br />

4.2.4. «La sangre bajaba por la calle»<br />

El trato y los castigos que recibían los prisioneros, así<br />

como <strong>el</strong> régim<strong>en</strong> de disciplina interno, no era algo que estuviera<br />

siempre a la vista de los habitantes. Sin embargo, sí hay<br />

qui<strong>en</strong> observó <strong>el</strong> trato de desprecio dado a los prisioneros.<br />

Más de una vez la población de estos pueblos fueron testigos<br />

de agresiones, castigos y también de asesinatos, y no cabe<br />

duda de que todo eso tuvo también una influ<strong>en</strong>cia clara <strong>en</strong> la<br />

percepción social que se creó <strong>en</strong> torno a los prisioneros, una<br />

percepción que fue cambiando, sin duda, motivada por la<br />

cru<strong>el</strong>dad <strong>d<strong>el</strong></strong> trato que recibían.<br />

Pedro Beaumont, por ejemplo, describe así <strong>el</strong> que recibían<br />

los prisioneros cuando cargaban las patatas compradas <strong>en</strong> su<br />

casa: «Cuando llevaban los sacos y se les caían, ¡les daban una<br />

patada <strong>en</strong> <strong>el</strong> culo! y los otros a callar, porque... si se retorcían<br />

un poco, o ponían mala cara, ¡ya sabían lo que les esperaba!,<br />

¡estacazo que te crió!». El recuerdo de la disciplina y los castigos<br />

varía mucho <strong>en</strong>tre los pueblos <strong>en</strong> los que estaban los batallones,<br />

debido seguram<strong>en</strong>te a que <strong>en</strong> <strong>el</strong> caso de Igal los trabajadores<br />

vivieron la mayor parte <strong>d<strong>el</strong></strong> tiempo <strong>en</strong> los barracones.<br />

Es significativo que mi<strong>en</strong>tras Atanasia, de Casa Castillo, <strong>en</strong> Vidángoz,<br />

narra difer<strong>en</strong>tes mom<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> los que veían pegar a<br />

los prisioneros, Javier Jaúregui, su marido, com<strong>en</strong>ta «En Igal no<br />

me acuerdo de ver que les pegaran», algo también repetido<br />

por María Jaúregui, Flor<strong>en</strong>cio Moso o Fortunato Jaúregui. Sin<br />

283. En su tra<strong>bajo</strong> sobre la guerrilla antifranquista, también Chueca (1999) recoge testimonios<br />

que evid<strong>en</strong>cian <strong>el</strong> miedo contínuo <strong>en</strong> <strong>el</strong> que vivían <strong>en</strong> <strong>el</strong> valle <strong>d<strong>el</strong></strong> Roncal las personas de<br />

ideología antifranquista.<br />

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