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Esclavos del franquismo en el Pirineo - Esclavitud bajo el franquismo

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hermano <strong>el</strong> mayor, que era <strong>el</strong> que había estado <strong>en</strong> la guerra, y<br />

<strong>en</strong> Elgoibar lo hirieron, y siempre les t<strong>en</strong>ía un poco de fila, llegó<br />

un día y lo <strong>en</strong>contró, echao <strong>en</strong> <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o ..., ¡todo <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o pa él!,<br />

¡la empr<strong>en</strong>dió a patadas! Le hizo coger todas las cosas, y ya se<br />

largó y no volvió más».<br />

A este respecto, creemos que la solidaridad con los prisioneros,<br />

cuando existió, se movió <strong>en</strong>tre la solidaridad política y<br />

la compasión humanitaria. Es verdad que hubo qui<strong>en</strong> desde<br />

un primer mom<strong>en</strong>to tuvo clara su afinidad ideológica con los<br />

prisioneros, como sucedió <strong>en</strong> otras zonas, pero creemos que<br />

<strong>en</strong> <strong>el</strong> caso de estos valles la solidaridad nació principalm<strong>en</strong>te<br />

de la compasión, al comprobar las terribles condiciones de<br />

vida y tra<strong>bajo</strong> de los integrantes de los batallones.<br />

Un ejemplo de <strong>el</strong>lo es precisam<strong>en</strong>te <strong>el</strong> comportami<strong>en</strong>to<br />

de la <strong>en</strong>tonces vecina de Igal, Serapia Iribarr<strong>en</strong>. Uno de los<br />

prisioneros andaluces, Rafa<strong>el</strong> Arjona, recordaba unas semanas<br />

antes de morir: «Yo me acuerdo perfectam<strong>en</strong>te de una<br />

que, vi<strong>en</strong>do <strong>el</strong> hambre que t<strong>en</strong>íamos y, como t<strong>en</strong>ían las chulas<br />

colgadas, de vez <strong>en</strong> cuando nos llevaba con un pan (...). Total,<br />

que cogíamos unas rebanadas de pan, de aquéllas largas,<br />

y metíamos la chula d<strong>en</strong>tro, ¡no veas tú de la forma <strong>en</strong> que se<br />

comía la carne aquélla! Y de eso, alguna noche, participábamos<br />

porque nos lo llevaba esa mujer a la oficina donde estábamos.<br />

Había una que le decían la Serapia. Una señora que<br />

estaba vivi<strong>en</strong>do allí <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>te de la iglesia (...). Esa mujer ya sabía<br />

las cosas que pasaban allí, y lo que comíamos y lo que no<br />

comíamos, t<strong>en</strong>dría alguna escucha clandestina; ésas eran las<br />

noches que nos quitaba <strong>el</strong> hambre aqu<strong>el</strong>la mujer (...). ¡Y eso<br />

que estábamos <strong>en</strong> la oficina! Los que no estuvieran allí... ¡qué<br />

tal lo pasarían!». Pues bi<strong>en</strong>, Serapia vive ahora <strong>en</strong> Salvatierra<br />

de Esca, <strong>en</strong> la provincia de Zaragoza, y accedió amablem<strong>en</strong>te<br />

a ser <strong>en</strong>trevistada. Al preguntarle nosotros por su ayuda a los<br />

prisioneros nos contesta con humor que <strong>el</strong>la no ti<strong>en</strong>e recuerdos<br />

precisos de eso. Nos com<strong>en</strong>ta que más de una vez daba<br />

algo de comida a los jóv<strong>en</strong>es, sin preocuparse de si eran soldados<br />

o prisioneros.<br />

También <strong>en</strong> casa de Basi Sanz, <strong>en</strong> Roncal, la familia tomó<br />

una actitud clara de ayuda a los prisioneros, algo que también<br />

hicieron posteriorm<strong>en</strong>te con soldados <strong>d<strong>el</strong></strong> servicio militar. De<br />

esa ayuda nació una fuerte amistad <strong>en</strong>tre la familia y la familia<br />

de un prisionero vizcaíno, Juan Mari Landeta, una amistad que<br />

ha durado muchos años y que nació tal y como nos lo cu<strong>en</strong>ta<br />

Basi: «Pues por <strong>el</strong> padre. T<strong>en</strong>íamos un campo al lao <strong>d<strong>el</strong></strong> ce-<br />

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